Mensaje del 24 de diciembre de 1976
Noche Santa
Os pide el don de vuestro amor.
«Vive Conmigo, hijo predilecto de mi Corazón Inmaculado, estas horas de vigilia: en la oración, en el silencio, en la escucha de tu Madre Celestial. Hoy, como entonces, es el nacimiento de mi Hijo Jesús: hoy como entonces, hijos míos predilectos, debéis prepararos a su venida. Con mi esposo José, justo y casto, humilde y fuerte, elegido por el Padre para ser mi ayuda preciosa, sobre todo en estos momentos, cuando Yo recorría el último tramo de un camino muy fatigoso. Sentía el cansancio del viaje, el rigor del frío, la incertidumbre de la llegada, la inseguridad de lo que nos esperaba. Sin embargo, vivía como alejada del mundo y de las cosas, completamente absorta en un continuo éxtasis con mi Hijo Jesús, al que estaba ya a punto de daros. Me conducía solamente la confianza en el Padre: me mecía la dulce espera del Hijo; en el Espíritu me colmaba sólo la plenitud del amor. Como Madre, pensaba en una casa, y el Padre nos preparaba una cueva; soñaba para mi Niño con una cuna, y ya estaba preparado un pesebre; todo el Paraíso aquella noche estaba encerrado en una gruta. Y cuando el cansancio se apoderó de nosotros y las continuas repulsas a albergamos casi hizo flaquear nuestra humana resistencia, aquella gruta estuvo pronta a la luz. Y en la Luz de un Cielo, que se abría para recibir la gran oración de la Madre, mi virginal brote se abrió al don divino del Hijo. Conmigo, hijos míos predilectos, dadle a su Corazón el primer beso. Sentid Conmigo su primer latido. Sed los primeros en mirar sus ojos. Escuchad su primer vagido: de llanto, de gozo, de amor. Solamente quiere vuestro consuelo. Os pide el don de vuestro amor Envolved con una faja de amor sus pequeños miembros. ¡Tiene tanta necesidad de calor! Le rodea todo el hielo del mundo. Su único consuelo es el calor del amor. Desde entonces, cada año la Iglesia renueva este misterio. Desde entonces, mi Hijo renace para siempre en los corazones. También hoy, hay un mundo que le rechaza y muchos le cierran las puertas. Como entonces, todos los grandes le ignoran. Pero se abre el corazón de los pequeños. Se sacia la espera de los sencillos. Se ilumina la vida de los puros. En esta noche santa, hijos míos predilectos, os quiero confiar mi Hijo. Lo deposito en la cuna de vuestro corazón. Que vuestro amor crezca como un gran fuego. Tengo que encender con él todo el amor del mundo.»