El jueves prepascual. Por la noche en el palacio de Lázaro.
¡Ciertamente no brillan por su heroísmo los que siguen a Jesús! La noticia que ha traído Judas es semejante a la aparición de un gavilán en una era llena de pollitos; o de un lobo en el ribazo, cercano a m rebaño. Terror, o por lo menos agitación, se ven en, al menos, nueve décimos de los rostros presentes, y especialmente de los rostros masculinos. Yo creo que muchos tienen ya la impresión del filo de la espada o del azote contra la epidermis, y a decir poco piensan que tendrán que experimentar las mazmorras de las cárceles en espera de juicio. Las mujeres están menos agitadas. Más que agitadas, están preocupadas por los hijos o los maridos y aconsejan a unos o a otros que desaparezcan en pequeños grupos diseminándose por los campos. María de Magdala arremete contra esta ola de miedo exagerado: -¡Cuántas gacelas hay en Israel! ¿No os da vergüenza temblar de ese modo? Os he dicho que en mi residencia estaréis más seguros que en una fortaleza. Así que venid. Os aseguro, y empeño mi palabra, que no os sucederá nada de nada. Si, además de los que ya ha designado Jesús, hay otros que piensan que estarán seguros en mi casa, que vengan. Hay camas o divanes para una centuria. ¡Vamos, decidid, en vez de acoquinaros! Lo único que ruego a Juana es que ordene a sus criados seguirnos con provisiones. Porque en nuestra casa no hay comida para tantos, y ya es de noche. Una buena comida es la mejor medicina para dar nuevas fuerzas a los pusilánimes. Y no sólo está majestuosa con su túnica blanca, sino que tiene también una buena dosis de ironía en sus espléndidos ojos mientras mira, desde su alta estatura, a este rebaño aterrorizado que se apiña en el vestíbulo de Juana. -Me encargo enseguida. Podéis marcharos, que Jonatán os seguirá con los criados; y yo iré con él, os lo aseguro, tan sin miedo que voy a llevar conmigo a los niños – dice Juana. Se retira a dar las indicaciones oportunas, mientras los de vanguardia del aterrado ejército asoman cautos la cabeza por el portal, y, viendo que no hay nada temible, se aventuran a salir a la calle y a encaminarse seguidos por los otros. El grupo virginal va en el centro, inmediatamente después de Jesús, que está en las primeras filas. Detrás… ¡oh, detrás de las vírgenes las mujeres, y luego los más… vacilantes en el coraje, cubiertas sus espaldas por María de Lázaro, que se ha unido a las romanas, decididas a no separarse de Jesús tan pronto! Pero luego María de Lázaro, rauda, va adelante a decir algo a su hermana, y las siete romanas se quedan con Sara y Marcela, que se mantienen también en la retaguardia por orden de María, quien intenta que pasen aún más desapercibidas las siete romanas. En esto, llega, a paso rápido, Juana, trayendo de la mano a los niños; detrás de ella, Jonatán con los criados cargados de bolsas y cestas. Estos se ponen en la cola de la pequeña multitud que, a decir verdad, pasa desapercibida de todos, porque en las calles pululan grupos dirigidos a las casas o a los campamentos, y la penumbra ha-ce menos reconocibles las caras. Ahora María de Magdala, junto con Juana, Anastática y Elisa, va en primera fila, guiando hacia su residencia, por callejuelas secundarias, a sus huéspedes. Jonatán camina casi a la altura de las romanas, y les dirige la palabra como si fueran siervas de las discípulas más ricas. Aprovecha Claudia para decirle: -Hombre, te ruego que vayas a llamar al discípulo que ha traído la noticia. Dile que venga aquí. Pero dilo sin llamar la atención. ¡Ve!El vestido es humilde, pero el modo es, involuntariamente, potente, como de persona habituada a mandar. Jonatán abre mucho sus ojos tratando de ver, a través del velo bajado, quién le habla así. Pero no logra ver sino el centelleo de dos ojos imperiosos. Debe intuir que no es una sierva la mujer que le habla, y antes de obedecer hace una reverencia. Llega adonde Judas de Keriot, que va hablando