Desconocimiento y tentaciones en la naturaleza humana de Cristo.
Están ya en las laderas del Monte de los Olivos. Las tres parejas de apóstoles -dejadas en Jericó, Tecua y Betania- de nuevo se han reunido con el Maestro. Pero Judas de Keriot sigue ausente, y en tono bajo los apóstoles lo comentan… Jesús está infinitamente triste. Los apóstoles, que lo observan, dicen entre sí: –Por supuesto que es por Lázaro. Es un hombre ya completamente terminado… Y sus hermanas dan mucha pena… El Maestro, con tanto odio como le persigue, ni siquiera puede detenerse en aquella casa. Habría sido un consuelo para el enfermo y sus hermanas, y también para Él. -¡No soy capaz de entender por qué no lo cura! – exclama Tomás. -Sería una cosa razonable. Un amigo… Tanta ayuda como proporciona… un hombre justo… – susurra Bartolomé. -¡Ah, justo sí, verdaderamente es un justo! En estos días creo que te habrás convencido de ello… – dice el Zelote a Bartolomé. -Sí, es verdad. Y es verdad también lo que implícitamente mencionas. No estaba muy persuadido de su justicia… Con esa naturalidad que tenían con los gentiles, con la educación recibida del padre, que era muy, muy… yo diría condescendiente con nuevas formas de vida no conformes con las nuestras… -La madre era un ángel – dice sin ambages Simón Zelote. -Quizás por eso son justos… No tengamos en cuenta el pasado de María. Ahora ya está redimida… – dice Felipe. -Sí. Pero todo esto me creaba sospechas. Ahora estoy completamente persuadido, y me extraña que el Maestro… -Mi hermano sabe sopesar los valores de las personas. Nosotros también hemos sufrido durante mucho tiempo celos naturales, humanos, al ver que hacía más caso a los extraños que a nosotros de la familia. Pero ahora hemos comprendido que en nuestro pensamiento había error y en el suyo justicia. Juzgábamos su manera de actuar como indiferencia, e incluso como desestimación, incomprensión de nuestra valía. Ahora hemos comprendido. Él prefiere atraer hacia sí a los deformes y a los informes. Él… seduce con sus medios infinitos a las almas más mezquinas, más lejanas, más en peligro. ¿Os acordáis de la parábola de la oveja perdida? La verdad, la clave de su manera de actuar está en esa parábola. Cuando ve a sus ovejas fieles que le siguen o que están donde y como Él quiere, su espíritu descansa. Pero se sirve de su descanso para correr detrás de las extraviadas. Sabe que nosotros lo queremos, que Lázaro y sus hermanas lo quieren, que las discípulas y los pastores lo quieren, y por tanto no pierde su tiempo con nosotros en especiales pruebas de amor. A nosotros nos quiere siempre. Nos lleva siempre en su corazón. Nosotros mismos somos los que entramos en su corazón y no queremos salir. ¡Pero los otros… los pecadores, los extraviados!… Ha de correr tras de ellos, debe atraerlos con el amor y el milagro, con su poder. Y lo hace. Lázaro, María y Marta seguirán amándolo, incluso sin milagro… – dice Santiago de Alfeo. -Eso es verdad. De todas formas… ¿Qué habrá querido decir con su último saludo? Ya lo habéis oído: «El amor del Señor para vosotros se manifestará en proporción a vuestro amor. Y recordad que el amor tiene dos alas para ser perfecto, dos alas que, cuanto más perfecto es, más desmesuradas son: la fe y la esperanza» – dice Andrés. -¡Eso! ¿Qué habrá querido decir? – preguntan varios. Un rato de silencio. Luego Tomás, emitiendo un gran suspiro, concluye un pensamiento interno suyo: -… Pero no siempre su paciencia buena obtiene redenciones. Yo también he sufrido alguna vez por la predilección que muestra hacia Judas de Keriot… -¿Predilección? No me lo parece. Lo corrige como