Mensaje del 16 de octubre de 1973
Los quiero salvar.
«Ahora tienes un momento de reposo y te invito a entrar en lo íntimo de mi Corazón Inmaculado para ver qué abismo de amor y de dolor encierra. El Mío es un corazón de Madre, un corazón verdadero, vivo, de Madre verdadera y viva para todos sus hijos. Los hombres, redimidos por mi Hijo, son todos también hijos míos: lo son en el sentido más verdadero de la palabra. También los alejados, también los pecadores, los ateos, los que rechazan a Dios, los que lo combaten y lo odian: son todos hijos míos. Y soy su Madre. Para muchos de ellos, soy la única Madre que tienen, la única persona que se cuida de ellos, que verdaderamente los ama. Y por eso mi Corazón está continuamente consumido por el dolor y por un gran amor por estos hijos míos. Los quiero ayudar, los quiero salvar, porque soy su Madre. Por esto sufro por ellos, sufro sus pecados, sufro por su lejanía de Dios, sufro porque cometen el mal, sufro por todo el mal que se hacen. Pero, ¿cómo ayudarlos? ¿cómo salvarlos? Tengo necesidad de mucha oración, necesito muchos sufrimientos. Sólo con la oración y el sufrimiento de otros hijos buenos y generosos podré salvar a estos hijos míos. He aquí el Movimiento de mis Sacerdotes: Yo lo quiero para reparar el daño inmenso causado en tantas almas por el ateísmo, para restaurar en tantos corazones degradados, la imagen de Dios, el rostro misericordioso de mi Hijo Jesús. Mis Sacerdotes son mis restauradores: ellos reconstruirán en muchas almas el rostro de Dios y así llevarán a muchos hijos míos de la muerte a la vida. Serán así los verdaderos consoladores de mi Corazón Dolorido. Pero el mío es también un Corazón Inmaculado, o sea, un corazón de Madre que nunca ha sido oscurecido por ninguna sombra, por ningún pecado; límpido como un manantial, claro como la luz. Y ahora el mismo está como anegado en todo el fango en que se hallan sumergidos el corazón y el alma de tantos hijos míos. Verdaderamente el Demonio de la corrupción, el Espíritu de la lujuria ha seducido a todas las naciones de la Tierra. Ya ninguno se salva. Se ha extendido este velo de muerte sobre el mundo y las almas se contaminan, aun antes de abrirse a la conciencia de la vida. Los Sacerdotes de mi Movimiento deben restaurar en las almas la pureza y deben combatir con firmeza al Demonio de la lujuria en todas sus manifestaciones. Deben combatir contra la moda, cada vez más inconveniente y provocativa; deben combatir contra la prensa que propaga el mal y contra los espectáculos que son la ruina de las costumbres. Deben combatir contra la mentalidad corriente que todo lo legitima y justifica, la moral de situación que todo lo permite. Sobre todo, mis Sacerdotes deberán ser puros, ¡muy puros! Yo misma los recubriré con mi manto inmaculado y los haré hombres nuevos, Sacerdotes íntegros e inmaculados. A los que han caído les daré una nueva pureza, los llamaré a una segunda, más bella inocencia de dolor y de amor. Quiero que sea el Movimiento de mis Sacerdotes el que restaure el perfume de la pureza en el mundo: porque sólo sobre la fragancia de este perfume, mi Hijo Jesús volverá a ser el Rey de los corazones y de las almas. He aquí, mis Sacerdotes predilectos, qué quiere decir estar consagrados a Mí: quiere decir vivir para Mí, quiere decir tener mis sentimientos, amar y sufrir Conmigo para los grandes momentos que os esperan.»