Mensaje de 23 de septiembre de 1973 en San Victorino
Éstos son mis Sacerdotes.
«Estás ya al final de estos días de oración y de unión Conmigo. ¡Cuántas gracias te he concedido y cómo te he hecho entrar en la intimidad de mi Corazón Inmaculado y cuánta dulzura maternal has tenido, hijo! Pero esto no es sólo para ti, es también para tus hermanos de mi Movimiento que mañana llegarán para la primera reunión. A través de ti Yo les hablaré y les diré cuánto los amo. El haberse consagrado a Mí es el medio que les permitirá entrar cada vez más en la intimidad de mi Corazón Inmaculado, y les haré sentir una dulzura que sólo la Madre puede hacer gustar a sus propios hijos. Los que vendrán, desde hace tiempo han sido llamados, educados y cultivados por Mí. Se encontrarán enseguida como en su propia casa y les parecerá haberse conocido y amado desde siempre. Ahora comienza a hacerse visible el plan secreto que desde hace tiempo venía preparando ocultamente para realizar mi gran designio; el Movimiento de mis Sacerdotes: mi ejército dispuesto para la batalla decisiva y destinada a la victoria. ¿Qué deben hacer ahora estos hijos míos, que por primera vez se encuentran reunidos? Deben prepararse, deben estar dispuestos: —A mis órdenes, porque pronto los llamaré y deberán responderme todos, dispuestos a ser utilizados por Mí para la extrema defensa de mi Hijo, Mía, del Evangelio y de la Iglesia. Serán la sal en un mundo todo corrompido y la luz encendida en las tinieblas que lo habrán invadido todo. — A luchar, porque mi Adversario desencadenará contra ellos su ejército. Serán escarnecidos, despreciados, perseguidos y algunos hasta asesinados. Pero Yo estaré siempre con ellos y los protegeré y defenderé y los consolaré enjugando todas sus lágrimas como sólo la Madre sabe hacerlo. — A defender al Papa, que se ve ya tan sólo para llevar la cruz de la Iglesia; pues vendrá el momento en el que, como Jesús en el camino del Calvario, será abandonado casi por todos. Entonces estos hijos míos serán su consuelo y su defensa, y vencerán Conmigo en la más grande batalla de la Iglesia. Por ahora, hijos míos predilectos, orad, amaos, sed como niños: dejaos formar y guiar sólo por Mí (…).»