El tributo al Templo pagado con la moneda hallada en la boca del pez.
Las dos barcas tomadas para volver a Cafarnaúm se deslizan por un lago inverosímilmente calmo: una verdadera lastra de cristal zarco, que, en cuanto pasan las dos barcas, recompone su lisa unidad. Pero no son las barcas de Pedro y Santiago, sino otras dos, quizás alquiladas en Tiberíades. Y oigo que Judas se lamenta un poco por haberse quedado sin dinero después de este último gasto. -Hemos pensado en los demás. ¿Pero en nosotros? ¿Cómo nos las vamos a arreglar ahora? Tenía esperanzas de que Cusa… Pero nada Estamos en las condiciones de un mendigo, uno de tantos como ahora salen a los caminos a pedir limosna a los peregrinos – dice a Tomás, rezongando, en voz baja. Pero éste, bondadoso, responde: -¿Y qué tendría de malo si fuera así? Yo no me preocupo de nada. -Sí, pero a la hora de comer eres el que quiere comer más que ninguno.-¡Claro! Tengo hambre. También en el hambre soy vigoroso Bien, pues hoy, en vez de pedir al que suministra el pan y las viandas, pediré directamente a Dios. -¡Hoy! ¡Hoy! Mañana estaremos en las mismas condiciones, y pasado mañana lo mismo; y estamos yendo hacia la Decápolis, donde no nos conocen y son medio paganos. Y no es sólo el pan, también se gastan las sandalias, y luego… los pobres que te dan la lata, y uno se podría sentir mal y… -Y, si sigues más todavía, dentro de poco ya me habrás imaginado muerto y tendrás que proveer para un funeral. ¡Pero cuántas preocupaciones! Yo… es que no tengo ninguna preocupación. Estoy alegre, tranquilo como un recién nacido. Jesús, que parecía absorto en sus pensamientos, sentado en la proa, casi en el borde, se vuelve y dice fuerte a Judas, que está en la popa (pero lo dice como hablando a todos): -Está muy bien no tener ni una perra, así brillará más la paternidad de Dios incluso en las cosas más pequeñas. -Desde hace unos días para ti está todo bien. Bien si no se produce un milagro, bien si no nos dan dinero, bien haber dado todo lo que teníamos; en definitiva, todo bien… Pero yo me siento muy incómodo… Eres un Maestro grato, un santo Maestro, pero para la vida material… no vales nada – dice sin acritud Judas, como haciendo una observación a un hermano bueno de cuya bondad imprevisora incluso se gloría. Y Jesús, sonriendo, le responde: -Es mi mejor cualidad, ser un hombre que no vale nada para la vida material… Y, repito: está muy bien no tener ni una perra – y sonríe luminosamente. La barca roza en el guijarral. Se detiene. Bajan de ella. Mientras tanto, la otra barca se acerca para detenerse. Jesús, con Judas, Tomás, Judas y Santiago, Felipe y Bartolomé, se encamina hacia la casa… Pedro baja de la segunda barca, con Mateo, los hijos de Zebedeo, Simón Zelote y Andrés. Pero Pedro no se pone en marcha como todos, sino que se queda en la orilla hablando con los barqueros que los han traído, y que quizás conoce, y luego los ayuda a partir de nuevo. Después, se vuelve a poner la túnica larga y remonta la playa en dirección a la casa. Atravesando la plaza del mercado, vienen hacia él dos, lo paran y dicen: -Escucha, Simón de Jonás. -Escucho. ¿Qué queréis? -¿Tu Maestro, por el hecho de serlo, paga o no las dos dracmas que corresponden al Templo? -¡Claro que las paga! ¿Por qué no lo iba a hacer? -Pues… porque dice que es el Hijo de Dios y… -Y lo es – replica secamente Pedro, que ya está rojo de indignación. Luego añade: «Pero, dado que también es un hijo de la Ley, el mejor que tiene la Ley, paga sus dracmas como todo israelita… -Según lo que sabemos no es así. Nos han dicho que no paga, así que le aconsejamos que pague. -Mmm-m-m – balbuce Pedro, cuya paciencia está para agotarse – Mmm-m-m… Mi Maestro no necesita vuestros consejos. Id en paz y decid al que os envía que las dracmas serán depositadas en la primea ocasión. -¡En la primera ocasión!… ¿Y por qué no enseguida? ¿Quién nos asegura que lo vaya a hacer, si está siempre acá o allá sin rumbo fijo? -Enseguida no, porque en este momento no tiene ni una perra. Podríais ponerlo boca abajo y no caería al suelo ni una sola moneda. Estamos todos sin un solo denario, porque nosotros, que no somos fariseos, que no somos escribas, que no somos saduceos, que no somos ricos, que no somos espías, que no somos áspides, normalmente damos lo que tenemos a los pobres, por su doctrina. ¿Entendéis? Y ahora hemos dado todo, y mientras no intervenga el Altísimo podemos morir de hambre o ponernos a pedir limosna en una esquina de la calle. Decid también esto a los que dicen que Él es un comilón ¡Adiós! – y los deja plantados y se marcha barbotando y ardiendo de enojo. Entra en casa y sube a la habitación de arriba, donde está Jesús escuchando a uno que le ruega que vaya a una casa que está en el