El drama familiar del Anciano Juan.
José de Arimatea descansa en una habitación que está semioscura debido a que todas las cortinas están echadas, para proteger del sol. En toda la casa hay un silencio absoluto. José duerme con sueño ligero en un bajo diván cubierto de esteras… Entra un criado, se dirige al patrón, le toca para despertarlo. José abre sus ojos cargados y mira al criado con gesto interrogativo.
-Señor, está aquí tu amigo Juan…
-¿Mi amigo Juan? ¿Cómo es que está aquí no habiéndose terminado el sábado?
José se ha despertado de golpe ante la sorpresa de la visita de un Anciano en sábado. Y ordena:
-Que entre enseguida.
El criado sale. José, mientras espera, pasea pensativo por la habitación semioscura y fresca…
-¡Dios sea contigo, José! – dice el Anciano Juan, el que vimos ya en el primer banquete ofrecido a Jesús en Arimatea y también en casa de Lázaro en la última Pascua (siempre en una actitud que, aunque no fuera de discípulo, al menos no era hostil respecto a Jesús).
-¡Y contigo, Juan! Pero… sabiendo que eres justo, me asombra verte antes del ocaso…
-Es verdad. He quebrantado la ley sabática. Y he pecado sabiendo que pecaba. Por tanto, gran pecado el mío… Y grande será el sacrificio que ofreceré para ser perdonado. Pero también es muy grande el motivo que me ha incitado a este pecado… Yahveh, que es justo, tendrá compasión de su siervo culpable considerando el importante motivo que me ha impulsado a la culpa…
-Hace un tiempo no hablabas así. Para ti el Altísimo era sólo rigor, inflexibilidad. Y eras perfecto porque le temías como a un Dios intransigente…
-¡Oh! ¡Perfecto!… José, a ti nunca te he confesado mis culpas secretas… Pero es verdad. Consideraba a Dios intransigente. Como muchos en Israel. Nos han enseñado a considerarlo el Dios de las venganzas…
-Y has seguido creyéndolo después de que el Rabí ha venido a dar a conocer a su pueblo el verdadero Rostro de Dios, su verdadero Corazón… Un rostro y un corazón de Padre…
-Es verdad. Es verdad. Pero… todavía no le había oído hablar extensamente… De todas formas, como recordarás, desde la primera vez que lo vi, en el convite en tu casa, ya tomé una actitud hacia el Rabí que, si no era de amor, al menos era de… respeto.
-Es verdad… Pero por lo que yo te quiero quisiera que pasaras a una actitud de amor a El. Es demasiado poco el respeto…
-¿Tú lo amas, verdad, José?
-Sí. Y te lo digo, aun sabiendo que los príncipes de los sacerdotes odian a los que aman al Rabí. Pero tú no eres capaz de delación…
No. No soy capaz… Y quisiera ser como tú. Pero, ¿lo lograré alguna vez?
-Pediré porque lo logres. Significaría tu bienaventuranza eterna, amigo…
Un silencio lleno de reflexiones…
Luego José pregunta:
-Me has dicho que un importante motivo te ha movido a violar el sábado. ¿Y cuál? ¿Puedo preguntártelo sin ser demasiado indiscreto? Creo que has venido a casa de tu amigo en busca de ayuda… Y para ayudarte tengo que saber…
Juan se pasa la mano por la frente, aprieta esta frente de hombre en plena madurez, amplia y con ligeras entradas; se acaricia mecánicamente el pelo, que apenas ha empezado a encanecerse, y la tupida y escuadrada barba… Luego levanta la cabeza y mira fijamente a José. Dice:
-Sí. Un motivo importante, y penoso; y… y una gran esperanza…
-¿Cuáles?
-José, ¿te imaginas que mi casa es un infierno y que pronto ya no será una casa, sino… sino una cosa devastada, desbaratada, destruida, acabada?
-¿Qué? ¿Qué dices? ¿Desvarías?
-No. No desvarío… Mi mujer quiere marcharse… ¿Estás sorprendido?
-…Sí… porque… siempre la he visto buena y… porque vuestra familia me parecía ejemplar… tú, todo bondad… ella, toda virtud…
Juan se sienta y mete la cabeza entre las manos…
José prosigue:
-Ahora… esta… esta decisión… Yo… bueno que no puedo creer que Ana haya faltado… o que tú hayas faltado… Pero todavía menos lo creo de ella… toda casa, toda hijos… ¡No!… ¡En ella no puede haber culpa!…
-¿Estás seguro? ¿Estás completamente seguro?