animadamente con Esteban y Timoneo, y le tira de la túnica. -¿Qué quieres? -Tengo que decirte una cosa. -Dila. -No. Ven atrás conmigo. Te requieren, creo que para una limosna… La disculpa es buena y es aceptada con tranquilidad por los compañeros de Judas y con entusiasmo por él, de forma que, ligero, se retrasa junto con Jonatán. Ya está en la última fila. -Mujer, aquí tienes al hombre que querías – dice Jonatán a Claudia. -Te quedo agradecida por este servicio – responde ella, que permanece velada. Y luego, dirigiéndose a Judas: «Ten a bien quedarte n momento a escucharme». Judas, que oye un modo de hablar muy refinado y ve dos ojos espléndidos a través del velo sutil, y sintiéndose quizás próximo a una gran aventura, acepta sin poner dificultad. El grupo de las romanas se separa. Se quedan, con Claudia, Plautina y Valeria; las otras siguen adelante. Claudia mira alrededor, ve que la callecita en que se han detenido está solitaria, y, con su bellísima mano, aparta el velo y descubre la cara. Judas la reconoce y, pasado un momento de estupor, se inclina para saludar con una mezcla de gestos judíos y palabra romana: -¡Dómina! -Sí. Yo. Yérguete y escucha. Tú amas al Nazareno. Te preocupas por su bien. Eso es correcto. Es una persona virtuosa y se le debe defender. Nosotros lo veneramos como grande y justo. Los judíos no lo veneran. Lo odian. Lo sé. Escucha y comprende bien, recuerda bien y aplica bien. Quiero protegerlo. No como la lujuriosa de poco antes, sino con honestidad y virtud. Cuando tu amor y sagacidad te hagan comprender que se trama contra Él, ven o envía a alguien. Claudia tiene todo el poder sobre Poncio. Claudia obtendrá protección para el Justo. ¿Entiendes? -Perfectamente, dómina. Que nuestro Dios te proteja. Iré, si puedo, yo personalmente. Pero ¿cómo puedo pasar a ti? -Pregunta siempre por Albula Domitila. Es una segunda yo misma, y ninguno se sorprende si habla con los judíos, siendo ella la que se ocupa de mi prodigalidad. Te creerán un cliente. Quizás te humilla… -No, dómina. Servir al Maestro y obtener tu protección es un honor. -Sí. Os protegeré. Soy mujer. Pero soy de los Claudios. Tengo más poder que todos los grandes de Israel, porque detrás de mí está Roma. Entretanto, ten. Para los pobres del Cristo. Es nuestro óbolo. Pero… quisiera permanecer entre los discípulos esta noche. Procúrame este honor y Claudia te protegerá. En una persona como el Iscariote, las palabras de la patricia obran prodigiosamente. ¡Sube al séptimo cielo!… Osa incluso preguntar: -¿Pero verdaderamente le vas a ayudar? -Sí. Su Reino merece ser fundado, porque es reino de virtud. Bienvenido sea en oposición a las ruines corrientes que cubren los reinos actuales y me dan asco. Roma es grande, pero el Rabí es mucho más grande que Roma. Nosotros tenemos las águilas en nuestras enseñas y la soberbia sigla. Pero en las suyas estarán los Genios y su santo Nombre. Grandes serán, verdaderamente grandes, Roma y la Tierra, cuando pongan ese Nombre en sus enseñas y esté su signo en los lábaros y en los templos, en los arcos y columnas. Judas está maravillado, soñante, extático. Sopesa en forma mecánica la pesada bolsa que le han dado, y dice con la cabeza «sí», «sí», «sí», a todo… -Bien, ahora vamos a alcanzarlos. ¿Somos aliados, no es verdad? Aliados para proteger a tu Maestro y al Rey de los corazones honestos. Se echa el velo y ágil, va presurosa, casi corriendo a alcanzar al grupo que la ha adelantado, seguida por las otras y por Judas, que jadea, no tanto por el ritmo veloz, cuanto por lo que ha oído. La residencia de Lázaro está engullendo las últimas parejas de discípulos cuando llegan a ella. Entran rápidamente y el portón se cierra con fragor de cerrojos que el guardián echa. Una solitaria lámpara, que lleva la mujer del guardián, a duras penas da claridad al cuadrado vestíbulo, todo blanco, de la residencia de Lázaro. Se comprende que la casa no está habitada, a pesar