monte de detrás de Magdala, donde hay uno muriéndose. Jesús despide al hombre prometiendo que irá enseguida, Luego cuando éste se marcha, se vuelve hacia Pedro, que se ha sentado en un rincón y está pensativo, y le dice: -¿Qué opinas, Simón? ¿Según las reglas, los reyes de la tierra de quién reciben los tributos y el censo?, ¿de sus propios hijos o de los extraños? Pedro se sobresalta. Dice: -¿Cómo sabes, Señor, lo que debía decirte? Jesús sonríe haciendo un gesto como diciendo: «No le des importancia»; luego dice: -Responde a lo que te pregunto. -De los extraños, Señor. -Entonces los hijos están eximidos, como efectivamente es justo Porque un hijo es de la sangre y casa de su padre, y no debe pagar al padre sino el tributo del amor y la obediencia. Así que Yo, Hijo del Padre, no debería pagar tributo al Templo, que es la casa del Padre. Les has respondido bien. Pero, como hay una diferencia entre tú y ellos, y es ésta: que tú crees que Yo soy el Hijo de Dios, y ellos y quienes los han enviado no lo creen, pues, para no escandalizarlos, pagaré el tributo, y además enseguida, mientras están todavía en la plaza recaudando. -¿Y con qué, si no tenemos ni una perra? – pregunta Judas, que se ha acercado con los otros. -¿Ves como es necesario tener algo? -Se lo pedimos prestado al dueño de la casa – dice Felipe. Jesús hace con la mano un gesto de guardar silencio y dice: -Simón de Jonás, ve a la orilla del mar y echa lo más lejos que puedas un sedal provisto de un anzuelo resistente. En cuanto pique el pez, tira hacia ti el sedal. Será un pez grande. En la orilla ábrele la boca. Encontrarás dentro un estáter. Tómalo, ve donde aquellos dos y paga por mí y por ti. Luego trae el pez. Lo asaremos; y Tomás, caritativamente, nos proveerá de un poco de pan. Comeremos e iremos enseguida donde el hombre que está muriéndose. Santiago y Andrés, preparad las barcas, que las usaremos para ir a Magdala; la vuelta la haremos esta noche a pie para no estorbar la pesca a Zebedeo y al cuñado de Simón. Pedro se marcha. Un rato después se le ve en la orilla montando en una barca cuya proa está ya metida en el agua. Echa un cordel delgado y fuerte, provisto hacia el final de una piedra pequeña, o plomo, y que termina en el hilo fino del sedal propiamente dicho. Las aguas del lago se abren con salpicaduras de plata cuando el peso se hunde en él; luego todo vuelve a la calma mientras las aguas se serenan después de un alejarse de giros concéntricos… Pasa un rato. El cordel, que estaba flojo en las manos de Pedro, se tensa y vibra… Pedro tira, tira, tira. La cuerda sufre sacudidas cada vez más enérgicas. Al final, da un tirón y el sedal emerge con su presa, que se contorsiona en el aire, formando un arco por encima de la cabeza del pescador, para luego caer en la arena amarillenta, donde se contuerce, sufriendo el espasmo del anzuelo que le hiende el paladar y el de la asfixia que comienza. Es un magnífico pez, grande como un rombo del peso de al menos tres quilos. Pedro le arranca el anzuelo de los labios carnosos, le mete en la garganta su grueso dedo y extrae una gruesa moneda de plata. La coge entre el pulgar y el índice y la alza para mostrársela al Maestro, que está en el pretil de la terraza. Luego recoge el cordel, lo enrolla, toma el pez y se echa a correr en dirección a la plaza. Los apóstoles se han quedado todos de piedra… Jesús sonríe y dice: -Así habremos eliminado un escándalo… Regresa Pedro: -Ya estaban para venir aquí. Y además con Elí, el fariseo. He tratado de ser delicado como una niña. Los he llamado y he dicho: «¡Eh, enviados del Fisco! Tomad. ¿Son cuatro dracmas, verdad? Pues dos por el Maestro y dos por mí. ¿Estamos en paz, no? Hasta que nos veamos en el valle de Josafat, especialmente contigo, querido amigo». Se han ofendido porque he dicho «Fisco». «Somos del templo, no del Fisco.” «Cobráis impuestos como los recaudadores. Todo recaudador para mí es “fisco” «‘ he respondido. Pero él me ha dicho: «¡Insolente! ¿Me estás deseando la muerte?». «¡No, amigo! De ninguna manera. Te deseo un feliz viaje al valle de Josafat. ¿No vas para la Pascua a Jerusalén? Pues podremos encontrarnos por allí, amigo». «No lo deseo, ni quiero que te permitas llamarme amigo tuyo.” «Efectivamente, es demasiado honor» he respondido. Y me he vuelto. Lo mejor es que estaba allí medio Cafarnaúm, que ha visto que he pagado por ti y por mí. Así esa vieja serpiente ya no podrá decir nada. Los apóstoles no han podido evitar reírse por la narración y 1a mímica de Pedro. Jesús quiere estar serio, pero una leve sonrisa se escapa, no obstante, de sus labios mientras dice: -Eres peor que 1amostaza – y termina: «Asad el pez; y vamos a darnos prisa, que para la puesta del sol quiero estar aquí de nuevo.