Judas Iscariote en Nazaret en casa de María.
Leve, levísimamente rojea oriente con el primer atisbo de aurora, cuando Judas de Keriot llama a la puerta de la pequeña casa de Nazaret.
En la calle sólo hay campesinos, mejor dicho: pequeños propietarios de Nazaret, en dirección a sus viñas u olivares, con sus herramientas de trabajo; y miran con asombro a ese hombre que llama a una hora tan mañanera a la casa de María. Cuchichean.
-Es un discípulo – dice uno, respondiendo al comentario de otro.
-Está claro que busca a Jesús de José.
-Es inútil. Ayer noche se ha marchado. Lo he visto yo. Voy a decírselo…- dice otro.
-¡Déjalo! Es Judas de Keriot. No me gusta ese hombre. Nosotros quizás cometemos muchos errores con Jesús y hacemos mal. Pero él, ése, el año pasado ha hecho mucho daño aquí entre nosotros… Quizás nos hubiéramos convertido. Pero él…
-¿Qué? ¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
-Yo estaba presente una noche en casa del arquisinagogo y, necio de mí, creí inmediatamente en todo… ¡Ahora… basta! Creo que he pecado.
-Quizás él también se ha dado cuenta de que ha pecado y…
Se alejan y ya no oigo nada de lo que dicen.
Judas vuelve a golpear en la puerta. Ha estado pegado a ella, la cara contra la madera, como para evitar ser visto y reconocido. Pero la pequeña puerta no se abre. Judas hace un gesto de contrariedad y se aleja por la callecilla que bordea el huerto. Da la vuelta hacia la parte de atrás de la casa. Da una ojeada por encima del seto al huerto quieto, animado sólo por las palomas.
Judas piensa qué hacer. Habla consigo mismo: «A lo mejor se ha marchado Ella también. No obstante… la habría visto. Bueno y… No. Ayer, al atardecer, oía su voz… Quizás ha ido a dormir donde su cuñada… ¡Uf! Eso es tan latoso como tener una abeja delante de la cara, porque volverán juntas, y yo quiero hablarle estando sola, sin esa vieja como testimonio. Es una lenguaraz y me haría una serie de observaciones. No quiero observaciones yo. Y es astuta, como todas las viejas lugareñas. No aceptaría como buenas mis disculpas, y se lo comentaría a esa ignorante paloma de su cuñada… A ésa estoy seguro de engañarla en todos los sentidos. Es tarda como una oveja… Y debo poner remedio a lo que sucedió en Tiberíades. Porque si habla… ¿Habrá hablado, o habrá guardado silencio? Si ha hablado… es más difícil arreglar las cosas… Pero no habrá hablado… Confunde la virtud con la necedad. Como es la Madre, así es el Hijo… Y los otros actúan mientras ellos duermen. Y la verdad es que tienen razón. ¿Por qué dejarlos aparte si parece que quieren?… Pero, por otra parte, ¿qué es lo que quieren?… Tengo la cabeza tan embarullada… Tengo que dejar de beber y… ¡Ya!, pero es que el dinero tienta, y soy como un potro al que hubieran tenido demasiado tiempo encerrado. Dos años, eh! ¡Más de dos años! Dos años de todas las abstinencias… Pero… entretanto… ¿Qué decía anteayer Elquías? ¡No son malas sus enseñanzas! ¡Ciertamente! Todo es lícito con tal de lograr establecer a Jesús en el trono. ¿Pero si El no quiere? De todas formas, debo pensar, ciertamente, que, si no triunfamos, todos nosotros vamos a acabar como los seguidores de Teodas o de Judas el Galileo… Quizás haría bien en separarme porque… bueno porque no sé si lo que ellos quieren es bueno. Me fío poco de ellos… Demasiado cambiados de un tiempo a esta parte… Y si… ¡Qué horror! ¿Ser yo el medio para perjudicar a Jesús? No. Me separo. De todas formas, es amargo haber soñado el reino y volver a ser, ¿qué?