de que esté bien guardada y mantenida en orden. María y Marta guían a los huéspedes a un vasto salón – reservado para banquetes, ciertamente – de fastuosas paredes cubiertas de preciosos tejidos que dejan ver sus arabescos a medida que van siendo encendidas las lámparas y puestas las luces encima de los aparadores, o de los baúles preciosos colocados junto a las paredes alrededor de la sala, o en las mesas arrimadas a un lado, listas para ser usadas, pero desde hace tiempo ineficientes. María ordena, en efecto, que las lleven al centro de la sala y las preparen con las cosas para la cena con los alimentos que los criados de Juana están ya extrayendo de las bolsas y cestas y poniendo encima de los aparadores. Judas toma aparte a Pedro y le dice algo al oído. Veo a Pedro que pone los ojos como platos y sacude una mano como si se hubiera quemado los dedos, mientras exclama: -¡Rayos y ciclones! ¿Pero qué dices? -Sí. Mira. ¡Y fíjate! ¡No tener ya miedo, no estar ya tan angustiados! -¡Es maravilloso! ¡Maravilloso! ¿Pero qué ha dicho? ¿Que nos protege? ¿Ha dicho eso? ¡Que Dios la bendiga! ¿Pero cuál es?-Aquella vestida de color tórtola silvestre, alta, esbelta. Nos está mirando… Pedro mira a la alta mujer de cara armónica y seria, de ojos dulces pero imperiosos. -¿Y… cómo has conseguido hablar con ella? No has tenido… -No, no, en absoluto. -¡Pues tú aborrecías todo contacto con ellos! Como yo, como todos… -Sí, pero lo he superado por amor al Maestro. Como también he superado el deseo de truncar las relaciones con mis antiguos compañeros del Templo… ¡Todo por el Maestro! Todos vosotros, y mi madre también, creéis que soy ambiguo. Tú., recientemente, me has echado en cara las amistades que tengo. Pero si no las mantuviera, no sin fuerte dolor, no sabría muchas cosas. No debemos ponernos vendas en los ojos y cera en los oídos por miedo a que el mundo entre en nosotros por los ojos y los oídos. Cuando uno está en una empresa como la nuestra, es necesario vigilar con ojos y oídos más que libres. Vigilar por Él, por su bien, por su misión, por la fundación de este reino bendito… Muchos de los apóstoles y algún discípulo se han acercado y están escuchando, asintiendo con la cabeza; porque, efectivamente, no se puede decir que Judas hable mal. Pedro, honesto y humilde, lo reconoce y dice: -¡Tienes toda la razón! Perdona mis recriminaciones. Tú vales más que yo, eres hábil. Vamos a decírselo al Maestro, a su Madre, a la tuya. Estaba muy angustiada. -Porque malas lenguas han murmurado… Pero por ahora calla. Después, más tarde. ¿Ves? Se están sentando a la mesa y el Maestro nos hace señales de que vayamos… …La cena es rápida. Las romanas, sentadas en la mesa de las mujeres, entremezcladas con ellas, de forma que precisamente Claudia está entre Porfiria y Dorca, también comen en silencio lo que les ponen, y entre ellas y Juana y María de Magdala se intercambian misteriosas palabras hechas de sonrisas y guiños. Parecen escolaras en vacaciones. Jesús, después de la cena, ordena que se forme un cuadrado de sillas y que tomen asiento para escucharlo. Él se pone en el centro y empieza a hablar en medio de un cuadrado de rostros atentos, de los que sólo los inocentes ojos del hijito de Dorca, que duerme en el regazo de su madre, están cerrados, y están velándose de sueño los de María, que está sentada en las rodillas de Juana, y los de Matías, que se ha acurrucado encima de las rodillas de Jonatán. -Discípulos y discípulas aquí reunidos en nombre del Señor, o atraídos por un deseo de Verdad, deseo que también viene de Dios, que quiere luz y verdad en todos los corazones, escuchad. Esta noche se nos concede estar todos juntos, y nos lo procura precisamente la maldad que nos quiere ver separados. Vosotros, de sentidos limitados, no sabéis cuán profunda y vasta es esta unión, verdadera aurora de las que habrán de venir, cuando el Maestro ya no esté entre vosotros físicamente sino con su