-¡Oh! ¡Pobre amigo! No tengo el ojo de Dios. Pero, por lo que puedo juzgar, juzgo así…
-¿No crees que Ana sea… infiel…?
-¿Ana? ¡Pero, amigo! ¿El sol del verano te ha enfermado la cabeza? ¿Infiel con quién? No sale nunca de casa. Prefiere el
campo a la ciudad. Trabaja como la primera de las domésticas. Es humilde, discreta, trabajadora, amorosa contigo y con los
niños. Una mujer ligera no ama estas cosas. Créelo. ¡Oh, Juan!, pero ¿en qué fundas las sospechas? ¿Desde cuándo? -Desde siempre.
-¿Desde siempre? ¡Ah, entonces esto tuyo es una enfermedad!…
-Sí. Y… José, yo he cometido muchos errores. Pero no quiero confesártelos a ti solo. Anteayer han pasado unos discípulos por mi casa, y también unos pobres. Decían que el Rabí estaba viniendo a tu casa. Y ayer… ayer fue un día muy turbulento para mi casa… tanto que Ana ha tomado la decisión que he dicho… Por la noche – ¡y que noche! – he pensado mucho… Y he sacado la conclusión de que sólo Él, e1 Rabí perfecto…
-¡Divino, Juan, divino!
-..Como quieras… Que sólo Él puede curarme y reparar… reconstruir mi casa, darme de nuevo a Ana… y a mis hijos… reconstruirme todo…
El hombre llora. Entre lágrimas prosigue:
-Porque sólo Él ve y dice la verdad… y a Él lo creeré… José, amigo mío, déjame estar aquí esperándolo… -El Maestro está aquí. Partirá después de la puesta del sol. Voy e llamarlo – y José sale…
Pocos minutos de espera y la cortina se separa nuevamente para dejar paso a Jesús… Juan se pone de pie y se inclina con deferente saludo.
-La paz a ti, Juan. ¿Por qué motivo me buscas?
-Para que me ayudes a ver… y para que me salves. Soy muy infeliz. He pecado contra Dios y contra mi carne gemela. Y de pecado en pecado he llegado a violar la ley del sábado. Absuélveme, Maestro.
-¡La ley del sábado! ¡Grande, santa ley! ¡Lejos de mí el pensamiento de considerarla pequeña y superada! Pero ¿por qué la antepones al primero de los mandamientos? ¿Y cómo es que pides absolución por haber violado el sábado y no la pides por haber faltado al amor y torturado a una inocente, y haber llevado a la desesperación y al umbral del pecado al alma de tu esposa? ¡Por esto debes angustiarte más que por todas las otras cosas! Por haberla calumniado…
-Señor, sólo con José, hace poco, he hablado de ella. Con ningún otro, créelo. Tenía tan celado mi dolor, que José, buen amigo mío, no se había percatado de nada y se ha quedado sorprendido. Ahora él te lo ha dicho. Pero ha sido para ayudarme. Con ninguna otra persona hablará el justo José.
-Conmigo no ha hablado. Me ha dicho solamente que me buscabas.
-¿Y entonces cómo lo sabes?
-¿Cómo lo sé? Como sabe Dios los secretos de los corazones. ¿Quieres que te diga el estado del tuyo?… José hace ademán de retirarse discretamente. Pero es el propio Juan el que lo detiene diciendo:
-¡Quédate. ¡Tú eres amigo mío! ¡Puedes ayudarme ante el Rabí, tú, paraninfo de mi boda!… – y José vuelve a ponerse junto a los dos.
-¿Quieres que te lo diga? ¿Quieres que te ayude a conocerte? ¡No temas! No tengo mano cruel. Sé descubrir las heridas. No las hago sangrar para curarlas. Sé comprender y compadecerme. Y sé cuidar y curar; basta con que uno quiera ser curado. Tú tienes este deseo. Tanto que me has buscado. Siéntate aquí, a mi lado, entre mí y José. Él fue el paraninfo de tu boda terrestre, Yo quisiera ser el paraninfo de tu boda espiritual… ¡Oh, cuánto lo quisiera!… ¡Así! Y ahora escúchame bien. Y responde con sinceridad a todo. ¿Tú cómo crees que fue el acto de Dios de crear al hombre y a la mujer para que estuvieran unidos? ¿Un acto bueno o un acto malo?
-Bueno, Señor. Como todas las cosas hechas por Dios.
