Mensaje del 1 de enero de 1979
Fiesta de la Maternidad Divina de María Stma.
El designio del amor misericordioso.
«Hijos predilectos, estoy a vuestro lado al comienzo de este año nuevo. Tened confianza en mi Corazón Inmaculado. En mi Corazón está encerrado el designio del amor misericordioso de mi Hijo Jesús, que quiere conducir de nuevo el mundo al Padre, para la perfecta glorificación de Dios. El mundo no está perdido, aunque camine ahora por las sendas de la perdición y de su propia destrucción. A través de una prueba, que os he preanunciado muchas veces, será salvado al fin por un acto del amor misericordioso de Jesús, que os ha confiado a la acción de vuestra Madre del Cielo. Todavía los pecados cubren la tierra; odio y violencia explotan por todas partes; los mayores delitos claman cada día venganza al Cielo. Iniciáis un año en el que todos de una manera particular advertirán la poderosa mano de Dios, que se inclinará sobre el mundo para socorrerlo con la fuerza irresistible de su Amor Misericordioso. Por esto, hijos míos, os aguardan acontecimientos que ni siquiera podéis imaginar. Pero hay que contar también con las oraciones de los buenos, los dolores de los inocentes, los sufrimientos escondidos de muchos, las lágrimas y las súplicas de numerosas víctimas esparcidas por todas las partes del mundo. Por medio de ellos he apresurado los tiempos de mi extraordinaria intervención. La Iglesia, mi hija predilecta sale ahora de una gran prueba porque la batalla entre Yo y mi Adversario se ha desarrollado también en su vértice. Satanás ha intentado introducirse hasta amenazar la piedra sobre la cual está fundada la Iglesia, pero Yo se lo he impedido. Justamente, cuando Satanás se ilusionaba con la victoria, después que Dios hubo aceptado el sacrificio de Pablo VI y de Juan Pablo I, Yo he obtenido de Dios para la Iglesia el Papa preparado y formado por Mí. Él se consagró a mi Corazón Inmaculado y me confió solemnemente la Iglesia, de la que soy Madre y Reina. En la persona y en la obra del Santo Padre, Juan Pablo II, Yo irradio mi gran Luz, que se hará tanto más fuerte cuanto más tinieblas lo invadan todo. Sacerdotes y fieles consagrados a mi Corazón Inmaculado, hijos que he reunido de todas las partes del mundo y enrolado en mi ejército para la gran batalla que nos espera: unios todos en tomo al Papa y os revestiréis de mi misma fuerza y de mi luz maravillosa. Amadle, rogad por Él, escuchadle. Obedecedle en todo, incluso en llevar el hábito eclesiástico según el deseo de mi Corazón y conforme a su querer, que os ha manifestado ya. Ofrecedme el dolor que sentís si, por este motivo, sois a veces objeto de la burla de vuestros mismos hermanos. También a la Iglesia, que tiene en el Papa su guía seguro, le será abreviado el tiempo de la purificación, según mi designio de amor. Ésta, por tanto, es vuestra hora; la hora de los apóstoles de mi Corazón Inmaculado. Difundid con valor el Evangelio de Jesús, defended la Verdad, amad a la Iglesia; ayudad a todos a huir del pecado y a vivir en gracia y en el amor de Dios. Orad, sufrid, reparad (…).»