espíritu. Entonces sabréis amar. Entonces sabréis practicar. Por ahora sois como niños todavía de pecho; entonces seréis como adultos que podréis comer todo tipo de alimentos sin que ello os perjudique; entonces sabréis, como Yo digo, decir: «Venid a mí todos vosotros, porque todos somos hermanos, y El se ha inmolado por todos». ¡Demasiados prejuicios en Israel!: cada uno un dardo que lesiona la caridad. Os hablo a vosotros, fieles, porque entre vosotros no hay traidores, ni personas llenas de prejuicios que separan, que se transforman en incomprensión, en obcecación, en odio hacia mí que os señalo los caminos del futuro. Yo no puedo hablar de otra forma. Y de ahora en adelante hablaré menos, porque veo que las palabras son inútiles o casi. Habéis oído palabras capaces de santificaros e instruiros de forma perfecta. Pero poco habéis avanzado, especialmente vosotros, hombres hermanos, porque os gusta la palabra pero no la ponéis por obra. De ahora en adelante, y con una medida cada vez más restringente, os haré realizar lo que tendréis que hacer una vez que el Maestro haya vuelto al Cielo del que viniera. Haré que presenciéis lo que es el Sacerdote futuro. Más que las palabras, observad mis hechos; repetidlos, aprendedlos, unidlos a la enseñanza. Entonces seréis discípulos perfectos. ¿Qué ha hecho hoy el Maestro? ¿Qué os ha hecho hacer y practicar hoy el Maestro? La caridad en sus múltiples formas. Caridad hacia Dios. No la caridad de oración, vocal, de rito solamente; sino la caridad activa que renueva en el Señor, que despoja del espíritu del mundo, de las herejías del paganismo, el cual no está sólo en los paganos, sino también en Israel con las mil costumbres que han desplazado a la verdadera Religión, santa, abierta, simple como todo lo que de Dios viene. No acciones buenas, o aparentemente buenas, para ser alabados por los hombres, sino acciones santas para merecer la alabanza de Dios. Todo el que ha nacido muere. Ya lo sabéis. Pero la vida no termina con la muerte. Prosigue de otra forma y eternamente con un premio para quien fue justo, con un castigo para quien fue malvado. Este pensamiento de un juicio cierto no signifique parálisis durante la vida ni a la hora de la muerte; antes bien, acicate y freno: acicate que estimula al bien; freno que contiene de malas pasiones. Sed, por tanto, verdaderamente amantes del Dios verdadero y actuad en la vida siempre con la finalidad de merecerlo en la vida futura. Vosotros que amáis las grandezas, ¿cuál grandeza mayor que haceros hijos de Dios y, por tanto, dioses? Vosotros que teméis el dolor, ¿cuál seguridad de no sufrir mayor que la que os espera en el Cielo? Sed santos. ¿Queréis fundar también un reino en la Tierra? ¿Os sentís hostigados y teméis no lograrlo? Si obráis como santos, lo lograréis. Porque ni la misma autoridad que nos domina podrá impedirlo, a pesar de sus cohortes, porque convenceréis a las cohortes de que sigan la doctrina santa, de la misma forma que Yo, sin coacción, he persuadido a las mujeres de Roma que aquí hay Verdad… -¡Señor!… – exclaman las romanas, viéndose descubiertas. -Sí, mujeres. Escuchad y recordad. Yo manifiesto a mis seguidores de Israel y a vosotras – que no sois de Israel pero tenéis corazón justo – el estatuto de mi Reino. No motines. No hacen falta. Santificar a la autoridad impregnándola de nuestra santidad. Será un largo trabajo, pero victorioso. Con mansedumbre y paciencia, sin estúpidas prisas, sin desviaciones humanas, sin inútiles sublevaciones, obedeciendo donde obedecer no perjudique a la propia alma, llegaréis a hacer de la autoridad que ahora os domina paganamente una autoridad protectora y cristiana. Cumplid vuestro deber de súbditos para con la autoridad, como cumplís el de fieles para con Dios. Ved en cualesquiera autoridades no a un opresor sino a alguien que eleva, porque os proporciona la manera de santificarlo y de santificaros con el ejemplo y el heroísmo. De