El enmendamiento de Judas Iscariote y el choque con los rabíes junto al sepulcro de Hil. lel.
Dejando el pueblo de Meirón, Jesús, con sus apóstoles, toma un camino, también éste de montaña, que va en dirección noroeste, entre bosques y prados. Sigue subiendo. Quizás han venerado ya algunas tumbas, porque oigo que hablan de ello. Ahora es precisamente Judas Iscariote el que va delante con Jesús. Se comprende que en Meirón han recibido y dado limosnas. Judas rinde cuentas, diciendo los donativos que han recibido y las limosnas que han dado. Termina diciendo: -Y ahora, aquí, mi donativo. He jurado esta noche que te lo iba a dar para los pobres, como penitencia. No es mucho. Pero no tengo mucho dinero. De todas formas, he convencido a mi madre de que me mande dinero a menudo a través de muchos amigos. Las otras veces que dejaba mi casa era con mucho dinero. Pero esta vez, teniendo que ir por los montes solo, o sólo con Tomás, he tomado lo suficiente para la duración del viaje. Prefiero hacerlo así. La única cosa es que… tendré que pedirte alguna vez autorización para separarme de vosotros durante unas horas para ir donde mis amigos. Ya he dispuesto todo… Maestro, ¿sigo teniendo el dinero yo? ¿Todavía yo? ¿Te fías todavía de mí?-Judas, tú solo dices todo. Y no sé el motivo por el que lo haces. Has de saber que para mí nada ha cambiado… porque espero con ello que cambies tú y vuelvas a ser el discípulo que fuiste, y llegues a ser el justo por cuya conversión oro y sufro. -Tienes razón, Maestro. Pero, con tu ayuda, ciertamente lo seré. Por lo demás… son imperfecciones de juventud. Cosas sin peso. Es más, sirven para poder comprender a los semejantes y para curarlos. -¡Verdaderamente, Judas, tu moral es muy extraña! Y debería decir más. Nunca se ha visto a un médico que enferme voluntariamente para poder decir después: «Ahora sé curar mejor a los que tienen esta enfermedad». ¿Así que Yo soy un incapaz? -¿Quién lo dice, Maestro? -Tú. Yo no cometo pecados; por tanto, no sé curar a los pecadores. -Tú eres Tú. Pero nosotros no somos Tú, y tenemos necesidad de la experiencia para saber hacer… -Es tu vieja idea. La misma de hace unas veinte lunas. Sólo que entonces opinabas que Yo debía pecar para ser capaz de redimir. Verdaderamente me sorprende que no hayas tratado de corregir este… defecto mío, según tus modos de juzgar, y de dotarme de esta… capacidad de comprender a los pecadores. -Estás bromeando, Maestro. Bien, me agrada que bromees. Me causabas pena. Estabas muy triste. Y para mí es doble satisfacción el que sea precisamente yo quien te hace bromear. Pero nunca he pensado en elevarme a ser tu pedagogo. Además, ya ves que he corregido mi modo de pensar; tanto, que digo que esta experiencia es necesaria sólo para nosotros. Para nosotros, pobres hombres. Tú eres el Hijo de Dios, ¿no es verdad? Tienes, por tanto, una sabiduría que, para ser sabiduría, no tiene necesidad de experiencias -Bueno, pues, has de saber que la inocencia también es sabiduría, mucho mayor que el bajo y peligroso conocimiento del pecador. Donde la santa ignorancia del mal limitaría la capacidad de guiarse y de guiar, suple el ministerio angélico, que jamás se ausenta de un corazón puro. Cree que los ángeles, aun siendo purísimos, saben distinguir el Bien y el Mal, y conducir al hombre puro que custodian por el sendero recto y hacia actos rectos. El pecado no es aumento de sabiduría. No es luz. No es guía. Jamás. Es corrupción. Es privación de ver. Es caos. De modo que quien lo cometa conocerá su sabor, mas perderá también la capacidad de saber muchas otras espirituales cosas y ya no tendrá a un ángel de Dios, espíritu de orden y amor, que lo guíe; sino a un ángel de Satanás, para conducirlo por la vía de un desorden cada vez mayor, por el odio insaciable que devora a estos espíritus diabólicos. -Y… escucha, Maestro. ¿Si uno quisiera volver a tener la guía angélica? ¿Basta el arrepentimiento, o, por el contrario, el veneno del pecado perdura incluso después de que uno se ha arrepentido y ha sido perdonado?