Mensaje del 15 de septiembre de 1975
Ntra. Sra. de los Dolores
A ofrecer y a sufrir conmigo.
«Hijo mío carísimo, por súplica y voluntad de mi Hijo moribundo he llegado a ser tu verdadera Madre. Soy la Madre de todos. Por el privilegio de mi Asunción corporal al Cielo, mi Corazón Inmaculado no cesa de palpitar de amor por vosotros. Así no ha dejado nunca de estar entristecido y dolorido por tantos hijos míos que continúan cometiendo el mal, que caminan por la vía de la perdición, haciendo vano todo el sufrimiento de mi Hijo Jesús y mío. Ciertamente que estoy en el Cielo: perfectamente bienaventurada al lado de mi Hijo, en la Luz de la Trinidad Santísima, en el gozo perenne de los Ángeles y de los Santos. Pero mi función de Madre me liga aún a vosotros, continúa a vuestro lado sobre esta tierra. Si soy vuestra Madre, todo vuestro dolor es también mío. Y por esto en mi Corazón, en verdad, repercute toda la amargura, toda la miseria, todo el gran dolor del mundo. Si soy vuestra Madre, no puedo por menos de sufrir por mis hijos. Por todos, particularmente por los más alejados, por los más menesterosos, en especial por mis pobres hijos pecadores. Si soy vuestra Madre, no puedo dejar de sufrir por los pecadores; por todos, porque deseo que todos vuelvan al Corazón de mi Hijo Jesús y mi Corazón materno. Bienaventurada en el Paraíso y Dolorosa sobre la tierra, a vuestro lado, pobres hijos míos atribulados. Sacerdotes de mi Movimiento, hijos predilectos de mi Corazón dolorido: ¿queréis aceptar mi dulce invitación a sufrir Conmigo? Con frecuencia estoy como sorprendida al ver con qué ansia —a veces hasta con una curiosidad tan humana— miráis al futuro. Se os ocurre a menudo preguntaros: “Entonces, ¿cuando será esta purificación?” Hasta hay también quien, en mi nombre, cree poder indicar fechas y plazos seguros y olvida que la hora y el momento son un secreto oculto en el Corazón Misericordioso y paternal de Dios. La Madre no puede poner límites de tiempo a su acción de maternal llamada y de espera misericordiosa. Por esto os digo: hijos predilectos, ¡no miréis el futuro, así no se apoderará de vosotros ni la angustia ni el desaliento! Vivid sólo el momento presente, totalmente abandonados a mi Corazón Inmaculado. El momento presente que el amor del Padre celestial dispone para vosotros, hijitos míos… Ante el Padre —omnipresente— es sólo el momento presente el que cuenta: no el pasado, ni el futuro, porque éste no es aún el tiempo para vosotros. Participad en mi dolor, hijos míos predilectos. En la hora en que todo el mundo ha sido redimido y purificado para siempre, el Padre ha aceptado el dolor divino del Hijo y mi dolor humano de Madre. Vuestro sufrimiento, hijos, sirve ya para la purificación de la tierra. Si el castigo viene, será sólo por una última y gran exigencia de sufrimiento para la renovación del mundo y la salvación de muchos pobres hijos míos. Mas nada sirve tanto para el triunfo de mi Corazón Inmaculado como un Corazón Sacerdotal que sufre. En vosotros, hijos, es Jesús quien continúa su misión purificadora. Es sólo su sangre la que puede lavar todo el mal, todo el odio, todo el pecado del mundo. Por eso ahora, que ha llegado el momento de la purificación, seréis llamados a sufrir cada vez más. Para vosotros, hijos, ésta es la hora de la Cruz. Pero sufriréis Conmigo, con esta Madre vuestra que os ha engendrado al pie de la Cruz. Conmigo siempre, en el presente wue el Padre os da: para ofrecer y sufrir en el Corazón Inmaculado de vuestra Madre dolorosa.»