-Has respondido bien. Ahora dime: si el acto era bueno, ¿cuáles debían ser sus consecuencias?
-Igualmente buenas, Señor. Y fueron buenas, a pesar de que Satanás entrara a disturbarlas, porque Adán siempre encontró confortación en Eva y Eva en Adán. Es más, fue aún más sensible esta confortación cuando solos, desterrados en la Tierra, fueron ayuda el uno para el otro. Y fueron buenas las consecuencias materiales, o sea, los hijos, por los cuales se propagó el hombre, y a través de los cuales brilló el poder y la bondad de Dios.
-¿Por qué? ¿Qué poder y bondad?
-Hombre, pues… la que ha sido desarrollada en favor de los hombres. Si miramos hacia atrás… sí… hay justos castigos, pero hay también, y más numerosos, actos de bondad… Bondad infinita es el pacto establecido con Abraham y repetido luego a Jacob, y así hasta… hasta el día de hoy. Y repetido por bocas sin mentira: los profetas… hasta Juan…
-Y por la boca del Rabí, Juan – interrumpe José.
-No es boca de profeta… No es boca de Maestro… Es… más.
Jesús sonríe, aunque casi imperceptiblemente, ante la… profesión de fe, aún vinculada, del Anciano, que no llega a decir: «Es boca divina» pero ya lo piensa.
-Entonces Dios ha hecho bien uniendo al hombre y a la mujer. Está escrito. ¿Pero cómo quiso que fueran el hombre y la mujer – pregunta Jesús.
-Una carne sola.
-Bien. ¿Entonces puede la carne odiarse a sí misma?
-No.
-¿Puede un miembro odiar al otro miembro?
-No.
-¿Puede un miembro separase del otro miembro?
-No. Sólo una gangrena o una lepra o una desventura pueden separar un miembro del resto del cuerpo.
-Muy bien. ¿Entonces solamente una cosa dolorosa o mala puede separar lo que por voluntad de Dios no es sino una
unidad?
-Así es, Maestro.
-¿Y entonces por qué tú, convencido como estás de estas cosa, no amas a tu carne; y tanto la odias, que haces surgir una gangrena entre uno y el otro miembro, por lo cual, el miembro más débil, cayendo en mortificación, se separa y te deja solo?
Juan agacha la cabeza y guarda silencio mientras manosea las franjas de la túnica…
-Yo te digo el porqué. Porque Satanás ha entrado, a turbar, entre ti y tu mujer. Es más, ha entrado en ti con un amor desordenado hacia tu mujer. El amor, cuando es desordenado se transforma en odio. Juan. Satanás ha trabajado en tu sensualidad de varón para conseguir hacerte pecar. Porque ahí ha empezado tu pecado, a partir de tu desorden que ha ido engendrando nuevos y cada vez mayores desórdenes. En tu mujer no has visto solamente la buena compañera y la madre de tus hijos, sino también el objeto de placer. Y esto te ha puesto pupilas como las del buey, que ve todo alterado. Has visto como tú veías. Así has visto a tu mujer. Objeto de placer para ti, la has juzgado lo mismo para los demás; y de aquí vienen tus febriles celos, tu miedo infundado, tu arrogancia pecaminosa que ha hecho de ella una miedosa, una encarcelada, una torturada, una calumniada ¿Qué importa si no le pegas, si públicamente no la vituperas? ¡Tu sospecha es un palo! ¡Tu duda es una calumnia! La calumnias pensando de ella que es capaz de traicionar. ¿Qué importa si la tratas como su rango te impone? En lo íntimo de tu casa es para ti menos que una esclava, por tu bestialidad lujuriosa, que la humilla sobremanera, y que ha sido soportada siempre por ella en silencio y con docilidad esperando persuadirte, calmarte, hacerte bueno, y lo cual no ha servido sino para aumentar tu exasperación, hasta el punto de que has hecho de tu casa un infierno donde rugen los demonios de la lujuria y de los celos. ¡Los celos! ¿Qué habrá más calumniador, para una esposa, que los celos? ¿Qué, más claramente indicador del estado real de un corazón que los celos? Debes creer que donde los celos se anidan – ¡y tan estúpidos e irracionales, infundados, ofensivos, y obstinados! – no hay ni amor al prójimo ni amor a Dios. Lo que hay es egoísmo. ¡Por esto debes angustiarte, no por una fracción de sábado violado! Y para ser perdonado debes satisfacer por la devastación que has provocado…
-Pero Ana se quiere marchar ya… Ven a convencerla Tú… Sólo Tú puedes, oyéndola hablar, juzgar si verdaderamente es inocente y…
-¡Juan! ¿Quieres sanar y no quieres creer en lo que digo?