… Ya sabes… uno que se ha dado al vino, por ejemplo, aunque jure no volver a emborracharse, y lo jure con verdadera voluntad de cumplirlo, sigue sintiendo la incitación a beber. Y sufre… -Claro. Sufre. Por este motivo uno no se debería hacer nunca esclavo de lo malo. Pero sufrir no es pecar. Es expiar. Como un borracho arrepentido no comete pecado, sino que adquiere mérito, si resiste heroicamente a la incitación y deja de beber vino; asimismo, quien ha pecado y se arrepiente y resiste a todas las incitaciones, adquiere un mérito; y no le falta la ayuda sobrenatural para esta resistencia. Ser uno tentado no es pecado. Es más, es batalla que procura victoria. Y – cree también esto – Dios desea sólo perdonar y ayudar a quien habiendo errado luego se arrepiente… Judas está en silencio un rato… Luego, toma la mano de Jesús y la besa, y curvado todavía hacia la mano que ha besado, dice: -Pero yo ayer por la noche me he pasado de la raya. Te he insultado, Maestro… Te he dicho que acabaré odiándote… ¡He dicho estas blasfemias! ¿Pueden acaso serme perdonadas? -El mayor pecado es desesperar de la misericordia divina… Judas, Yo he dicho: «Todo pecado contra el Hijo del hombre será perdonado». El Hijo del hombre ha venido para perdonar, salvar, curar, para llevar al Cielo. ¿Por qué quieres perder el Cielo? ¡Judas! ¡Judas’. ¡Mírame! Lávate el alma en el amor que brota de mis ojos… -¿Pero no te causo repulsa? -Sí… Pero el amor es mayor que la repulsa. Judas, pobre leproso, el mayor leproso de Israel, ven a invocar la salud a Aquel que te la puede dar… -Dame la salud, Maestro. -No. No así. No hay en ti arrepentimiento verdadero y voluntad firme. Hay sólo un conato de amor sobreviviente por mí, por tu pasada vocación. Hay un pulular de sentimiento, pero enteramente humano. No es que sea malo todo esto. Es más, es el primer paso hacia el Bien. Cultívalo, auméntalo, injértalo en lo sobrenatural, haz de ello un verdadero amor por mí, una vuelta verdadera a lo que eras cuando viniste a mí, ¡eso al menos!, ¡eso al menos! Haz de ello, no un latido transitorio, emotivo, de sentimentalismo inactivo, sino un verdadero sentimiento, activo, de atracción al Bien. Judas, Yo espero. Sé esperar. Yo oro. Soy Yo quien suple, en esta espera, a tu ángel disgustado. Mi piedad, mi paciencia, mi amor; siendo perfectos, son superiores a los angélicos, y pueden permanecer a tu lado, en medio de los desagradables hedores de lo que te fermenta en el corazón, para ayudarte… Judas se estremece, no fingidamente, sino en la realidad. Con labios temblorosos, con voz quebradiza por lo que le estremece, pálido, pregunta: -¿Pero Tú sabes realmente lo que he hecho? -Todo, Judas. ¿Quieres que te lo diga o prefieres que te ahorre esta humillación? -Pero… bueno, es que no puedo creer… -Bien, pues entonces vamos a recorrer hacia atrás el camino y a decirle al incrédulo la verdad. Esta mañana ya has mentido más de una vez, sobre el dinero y sobre cómo has pasado la noche. Tú ayer por la noche has tratado de ahogar con la lujuria todos tus otros sentimientos, todos los odios, los remordimientos. Tú… -¡Basta! ¡Basta! ¡Por caridad, no sigas! O huiré de tu presencia. -Deberías, por el contrario, abrazarte a mis rodillas pidiendo perdón. -¡Sí, sí! ¡Perdón! ¡Perdón, Maestro mío! ¡Perdón! ¡Ayúdame! ¡Ayúdame! ¡Es más fuerte que yo! Todo es más fuerte que yo. -Menos el amor que deberías tener por Jesús… Pero, ven aquí, para vencerte la tentación y librarte de ella. Y lo toma entre sus brazos y llora silenciosas lágrimas encima de la cabeza morena de Judas. Los demás, que están algunos metros más atrás, se han detenido prudentemente y ahora comentan: -¿Veis? Quizás Judas tiene verdaderamente algún pesar. -Y esta mañana se ha abierto con el Maestro. -¡Qué tonto! Yo lo hubiera hecho inmediatamente. -Serán cosas penosas. -¡Seguro que no es por mala conducta de su madre! ¡Es una santa mujer! ¿Qué puede ser de