Mensaje del 25 de julio de 1977
Vuestra docilidad
«(…) Con la consagración hecha a mi Inmaculado Corazón me habéis confiado vuestro sacerdocio. Lo habéis puesto en un lugar seguro. Con esto, sin embargo, habéis cumplido la primera condición, aunque en verdad muy importante. Ahora Yo misma, como Madre, estoy empeñada con cada uno de vosotros en formaros como mi Hijo os quiere. La segunda condición es que debéis dejaros formar por Mí; el modo con que actúe con cada uno será distinto de acuerdo con su manera de ser. Es mi deber de Madre formaros así: particular y personalmente. Aunque los caminos por los que os llevo no son iguales para todos, todos ellos os conducen a la misma meta, la fijada para cada uno de mi Hijo Jesús. No miréis cómo os formo; no me preguntéis adonde os llevo, ni siquiera queráis saber de antemano el camino que os he trazado. Sólo debéis secundar dócilmente mi acción. Una docilidad interior que os lleve a decir siempre sí, a buscar en vuestro obrar sólo el cumplimiento de mi voluntad. Ahora ya conocéis el deseo de vuestra Madre del Cielo: —Os quiero humildes, silenciosos, recogidos, ardientes en el amor a Jesús y a las almas. Sólo así llegaréis a ser grandes a mis ojos. —Os quiero confiados, abandonados, sin preocupaciones humanas. Aun la de querer “hacer algo” por mi Movimiento puede llegar a ser una preocupación humana. Solamente así vuestro espíritu podrá contemplar la gran obra que estoy realizando en vosotros y por vuestro medio. —Os quiero mortificados en los sentidos, perseverantes en la oración, recogidos en torno a Jesús en la Eucaristía, como lámparas vivientes de amor. Sólo viviendo así me sentiréis muy cerca de vosotros. —Os quiero cada día más puros; así finalmente me podréis ver. Si cerráis los ojos del cuerpo a las vanidades del mundo, me veréis con los ojos del alma. Transformaré vuestra vida; mientras, de un modo suave y fuerte al mismo tiempo, os llevaré a la santidad. Después del haberos consagrado a Mí, sólo os libraréis del peligro del estancamiento espiritual y de la tibieza, secundando mi acción. Una docilidad exterior; que os lleve a ser ejemplo de obediencia vivida y testimoniada. Obedientes a vuestra Madre, que os habla y que os lleva con su palabra a la obediencia al Papa y a la Iglesia en comunión con él. Cada día mi Corazón maternal se siente nuevamente herido por actos, aun públicos, de verdadera desobediencia y rebelión contra el Papa. Vuestra obediencia debe ser como la mía: humilde, consciente, perfecta. De este modo secundáis mi acción, mientras para mi Movimiento se inicia como una segunda fase. Ahora que en todas partes del mundo me estáis respondiendo dejándoos encerrar en mi Corazón, debo cuanto antes haceros imágenes vivas de Jesús Crucificado. Me habéis dicho sí; ahora os pido correspondencia a mi acción con vuestra docilidad interior y exterior. Sólo así podréis resistir a las asechanzas de mi Adversario y responderéis a mi gran designio de amor.»