a cualquiera de nosotros… – dice Andrés. -Por justicia, sí. Pero considera cuánto más rigor merecería ese hombre… -Eso es verdad. -Bueno, pues yo he sufrido por eso algunas veces. Pero ahora comprendo que, sin duda, lo hace porque… es el más informe de entre nosotros. -¡El más ruin, debes decir, Tomás! El más ruin. Vosotros creéis que esa tristeza -y señala a Jesús, que va delante, solo, absorto en su aflicción- está producida por la enfermedad de Lázaro y por las lágrimas de las hermanas de él. Yo digo que proviene de la ausencia de Judas. Esperaba que Judas lo alcanzara por el camino mientras iba a Betabara. Esperaba, al menos, encontrarlo en Jericó, en Tecua, o en Betania al regreso. Ahora ya no tiene esta esperanza. Tiene la certeza del obrar no recto de Judas. Yo lo he observado siempre…; he visto que su cara ha tomado ese aspecto de absoluto desamparo cuando tú, Bartolmái, has dicho: “Judas no ha venido» – dice Judas Tadeo. -¡Pero si Él sabe las cosas antes de que sucedan, estoy seguro! – exclama Juan. -Muchas. No todas. Yo creo que el Padre suyo, por piedad, le mantiene ocultas algunas – dice el Zelote.Los once se dividen en dos partidos: quién acepta una versión, quién otra; y cada uno aporta sus razones para sostener la propia. Juan exclama: -¡Oh, no quiero escuchar ni a uno ni a otro, ni siquiera a mí mismo! Somos todos unos pobres hombres, y no podemos ver con exactitud. Voy donde Jesús y se lo pregunto. -No. Podría pensar en otras cosas y con esta pregunta recordar a Judas y sufrir más – dice Andrés. -¡No, hombre! Por supuesto que no le voy a decir que hablábamos de Judas. Hablaré… así, sin referencias concretas. -¡Ve, ve! Le servirá para distraerse. ¿No veis lo afligido que está? – dice Pedro impeliendo a Juan. -Voy.¿Quién viene conmigo? -Ve, ve tú solo. Contigo habla sin reserva. Luego nos lo dices. Juan se marcha. -¡Maestro! -¡Juan! ¿Qué quieres? – y Jesús, con una luz de sonrisa en su rostro, abraza con un brazo a su predilecto y lo tiene cerca de sí mientras camina. -Hablábamos entre nosotros y dudábamos sobre una cuestión. Esta: si Tú conoces todo el futuro o si en parte te está celado. Unos decían una cosa, otros otra. -¿Y tú qué decías? -Decía que lo mejor de todo era preguntártelo a ti. -Y entonces has venido. Has hecho bien. A1 menos esto nos sirve a mí y a ti para gozar de un momento de amor… ¡Es tan raro ya el poder tener un poco de paz!… -¡Es verdad! ¡Qué bonitos eran los primeros tiempos!… -Sí. Para el hombre que somos, eran más bonitos. Pero para el espíritu que hay en nosotros son mejores éstos. Porque ahora es más conocida la Palabra de Dios y porque sufrimos más. Cuanto más se sufre más se redime, Juan… Por este motivo, aunque recordemos los tiempos serenos, debemos amar más estos que nos producen dolor, y que con el dolor nos dan almas. Pero voy a responder a tu pregunta. Escucha. Yo no ignoro, como Dios. Y no ignoro, como Hombre. Conozco el futuro de los acontecimientos, porque estoy con el Padre desde antes del tiempo y veo más allá del tiempo. Como Hombre que está exento de imperfecciones y limitaciones unidas a la Culpa y a las culpas, tengo el don de la introspección de los corazones. Este don no está limitado al Cristo, sino que lo poseen en distinta medida todos aquellos que, habiendo alcanzado la santidad, están tan unidos a Dios que puede decirse que no operan por sí mismos sino que operan con la Perfección que reside en ellos. Por tanto, puedo responderte que no ignoro como Dios el futuro de los siglos y que no ignoro como Hombre justo el estado de los corazones. Juan calla y reflexiona. Jesús lo deja así unos momentos. Luego dice: -Por ejemplo, ahora Yo veo en ti este pensamiento: «¡Pero entonces mi Maestro conoce exactamente el estado de Judas de Keriot!» -¡Oh, Maestro! -Sí. Lo conozco. Lo conozco y sigo siendo su Maestro, y quisiera que vosotros siguierais siendo sus hermanos. -¡Maestro santo!