Mensaje del 8 de diciembre de 1978
Fiesta de la Inmaculada
Madre de la Iglesia.
«Soy la Inmaculada Concepción. Soy vuestra Madre toda hermosa, hijos míos predilectos. En este día la Santísima Trinidad refleja sobre Mí su purísima Luz para que a través de Mí todo el Paraíso, con el coro de los Angeles y de los Santos, pueda cantar a Dios su mayor alabanza. También toda la Iglesia mira a su Madre Inmaculada con inmensa esperanza. Soy la Madre de la Iglesia. Hoy de mi Corazón Inmaculado parten rayos luminosos de amor y de gracias que derramo sobre mis hijos: sobre el Papa, sobre los Obispos, sobre los Sacerdotes, sobre los Religiosos, sobre todos los fieles. Tened gran confianza en la particular acción de vuestra Madre Inmaculada. Os miro con aquella ternura con la que una madre mira a sus hijos enfermos y por esto más necesitados de ella. Vuestro verdadero mal es el pecado. Éste, cada día lleva a la muerte eterna a muchos pobres hijos míos… El pecado es el que oscurece el rostro de la hija predilecta, la Iglesia, a la que quiero esplendorosa, sin arruga y toda hermosa a imitación de su Madre. El pecado se ha difundido hoy como un mal tenebroso y con la virulencia de un contagio ha llevado a tantos pobres hijos míos a caer en las más profundas tinieblas. Éste es el tiempo del sufrimiento para la Iglesia porque la infidelidad se propaga y el compromiso con el espíritu del mundo ha logrado seducir también a algunos de los que tienen grandes responsabilidades. Soy la Madre Inmaculada de la Iglesia. Yo misma he iniciado mi obra de socorro materno a través de los que responden a mi urgente invitación a combatir el pecado, a orar, a sufrir, a amar y a reparar. Por medio de ellos puedo curar a muchos hijos enfermos y conducirlos de nuevo al verdadero amor de Jesús, que ha nacido de Mí para la Salvación de todos. ¡Cuántos son los que cada día me responden “sí”, especialmente entre los Sacerdotes, mis predilectos! Soy la Madre victoriosa de la Iglesia. A través del ejército de mis Sacerdotes he comenzado ya mi acción victoriosa, que hará resplandecer sobre el mundo entero, a mi Corazón Inmaculado. Será el triunfo de la misericordia y del perdón. Recojo a mis hijos buenos y dóciles para reconstruir juntamente Conmigo cuanto el Maligno y sus secuaces destruyen. De este modo la renovación de la Iglesia y del mundo ha comenzado ya. Se realiza en el silencio, porque el ruido no se ajusta a la acción de vuestra Madre Celeste. En la vida oculta y la humildad. Pero, cada día que pasa, ésta aparecerá más clara y completa. Cuanto más respondan mis hijos a la dulce invitación de su Madre Inmaculada, tanto más serán abreviados los tiempos de la batalla y será adelantada la hora de la gran victoria. Por esto hoy os bendigo a todos los Sacerdotes repartidos por todas las partes del mundo, que han dicho “sí” a mi invitación y, de este manera, han entrado a formar parte de mis designios de amor.»