Mensaje de 24 de agosto de 1973
A grandes metas de santidad.
«Tu vida, hijo, es muy preciosa y no debes malgastarla ni por un instante. Por eso ejercítate en estar siempre en Mí, en mi Corazón, en obrar siempre Conmigo: en pensar con mi mente, en ver las cosas con mi mirada, en tocarlas con mis manos, en amarlas con mi Corazón. Hay momentos en que tú adviertes esto de un modo particular, y es cuando estás Conmigo en la oración: entonces te sientes verdaderamente el hijo sobre el Corazón de la Madre y tu alma gusta así momentos de dulzura de Paraíso, que Yo reservo celosamente a mis hijos predilectos. Salido de la oración, parece que cualquier otra cosa te cansa y te aburre. Esto es otro don que Yo te hago. Incluso cuando no oras, debes estar siempre en actitud de oración, y lo estás cuando vives habitualmente en Mí. Entonces, también cuando hablas, te diviertes, haces giras, estás siempre en Mí, porque todo lo haces Conmigo… Así quiero a todos los Sacerdotes del Movimiento Sacerdotal Mariano. Deben ser: Sacerdotes míos. Te lo repito: míos. Desde que se han consagrado a mi Corazón Inmaculado no pueden ya pertenecerse a sí mismos: su vida, su alma, su inteligencia, su corazón, sus bienes, hasta el mal que hayan hecho y los defectos que tengan: todo es mío, todo me pertenece. Mi Corazón Inmaculado es un homo de fuego purísimo: todo lo quema, todo lo consume, todo lo transforma. Puesto que estos Sacerdotes son míos, deben habituarse a dejarse guiar por Mí: con sencillez, con abandono. Mi alegría es la de conducir —como Madre— a mis hijos Sacerdotes a grandes metas de santidad: los quiero fervorosos, los quiero enamorados de mi Hijo Jesús, los quiero siempre fieles al Evangelio. Deben ser dóciles en mis manos para el gran designio de Misericordia; y por medio de ellos salvaré un número incontable de almas. Serán mi alegría, la corona más bella de mi Corazón Inmaculado y Dolorido, que todavía quiere ser el medio de salvación para la Iglesia y para la humanidad.»