Mensaje del 13 de abril de 1976
Martes Santo
Mirad a mi Hijo Crucificado.
«Hijos predilectos; mirad a mi Hijo Crucificado. Mirad su rostro cubierto de sangre; su cabeza coronada de espiñas; sus manos y sus pies traspasados por clavos; todo su cuerpo convertido por los azotes en una llaga; su corazón abierto por una lanza. Hijos míos predilectos, mirad a mi Hijo Crucificado y seréis Sacerdotes fieles. ¡Cuántos de vosotros se han parado a considerar su Palabra! La han querido penetrar y comprender sólo con su propia inteligencia humana, y por eso han caído así inadvertidamente en los más graves errores. No es con la sola inteligencia humana como debe leerse la Palabra de mi Hijo. El dio gracias al Padre por haber escondido los misterios de su Reino a los sabios y a los prudentes de este mundo para revelarlos a los pequeños. La palabra de Dios debe ser leída y comprendida, sobre todo, con humildad interior y plena docilidad del alma. Por eso mi Hijo ha encomendado su auténtica interpretación sólo al Magisterio de la Iglesia. Por lo cual debéis habituaros a esta difícil y, sin embargo, tan necesaria actitud de humildad y de interior docilidad. Si estáis unidos al Magisterio de la Iglesia, si sois humildes y atentos a cuanto Ella os indica, permaneceréis siempre en la Verdad de la Palabra de Jesús. Hoy se propaga, cada vez más, en la Iglesia el error, de tal manera, que parece que no hay ya dique alguno capaz de contenerlo. Se propaga, sobre todo, por muchos teólogos; se divulga por muchos pobres hijos Sacerdotes. ¿Cómo podéis estar hoy seguros, en la Iglesia, de libraros del error? Mirad a mi Hijo Crucificado y seréis fieles. A mi Hijo, que, siendo Dios, se hizo obediente hasta la muerte en la Cruz. Mirad sus espinas; mirad su sangre; mirad sus heridas, son las flores abiertas sobre el dolor de su obediencia. Hijos míos predilectos, ahora cuando las tinieblas lo envuelven todo, estáis llamados a testimoniar la luz de vuestra completa obediencia a la Iglesia, al Papa y a los Obispos a Él unidos. Y cuanto más testimoniéis vuestra total obediencia a la Iglesia, tanto más seréis criticados, ecarnecidos y perseguidos. Pero es necesario que vuestro testimonio sea cada vez más doloroso y crucificado, para poder ayudar a muchos pobres hijos míos a permanecer aún hoy en la verdad y en la fidelidad.»