… Nada… Pero mejor nada que… Él dice siempre: «aquel que cometa el gran pecado». ¿Oye? ¡No iré a ser yo, eh! ¿Yo? ¿Yo? Antes me ahogo en el lago… Me marcho. Es mejor que me marche. Iré donde mi madre. Le pediré dinero, porque está claro que no puedo pedirles a los miembros del Sanedrín el dinero para marcharme. Me… me ayudan porque esperan que yo los ayude a salir de la incertidumbre. Una vez que Jesús sea rey, estamos seguros. La muchedumbre con nosotros… Herodes… ¿quién se va a preocupar de él? Los romanos no, el pueblo tampoco. ¡Todos lo odian! Y… y… Pero Jesús es capaz de renunciar nada más ser proclamado rey. ¡Oh! ¡Bien! ¡Si Eleazar de Anás me asegura que su padre está preparado para ceñirlo rey!… Después ya no puede quitarse el carácter sagrado. En el fondo… yo hago como aquel administrador infiel de su parábola… Recurro a los amigos por mí, sí, es verdad, pero también por Él. Hago, por tanto, servir los medios injustos para… ¡Y, a pesar de todo, no! Debo tratar de persuadirlo. No estoy convencido de actuar bien haciendo este subterfugio… y… ¡Oh, si pudiera convencerlo! ¡Porque sería tan hermoso! Mucho… ¡Sí! Ésta es la mejor idea. Decir todo al Maestro con franqueza. Suplicarle… Si es que María no le ha hablado de Tiberíades… ¿Cómo he dicho que hay que decir a María? ¡Ah! ¡Sí! La negativa de las romanas. ¡Maldita mujer aquélla! ¡Si no hubiera ido a donde ella aquella noche, no me habría encontrado con María! ¡Pero quién iba a imaginarse que María estuviera en Tiberíades! Y pensar que todos los días anteriores al sábado y durante el sábado y el día siguiente del sábado yo no salía nunca para no ver a ningún apóstol… ¡Necio! ¡Necio! ¿No podía haber ido yo a Ippo, a Guerguesa, a buscar mujeres? ¡No! ¡Precisamente allí! A Tiberíades, por donde los de Cafarnaúm tienen que pasar para venir aquí… Pero todo por causa de las romanas… Tenía la esperanza… No, esto es lo que debo decir para disculparme, pero no es cierto. Es inútil que me lo diga a mí mismo, a mí que sé por qué fui allí: para reunirme con los poderosos de Israel y para gozar, porque estoy bien de dinero. De todas formas… qué pronto se consume el dinero… Dentro de poco ya no voy a tener más… ¡Ja! ¡Ja!, contaré algún cuento a Elquías y a los compinches y me darán más…
-¡Judas! ¿Estás loco? Te estoy mirando desde hace un rato, desde encima de un olivo. Gesticulas… hablas solo… ¿Te ha hecho daño el sol de Tammuz? – grita Alfeo de Sara, asomándose por una bifurcación de ramas de un gigantesco olivo que está a unos treinta metros del lugar donde está Judas.
Judas se estremece, vuelve la mirada, lo ve y barbota:
-¡Que te lleve la muerte! ¡Maldito pueblo de espías!
Pero con una sonrisa afable grita:
-No. Estoy preocupado porque María no abre… ¿No se encontrará mal? ¡He llamado mucho!…
-¿María? ¡Ya podías llamar! Está con una pobre anciana que se está muriendo. Cuando la han llamado era la tercera
vigilia…
-Pues tengo que hablar con ella.
-Espera. Bajo y voy a avisarla. ¿Pero tienes verdadera necesidad?
-¡Hombre, digo yo! Estoy aquí desde los primeros rayos del sol.
Alfeo, solícito, baja del árbol y se aleja a buen paso.
-¡También me ha visto ése ahora! ¡Y está claro que va a volver con la otra! ¡Es que no me sale una a derechas! – y echa una letanía de improperios contra Nazaret, los nazarenos, María de Alfeo, e incluso contra la caridad de María Santísima, hacia la moribunda, y contra la propia moribunda…
No ha terminado todavía y ya la puerta -que desde el comedor introduce en el huerto- se abre. En el umbral aparece una María muy pálida y triste.
-¡Judas!, ¡María! – dicen al mismo tiempo.
-Ahora te abro la puerta. Alfeo sólo me ha dicho: «Ve a casa. Hay uno que pregunta por ti», y he venido rápidamente, y mucho más porque la pobre anciana ya no me necesita. Ha terminado de sufrir por un hijo malo…
Judas, mientras habla María, corre por la callejuela y vuelve a la parte de delante de la casa… María abre. -La paz a ti, Judas de Keriot. Entra.
-La paz a ti, María.
Judas está un poco titubeante. María está tranquila, pero seria.
-He llamado mucho, esta mañana al amanecer.
