Mensaje del 4 de enero de 1975
Primer sábado de mes y del año
Fieles a mi Voz y a la del Papa.
«(…) ¡Cuánto me ha agradado la Santa Misa que en honor de mi Corazón Inmaculado y Dolorido has celebrado esta mañana en mi venerado Santuario! Has venido como en una peregrinación de oración, rezando el Rosario y cantando himnos en mi honor. Te he manifestado ya mi agrado y tú lo sabes: sobre todo en el momento en que te he parado y por medio de ti he bendecido a todos los Sacerdotes de mi Movimiento, especialmente a los que geográficamente están más lejos: a los de lengua alemana, francesa e inglesa, a los de la lejana América, a los de las misiones de Africa y Asia. En ese momento, en todas las partes del mundo, todos mis Sacerdotes me han sentido particularmente próxima a ellos: mis hijos que, en este primer sábado del mes y del año, se han reunido espiritualmente para venerar a mi Corazón Inmaculado. ¡Hijos míos predilectos, que alegría y qué gran consuelo dais a mi Corazón de Madre! Vosotros finalmente respondéis con vuestro sí generoso a cuanto Yo he pedido en Fátima para la salvación del mundo. Vuestro sí, Sacerdotes consagrados a mi Corazón: sólo esto esperaba para comenzar a actuar. Ahora, con vosotros, comenzaré mi Obra. En primer lugar, este Movimiento mío se propagará por doquier y reunirá de todas las partes del mundo a mis Sacerdotes predilectos que, impulsados por la fuerza irresistible del Espíritu Santo, responderán y se reunirán en el ejército de mis Sacerdotes llamados a ser fieles, sólo al Evangelio y a la Iglesia. Cuando venga el momento del terrible encuentro con los Sa144cerdotes portadores del error, que se pondrán contra el Papa y mi Iglesia, arrastrando hacia la perdición a un inmenso número de mis pobres hijos, vosotros seréis mis Sacerdotes fieles. En la oscuridad, que el espíritu del mal habrá difundido por doquier, entre las muchas ideas erradas que, esparcidas por el espíritu de la soberbia, se afirmarán por todas partes y serán seguidas casi por todos, en el momento en el cual en la Iglesia todo será puesto en discusión y el mismo Evangelio de mi Hijo será anunciado por algunos como leyenda, vosotros, Sacerdotes a Mí consagrados, seréis mis hijos fieles. Fieles al Evangelio, fieles a la Iglesia. Y la fuerza de vuestra fidelidad os vendrá sólo de estar habituados a confiaros sólo a Mí, de ser dóciles y obedientes sólo a mi Voz. Así no escucharéis ya la voz de éste o aquél teólogo, ni la enseñanza de éste o aquél —aunque se atraiga amplios asentimientos—, sino sólo mi Voz, hijos míos. Y mi voz os repetirá dulcemente sólo lo que el Papa y la Iglesia a Él unida anunciarán. Fieles a mi Voz y a la del Papa, seréis el ejército preparado por Mí que defenderá su persona, que difundirá su desoida enseñanza, que confortará su abandono y su soledad. Seréis también perseguidos: llegará también el momento en que vosotros seréis la única luz encendida y podréis así, en la fidelidad al Evangelio y en el sufrimiento, indicar a un innumerable número de almas el camino de la salvación. Y esta luz vuestra, por mi intervención, no será jamás apagada del todo. Hijos míos predilectos: sentidme como Madre al lado de cada uno de vosotros. Ahora los días pasan y se avecina el gran momento. Ésta es la hora en que de todas partes del mundo os estoy reuniendo para encerraros a todos en mi Corazón Inmaculado (…).»