la misma forma que sois buenos fieles y ciudadanos, sed buenos maridos, buenas esposas, santos, castos, obedientes, amorosos recíprocamente, unidos para educar a los hijos en el Señor, para ser paternos y maternos incluso con los que estén a vuestro servicio y con los esclavos, porque también ellos tienen alma y carne, sentimientos y afectos como vosotros los tenéis. Si la muerte os arrebata al compañero o la compañera, no queráis, si podéis, desear nuevo matrimonio; amad a los huérfanos también por la parte del compañero desaparecido. Y vosotros, criados, estad sometidos a vuestros señores, y, si son imperfectos, santificadlos con vuestro ejemplo. Tendréis gran mérito a los ojos del Señor. En el futuro, en mi Nombre, no habrá ya amos y siervos, sino hermanos; no habrá ya razas, sino hermanos; no habrá ya oprimidos y opresores que se odien, porque los oprimidos llamarán hermanos a sus opresores. Amaos vosotros de la misma fe, ayudándoos recíprocamente, como hoy os he puesto a hacer. Pero no os limitéis a la ayuda a los pobres, peregrinos o enfermos, de vuestra raza; abrid los brazos a todos, de la misma forma que la Misericordia os abre los brazos a vosotros. El que tenga más que dé a quien no tiene o tiene poco. El que sepa más que enseñe al que no sabe o sabe poco, y que enseñe con paciencia y humildad, recordando que, en verdad, antes de que Yo os instruyera nada sabíais. Buscad la Sabiduría no para prestigio vuestro, sino como ayuda en el camino por las vías del Señor. Las mujeres casadas que amen a las vírgenes, y éstas a las casadas, y que ambas den afecto a las viudas; todas sois útiles en el Reino del Señor. Los pobres no envidien, los ricos no susciten odios creando sus riquezas y siendo duros de corazón. Preocupaos de los huérfanos, de los enfermos, de los que no poseen una casa. Abrid el corazón antes incluso que la bolsa y la casa, porque si dais, pero con mal garbo, no honráis a Dios, que está presente en todos los desdichados; antes al contrario, lo ofendéis. En verdad, en verdad os digo que no es difícil servir al Señor. Es suficiente con amar. Amar al Dios verdadero, amar al prójimo, quienquiera que sea. En todas las heridas o fiebres que sanéis, Yo estaré. En todas las desventuras que socorráis, Yo estaré. Y todo lo que me hagáis a mí en el prójimo, si está bien, habrá sido hecho a mí; y, si mal, también habrá sido hecho a mí. ¿Queréis hacerme sufrir? ¿Queréis perder el Reino de paz? ¿Queréis no haceros dioses? ¿Sólo por no ser buenos con vuestro prójimo? Nunca volveremos a estar todos unidos de esta forma. Vendrán otras Pascuas… y no podremos estar juntos por muchas causas. Respecto a las primeras: una prudencia santa en parte y en parte excesiva – y todo exceso es culpa – que nos hará estar divididos. Respecto a las otras Pascuas, porque ya no estaré entre vosotros… Pero acordaos de este día. Haced en el futuro, y no sólo en Pascua sino siempre, lo que os he hecho hacer. Nunca he sido lisonjero diciéndoos que era fácil pertenecerme. Pertenecerme quiere decir vivir en la Luz y la Verdad, pero comer también el pan de la lucha y de las persecuciones. Ahora bien, cuanto más fuertes seáis en el amor, más fuertes seréis en la lucha y en la persecución. Creed en mí. En lo que soy realmente: Jesucristo, el Salvador, cuyo Reino no es de este mundo, cuya venida señala la paz a los buenos, cuya posesión quiere decir conocer y poseer a Dios; porque verdaderamente quien me tiene a mí en sí y se tiene a sí en mí está en Dios, y posee a Dios en su espíritu para poseerlo después en el Reino celeste para siempre. La noche ha descendido. Mañana es Parasceve. Id. Purificaos, meditad, cumplid una Pascua santa. Mujeres de raza distinta, pero de recto espíritu, podéis iros; la buena voluntad que os anima sea para vosotras camino para alcanzar la Luz. En nombre de los pobres, de los que Yo mismo soy uno, os bendigo por la limosna generosa y os bendigo por vuestras buenas