-Tienes razón, Señor. Cámbiame el corazón. Es verdad. No tengo motivo de fundada sospecha. Pero la quiero mucho… lujuriosamente, es verdad… Has visto bien… Y todo me es tiniebla…
-Entra en la luz. Sal de la maraña ardiente de una sensualidad tan feroz. A1 principio te costará… Pero mucho más te costaría perder a una buena esposa y ganarte el infierno y pagar por tu pecado de desamor, calumnia y adulterio, y por el suyo, porque te recuerdo que quien mueve a una mujer al divorcio se pone a sí mismo y la pone a ella en el camino del adulterio. Si sabes resistir durante una luna, al menos durante una luna, a tu demonio, te prometo que terminará la pesadilla. ¿Me lo prometes?
-¡Oh! ¡Señor! ¡Señor! Quisiera… Pero es un fuego… Apágamelo Tú. Tú que eres poderoso…
El Anciano Juan ha caído de rodillas delante de Jesús y llora con la cabeza en las manos apoyadas en el suelo.
-Te lo adormeceré. Te lo circunscribiré. Pondré frenos y límites a este demonio… Pero tú has pecado mucho, Juan, y tienes que trabajar tú mismo en tu resurrección. Los que Yo he convertido han venido a mí con la plena voluntad de hacerse nuevos, de quedar liberados… Habían obrado ya, con sus propias fuerzas, el comienzo de su redención. Así Mateo y María de Lázaro y otros. Tú has venido aquí sólo para saber si ella era culpable y para que te ayudase a no perder la fuente en que se sacia tu placer. Yo circunscribo el poder de tu demonio, no durante una luna, sino durante tres. Durante este tiempo medita y elévate. Propónte tomar una nueva vida de marido. Una vida de hombre dotado de alma. Y no la vida animal que has llevado hasta ahora. Y, que sepas, fortalecido por la oración y la meditación, por la paz que te doy durante tres meses, luchar y conquistarte la Vida eterna y reconquistarte el amor de tu esposa y la paz de tu casa. Ve.
-¿Pero qué le voy a decir a Ana? Quizás me la encontraré ya preparada para marcharse… ¿Qué palabras, después de tantos años de… ofensas, para convencerla de que la amo y de que no quiero perderla? Ven Tú…
-No puedo. Pero, ¡es tan simple!… Sé humilde. Llámala aparte y confiesa tu tormento. Dile que has venido a verme porque quieres ser perdonado por Dios. Y dile que te perdone, porque recibirás el perdón de Dios sólo si ella te lo invoca y es la primera en dártelo… !Oh! !Desdichado! !Cuánto bien, cuánta paz has desparramado con tu fiebre! ¿Cuánto mal crea la indisciplina de los sentidos, el desorden en los afectos! ¡Ánimo, levántate! Y vete tranquilo. ¿Pero no comprendes que ella, siendo buena y fiel a ti, está más angustiada que tú por el pensamiento de dejarte y no espera más que una palabra tuya para decirte: «Todo te es perdonado»? Ánimo, muévete. El ocaso ya está cumplido. No cometes, pues, pecado por volver a tu casa… Y de haberlo cometido por venir a tu Salvador; tu Salvador te absuelve. Vete en paz. Y no peques más.
-¡Oh! ¡Maestro! ¡Maestro!… ¡No merezco estas palabras!… Maestro… yo… querré amarte de ahora en adelante… -Sí, sí, ve. No te demores. Y recuerda esta hora en la hora en que Yo sea el Inocente calumniado.
-¿Qué quieres decir?
-Nada. Ve. Adiós.
Y Jesús se retira, dejando a los dos miembros del Sanedrín conmovidos y, enardecidos, juzgándole verdaderamente santo y sabio como sólo Dios puede serlo.
(Nota: aquí se observa que el sanedrita Juan se excedía en su vida sexual con su mujer, buscando más el placer sexual que la comprensión, el afecto, la vida espiritual y conyugal con su esposa, ya que el placer sexual, dentro del matrimonio y siendo generosos en hijos ante Dios, no sólo no es malo sino positivo, pero sin obsesiones ni desviaciones, en las que, por lo visto, Juan, el sanedrita, incurrió con su esposa, por lo que pecó ante Dios y el diablo actuó contra él)