Mensaje del 31 de julio de 1976
Fiesta de S. Ignacio de Loyola
Vuestras dificultades.
«Seguidme, hijos míos predilectos, con toda vuestra confianza y no os turbéis por las dificultades que encontráis en vuestro camino. Estas dificultades las permite Dios para que os ayuden a crecer en vuestra vida de perfecta consagración a mi Corazón Inmaculado. Os desprenden de vuestro modo de ver y de sentir, de vuestros gustos, de vuestros apegos, y poco a poco os llevan a ver y a sentir sólo según el Corazón de mi Hijo Jesús. Después de cada dificultad veo crecer en vosotros cada vez más la vida de Jesús: y esto es lo que tanto consuela a mi Corazón de Madre. ¿No os dais cuenta, hijos, cómo bajo mi influjo personal vuestra vida está verdaderamente cambiando? Las dificultades interiores del alma son las que más dolor os causan. Sois míos y os sentís aún atraídos por el mundo; estáis revestidos de mi misma pureza y aún advertís la angustia de la tentación de la carne. Algunos de vosotros gimen y quisieran liberarse de ella. ¡Sin embargo, cuánto os hace crecer en el desprendimiento de vosotros mismos esta interior dificultad que sentís, hijos míos predilectos! No os miréis nunca. Seréis tanto más bellos para Mí y para mi Hijo Jesús, cuanto menos bellos aparezcáis a vosotros mismos. Es mi manto el que os cubre. Es mi misma pureza la que os ilumina. Después, están las dificultades exteriores: son las del ambiente en que os encontráis: incomprensiones, críticas. A veces permito hasta el desprecio y la calumnia. De ésta, sobre todo, mi Adversario se vale como instrumento preferido para heriros y para desalentaros. ¿Cómo debéis responder? Como Jesús: con el silencio, con la oración, con el vivir en íntima unión con el Padre. En la luz del Padre toda cosa no verdadera, no buena, todo engaño, toda calumnia, se disipan por sí solos como niebla por el sol. Y puesto que vosotros estáis en mi Corazón Inmaculado, nada os puede alcanzar. El que de intento, quiera haceros algún mal, no logrará dañaros; el que obre de buena fe, tendrá la luz antes de que el mal os alcance. Y caminaréis en la paz, aun en medio de la tempestad del momento presente. Existen, también, las dificultades de vuestro tiempo. Hijos predilectos, ¡con cuánto cuidado habéis sido formados y preparados por Mí misma para este vuestro tiempo! También estas dificultades son permitidas por Mí para haceros instrumentos, cada vez más dóciles en mis manos, para el plan que estoy llevando a cabo en la actualidad. El ateísmo que invade el mundo; la crisis que cada vez se extiende más en la Iglesia, el error que se difunde por doquier: son las olas de una gran tempestad. Vosotros estáis llamados a ser mi Paz en esta tempestad. Por tanto, caminad serenos, caminad tranquilos, caminad confiados (…).»