Hacia Gadara. Las herejías de Judas Iscariote y las renuncias de Juan, que quiere sólo amar.
Jesús está ya en Transjordania. Y, por lo que entiendo, la ciudad que se ve en lo alto de una colina toda verde es Gadara; es también la primera ciudad que tocan después de haber bajado de las barcas en la orilla suroriental del lago de Galilea, porque allí han puesto pie en tierra, sin bajar a Ippo, adonde habían llegado ya las barcas que llevaban a los contrarios de Jesús. Creo que han desembarcado, por tanto, justo enfrente de Tariquea, en la salida del Jordán del lago. -¿Sabes el camino más corto para ir a Gadara, ¿no? ¿Te acuerdas de por dónde es? – pregunta Jesús. -¡Hombre, claro! Cuando lleguemos a las caldas del Yarmok, sólo tendremos que seguir el camino – responde Pedro. -¿Y dónde vas a encontrar los manantiales? – pregunta Tomás. -¡Basta tener buen olfato para encontrarlos! ¡Huelen desde algunas millas antes de llegar! – exclama Pedro arrugando con disgusto la nariz. -No sabía que sufrieras de dolores… – observa Judas Iscariote. -¿Dolores yo? ¿Y cuándo! -¡Es que conoces tan bien las caldas del Yarmok que debes haber estado allí! -¡Nunca he tenido necesidad de baños para estar bien! Me han salido los venenos de los huesos con las sudaderas del trabajo honrado… y, además, habiendo trabajado más que gozado, han entrado pocos venenos, siempre pocos, en mí… -Lo dices por mí, ¿no es verdad? ¡Ya! ¡Yo tengo la culpa de todo!… – dice inquieto Judas. -¿Pero quién te ha picado? Tú preguntas, yo respondo; a ti como habría respondido al Maestro o a un compañero. Y creo que ninguno de ellos, ni siquiera Mateo, que… ha sido una persona de mundo, se lo habría tomado a mal. -¡Pues yo me lo tomo a mal! -No te creía tan delicado. Pero te pido perdón de esa supuesta insinuación. Por amor al Maestro, ¿sabes? A1 Maestro, que tanta aflicción recibe de los extraños y no tiene necesidad de recibir más de nosotros. Míralo, en vez de correr tras tus sensibilidades, y verás que necesita paz y amor. Jesús no habla. Se limita a mirar a Pedro y a sonreírle agradecido. Judas no responde al respecto de la justa observación de Pedro. Está cerrado e inquieto. Quiere aparecer amable, pero la rabia, el malhumor, la desilusión que tiene en su corazón, se manifiestan a través de la mirada, la voz, la expresión, y hasta a través de su paso arrogante, que choca fuertemente las suelas, como para desahogarse, golpeando con ira el suelo para desfogarse de todo lo que le hierve dentro. Pero se esfuerza en parecer sereno y en ser amable; no lo consigue, pero lo intenta… Pregunta a Pedro: -¿Y entonces cómo conoces estos lugares? Quizás es que has estado aquí con tu mujer… -No. He pasado por aquí en Etanim, cuando vinimos a Aurán con el Maestro. Acompañé a su Madre y las discípulas hasta las tierras de Cusa; por eso, viniendo de Bosra, pasé por aquí – responde sincera y prudentemente Pedro. -¿Estabas tú solo? – pregunta con ironía Judas. -¿Por qué? ¿No crees que valgo solo por muchos, cuando hay que valer y hay que hacer un encargo de confianza y, además, se hace por amor? -¡Cuánta soberbia! ¡Querría haberte visto!-Habrías visto a un hombre serio acompañando a mujeres santas. -¿Pero estabas realmente solo? – pregunta Judas con acto verdaderamente de inquisidor. -Estaba con los hermanos del Señor. -¡Ah! ¡Ya empiezan las admisiones! -¡Y empiezan a ponérseme de punta los nervios! ¿Se puede saber qué te pasa? -Es verdad. Es una vergüenza – dice Judas Tadeo. -Y ya es hora de acabar con esto – añade Santiago de Zebedeo. -No te es lícito injuriar a Simón – dice Bartolomé en tono de reproche. -Porque deberías recordar que es el jefe de todos nosotros – termina el Zelote. Jesús no habla. -No injurio a nadie, y no me pasa nada en absoluto; lo único es que me gusta pincharle un poco… -¡No es verdad! ¡Mientes! Haces preguntas astutas porque quieres llegar a precisar algo. El artero considera a todos arteros. Aquí no hay secretos. Estábamos todos. Todos hicimos lo mismo: lo que había ordenado el Maestro. Y no hay nada más. ¿Comprendes? – grita, verdaderamente airado, el otro Judas. -Silencio. Parecéis mujeres riñendo. Todos estáis en error. Y me avergüenzo de vosotros – dice severo Jesús. Se abate un profundo silencio, mientras van hacia la ciudad situada sobre la colina. Rompe el silencio Tomás diciendo: -¡Qué mal olor! -Son las caldas. Aquél es el Yarmok y aquellas construcciones son las termas de los