En el Templo para la fiesta de los Tabernáculos. Discurso sobre la naturaleza del Reino.
Jesús entra en el Templo. Viene con sus apóstoles y con numerosísimos discípulos que conozco al menos de cara. Y, al final de todos, pero ya unidos al grupo como queriendo mostrar que quieren ser considerados seguidores del Maestro, caras nuevas, desconocidas todas, menos la sagaz del griego venido de Antioquía, que habla con otros -quizás gentiles como él- y que se detiene, con los que con él hablan, en el patio de los Paganos, mientras Jesús y los suyos prosiguen para entrar en el patio de los Israelitas. Naturalmente, la entrada de Jesús en el Templo, que está de bote en bote, no pasa desapercibida. Un susurro nuevo se alza, como de una colmena disturbada, un susurro que cubre las voces de los doctores que dan sus lecciones bajo el pórtico de los Paganos. Lecciones que, por lo demás, se suspenden, como por ensalmo; y alumnos de los escribas corren en todas las direcciones a llevar la noticia de la llegada de Jesús; de forma que cuando Él entra en el segundo recinto, donde está el atrio de los Israelitas, ya bastantes fariseos, escribas y , sacerdotes están atropados observándolo. Pero, mientras ora, no le dicen nada, y ni siquiera se le acercan, únicamente lo vigilan. Jesús vuelve al pórtico de los Paganos. Y ellos detrás. Y la comitiva de los malintencionados aumenta, como también aumenta la de los curiosos o de los bienintencionados. Y susurros en voz baja se mueven entre la gente. De vez en cuando, alguna voz más fuerte: « ¿Veis como ha venido? Es un justo. No podía faltar a la fiesta». O: « ¿Qué ha venido a hacer?, ¿a extraviar más aún al pueblo?». O también: «¿Estáis contentos ahora?, ¿ahora veis dónde está?, ¡mucho lo habéis preguntado!». Voces aisladas y apagadas enseguida, ahogadas en las gargantas por miradas significativas de discípulos y seguidores que amenazan, con su propio amor, a los rencorosos enemigos. Voces irónicas, venenosas, de enemigos que arrojan una chorretada de veneno y después se detienen, porque tienen miedo de la muchedumbre. Y silencio de la muchedumbre después de una manifestación significativa en favor del Maestro, porque tiene miedo a las represalias de los poderosos. El reino del miedo recíproco… El único que no tiene miedo es Jesús. Anda despacio, con majestad, hacia el lugar a donde quiere ir, un poco absorto, pero pronto para salir de su absorbimiento para acariciar a un niño que una madre le presenta, o sonreír a un anciano que lo saluda bendiciéndolo. En el pórtico de los Paganos, de pie, erguido, entre un grupo de alumnos, está Gamaliel: con los brazos cruzados, con su esplendorosa vestidura blanquísima y amplísima -que parece aún más blanca en contraste con la gruesa alfombra roja oscura extendida en el suelo en el punto donde esta Gamaliel-, parece estar pensando -la cabeza un poco inclinada- y no interesarse de lo que ocurre. Entre sus discípulos, por el contrario, hay agitación, la agitación de la más grande curiosidad. Uno, pequeñito, incluso se sube a un alto escabel para ver mejor. Pero, cuando Jesús está a la altura de Gamaliel, el rabí alza el rostro; y sus ojos profundos, bajo su frente de pensador, se clavan un instante en el rostro sereno de Jesús. Es una mirada escrutadora, mortificante y mortificada. Jesús la siente y se vuelve. Lo mira. Los dos fulgores, el de los ojos negrísimos y el de los ojos de zafiro, se entrelazan: el de Jesús, abierto, manso, que se deja escrutar; el de Gamaliel, impenetrable, tendente a conocer y deseoso de rasgar el misterio de la verdad -porque para él es un misterio el Rabí galileo-, pero farisaicamente celoso de su pensamiento, de modo que se cierra a toda indagación que no sea de Dios. Un instante. Luego Jesús prosigue y el rabí Gamaliel vuelve a reclinar la cabeza sobre el pecho, sordo a toda pregunta recta, ansiosa, de algunos que están en torno a él, o subrepticia y cargada de aborrecimiento de otros: -¿Es Él, maestro? -¿Qué opinas tú? -¡Bien! -¿Cuál es tu juicio? -¿Quién es Éste? Jesús va al lugar que ha elegido para sí. ¡Oh!, ¡no tiene alfombras bajo los pies! Ni siquiera está bajo el pórtico; simplemente, junto a una columna, en pie, erguido, en el escalón más alto, en el fondo del pórtico. El lugar más modesto. En torno a Él, apóstoles, discípulos., seguidores, curiosos; más allá, fariseos, escribas, sacerdotes, rabíes. Gamaliel no deja el sitio donde está. Jesús se pone a predicar por