Mensaje del 3 de junio de 1978 en Nagasaki (Japón)
Fiesta del Corazón Inmaculado de María
La Iglesia toda en mi refugio.
«Te he traído hoy aquí, a esta gran Nación de un nuevo continente, para que vivas la fiesta de mi Corazón Inmaculado. Estás en la ciudad regada con la sangre de los primeros mártires japoneses y te encuentras en el mismo lugar donde un arma terrible dio muerte, en un solo instante, a miles y miles de mis pobres hijos. Junto a ti está la Iglesia sobre la que estalló la bomba atómica. Pequeño hijo mío, este lugar y este día son para ti una señal y, por tu medio, quiero que lo sea también hoy desde aquí para todos mis hijos predilectos. Lo acontecido aquí, podría suceder muy pronto en todo el mundo, si mis hijos no acogen mi invitación para su retomo a Dios. Mirad a mi Corazón Inmaculado: tiembla y se angustia por la suerte que os aguarda ya, si no acogéis la urgente invitación de vuestra Madre Celeste. Retomad, hijos míos, nunca tan amenazados y tan necesitados, retomad a vuestro Dios que os espera con la misericordia y el amor de un Padre. Observad su Ley, no os dejéis seducir por el pecado. No ofendáis más a mi Hijo Jesús, que ya está demasiado ofendido. El tiempo que os queda es ya breve. Ha llegado mi hora y Yo misma intervengo para salvaros. Confortad a mi Corazón Inmaculado. Nunca, como en estos momentos, una corona de espinas traspasa a mi Corazón Inmaculado: son los pecados, las ingratitudes y los sacrilegios, los abandonos y las traiciones, sobre todo, de mis hijos predilectos y de las almas consagradas. Con frecuencia en algunas de sus casas ni siquiera puedo entrar: me cierran las puertas, no me quieren. Algunas de ellas han dejado de ser jardín de Dios y se han convertido en charcas cenagosas donde Satanás lo cubre y corrompe todo con el fango. Hijos predilectos, consolad mi gran dolor. Arrancadme las espinas, derramad bálsamo en mis heridas y formad la más bella corona de amor en tomo a mi Corazón Dolorido. Vuestra Madre Celeste quiere salvar, aún hoy, a todos sus hijos perdidos, por medio de vosotros. Por esto, todo cuanto aquí estás viviendo es una señal que os doy a todos: por ella puedes comprender cómo vuestra Madre, por la muerte y el sacrificio de algunos, prepara una nueva vida para todos.»