La oración de Jesús por la salvación de Judas Iscariote
Jesús está de nuevo al pie del macizo sobre el que se alza Yiftael. No en la calzada – llamémosla así – o camino de herradura recorrido antes con el carro, sino en una senda, tan empinada, que se diría ser para cabras monteses, toda formada de grandes lascas, toda ella grietas profundas, pegada contra el monte, yo diría que excavada en la pared vertical del monte, como si éste hubiera sido rayado por una enorme uñarada. La limita un tajo que se abre a pico a nuevas profundidades, en cuyo fondo espuma rabioso un torrente. Pisar en falso ahí significa despeñarse sin esperanza, rebotando de una mata a otra, matas de zarzas y de otras plantas agrestes, nacidas no sé cómo entre las fisuras de la roqueda y sin la disposición vertical propia de las plantas, sino oblicua, o incluso horizontal, porque a ello las constriñe su lugar de arraigamiento. Pisar en falso ahí significa la laceración a causa de todos los peines espinosos de estas plantas; quedar deslomado por los golpes contra los troncos rígidos que se asoman hacia el abismo. Pisar en falso ahí significa desgarraduras con las piedras aguzadas que sobresalen de las paredes del tajo. Pisar en falso ahí significa llegar sangrando y quebrantado a las aguas espumosas del rabioso torrente, y ahogarse, y yacer sumergido en un lecho de escollos puntiagudos, a merced de los ramalazos de las violentas aguas. Mas, a pesar de ello, Jesús recorre este sendero, este arañazo en roca, más peligroso aún por la humedad que sube del torrente, evaporándose; que rezuma de la pared superior; que gotea de las plantas nacidas en esta pared superior vertical (yo diría casi levemente cóncava). Va lentamente, estudiando dónde pone el pie sobre las aguzadas piedras, algunas removidas. A veces, el sendero se estrecha tanto que se ve obligado a apretarse contra la pared. Para pasar puntos sobremanera peligrosos, debe agarrarse a las ramas colgantes de la pared. Rodea así el lado oeste y llega al lado sur, que es el lado en que el monte, después de un descenso a plomada desde la cima, se hace más cóncavo, y da más respiro en anchura al sendero, aunque se lo quita en altura: tanto que, en ciertos puntos, Jesús tiene que caminar agachado para no golpear la cabeza contra las rocas. Quizás tiene intención de detenerse al llegar a un lugar en que el sendero termina bruscamente como por rocas desprendidas. Pero observa, y ve que hay debajo una caverna – más que una caverna una grieta del monte -, y desciende a ella por entre las rocas caídas. Entra. Una grieta al principio; dentro, una amplia gruta (como si el monte hubiera sido excavado mucho tiempo atrás a golpe de pico, no sé con qué finalidad). Se ve claramente dónde se han asociado a las curvas naturales de la roca las producidas por los hombres, 1os cuales, en el lado opuesto a la hendidura de entrada, abrieron con una estrecha galería, en cuyo fondo hay una franja de luz y una lejana vista de bosques que indican que la galería penetra de sur a este cortando el espolón del monte. Jesús se mete por esa galería semioscura y estrecha, y la recorre hasta llegar a la abertura, situada por encima del camino que sigue con los apóstoles y el carro para subir a Yiftael. Los montes que rodean el lago de Galilea están frente a Él, allende el valle; en dirección nordeste resplandece el gran Hermón vestido de nieve. Hay, excavada en la ladera del monte – aquí no tan vertical, ni hacia arriba ni hacia abajo -, una escalerita primitiva que conduce al camino de herradura del valle y también a la cima donde está Yiftael. Jesús se muestra satisfecho de su exploración. Vuelve para atrás al interior de la vasta caverna, y busca un sitio resguardado. Allí amontona hojarasca que el viento ha empujado hacia dentro del antro: una bien mísera yacija, un velo de hojas secas entre su cuerpo y el suelo desnudo y gélido… Se deja caer encima, y se queda así, inmóvil, extendido, con las manos debajo de la cabeza, los ojos fijos en la bóveda rocosa, absorto, yo diría aturdido, como quien hubiera soportado un esfuerzo o un dolor superior a sus fuerzas. Luego, lágrimas lentas, sin sollozos, empiezan a descender de sus ojos, y caen a ambos lados de la cara para perderse entre sus cabellos, hacia las orejas, y terminar ciertamente entre la hojarasca… Llora así, largamente, y sin decir nada ni hacer ningún movimiento… Luego se sienta y con la cabeza entre las rodillas, alzadas y ceñidas con sus manos entrelazadas, llama, con toda su alma, a su lejana Madre: -¡Madre! ¡Madre! ¡Madre