penoso? -Quizás intereses que van mal… -¡No, hombre, no! ¡Él gasta y da, según le parece, con generosidad! -¡Bueno! ¡Asuntos suyos! Lo importante es que esté concorde con el Maestro, y parece que es así. Ya llevan mucho tiempo hablando y en paz. Ahora están abrazados… Muy bien. -Sí, porque es una persona con capacidad y que conoce a mucha gente. Es buena cosa que esté en armonía y con buena voluntad con nosotros, y especialmente con el Maestro. -Jesús dijo en Hebrón que las tumbas de los justos son lugares de milagros, o más o menos… En estos lugares hay muchas tumbas de justos. Quizás las de Meirón han hecho un milagro respecto a la turbación de Judas. -¡Entonces terminará de hacerse santo ahora ante la tumba de Hil.lel! ¿Aquello no es Yiscala? -Sí, Bartolomé. -Pues el año pasado no pasamos por aquí… -¡Hombre, claro; como que vinimos por la otra parte! Jesús se vuelve y los llama. Se acercan alegres. -Venid. La ciudad está cerca. Tenemos que cruzarla para encontrar la tumba de Hil.lel. Hagámoslo en grupo – dice Jesús sin explicar nada más, mientras los once miran curiosos con el rabillo del ojo tanto a Él como a Judas. Pero si éste último muestra un rostro pacificado, aunque mustio, Jesús no lo tiene radiante: su expresión es solemne, pero seria. Entran en Yiscala, que es vasta y bonita, y está bien cuidada Debe haber en ella un floreciente centro rabínico porque veo a muchos doctores reunidos acá o allá, con alumnos a su lado escuchando sus lecciones. Bien se nota el paso de los apóstoles, y especialmente, del Maestro, y muchos se ponen detrás del grupo. Alguno sonríe maliciosamente, otros llaman a Judas de Keriot; pero él va al lado del Maestro y ni siquiera se vuelve. Salen de la ciudad y se dirigen a la tumba de Hil.lel. -¡Qué descaro! -¡Es imprudente. -Nos provoca. -¡Profanador! -¡Díselo, Uziel! -Yo no me contamino. Díselo tú, Saúl, que eres sólo alumno. -No. Se lo decimos a Judas. Ve a llamarlo. El joven llamado Saúl, menudo, pálido, todo ojos y boca, va a donde Judas y le dice: -Ven. Te llaman los rabíes. -No voy. Me quedo donde estoy. Dejadme. El joven vuelve y refiere esto a sus jefes. Entretanto, Jesús, circundado por los suyos, ora con veneración ante el sepulcro de Hil.lel, bien cándido de cal. Los rabíes se acercan despacio, como serpientes silenciosas, y observan. Dos de ellos, barbudos, ancianos, tiran de la túnica de Judas, el cual, al ponerse a hacer oración ha quedado desprotegido de las parejas de los otros compañeros. -Pero bueno, ¿qué queréis? – pregunta en voz baja, aunque con resentimiento. ¿Ni siquiera orar se puede? -Sólo una palabra. Luego te dejamos en paz. Simón Zelote y Judas Tadeo se vuelven y se callan los cuchicheadores. Judas se separa dos o tres pasos y pregunta: -¿Qué queréis? No percibo lo que el más viejo le susurra al oído. Pero sí veo bien la reacción de Judas, que, sin mediar reflexión alguna, se separa de repente y dice: -No. Dejadme en paz, ánimas de veneno. No os conozco, no quiero seguiros conociendo. Una carcajada de burla sale del grupito rabínico, y una amenaza: -¡Atento a lo que haces, muchacho estúpido! -Atentos vosotros. ¡Fuera! Id a decírselo también a los demás. A todos los demás. ¿Habéis entendido? Hablad con quien queráis, pero no conmigo, demonios, que es lo que sois – y los deja plantados. Ha hablado tan fuerte que los apóstoles, atónitos, se han vuelto; Jesús, no, ni siquiera por la carcajada burlona y la promesa: « ¡Nos volveremos a ver, Judas de Simón!» que resuena en el silencio del lugar. Judas vuelve a su sitio; es más, aparta a Andrés, que se había puesto al lado de Jesús, y, casi como para buscar defensa y protección, toma con sus manos un extremo del manto de Jesús. La ira, entonces, arremete contra Jesús. Se aproximan, amenazadores, y gritan: -¿Qué haces aquí, anatema de Israel? ¡Fuera! No turbes los huesos del Justo al que no eres digno de acercarte. Se lo diremos a Gamaliel para que seas castigado. Jesús se vuelve y los mira, uno por uno. -¿Por