Capítulo 3
1 Esta es la copia de la carta: «El Gran Rey Artajerjes, a los gobernadores de las ciento veintisiete provincias, desde la India hasta Etiopía, y a los jefes de distrito bajo sus órdenes, les escribe lo siguiente:
2 Aunque estoy al frente de numerosas naciones y soy el soberano de todo el mundo habitado, sin dejarme llevar por la arrogancia que da el poder, sino gobernando siempre con benevolencia y moderación he tratado de asegurar continuamente a mis súbditos una vida sin inquietudes, de convertir el reino en un lugar civilizado y transitable hasta sus últimos confines, y de hacer que reflorezca la paz tan ansiada por todos los hombres.
3 Ahora bien, al consultar a mis servidores sobre la manera de llevar a cabo este proyecto, Amán, ese hombre que se destaca entre nosotros por su prudencia, que ha dado pruebas constantes de sus buenos oficios y de su fidelidad inquebrantable, y que ha sido elevado a la segunda dignidad en el reino,
4 nos ha advertido que entre todas las tribus expandidas por la tierra se ha mezclado un pueblo hostil, opuesto por sus leyes a toda otra nación, que desdeña constantemente las órdenes reales, hasta el punto de ser un obstáculo para la cohesión de reino que nosotros dirigimos de manera irreprochable.
5 Por eso, considerando que esta nación tan singular se encuentra en conflicto constante con todos los hombres; que lleva una vida aparte, en conformidad con sus leyes extrañas; y que su hostilidad contra nuestros intereses le hace cometer los peores crímenes, comprometiendo así la estabilidad del reino:
6 por todos estos motivos, ordenamos que todas las personas indicadas en las cartas de Amán, el cual está al frente de nuestros asuntos de Estado y es para nosotros un segundo «padre», sean exterminadas de raíz por al espada de sus enemigos, incluyendo a mujeres y niños, sin piedad ni miramientos. Esto se hará el día catorce del duodécimo mes, que es el mes de Adar, del presente año,
7 a fin de que estos opositores de ayer y de hoy bajen al Abismo, en un mismo día, de muerte violenta. Así nos permitirán ejercer en el futuro un gobierno definitivamente estable y tranquilo».
[Después de Est. 4.8]