romanos. Detrás de las termas hay una calle bonita toda adoquinada que va a Gadara. Los romanos quieren viajar bien. ¡Gadara es muy bonita! – dice Pedro. -Será todavía más bonita porque no nos encontraremos en ella a ciertos.., seres… A1 menos no abundantes – murmura Mateo entre dientes. Cruzan el puente del río entre acres olores de aguas sulfurosas. Pasan muy cerca de las termas, entre los vehículos romanos; toman una bonita calle pavimentada con losas grandes, que conduce a la ciudad edificada en lo alto de la colina, hermosa dentro de sus murallas. Juan se pone al lado del Maestro: -¿Es verdad que donde están aquellas aguas, antiguamente, fue arrojado a las entrañas de la tierra un réprobo? Mi madre, cuando éramos pequeños, nos lo decía, para que comprendiéramos que no se debe pecar; si no, el infierno se abre bajo los pies de aquel a quien Dios maldice, y se lo traga. Y luego, como recuerdo y advertencia, quedan fisuras de las que sale olor, calor y aguas de infierno. Yo tendría miedo a bañarme en esas aguas… -¿De qué, muchacho? No te corromperían. Es más fácil ser corrompidos por los hombres que llevan dentro el infierno y de él emanan hedor y venenos. Pero se corrompen solamente aquellos que, por sí mismos, tienen ya tendencia a corromperse. -¿Me podrían corromper a mí? -No. Aunque estuvieras en medio de una turba de demonios, no. -¿Por qué? ¿Qué tiene de distinto de los demás? – pregunta inmediatamente Judas de Keriot. -Tiene que es puro bajo todos los aspectos. Por tanto, ve a Dios – responde Jesús. Y Judas ríe maliciosamente. Juan pregunta otra vez: -¿Entonces no son bocas del infierno esos manantiales? -No. Son, al contrario, cosas buenas puestas por el Creador para sus hijos. El infierno no está bajo la tierra. Está sobre la tierra, Juan; en el corazón de los hombres. Más allá, se completa. (Aquí Jesús no niega que el Infierno esté en el centro de la Tierra, sino que, lo que quiere decir es que el Infierno, fundamentalmente, está, en primer lugar, en el alma del condenado, lo lleva cada réprobo en su propia alma, lo que no quiere decir que no exista el Infierno como lugar físico, real, en el centro de la Tierra, como afirman San Francisco Javier, la Beata Ana Catalina Emmerick, etc.) -¿Pero existe verdaderamente el Infierno? – pregunta Judas Iscariote. -¿Pero qué dices?- le preguntan, escandalizados, los compañeros. -Digo: ¿existe verdaderamente? Yo – y hay otros, no soy sólo yo – no lo creo. -¡Pagano! – gritan con horror. -No. Israelita. Somos muchos en Israel los que no creemos en ciertas patrañas. -¿Pero, entonces, cómo puedes creer en el Paraíso?, ¿y en la justicia de Dios?, ¿dónde metes a los pecadores?, ¿cómo explicas a Satanás? – gritan muchos. -Digo lo que pienso. Se me ha echado en cara hace poco que soy un embustero. Os demuestro que soy sincero, aunque esto os haga escandalizaros de mí y me haga odioso ante vuestros ojos. Además, no soy el único en Israel que cree esto, desde que Israel ha progresado en el saber, en contacto con helenistas y romanos. Y el Maestro, el único cuyo juicio respeto, y que protege a los griegos y es visiblemente amigo de los romanos, no puede censurarnos ni a mí ni a Israel… Yo parto de este concepto filosófico: si Dios controla todo, todo lo que hacemos es por su voluntad; por tanto, nos debe premiar a todos de una única forma, porque no somos sino autómatas movidos por Él. Somos seres desprovistos de voluntad. Lo dice también el Maestro. Dice: «La voluntad del Altísimo. La voluntad del Padre». Ésa es la única Voluntad. Y es tan infinita, que aplasta y anula la voluntad limitada de las criaturas. Por tanto, Dios hace tanto el bien como el mal, porque nos los impone, aunque parezcan hechos por nosotros. Y, por tanto, no nos castigará por el mal y así quedará ejercida su justicia, porque nuestras culpas no son voluntarias, sino impuestas por quien quiere que las hagamos para que en la tierra haya bien y mal. E1 malo es el medio de expiación de los menos malos. Y él sufre el no poder ser considerado bueno, expiando así su parte de culpa. Jesús ha dicho que el infierno está sobre la tierra y en el corazón de los hombres. Yo no siento a Satanás. No existe. Tiempo ha lo creía. Pero ya desde hace algo de tiempo estoy seguro de que todo es una patraña. Y creer de esta forma es llegar a la paz.Judas exhibe estas… teorías con un engreimiento tan formidable, que los otros se quedan sin respiración… Jesús guarda