Mensaje del 10 de abril de 1978
Tiempo Pascual
Seréis testigos.
«Vuestra Madre Celeste se encuentra en el Paraíso, asunta a la Gloria, también con su cuerpo ya transfigurado. Participa, ya desde ahora, de modo único y no concedido a ninguna otra criatura, de todo lo que mi Hijo ha preparado también para vosotros. Jesús tiene ya preparado, para cada uno de vosotros, un lugar junto al Padre. Caminad cada día sobre la tierra con la mirada puesta en Jesús, sentado ya a la derecha del Padre. El Padre y el Hijo os han otorgado su Amor para que podáis realizar en este mundo el designio que Dios ha establecido en su eterna Sabiduría para vosotros. El puesto que Jesús os ha preparado en el Cielo corresponde al designio que, cada uno de vosotros, bajo el poderoso influjo del Espíritu Santo, debe realizar en la tierra. Y lo que el Espíritu Santo lleva a cabo en vosotros, hijos consagrados a mi Corazón Inmaculado, es precisamente mi mismo designio. Por esto Jesús, al tiempo que en el Cielo os prepara una morada junto al Padre, en la tierra os ha confiado totalmente a la acción de su Madre, que es también vuestra. Sólo realizaréis el designio de Dios, si correspondéis a mi acción maternal, que dulcemente os va transformando. Quiero, en efecto, conduciros a todos a reproducir en vuestra vida la imagen perfecta de vuestra Madre Celeste. Por ese motivo quiero haceros pequeños, cada vez más pequeños, hasta llevar a cada uno al anonadamiento total de su propio yo. Estimo en su justo valor vuestra miseria porque sólo ella es capaz de atraer irresistiblemente sobre vosotros la predilección misericordiosa de mi Corazón Inmaculado. Os conduzco a la docilidad, a la confianza y al abandono filial, derrumbando en vosotros y en tomo vuestro todo aquello en que podríais confiar. Os nutro y os revisto, os acaricio y os conduzco con firmeza hacia la perfecta realización de mi designio materno. Cuando vea reproducida en vosotros mi propia imagen, podré daros a cada uno mi espíritu y llenaros de la plenitud de mi amor. Os revestiré con mi túnica inmaculada y os embelleceré con todas mis virtudes. Entonces todo lo mío será también vuestro y, por fin, podré vivir en vosotros. Viviendo en mis hijos más pequeños, Yo misma podré llevar a cabo la Obra que me ha confiado la Santísima Trinidad para que brille sobre el mundo la plenitud de su gloria. Y vosotros seréis testigos de todo lo que en estos tiempos será capaz de hacer el Corazón Inmaculado de una Madre, que es todo él misericordia, para conducir a la salvación a todos sus pobres hijos descarriados.»