Mensaje del 25 de marzo de 1976
Fiesta de la Anunciación del Señor
Madre de Jesús y vuestra.
«Sacerdotes consagrados a mi Corazón Inmaculado, amados hijos míos, he ahí por qué tenéis necesidad de Mí, para llegar a ser los perfectos consoladores de mi Hijo Jesús. En el momento en que, cubierta por la luz del Espíritu dije mi “s f ’ a la voluntad del Señor, el Verbo del Padre, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, descendió a mi purísimo seno, en espera de mi colaboración maternal, para recibir de Mí su naturaleza humana y poder así hacerse también hombre en la divina Persona de mi Hijo Jesús. ¿Veis cómo Dios se ha entregado completamente a esta su humana criatura? El porqué se ha de buscar en el misterio del Amor de Dios. Movió a Dios a inclinarse hacia Mí, el sentimiento tan profundo que Yo tenía de mi pequeñez y de mi pobreza, y mi perfecta disponibilidad al cumplimiento de la Voluntad del Señor. Muchos otros caminos podía haber elegido Dios para llegar a vosotros: quiso elegir el mío. Por eso, este camino se os hace necesario ahora a vosotros para llegar a Dios. La primera cosa que os pido, hijos, es vuestro “sí ” incondicional: y éste lo decís con la consagración a mi Corazón Inmaculado. Después os pido que os entreguéis con la más completa confianza y el mayor abandono a mi Corazón materno. Vuestro “sí” y vuestra plena disponibilidad permitirán a vuestra Madre actuar. Con el mismo amor con que formé la naturaleza humana del Verbo, así también formaré en vosotros, hijos, la imagen que corresponda cada vez más al designio que el Padre tiene sobre cada uno de vosotros. El designio que Dios tiene sobre vosotros, hijos míos predilectos, es que seáis Sacerdotes según el Corazón de Jesús. Madre de Dios, porque fui elegida para traer a Dios a los hombres; Madre vuestra, porque tengo la misión de llevar a Dios a los hombres redimidos por mi Hijo, ya que todos me han sido confiados por Él. Soy, por tanto, verdadera Madre de Jesús y verdadera Madre vuestra. En este día, en que todo el Paraíso exulta de gozo en la contemplación del misterio de la Encarnación del Verbo, gozad también vosotros mirando el misterio de amor de vuestra Madre. No a todos es dado comprender este misterio de amor: se concede sólo a los puros de corazón, a los sencillos, a los pequeños, a los pobres (…).»