NOVENA II
II. Días 1 a 3
DÍA PRIMERO
Milagrosa venida de la Santísima Virgen en carne mortal a Zaragoza
Comenzar con las oración preparatoria para todos los días.
¡Oh Santísima Virgen María! ¡Vos en Zaragoza! Yo os saludo, Soberana Reina, en el día más feliz que vieron las naciones. ¡Grata memoria! Que pasando de generación en generación, mantiene por diecinueve siglos una devoción tierna, una piedad constante, y un agradecimiento. ¡Milagrosa venida! Que así transporta nuestros corazones en un santo júbilo, y excita en nosotros los más tiernos sentimientos de piedad y gratitud eterna. ¡Fineza admirable! ¡Predilección singular! ¡Exceso de amor! Cuando la Madre de Dios vivía aún en la famosa Ciudad de Jerusalén, oficiosamente ocupada en el cuidado de la naciente Iglesia, se dignó venir a Zaragoza a visitarnos en persona. Esta es la tradición más autorizada y respetable. En el año 40 de la Era cristiana, dominando el Imperio Romano, y predicando el Santo Evangelio en esta misma Ciudad, el Protomártir entre los Apóstoles nuestro Patrón Santiago, a tiempo que oraba con sus discípulos en las orillas del Ebro, a la media noche del dos de Enero, se le apareció la Santísima Virgen, Madre de Dios y Reina del Cielo, viviendo aún en carne mortal, llena de majestad, y acompañada de coros de Angeles, que cantaban diversas alabanzas. Los Angeles, según su piadosa tradición, traían su Sagrada Imagen y una Columna de jaspe, que hoy con tanta devoción veneramos. ¡Oh beneficio incomparable! ¿De dónde a nosotros tanto favor ¿Por qué es Zaragoza la predilecta? Cosas grandes se han dicho de ti, Ciudad Augusta; pero ninguna eleva tanto tu grandeza, como la venida de la Santísima Virgen en carne mortal. ¡Oh Ciudad de María! Este favor no dispensado a nación alguna, forma tu verdadera gloria, y cubre tu suelo clásico de honor, de riqueza, de nobleza, y la memoria de este prodigio inmortalizada en los fastos de la Iglesia, hará eterna tu gloria, y la de la nación española.
Oración final. ¡Oh Reina ¡Oh Madre! ¡Oh Señora! ¡Cuánto os debo por este beneficio tan singular! ¡Y cuán poco es lo que yo he hecho hasta aquí en obsequio vuestro! Mi alma se deshace en llantos de ternura, y siente infinitamente no haberos correspondido. Pero sois Madre de bondad, yo me acojo a vuestra protección, suplicándoos humildemente, que sin atender a mis iniquidades, sino sólo a vuestra misericordia, seáis mi intercesora y abogada para con Dios, y así mi alma, horriblemente deforme por la culpa, recobrará su belleza; herida de muerte, sanará; muerta espiritualmente, volverá a la vida; y como dice el Apóstol, se hará como una nueva criatura en Jesucristo. Esta, gracia principalmente os pido, y la particular que deseo en esta novena, si me conviene para el mayor bien de mi alma. Los Angeles os alaben. Amén.
Terminar con los oraciones finales para todos los días.
DÍA SEGUNDO
La Santísima Virgen manda al apóstol Santiago que le erija un templo a su nombre en el mismo lugar que le señala
Comenzar con las oración preparatoria para todos los días.
La Reina de los Cielos y Abogada nuestra, no sólo nos ha distinguido entre todas las naciones con su venida a Zaragoza, sino que para perpetuar la memoria de tan singular beneficio, mandó al Apóstol Santiago edificase un templo a nombre de tan gran Señora. El santo Apóstol, vuelve de su éxtasis y de su rapto por el resplandor de su presencia, oye las dulces palabras con que le habla de este modo: Santiago, este es el lugar que yo he elegido: aquí quiere el Omnipotente que dediques un templo, que llevando mi nombre, sea el suyo engrandecido. Este ha de ser mi templo y casa, mi propia herencia y posesión; en el se manifestará la virtud del Altísimo por mi intercesión y mis ruegos a favor de los que pidieren con verdadera fe y piadosa devoción. Aquí se obrarán prodigios, y portentos admirables, especialmente en aquellos que en sus necesidades invocaren mi favor. Mira también ese Pilar, él quedará aquí, y colocada sobre él mi propia Imagen. En testimonio de esta verdad y promesa, estará en este lugar con la fe, hasta el fin del mundo, y nunca faltará en esta Ciudad, quien venere el nombre de Jesucristo, mi Hijo. ¡Qué generosidad! ¡ Qué amor el que nos muestra la Santísima Virgen! La Reina del Cielo ha colocado su trono en Zaragoza Llegaos, hijos de la Iglesia, a este trono de misericordia, pedid con confianza favores y gracias, que esta tierna Madre está empeñada en vuestro bien. ¿Quién jamás la invocó en sus necesidades que no fuera luego socorrido ?