mía! ¡Mi eterna dulzura! ¡Oh, Mamá, cuánto quisiera tenerte a mi lado! ¿Por qué no te tengo siempre, único consuelo de Dios? Solamente la gruta hueca responde a sus palabras, a sus sollozos, con un susurro de imperfecto eco; y parece que ella misma llore y solloce también, con sus salientes, sus rocas, y las pocas y todavía pequeñas estalactitas que en un ángulo penden (quizás el más sujeto a labor de aguas internas). E1 llanto de Jesús continúa, aunque ahora más tranquilo – como si el simple hecho de haber invocado a su Madre lo hubiera consolado, y, lentamente, se transforma en un monólogo. -Han partido… ¿Y por qué? ¿Y por quién? ¿Por qué he tenido que dar este dolor, y a mí mismo también, si ya el mundo me llena de dolor mis jornadas?… ¡Judas!… ¿Quién sabrá a dónde vuela ahora el pensamiento de Jesús, que levanta la cabeza de las rodillas y mira hacia adelante con ojos dilatados y el rostro tenso propio de quien está absorto en espectáculos espirituales futuros o en gran meditación! Ya no llora, pero sufre visiblemente. Luego parece responder a un interlocutor invisible. Para hacerlo se yergue en pie. -Soy hombre, Padre. Soy el Hombre. La virtud de la amistad, herida y arrancada de mí, se lamenta y se retuerce dolorosamente… Sé que debo sufrir todo. Lo sé. Como Dios, lo sé, y, como Dios, lo quiero por el bien del mundo. También como hombre lo sé, porque mi espíritu divino lo comunica a mi humanidad. Y también como hombre lo quiero, por el bien del mundo. ¡Pero, qué dolor, oh Padre mío! Esta hora es mucho más penosa que la que viví con mi espíritu y el tuyo en el desierto… Y es mucho más fuerte la tentación presente de no amar y no soportar a mi lado a ese ser legamoso y tortuoso que tiene por nombre Judas, causa del mucho dolor que hasta la saciedad como y bebo y que tortura las almas a las que Yo había dado paz. (“Y es mucho más fuerte la tentación presente…” María Valtorta comenta esta expresión con la siguiente nota autógrafa en una copia mecanografiada: Lucha entre las dos naturalezas unidas en Cristo. Como Dios, no podía sino amar. Como Hombre, no podía no sentir rechazo por el falso discípulo. Aviándose hacia la meta de su misión redentora, ad-vertía la preparación a ese abandono paterno que sería total en las horas de la Pasión. El gran Solitario y gran Desconocido, como era el Verbo encarnada, venido a vivir en medio de los hombres, se sintió siempre «solo y desconocido». Sólo su Madre lo conoció verdaderamente y fue su perfecta compañera. En los demás, a medida que iba acercándose la hora redentora, iba aumentando la incomprensión, el odio o el abandono. La pasión incruenta, pero pasión al cabo. Y, respecto a la oración que sigue, aproximadamente una página después, María Valtorta hace esta observación: Que no sorprenda a los supercríticos esta oración al Padre. Es evangelio que Cristo fue tentado «como Hombre» en el desierto y que sufrió hasta sudar sangre en su lucha de Hombre, puro hombre, ya no sostenido por la Divinidad, en el Getsemaní, en la noche del Jueves Santo. Ésta es otra de sus horas de «auténtico» Hombre, de totalmente hombre, sujeto al amor y al dolor humanos, en Él perfectos porque era perfecto entre todos los hombres) -Padre, siento que te vas haciendo riguroso con tu Hijo a medida que me voy acercando al final de esta expiación mía por el género humano. Se va alejando de mí cada vez más tu suavidad, y aparece severo tu rostro a mi espíritu, que cada vez se ve más apartado hacia las profundidades, donde la humanidad, padeciendo tu castigo, gime desde milenios. Me era suave el sufrimiento; suave el camino al principio de la existencia; suave, también, cuando, de hijo del carpintero, pasé a ser Maestro del mundo, arrancándome de una Madre para darte a ti, Padre, al hombre caído. Me fue suave también, respecto a este momento, la lucha con el Enemigo en la Tentación del desierto. La afronté con el ardimiento del héroe que cuenta con todas sus fuerzas… ¡Oh, Padre mío!… que ahora mis fuerzas están debilitadas por la falta de amor de demasiados y el conocimiento de demasiadas cosas… Yo sabía que Satanás, una vez terminada la tentación, se marcharía; y así fue. Y los ángeles vinieron a consolar de ser hombre al Hijo tuyo, de ser objeto de la tentación del Demonio. Pero ahora no cesará, una vez pasada la hora en que e1 Amigo sufre por los amigos enviados a un país lejano, y por el amigo perjuro que lo perjudica de cerca y de lejos. No cesará. No vendrán tus ángeles a consolarme en este momento, ni pasado este momento. Antes al contrario, vendrá el mundo con todo su odio, su burla, su incomprensión; vendrá y estará cada vez más cerca y será cada vez más tortuoso y legamoso el perjuro, el traidor, el vendido a Satanás. ¡Padre!