-Ayer noche un hijo ha quebrantado el corazón de una madre… Y han venido a buscar a Jesús. Pero Jesús no está. También te lo digo a ti: Jesús no está. Has venido tarde.
-Ya sé que no está.
-¿Cómo lo sabes? Has llegado de reciente…
-Madre, quiero ser franco contigo, que eres buena: estoy aquí desde ayer…
-¿Y por qué no has venido? Tus compañeros, en estos sábados, sólo no han venido una vez…
-¡Ya lo sé! He ido a Cafarnaúm y no los he encontrado.
-No mientas, Judas. En Cafarnaúm no has estado en todo este tiempo. Bartolomé ha estado siempre allí y no te ha visto. Y Bartolomé no ha venido hasta ayer. Pero tú ayer estabas aquí. Por tanto… ¿Por qué mientes, Judas? ¿No sabes que la mentira es el primer paso hacia el hurto y el homicidio?… La pobre Ester ha muerto incluso, matada por el dolor causado por la conducta de su hijo. Y Samuel, su hijo, empezó a ser la vergüenza de Nazaret con pequeñas mentiras, que cada vez se iban haciendo más grandes… De ellas a todo lo demás. ¿Quieres imitarlo tú, apóstol del Señor? ¿Quieres hacer morir de dolor a tu madre?
El reproche se verifica con voz baja, y lentamente. ¡Pero cómo incide! Judas no sabe qué replicar. Se sienta de golpe, con la cabeza entre las manos.
María lo observa. Luego dice:
-¿Entonces? ¿Para qué querías verme? Mientras asistía a la pobre Ester oraba por tu madre… y por ti… Porque me producís compasión, el uno y la otra, por dos motivos diferentes.
-Entonces, si sientes compasión, perdóname.
-Nunca he tenido rencor.
-¿Cómo?… ¿Ni siquiera por… aquella mañana de Tiberíades?…
-Mira, estaba así porque la noche anterior las romanas me habían tratado mal, como a un loco y como… traidor del Maestro. Sí, lo confieso. Hice mal en hablar con Claudia. Me he equivocado respecto a ella. Pero lo hago buscando el bien. He causado dolor al Maestro. No me lo ha dicho, pero sé que sabe que he hablado. Seguro que ha sido Juana la que ha avisado. Juana no me ha podido ver nunca, y las romanas me causaron dolor… Para olvidar bebí…
-María reacciona con una expresión de compasión involuntariamente irónica, y dice:
-Pues Jesús, por todo el dolor que gusta todos los días, debería estar borracho todas las noches…
-¿Se lo has dicho?
-Yo no aumento la amargura del cáliz a mi Hijo con noticias de nuevas defecciones, caídas, pecados, asechanzas… He callado y callaré.
Judas cae de hinojos, tratando de besar la mano de María, pero ella se retira, sin descortesía, pero sí muy decidida a no dejarse besar ni tocar.
-¡Gracias, Madre! Tú me salvas. Había venido aquí para esto… y para que me facilitaras el camino de acercarme al Maestro sin reprensiones y vergüenza.
-Yendo a Cafarnaúm para venir con los otros, lo habrías evitado. Era muy sencillo.
