El amor de los apóstoles, de la contemplación a la acción.
Desde un grupo montañoso, que parece ocupado y concentrado en elevarse cada vez más – y, voy a decirlo así, cada fase de su esfuerzo está marcada por una abrupta cadena de colinas rocosas, de laderas escarpadas, a pico, cortadas por valles estrechos como gigantescos tajos, coronadas por agrestes crestas -, se puede vislumbrar fortuitamente retazos de Mar Muerto, que está situado al sureste del lugar en que se hallan los apóstoles con el Maestro. No se ven ni el Jordán ni su amplio valle, fértil y sereno; ni se ve Jericó ni tampoco otras ciudades. Sólo montes y más montes, que se alzan en dirección a Samaria; y el oscuro Mar Muerto entre dos secciones puntiagudas de monte. Abajo, un torrente en dirección oeste-este, que va sin duda al Jordán. Intenso chillar de halcones y graznar de cuervos en el cielo azul vivo; intenso trinar de pájaros bajo las frondas de las agrestes laderas. Y las flautas de los vientos por los desfiladeros, traen olores y sonidos lejanos, que sobrepujan incluso a los cercanos, según que sean aquéllos ligeros o intensos. Algún sonido de cascabeles que sube desde el camino (situado, más abajo). Algún balido de oveja que pasta en las llanuras altas. Algún rumor de aguas goteando de las rocas o resonando en los torrentes. Pero la época del año es buena, seca, templada; las laderas son todo un esmaltado de flores sobre la esmeralda de la hierba, y más flores, en racimos y festones, penden de los troncos y de las frondas. Alegre es el aspecto del lugar. Muy alegres, sobrenaturalmente alegres, se ven las caras de los trece que están allí reunidos. El mundo ha sido olvidado. Está lejos… Los espíritus han recuperado el equilibrio removido por tantos envites, han podido entrar de nuevo en el halo de Dios, o sea, en la paz. Y la paz se lee en las caras. Pero la parada ha terminado, y Jesús lo dice. Pedro, entonces, repite su súplica del Tabor: -¿Por qué no nos quedamos aquí? ¡Es hermoso estar aquí contigo! -Porque nos espera el trabajo, Simón de Jonás. No podemos ser sólo personas contemplativas. El mundo nos espera para ser adoctrinado. Los obreros del Señor no pueden estar parados mientras haya campos que sembrar. -Pero entonces… yo, que sólo cuando me aíslo así es cuando me hago un poco bueno, no voy a poder nunca… ¡El mundo es muy grande! ¿Cómo vamos a arreglárnoslas para trabajarlo todo y, antes de morir, alcanzar el recogimiento en Ti? -No, no lo trabajaréis todo. Se requerirán muchos siglos. Y, cuando ya una parte esté trabajada, Satanás entrará en ella para estropear lo realizado. Por eso, será un trabajo continuo hasta el final de los siglos. -¿Y entonces cómo me las voy a arreglar para prepararme a morir! Pedro está verdaderamente desconsolado. Jesús lo tranquiliza abrazándolo y diciendo: -Tendrás tiempo. No hace falta mucho. Basta un instante de recogimiento perfecto para prepararse a comparecer ante Dios. Pero tú tendrás tiempo de sobra. Además, has de saber que llevar a cabo la, voluntad de Dios es siempre preparación para la muerte en santidad. Si Dios quiere que seas activo y tú obedeces, te preparas mejor en la acción obediente, que si te encerraras entre las más solitarias rocas a orar y contemplar. ¿Estás convencido de esto? -¡Sí, claro! ¡Lo dices Tú! ¿Entonces qué tenemos que hacer? -Diseminaros por los caminos de los valles. Reunir a los que están esperándome, predicar al Señor y la Fe hasta que Yo vaya». -¿Te quedas solo? -¡Pues claro! No temáis. Como podéis observar, el mal sirve al bien alguna vez. Aquí los cuervos dieron de comer a Elías. Nosotros podemos decir que los feroces buitres nos dieron de comer. -¿Crees que ha habido un movimiento de conversión?