Oración final. Yo clamo, pues, a Vos, Madre amada; poderosa sois para librarme de la muerte eterna, como habéis librado a innumerables pecadores, alcanzándoles tiempo de penitencia inspirándoles arrepentimiento de sus culpas. Os ruego con toda la efusión de
mi corazón contrito y humillado, que os compadezcáis de este siervo infiel, que restituyáis a la amistad de Dios a este hijo ingrato, que arrepentido clama a Vos. Salvadme, Madre mía, no permitáis que perezca para siempre. Alcanzadme también la gracia particular que pido en esta Novena, si me conviene para el mayor bien de mi alma. Coros celestiales, ensalzad a María, como Reina suprema de los Cielos. Amén.
Terminar con los oraciones finales para todos los días.
DÍA TERCERO
La Santísima Virgen nos dejó como un don precioso su sagrada imagen que es nuestro amparo y consuelo en toda tribulación
Comenzar con las oración preparatoria para todos los días.
Grande y digno de toda nuestra gratitud es el beneficio que nos dispensó la soberana Reina de los Angeles con su venida a Zaragoza, pero también es digno de todo nuestro aprecio, el monumento eterno, la memoria perenne de habernos dejado su sagrada Imagen como un don precioso del Cielo. ¡Oh! ¿Cómo hemos de olvidar beneficios tan singulares, si tenemos siempre a nuestra consideración un recuerdo perpetuo de las finezas de su maternal amor para con nosotros? Acudimos a los pies de tan gran Señora. ¿Pero con qué confianza? Acudimos a derramar toda la efusión de nuestro corazón, en todas nuestras angustias y tribulaciones. Y apenas llegamos a su soberana presencia, ¡oh qué consuelo experimenta luego nuestro afligido espíritu! ¡Oh, cómo se desahoga nuestro corazón en tiernos suspiros! ¡Oh qué ternura, qué dulce consuelo sentimos, cuándo nos postramos en su cámara Angelical! Nuestra alma se enajena de gozo al considerar que en este propiciatorio quedó nuestra benigna Ester, con la vara de oro del celestial Asuero en sus manos, para alcanzarnos favores y gracias. En esta casa de Angeles, a los pies del trono de la Reina celestial, es donde se han enjugado las lágrimas de tantos afligidos, donde se han templado los gemidos de tantos desconsolados, y donde se han acallado los clamores de tantos desesperados. Todo esto publica a cada paso la gratitud de los españoles más piadosos, y de cuantos verdaderos adoradores acuden a admirar de cerca esta gloriosa Jerusalén, quienes ven cumplido en este santo Templo, de María del Pilar, lo que pedía Salomón al Señor en la dedicación de su santo Templo, cuando decía: «si el extraño y el que no es de tu pueblo, viniere de lejos atraído de la fama de tu grande nombre, y te adorare en este lugar, tú le oirás desde tu firmísima habitación, y cumplirás todas las cosas, por las que el peregrino te invocare, para que todos reconozcan y respeten su sagrado nombre, como lo hace tu querido pueblo.»
Oración final. ¡Oh Madre amorosa! Yo, aunque hijo ingrato, pero defensor de vuestras glorias, publicaré a voz en grito, por todo el universo, que cuantos os han invocado en sus necesidades y peligros, han experimentado los auxilios y consuelos que generosamente derramáis sobre los que os imploran con fervor. ¡Pero cuánto mas nosotros que somos vuestros favorecidos, y que tantas pruebas tenemos de vuestra bondad y compasión! Cuantas veces hemos exclamado ¡oh ,Madre de Dios del Pilar, sed nuestro amparo y consuelo en nuestra tribulación!, otras tantas nos habéis consolado. Continuad, Madre compasiva, en favorecernos, y principalmente calmad nuestros temores en la hora de nuestra muerte. ¡Oh cómo nos angustia la memoria de aquel momento terrible! Consoladora de los afligidos, asistidnos en aquella hora de turbación, y disipad todos nuestros temores. Proteged a vuestros hijos y devotos. Recibidnos en vuestros brazos, y muramos en ellos, para resucitar felizmente a la vida eterna. Concededme también la gracia particular que os pido en esta Novena, si me conviene para el mayor bien de mi alma. Criaturas todas de la tierra, saludad a María como gran Señora del universo. Amén.
Terminar con los oraciones finales para todos los días.