Mensaje del 13 de abril de 1979
Viernes Santo
Junto al Hijo y a los hijos.
« Hoy está aquí mi puesto: junto a mi Hijo que sufre. La Voluntad del Padre dispuso que Yo no estuviera cerca de Jesús durante su agonía interior en Getsemaní para que también la ausencia de la Madre hiciese más intenso su abandono. “Si es posible, pase de Mí este cáliz.” Pero en mi alma durante esa noche permanecí continuamente junto a mi Hijo. Con la oración, con el sufrimiento participé verdaderamente en toda su agonía para darle consuelo y ayuda, uniendo mi “sí” al Suyo cuando decía: “Padre, no se haga mi Voluntad, sino la Tuya”. Y cuando el Angel le fue enviado desde el Cielo para confortarle, también pasó junto a Mí para que Yo depositara en su cáliz todo el amor de mi Corazón materno. Hoy está aquí mi puesto: junto a mi Hijo que muere. El encuentro tiene lugar en el camino del Calvario, después que Jesús ha sido traicionado, negado y abandonado por los suyos. De los doce sólo queda uno, al que Yo llevo de la mano para reanimarlo y darle fuerza para permanecer con nosotros. La condena se refleja en el cuerpo flagelado de Jesús y las espinas que cubren de sangre sus ojos. Es aquí donde encuentro a mi Hijo: estoy a su lado para ayudarle a morir. Siento los clavos que penetran en su carne, el desgarro del cuerpo suspendido del patíbulo, su respiración jadeante, oigo su voz que se va apagando en palabras de oración y de perdón y me siento morir. Pero estoy viva bajo la Cruz con el Corazón traspasado y el alma herida, aun milagrosamente viva, porque como Madre debo ayudar a mi Hijo a morir. Nadie comprenderá jamás el secreto misterio de estos momentos. Hoy está aquí mi puesto: junto a mi Hijo sepultado. Ahora mi dolor se desborda como la crecida de un río que rompe todos los diques. Mis lágrimas bañan su rostro, mis lamentos arrullan su cuerpo y con mis manos restaño sus profundas heridas, mientras mi Corazón Inmaculado se convierte en su primer sepulcro. Luego, cuando la noche pone un velo sobre todas las cosas, comienza la vigilia para la Madre. Estoy aquí recogida en la fe que nunca me ha abandonado; en la esperanza que me ilumina totalmente, en la oración que se hace continua e incesante como si marcara el transcurso de un tiempo que para Mí ya no tiene noche ni día. La gran oración de la Madre penetra en el Cielo y es escuchada por el Padre que, para abreviar mi espera dolorosa, anticipa el momento de la resurrección del Hijo. Aquí está mi puesto: junto a mi Hijo resucitado. Cuando Jesús viene a Mí en la luz de su cuerpo glorioso y me acoge entre sus divinos brazos y se inclina para besar las heridas de mi gran dolor, Yo comprendo que para Él mi misión está cumplida. Comienza entonces mi misión maternal para vosotros, para la Iglesia que ha nacido de Su gran dolor y el mío. Hoy está todavía aquí mi puesto: junto a todos mis hijos. Hasta el fin del mundo estoy siempre cerca de vosotros, hijos engendrados por la muerte de mi único Hijo. Sobre todo, estoy con vosotros en estos momentos de tinieblas y de sufrimiento, en que sois llamados a vivir cuanto Jesús ha sufrido durante su pasión redentora. Estoy siempre a vuestro lado para ayudaros a sufrir, a morir y a resucitar, hasta que se cumpla el designio del Padre y, con Jesús, podáis también vosotros gozar en la gloria de su Reino de vida.»