silencio. Y Judas le incita: -¿No tengo razón, Maestro? -No. El «no» es tan seco, que parece un estallido. -Pues a pesar de todo yo… no siento a Satanás y no admito el libre albedrío, el Mal. Y todos los saduceos están conmigo, y muchos otros, de Israel o de fuera de Israel. No. Satanás no existe. Jesús lo mira. Una mirada tan compleja, que no se puede analizar: de juez, de médico, de persona afligida, asombrada… hay todo en esa mirada… Judas, ya lanzado, termina: -Será que he superado el terror de los hombres hacia Satanás porque soy mejor que los demás, más perfecto. Y Jesús guarda silencio. Y él pincha: -¡Pero habla! ¿Por qué no siento terror de él? Jesús calla. -¿No respondes, Maestro? ¿Por qué? ¿Tienes miedo? -No. Soy la Caridad. Y la Caridad retiene su juicio hasta que no se ve obligada a emitirlo… Déjame, y retírate – dice, terminando, porque Judas intenta abrazarlo; y termina, susurrando, estrechado a la fuerza entre los brazos del blasfemo: « ¡Me horrorizas! ¡No ves ni sientes a Satanás porque forma unidad contigo! ¡Márchate, diablo! Judas, con verdadero descaro, lo besa y ríe, como si el Maestro le hubiera hecho en secreto algún elogio. Vuelve donde los otros, que se han detenido horrorizados, y dice: -¿Os dais cuenta? Yo sé abrir el corazón al Maestro. Y lo hago feliz porque me abro a Él y de Él recibo la lección correspondiente. ¡Vosotros, por el contrario!… Jamás os atrevéis a hablar. Porque sois soberbios. ¡Oh, yo seré el que más sepa de Él! Y podré hablar… Llegan a las puertas de la ciudad. Entran todos juntos, porque Jesús los ha esperado. Pero, mientras cruzan el pasaje, Jesús ordena: -Que mis hermanos y Simón se adelanten para reunir a la gente. -¿Por qué no yo, Maestro? ¿Ya no me encargas misiones? ¿No son ahora ya necesarias? Me diste dos seguidas, y de varios meses… -Y te quejaste diciendo que quería tenerte lejos. ¿Ahora te quejas porque te tengo cerca? Judas no sabe qué responder y calla. Se pone delante con Tomás, el Zelote, Santiago de Zebedeo y Andrés. Jesús se detiene para dejar pasar a Felipe, a Bartolomé, a Mateo y a Juan, como si quisiera estar solo. No se oponen. Pero Juan, cuyos ojos durante las disputas y blasfemias de Judas más de una vez han brillado de lágrimas, movido por su amoroso corazón, se vuelve poco después: a tiempo para ver que Jesús, creyendo pasar desapercibido en la callecita solitaria y sombría (por las ininterrumpidas arcadas que la cubren), se lleva las manos a la frente con un gesto de dolor, y se curva como quien sufre mucho. Deja plantados a sus compañeros el rubio Juan y vuelve donde su Maestro: -¿Qué te pasa, Señor mío? ¿Sufres otra vez tanto como cuando nos reunimos contigo en Akcib? ¡Oh, mi Señor! -¡Nada, Juan, nada! Ayúdame tú, con tu amor. Y calla ante los demás. Ora por Judas. -Sí, Maestro. ¿Es muy infeliz, no es verdad? Está en las tinieblas y no lo sabe. Cree haber alcanzado la paz… ¿Es paz ésa? -Es muy infeliz – dice Jesús abatido. -No te abatas de esta forma, Maestro. Piensa en cuántos pecadores, endurecidos en el pecado, han vuelto a ser buenos. Lo mismo hará Judas. ¡Oh, Tú ciertamente lo salvarás! Pasaré esta noche en oración por esto. Le voy a decir al Padre que haga de mí uno que sólo sepa amar; no deseo ninguna otra cosa. Soñaba con dar la vida por ti y hacer brillar tu potencia a través de mis obras. Ahora sólo esto. Renuncio a todo, elijo la vida más humilde y común y pido al Padre que dé todo lo mío a Judas… para hacerlo feliz… y para que así se vuelva hacia la santidad… Señor… tendría que decirte algunas cosas… Creo saber por qué Judas es así. -Ven esta noche. Oraremos juntos y hablaremos. -¿Y el Padre me escuchará? ¿Aceptará mi sacrificio? -E1 Padre te bendecirá. Pero sufrirás por ello… -No, no; me basta con verte a ti contento… y con que Judas… y con que Judas… -Sí, Juan. Mira, nos están llamando. Corramos. La callecita se transforma en una bonita calle, y luego en una arteria adornada con pórticos y fuentes; y se adorna de plazas, a cuál más hermosa; se cruza con otra arteria igual. A1 final, hay ciertamente un anfiteatro. Y en un ángulo de los pórticos ya están reunidos en espera del Salvador distintos enfermos. Pedro viene al encuentro de Jesús: -Han conservado la fe en lo que dijimos de ti en Etanim. Han venido inmediatamente. -Y Yo inmediatamente voy a premiar su fe. Vamos. Y se dirige, en el ocaso ya avanzado que tiñe de rojo los mármoles, a sanar a los que con fe le esperan.