Mensaje del 24 de marzo de 1978
Viernes Santo
¡Cuánta sangre!
«Hijos predilectos, vivid hoy Conmigo en el Calvario. Permaneced Conmigo junto a la Cruz. i Cuánto sufre mi Hijo Jesús! Traspasado por los clavos; suspendido en el patíbulo; todo cubierto de llagas y sangre. Su cuerpo se estremece en los estertores de una atroz agonía en tanto que, en tomo a Él, se hacen cada vez más sonoros los insultos y las burlas. Él, sin embargo, no pronuncia ni una sola palabra de queja: ora, sufre, escucha, calla, ofrece. Al dar su vida, está diciendo su “sí” perfecto a la Voluntad del Padre. Mi Corazón de Madre se siente llamado también a repetir con Él este “sí”, que ya pronuncié en el momento en que el Verbo se encamó en mi seno purísimo. De esta manera mi Hijo pasa a ser Él mismo la víctima y el Sacerdote, el Altar y la Ofrenda de este Sacrificio emento de la nueva y eterna Alianza. Besad Conmigo sus heridas sangrantes. ¡Cuánta sangre han visto mis ojos en este día! La sangre empapa sus cabellos y baña su rostro. Sus manos y pies están desgarrados y heridas profundas surcan todo su cuerpo. Su sangre se desliza ahora por el leño de la Cruz y riega la tierra. Es la sangre de mi Hijo que lava todo el pecado del mundo. Es la sangre del verdadero Cordero de Dios que se inmola por vuestra salvación. Su sangre puede aún hoy purificar este mundo. Su sangre y la vuestra, hijos míos predilectos. Porque, a través de vosotros, Jesús revive verdaderamente: con vosotros renueva el Sacrificio de la eterna Alianza; en vosotros se inmola cada día como Víctima y Sacerdote, como altar y ofrenda. Su sangre y la vuestra purificarán la Iglesia; su sangre y la vuestra renovarán el mundo entero. No temáis si os quiero hoy a todos Conmigo en el Calvario: estáis dentro de mi Corazón de Madre y en él también vosotros debéis aprender a orar, a sufrir, a guardar silencio, a ofrecer. Así os voy preparando para vuestra inmolación sacerdotal. Decid vuestro “sí” a la Voluntad del Padre. Decidlo Conmigo, vuestra Madre Celeste, que, desde hace ya tanto tiempo, os vengo formando del mismo modo como formé a mi Hijo Jesús (…).»