-No. Pero la caridad, aun siendo movida por la idea de que usando generosidad nos habrían puesto en condiciones de no traicionarlos. -¡Pero nosotros no los habríamos traicionado! – exclama Andrés. -No. Pero ellos, los desdichados bandidos, no lo saben. Nada espiritual obra en ellos, estando – como están – cargados de delitos. -Señor, decías que la caridad… ¿Qué querías decir? – pregunta Juan. -Quería decir: la caridad que han practicado hacia nosotros no quedará sin recompensa, al menos en los mejores. La conversión, que no se ha dado ahora, puede producirse lentamente; lentamente pero puede llegar. Por eso os dije: «No rechacéis lo que den». Y lo he aceptado aunque para mí tuviera hedor de pecado. -Pero Tú ni siquiera lo has probado… -Pero no he humillado a los pecadores rechazándolos. Tenían un movimiento inicial de bondad. ¿Por qué destruirlo? ¿Aquel torrente del fondo no nace del manantial que gotea de aquella escarpa? Recordadlo siempre. Es una lección para vuestra vida futura. Para cuando Yo no esté ya con vosotros. Si encontráis maleantes por los caminos de vuestros viajes apostólicos, no seáis como los fariseos, que desprecian a todos y no se preocupan de – estando pervertidos como están – despreciarse antes a sí mismos. Tratad con ellos con amor grande. Quisiera poder decir con «infinito amor». Es más, lo digo. Y ello es posible, a pesar de que el hombre sea «finito y limitado» en sus hechos y acciones. ¿Sabéis cómo puede poseer el hombre infinito amor? Estando unido a Dios de tal forma que sea una sola cosa con Dios. Entonces verdaderamente, desapareciendo la criatura en el Creador, obra el Creador, que es infinito. Y así deben ser mis apóstoles: una cosa con su Dios, por una potencia de amor abrazada al Origen hasta el punto de fundirse con él. Convertiréis a los corazones, no por cómo habléis, sino por cómo améis. ¿Vais a encontrar pecadores? Amadlos. ¿Vais a sufrir por discípulos que se descarríen? Tratad de salvarlos con el amor. Recordad la parábola de la oveja perdida. Esta parábola, durante muchos siglos, será la dulcísima llamada lanzada a los pecadores; mas será también la orden segura dada a mis sacerdotes. Con suma habilidad, con sumo sacrificio, incluso a costa de perder la vida por tratar de salvar un alma, con suma paciencia, habéis de ir buscando a los descarriados para devolverlos al Redil. El amor os producirá gozo. Os dirá: «No temas». Os dará un poder de expansión en el mundo como ni Yo mismo tuve. El amor de los futuros justos ya no debe ponerse, cual signo exterior, sobre el corazón y en el brazo, como dice el Cantar de los Cantares; sino que debe ser puesto en el corazón. Debe ser la palanca que impulse al alma a todas las acciones. Y todas las acciones deben ser sobreabundancia de la caridad, que no se siente ya satisfecha de amar a Dios o al prójimo sólo mentalmente, sino que salta a la palestra, a luchar contra los enemigos de Dios, para amar a Dios y al prójimo incluso en lo contingente, en acciones incluso materiales, que son vías para acciones más grandes y perfectas que concluyen en la redención y santificación de los hermanos. Por la contemplación se ama a Dios, pero por la acción se ama al prójimo. Estos dos amores no están separados, porque uno solo es el amor, y amando al prójimo amamos a Dios, que nos ordena este amor y que nos ha dado al prójimo por hermano. No podréis, ni vosotros ni los sacerdotes futuros, decir que sois mis amigos si vuestra caridad, y la de ellos, no se vuelve toda a la salvación de las almas por las cuales Yo me he encarnado y por las cuales sufriré. Os doy ejemplo de cómo se ama. Y lo que hago Yo debéis hacerlo vosotros y deberán hacerlo los que vendrán después de vosotros. Llega el tiempo nuevo. El del amor. Yo he venido a derramar este fuego en los corazones, y crecerá aún más después de mi Pasión y Ascensión, y os inflamará cuando el Amor del Padre y del Hijo descienda a consagraros al ministerio. ¡Divinísimo Amor! ¿A qué esta tardanza tuya en consumir la Víctima y en abrir los ojos y oídos, en soltar las lenguas y los miembros a este rebaño mío, para que se meta en medio de los lobos y enseñe que Dios es Caridad y que quien no tiene caridad dentro de sí no es sino una bestia y un demonio? ¡Ven, Espíritu dulcísimo y fortísimo, e inflama la Tierra, no para destruirla sino para purificarla! ¡Inflama los corazones! Haz de ellos otros como Yo, otros Cristos, o sea, ungidos por el amor, obradores por amor, santos y santificadores por amor. ¡Bienaventurados los que aman, porque serán amados; no cesará ni un momento su alma de cantar a Dios, junto con los ángeles, hasta que canten la eterna gloria en la luz de los Cielos. Cúmplase esto en vosotros, amigos míos. Ahora podéis marcharos, y haced con amor lo que os he dicho.