-Es verdad… Pero los otros no son buenos, y me han puesto espías para luego amonestarme y acusarme. -Judas, no ofendas a tus hermanos. ¡Basta de pecar! Tú has espiado, aquí, en Nazaret, patria del Cristo, tú… Judas la interrumpe:
-¿Cuándo? ¿El año pasado? ¿Ves? Han tergiversado mis palabras. Pero créeme que yo…
-No sé lo que has dicho ni hecho el año pasado. Hablo de ayer. Tú estás aquí desde ayer. Sabes que Jesús se ha marchado. Así que has indagado. Y no en las casas amigas: de Aser, Ismael, Alfeo, ni donde los pocos que aquí aman a Jesús. Porque, si lo hubieras hecho, habrían venido a decírmelo. La casa de Ester se ha llenado de mujeres, al alba, cuando ella ha muerto. Pero ninguna tenía noticia de ti. Eran las mejores de entre las mujeres de Nazaret, las que me quieren y quieren a Jesús, y se esfuerzan en practicar su Doctrina a pesar de la hostilidad de sus maridos, padres e hijos. Por tanto, tú has indagado entre los enemigos de mi Jesús. ¿Cómo llamas tú a esto? Yo no lo digo. Lo debes decir tú. A ti mismo. ¿Por qué lo has hecho? No quiero saberlo. Te digo sólo esto. En mi corazón serán clavadas muchas espadas, clavadas y vueltas a clavar, sin piedad, por los hombres que causan dolor a mi Jesús y lo odian. Y una será la tuya, y no será desclavada. Porque el recuerdo de ti, Judas, que no te quieres salvar, de ti que te destruyes, de ti que me produces miedo -no miedo por mí misma, sino por tu alma- no saldrá ya de mi corazón. Una la clavó en mi corazón el justo Simeón, mientras llevaba yo en mi pecho a mi Niño, al Corderito mío santo… La otra… la otra eres tú… La punta de tu espada ya me tortura el corazón. Pero, no sintiéndote satisfecho todavía de producir esta pena en una pobre mujer, esperas a clavar del todo tu espada de verdugo en el corazón de quien no te ha dado sino amor… ¡Pero, estúpida soy pretendiendo de ti piedad, que no la has tenido con tu madre!… Es más, mira: con un solo golpe me atravesarás a mí y a ella, ¡oh hijo desgraciado, al que no salvan las oraciones de dos madres!…
María habla llorando, y las lágrimas no caen en la cabeza morena de Judas, porque él se ha quedado en el lugar donde ha caído de rodillas, separado de María… Esas lágrimas santas las bebe el enlosado … Y la escena me trae el recuerdo de Áglae, sobre la que, por el contrario, puesto que ella se ceñía a María en un sincero deseo de redención, caían las lágrimas.
-¿No encuentras una palabra, Judas? ¿No consigues encontrar en ti la fuerza de un propósito bueno? ¡Oh! ¡Judas! ¡Judas! Pero, dime: ¿Estás contento de tu vida? Examínate, Judas. Sé humilde, sincero contigo mismo lo primero. Y luego con Dios, para ir a Él con tu saco de piedras quitadas de tu corazón y decirle: “Mira, me he quitado estos pedruscos por amor a ti”.
-No tengo… el valor de confesarme a Jesús.
-No tienes la humildad para hacerlo.
-Es verdad. Ayúdame tú…
-Ve a Cafarnaúm y espéralo, con humildad.
-Pero, tú podrías…
-Lo único que podré será decir que se haga lo que mi Hijo hace siempre: tener misericordia. No soy yo la que adoctrina a Jesús, sino que es Jesús quien adoctrina a su discípula.
-Tú eres su Madre.
-Eso es para mi corazón. Pero, por derecho suyo, El es mi Maestro. Ni más ni menos que para todas las otras discípulas. -Tú eres perfecta.
-Él es el Perfectísimo.
Judas calla y guarda silencio. Luego pregunta:
-¿A dónde ha ido el Maestro?
-A Belén de Galilea.
-¿Y después!
-No lo sé.
-¿Pero vuelve aquí?
-Sí.
-¿Cuándo?
-No lo sé.
-¡No me lo quieres decir!
-No puedo decir lo que no sé. Tú lo sigues desde hace dos años. ¿Puedes decir que haya tenido siempre un itinerario seguro? ¿Cuántas veces la voluntad de los hombres le ha obligado a cambios?
-Es verdad. Me marcharé… Iré a Cafarnaúm.
-El sol está demasiado caliente para ir. Quédate. Eres un peregrino como todos los demás. Y Él ha dicho que las discípulas deben atenderlos.
-Mi vista te es molesta…
-Tu no querer sanar me es doloroso! Sólo eso… Quítate el manto… ¿Dónde has dormido?
-No he dormido. He esperado al alba para verte sola.
-Entonces estarás cansado. En la habitación grande hay lechos. Los han usado Simón y Tomás. Todavía hay sosiego y frescor allí. Ve y duerme mientras te preparo de comer.
Judas se marcha sin replicar. Y María, sin descansar después de la noche pasada en vela, va a la cocina a preparar el fuego, y al huerto a coger las verduras. Y lágrimas, lágrimas, lágrimas caen silenciosas mientras se agacha hacia el hogar para colocar la leña, o hacia la tierra a coger las verduras, y mientras las limpia con agua en la palangana y las prepara… Y lágrimas caen junto con los granos de trigo mientras da la comida a las palomas, o en la ropa que saca del pilón y tiende al sol… Las lágrimas de la Madre de Dios… de Aquella que, Sin Culpa, no estuvo exenta del dolor y sufrió más que ninguna otra mujer, por ser la Corredentora…