… ¿Pero siempre siempre conoces todo? Mira, algunas veces nosotros nos decimos que no es así, porque vas a lugares donde encuentras enemigos. ¿Antes de ir a esos lugares ya sabes que los vas a encontrar, y vas para combatirlos con tu amor, para someterlos al amor, o… por el contrario no lo sabes y ves a los enemigos sólo cuando los tienes enfrente de ti y lees sus corazones? Una vez me dijiste -estabas muy triste también entonces, y por la misma causa- que te sentías como uno que no ve… -He experimentado también este martirio del hombre: el tener que seguir adelante sin ver, poniéndome totalmente en manos de la Providencia. Tengo que conocer todo del hombre. Menos la culpa consumada. Y esto no por una barrera que haya puesto el Padre mío a la carne, al mundo y al demonio, sino por mi voluntad de hombre. Yo soy como vosotros. Pero sé querer más que vosotros. Por eso, sufro las tentaciones pero no cedo a ellas. Y en esto está, como para vosotros, mi mérito. -¡Tentaciones Tú!… Me parece casi imposible… -Porque tú sufres pocas. Eres puro y piensas que, siéndolo Yo más que tú, no deberé conocer la tentación. Efectivamente, la carnal es tan débil respecto a mi castidad, que el yo jamás la siente. Es como si un pétalo golpeara un trozo de granito sin fisuras. Pasa… Hasta el diablo se ha cansado de lanzar contra mí este dardo. Pero, Juan, ¿no piensas cuantas otras tentaciones hay alrededor de mí? -¿De ti? No tienes avidez de riquezas ni de honores… ¿Y cuáles son?… -¿No piensas que tengo una vida, unos afectos, también unos deberes, hacia mi Madre, y que estas cosas me tientan a evitar el peligro? Ella, la Serpiente, lo llama «peligro». Pero su verdadero nombre es «Sacrificio». ¿Y no piensas que tengo sentimientos Yo también? El yo moral no está ausente de mí, y sufre por las ofensas, por los escarnios, por las dobleces. ¡Oh, Juan mío! ¿No te preguntas qué asco producirá en mí la mentira y el mentiroso? ¿Sabes cuántas veces el demonio me tienta a reaccionar contra estas cosas, que me causan dolor, a reaccionar dejando la mansedumbre y poniéndome duro, intransigente? Y, en fin, ¿no piensas cuántas veces lanza su abrasador hálito de soberbia, y dice: «Gloríate de esto o de aquello. Eres grande. El mundo te admira. ¡Los elementos te sirven!»? ¡La tentación de complacerse en ser santo! ¡La más sutil! ¡Cuántos, por esta soberbia, pierden la santidad que habían conquistado! ¡Con qué corrompió Satanás a Adán? Con la tentación del sentido, del pensamiento y del espíritu. ¿Y no soy Yo el Hombre que debe crear otra vez al hombre? De mí, la nueva Humanidad. Entonces, Satanás busca los mismos caminos para destruir, y para siempre, a la raza de los hijos de Dios. Ahora ve donde tus compañeros y repite mis palabras. Y no pienses si sé o si no sé lo que hace Judas. Piensa que te amo: ¿No es suficiente este pensamiento para ocupar a un corazón?Lo besa y lo deja marchar. Y, otra vez solo, alza los ojos al cielo que se ve entre las frondas de los olivos y gime: -¡Padre mío! Haz que al menos, hasta la última hora, pueda tener oculto el Delito. Para impedir que estos amados míos se manchen de sangre. ¡Piedad de ellos, Padre mío! ¡Son demasiado débiles como para no reaccionar ante la ofensa! ¡Que ellos no tengan odio en su corazón en la hora de la Caridad perfecta! – y se enjuga unas lágrimas que sólo Dios ve…