Mensaje del 30 de octubre de 1973
Siempre con el Papa.
«Esta tarde, hijo mío, quiero comunicarte cuánta ternura siente mi Corazón de Madre por el Vicario de mi Hijo: el Papa. En estos momentos tan dolorosos para la Iglesia, el Papa se encuentra solo, viviendo como mi Hijo Jesús en el huerto de Getsemaní, sus horas de agonía y de abandono. Son éstos para Él, momentos de angustia profunda: su corazón está como oprimido por una tristeza mortal, y una cruz de indecibles sufrimientos marca las horas de su jomada. Yo estoy a su lado como Madre para consolarle y sostenerle. Todo el sufrimiento y toda la rebelión del mundo dejan en el corazón del Papa una herida profunda, como todos los pecados del mundo se acumularon sobre el Corazón de mi Hijo durante las horas de su atroz agonía. Hace sufrir al corazón del Papa este mundo tan alejado de Dios, la negación de Dios por parte de muchos, esta ola de rebelión y de fango que aumenta sin cesar y todo lo inunda. Hace sufrir al corazón del Papa la soledad y el abandono en que se le deja. El dolor más íntimo y mayor de mi Hijo en las horas de su agonía fue la traición de Judas y el abandono de sus amigos más queridos, cuando de ellos tenía más humana necesidad. Ahora el Papa sufre por la traición y el abandono de muchos: hasta algunos de sus más cercanos colaboradores a menudo le desobedecen y crean dificultades. Muchos Sacerdotes por Él tan amados lo hostilizan; muchos hijos míos, victimas de Satanás, se burlan de Él y Lo condenan. Cuántos, aun diciéndose cristianos y católicos, lo critican cada día, lo contestan, lo juzgan. Verdaderamente para mi Iglesia ésta es la hora del poder de las tinieblas. Tú, hijo mío, a Mí consagrado, que quieres ser la alegría y el consuelo de mi Corazón Dolorido, hazte intérprete valeroso de esta inquietud mía profunda, de mi lamento de Madre. Consuela el corazón del Papa con tu afecto filial, con tu oración; comparte su sufrimiento, ayúdale a llevar la cruz hoy demasiado pesada. Así quiero en la Iglesia a los Sacerdotes de mi Movimiento: deben ser los amigos, los consoladores, los defensores del Papa. — Los amigos, porque llenarán su soledad con mucho amor y con mucha oración. Estarán siempre con Él incluso en los momentos del gran abandono; llevarán también con Él su cruz cuando, al igual que mi Hijo, deberán subir por el camino del Calvario. Junto al Papa, sobre la cruz, y Conmigo, la Madre, quiero que estén sus amigos más queridos: los Sacerdotes de mi Movimiento. — Los consoladores, porque aliviarán su abandono y su sufrimiento y no temerán hacerse partícipes como Él de su misma suerte, que hoy espera a los que Yo he preparado para la extrema inmolación por la salvación del mundo. — Los defensores, porque serán siempre fieles a Él y combatirán contra todos los que lo contestan y lo calumnian. En Fátima he preanunciado para el Santo Padre estos momentos, pero le he prometido también mi especial asistencia y defensa. Yo lo defenderé y lo asistiré por medio de vosotros, mis Sacerdotes. Vosotros sois mi ejército dispuesto a combatir por la Iglesia y por el Papa. Así seréis fieles al Evangelio y por medio de vosotros obtendré mi gran victoria.»