Mensaje del 18 de febrero de 1974
Es tiempo de que Yo misma los reúna.
“Déjate conducir por Mí, hijo, y verás nacer en torno a ti cosas maravillosas: una es ésta que hoy estás viendo (…) N. es el tipo de todos los Sacerdotes de mi Movimiento. ¡Qué amor tiene por Mí y por mi Hijo Jesús! ¡Cómo vive para las almas; a cuántas salva! Aquí hay un pequeño lugar; pequeñas cosas, casi inadvertidas por la mayoría. Sin embargo aquí, y no en otro lugar, hoy está mi presencia. Aun hoy quiero revelarme a mis hijos en lugares semejantes a aquellos en que viví con mi Hijo Jesús: Belén, Nazaret. ¡Oh, aun hoy escojo la pobreza, la sencillez, la pequeñez, la normalidad para manifestarme! Sé que esto puede ser una dificultad para muchos; sin embargo es necesario para quien me quiere encontrar. Es necesario ser pequeños, sentirse sólo aquello que todos son delante de Mí: sólo niños. El niño no se mira nunca a sí mismo; ¡pero qué bien sabe mirar a la mamá! Es la mamá la que mira a su pequeñuelo. Es ella la que, al mirarlo, puede decirle: ¡oh, qué lindo éres, cuánto te quiero, qué bueno eres! (…) Hoy por ti, aquí en este lugar, nace verdaderamente algo. Es como una pequeña semilla, pero se difundirá, crecerá y se hará un árbol grande. Hoy por ti hay aquí un encuentro: has encontrado un hermano. ¡Pero desde cuánto tiempo ha sido preparado por Mí! Mira, desde hace mucho tiempo Yo he venido trabajando a este Sacerdote: con el dolor, con la incomprensión, con la soledad; oh, cómo lo he habituado a aquella humildad interior y a aquella infancia espiritual que tanto agradan a mi Corazón Inmaculado. Ahora lo miro con complacencia: no es más que un niño en mis brazos y lo puedo llevar y utilizar como quiero. Y así como él son todos mis Sacerdotes. Llamados por Mí desde hace tiempo, ellos desde hace tiempo han respondido. Alimentados por Mí, formados y guiados por Mí, ahora se dejan conducir dócilmente. Ya es hora de que Yo misma reúna desde todas partes a estos hijos míos. Con ellos debo formarme mi escuadrón invencible. Se reencuentran, se miran, les parece haberse conocido siempre: se sienten verdaderamente hermanos. Los doy como un don el uno al otro. Amense, hijos predilectos, únanse, búsquense, ayúdense! Oh, cuánto goza la Madre cuando los ve a todos unidos como buenos hermanos en su casa…”