qué nos miras así, endemoniado? -Para conocer bien vuestras caras y vuestros corazones. Porque no sólo mi apóstol os volverá a ver. Yo también, y entonces querré haberos conocido bien para poderos reconocer enseguida. -Bien, ¿ya nos has visto? Márchate de aquí. Gamaliel, si estuviera, no lo permitiría. -El año pasado he estado con él aquí… -¡No es verdad, embustero! -Preguntádselo. Como es una persona honesta, os dirá que es verdad. Yo amo y venero a Hil.lel, y respeto y honro a Gamaliel. Son dos hombres en los cuales, por su justicia y sabiduría, se pone de manifiesto el origen del hombre, recordando que el hombre ha sido hecho a semejanza de Dios. -¿En nosotros no, eh? – interrumpen los energúmenos. -En vosotros está entenebrecido por los intereses y el odio. -¿Pero lo estáis oyendo? ¡En casa ajena así habla y ofende! ¡Fuera! ¡Fuera de aquí, corruptor de los mejores de Israel! Si no, echamos mano a las piedras. Que aquí no está Roma para protegerte, amigo de contubernios con el enemigo pagano… -¿Por qué me odiáis? ¿Por qué me perseguís? ¿Qué mal os he hecho? Algunos de vosotros han recibido beneficios de mí; todos, respeto. ¿Por qué, pues, sois crueles conmigo? Jesús se muestra humilde, manso, afligido y amoroso. Les suplica su amor. Ellos toman esto como signo de debilidad y miedo, y acosan: la primera piedra vuela, y roza a Santiago de Zebedeo. Éste, rápido, hace el gesto de reaccionar lanzándola a los agresores. Mientras, todos se apiñan en torno a Jesús. Pero son doce contra aproximadamente un centenar. Otra piedra le da a Jesús en la mano, que está ordenando a los suyos que no reaccionen. La mano, herida en el dorso, sangra: parece ya la herida del clavo… Entonces Jesús ya no ora. Se yergue, imponente; los mira, los fulmina con sus miradas. Pero otra piedra hace sangrar a Santiago de Alfeo en la sien. Jesús debe paralizar cualquier otro acto con su poder, para defender a sus apóstoles, los cuales, obedientes, sufren la apedrea sin reaccionar. Y cuando la voluntad de Jesús domina a los viles, Él – su imponencia es terribledice con voz de trueno: -Me voy. Pero sabed que, por lo que hacéis, Hil.lel os habría maldecido. Me voy. Pero recordad que ni siquiera el mar Rojo detuvo a los israelitas en el camino que Dios les había señalado. Todo se allanó y quedó abierto el camino ante la voluntad de Dios que pasaba. Y lo mismo para mí. De la misma forma que ni egipcios ni filisteos ni amorreos ni cananeos ni ningún otro pueblo detuvieron la marcha triunfal de Israel, así vosotros, que sois peores que ellos, tampoco detendréis mi camino ni mi misión: Israel. Recordad que fue cantado al pozo del agua por Dios dada: «Mana, pozo, pozo cavado por los príncipes, preparado por los jefes del pueblo, con el dador de la Ley, con los propios bastones». ¡Yo soy aquel Pozo! ¡Aquel Pozo soy Yo! Cavado desde los Cielos por todas las oraciones y la justicia de los verdaderos príncipes y jefes del Pueblo santo, que no sois vosotros. No. No lo sois. Por vosotros jamás el Mesías habría venido, porque no os lo merecéis. Porque su venida es vuestra ruina. Porque el Altísimo conoce todos los pensamientos de los hombres, y los conoce desde siempre, desde antes de que existiera Caín, del cual procedéis, y Abel, al que asemejo; desde antes de Noé, figura mía; antes que Moisés, que fue el primero en usar mi símbolo; desde antes de que existiera Balaam, que profetizó la Estrella, e Isaías, y todos los profetas. Y conoce los vuestros, Dios, y le horrorizan. Siempre le han horrorizado, de la misma forma que siempre ha exultado por los justos por quienes justo era enviarme, y que verdaderamente, ¡oh, sí, verdaderamente!, me han aspirado desde las profundidades de los Cielos para portar el Agua viva para la sed de los hombres. Yo soy la Fuente de Vida eterna. Pero vosotros no queréis beber. Y moriréis. Y pasa lentamente por entre los paralizados rabíes y alumnos, y sigue su camino, lento, solemne, en un silencio atónito de hombres y cosas.