intenciones hacia el Hombre que ha venido a traer amor y paz a la tierra. ¡Id! Y tú, Juana, y los demás que ya no temen asechanzas, podéis marcharos también. Un rumor de asombro recorre a la asamblea mientras las romanas, reducidas a seis porque Egla se queda con María de Magdala, guardadas en una bolsa las tablillas enceradas que Flavia ha escrito mientras Jesús hablaba, salen después de un saludo colectivo. Tanto es el estupor, que ninguno de los presentes se mueve, excepto Juana, Jonatán y los siervos de Juana, que llevan en brazos a los pequeños durmientes. Pero, cuando el ruido sordo del portón al cerrarse dice que las romanas se han marchado, un clamor sucede al rumor. -¿Pero quiénes son? ¿Cómo entre nosotros? ¿Qué han hecho? Y más que nadie, grita Judas: -¿Cómo tienes noticia, Señor, de la limosna que me han dado? Jesús apacigua el tumulto con un gesto y dice: -Son Claudia y sus damas. Y, mientras que las altas damas de Israel, temiendo la ira de sus consortes, o con el mismo pensamiento y corazón de sus consortes, no se atreven a ser seguidoras mías, las despreciadas paganas, con santa astucia, saben venir a recibir la Doctrina que, aunque por ahora la acepten sólo humanamente, siempre eleva… Y esta niña, que fue esclava, pero de raza judía, es la flor que Claudia ofrece a las filas de Cristo, devolviéndola a la libertad y dándola a la fe de Cristo. Respecto a lo de tener noticia de la limosna… ¡Judas! ¡Todos menos tú podrían hacerme esta pregunta! Tú sabes que veo dentro de los corazones. -¡Entonces verás que dije la verdad hablando de que había una asechanza y que yo la he disuelto yendo a hablar con… seres culpables! -Es verdad. -Dilo entonces bien fuerte. Que mi madre lo oiga… Madre, soy un muchacho, sí, pero no un truhán… Madre, vamos a hacer las paces. Vamos a comprendernos, a amarnos, unidos sirviendo a nuestro Jesús. Y Judas va, humilde y amoroso, a abrazar a su madre, que dice: -¡Sí, hijito! ¡Sí, Judas mío! ¡Sé bueno! ¡Sé bueno! ¡Sé siempre bueno, hijo mío! ¡Por ti, por el Señor, por tu pobre mamá!Entretanto, la sala se ha llenado de agitación y comentarios, y muchos definen imprudente el haber acogido a las romanas y censuran a Jesús. Judas lo oye. Deja a su madre y acude en defensa del Maestro. Cuenta su coloquio con Claudia y termina: -No es una ayuda despreciable. Antes de recibirla entre nosotros tampoco nos hemos librado de la persecución. Dejémosla actuar. Y tened bien presente que es mejor callar con todo el mundo. Pensad que, si es peligroso para el Maestro, no lo es menos para nosotros el ser amigos de paganos. El Sanedrín, que en el fondo se contiene por miedo hacia Jesús por un temor que les queda a alzar la mano contra el Ungido de Dios, no tendría muchos escrúpulos en matarnos como a perros, a nosotros, que somos unos pobres hombres cualesquiera. En vez de poner esas caras escandalizadas, acordaos de que hace poco erais como gorrionas aterrorizadas; y bendecid al Señor porque nos ayuda, con medios impensados, ilegales si queréis, pero muy fuertes, a fundar el Reino del Mesías. ¡Todo lo podremos si Roma nos defiende! ¡Yo ya no temo! ¡Gran día hoy! Más que por todas las otras cosas, por ésta… ¡Ah, cuando Tú seas la Cabeza! ¡Qué poder tan dulce, fuerte y bendito! ¡Qué paz! ¡Qué justicia! ¡El Reino fuerte y benévolo del Justo! ¡Y el mundo que se acerca a él lentamente!… ¡Las profecías cumpliéndose! ¡Turbas, naciones… el mundo a tus pies! ¡Oh, Maestro! ¡Maestro mío! Tú, Rey; nosotros, tus ministros… En la Tierra paz, en el Cielo gloria… Jesucristo de Nazaret, Rey de la estirpe de David, Mesías Salvador, te saludo y te adoro. Y Judas, que parece en un rapto de éxtasis, se postra y termina: -En la Tierra, en el Cielo y hasta en los Infiernos tu Nombre es conocido, infinito tu poder. ¿Qué fuerza puede resistirte, Cordero y León, Sacerdote y Rey, Santo, Santo, Santo? – y se queda en actitud de gran reverencia, en esta sala muda de estupor.