… Es verdaderamente un grito de congoja, de espanto, de invocación; y Jesús se estremece y me trae a la mente la hora del Getsemaní. ¡Padre! Lo sé. Lo veo… Mientras Yo aquí sufro y seguiré sufriendo, y te ofrezco mi sufrimiento por su conversión y por los que me han sido arrebatados de mis brazos y están marchando a su destino con el corazón traspasado, él se está vendiendo para ser mayor que Yo. ¡El Hijo del hombre! ¿Soy Yo, no es verdad, el Hijo del hombre? Sí. Pero no soy el único que lo es. La Humanidad, la Eva fecunda ha generado a sus hijos, si Yo soy Abel, el Inocente, no falta Caín entre la prole de la Humanidad. Y, si soy el Primogénito, porque soy como habrían debido ser los hijos del hombre, sin mancha ante tus ojos, él, el engendrado en pecado, es el primero de lo que vinieron a ser después de que mordieron el fruto envenenado. Ahora, no contento con tener dentro de los fómites repugnantes y blasfemos de la mentira, la anticaridad, la sed de sangre, la avidez de dinero, la soberbia y la lujuria, se hace como el demonio para ser – hombre que podía hacerse ángel – el hombre que se convierte en demonio… «Y Lucifer quiso ser como Dios; por ello, fue expulsado del Paraíso, y, transformado en demonio, habitó el Infierno.” ¡Pero, Padre! ¡Oh, Padre mío! Yo lo amo… lo amo todavía. Es un hombre… Es uno de aquellos por quienes te dejé… Por mi humillación, sálvalo… ¡concédeme redimirlo, Señor Altísimo! ¡Sé que es incongruente lo que pido, Yo, que conozco todo cuanto existe!… Pero, Padre mío, no veas en mí por un instante a tu Verbo. Contempla sólo mi humanidad de Justo… y deja que Yo, por un instante, pueda ser sólo «el Hombre» en gracia tuya, el Hombre que no conoce el futuro, que puede forjarse ilusiones… el Hombre que, no conociendo el ineluctable sino, puede orar, con esperanza absoluta, para arrancar el milagro. ¡Un milagro! ¡Un milagro a Jesús de Nazaret, a Jesús de María de Nazaret, nuestra eterna Amada! ¡Un milagro que viole lo signado y lo anule! ¡La salvación de Judas! Ha vivido a mi lado, ha bebido mis palabras, ha compartido conmigo el alimento, ha dormido sobre mi pecho… ¡No sea él, no, no sea él mi demonio!… No te pido no ser traicionado… Debe suceder, y sucederá… para que, por mi dolor de ser traicionado, sean anuladas todas las mentiras; por mi dolor de ser vendido, quede expiada toda avaricia; por mi congoja de ser blasfemado, reparadas todas las blasfemias; y, por la congoja de no ser creído, reciban la fe aquellos que no la tienen ahora o en el futuro; para que, por mi tortura, queden purificados todos los pecados de la carne… ¡Pero, te lo ruego: no él, no él, Judas, mi amigo, mi apóstol! Yo querría que ninguno traicionara… Ninguno… Ni siquiera el más lejano habitante de los hielos hiperbóreos o de los fuegos de la zona tórrida… Yo quisiera que sólo Tú fueras el Sacrificador… como otras veces lo fuiste, quemando los holocaustos con tu fuego… Mas, dado que debo morir a manos del hombre – y más que el verdugo real será verdugo el amigo traidor, el corrompido que portará en sí ese hedor de Satanás que ya está aspirando, buscando ser como Yo en cuanto al poder… así piensa en su orgullo y ansia -, dado que debo morir a manos del hombre, Padre, otorga que no sea e1 Traidor aquel a quien he llamado amigo y he amado como tal. Multiplica, Padre mío, mis torturas, pero dame el alma de Judas… Pongo esta oración sobre el altar de mi Persona víctima… ¡Padre, acógela!… ¡El Cielo está cerrado y mudo!… ¿Es éste el horror que tendré conmigo hasta la muerte? ¡El Cielo está mudo y cerrado!… ¿Será éste el silencio y la mazmorra en que exhalaré mi espíritu? ¡El Cielo está cerrado y mudo!… ¿Será ésta la suprema tortura del Mártir?… Padre, hágase tu Voluntad y no la mía… Pero, por mis penas, ¡oh, al menos esto!, por mis penas, da paz e ingenuidad al otro mártir de Judas, a Juan de Endor, Padre mío… Él realmente es mejor que muchos. Ha recorrido un camino como pocos saben ni sabrán. Para él ya se ha cumplido todo de la Redención. Dale, pues, tu paz plena y completa, para que Yo lo tenga en mi Gloria cuando también para mí todo se haya cumplido para honrarte y obedecerte… ¡Padre mío!… Jesús, lentamente, ha ido arrodillándose. Ahora llora rostro en tierra, ora mientras la luz del breve día invernal muere precoz en el antro oscuro, y el grito del torrente parece ganar voz cuanto más aumenta la sombra en el valle…