centésima vez la venida del Reino de Dios y la preparación de este Reino. Y yo podría decir que, ampliados en potencia, repite los mismos conceptos tratados, casi en el mismo lugar, veinte años antes. Habla de la profecía de Daniel, del Precursor anunciado por los profetas; recuerda la estrella de los Magos, la matanza de los Inocentes. Y, sentadas estas premisas para mostrar los signos de la venida del Cristo a la Tierra, cita, como corroboración de su venida, los signos actuales que acompañan al Cristo docente, como antes los otros acompañaban al adviento del Cristo encarnado, o sea, recuerda la contradicción que lo acompaña, la muerte del Precursor, y los milagros que continuamente se producen, confirmando que Dios está con su Cristo. No ataca nunca a sus antagonistas. Parece no verlos siquiera. Habla para confirmar en la fe a sus seguidores, para iluminar acerca de la verdad a aquellos que, sin culpa, están todavía en tinieblas respecto a ella… Una voz áspera se deja oír desde el extremo de la gente: -¿Cómo puede Dios estar en tus milagros, si se producen en día prohibido? Incluso ayer has curado a un leproso en el camino de Betfagé. Jesús mira al que lo ha interrumpido, pero no responde. Sigue hablando de la liberación del dominio que oprime a los hombres, y de la instauración del Reino de Cristo, eterno, invencible, glorioso, perfecto. -Y esto, ¿cuándo? – dice un escriba haciendo risitas. Y añade: -Ya sabemos que quieres hacerte rey. Pero un rey como Tú sería la ruina de Israel. ¿Dónde está tu potencia de rey?; ¿dónde, los soldados?;¿dónde, los tesoros?; ¿dónde, las alianzas? ¡Estás desquiciado! Y muchos como él menean la cabeza riéndose con menosprecio. Un fariseo dice:-Así no. De esta forma nunca sabremos qué entiende Él por reino, cuáles leyes y cuáles manifestaciones tendrá ese reino. ¿Qué? ¿Acaso el reino antiguo de Israel fue de repente perfecto como en los tiempos de David y Salomón? ¿No recordáis cuántas incertidumbres y horas oscuras antes del esplendor regio del rey perfecto? Para disponer del primer rey fue necesario, antes, formar al hombre de Dios que lo ungiera, y, por tanto, quitar la esterilidad a Ana de Elcaná e inspirarle que ofreciera el fruto de su vientre. Meditad el cántico de Ana. Es lección para nuestra dureza y ceguera: Nadie es santo como el Señor… No queráis multiplicar, jactándoos, las palabras soberbias… El Señor hace morir y vivir… exalta al pobre… Hace seguros los pasos de sus santos, y los impíos callarán porque el hombre no es fuerte por su fuerza, sino por la que le viene de Dios». ¡Recordad! «El Señor juzgará los confines de la Tierra.- dará el imperio a su rey y exaltará la potencia de su Cristo»(1 Samuel 2; 1 Samuel 1, 10- 11 y 20; 2, 1-11) El Cristo de las profecías no debía, acaso, venir de David? ¿Y es que todas las premisas, desde el nacimiento de Samuel en adelante, no son premisas para el reino del Cristo? ¿Tú, Maestro, no eres acaso de David, nacido en Belén? – pregunta, para finalizar, directamente a Jesús. -Tú lo has dicho – responde Jesús brevemente. -¡Oh! Entonces satisface nuestras mentes. Ya ves que el callar no es buena cosa, porque fomenta las nubes de la duda en los corazones. -No de la duda. De la soberbia. Es más grave aún. -¿Cómo? ¿Dudar de ti es menos grave que ser soberbios? -Sí. Porque la soberbia es la lujuria de la mente. Y es el pecado más grande, siendo el mismo pecado de Lucifer. Dios perdona muchas cosas, y su Luz resplandece amorosa para alumbrar las ignorancias y alejar las dudas. Pero no concede su perdón a la soberbia que lo escarnece afirmando ser mayor que Él. -¿Quién de nosotros dice que Dios es más pequeño que nosotros? Nosotros no blasfemamos… – gritan varios. -No lo decís con los labios, pero lo confirmáis con las obras. Queréis decir a Dios: «No es posible que el Cristo sea un galileo, uno del pueblo. No es posible que sea éste». ¿Qué es imposible para Dios? La voz de Jesús es un trueno. Si antes presentaba un aspecto un poco modesto, apoyado como un mendigo en su columna, ahora Jesús se endereza, se separa del pilar, yergue majestuosamente la cabeza y asaetea a la gente con sus fúlgidos ojos. Está todavía en el escalón, pero tan regio es su aspecto, que es como si estuviera sobre un trono. La gente retrocede, casi con miedo, y ninguno responde a la última pregunta. Luego un rabí, pequeño, lleno de arrugas, feo de aspecto como ciertamente lo es de alma, pregunta, haciendo preceder la pregunta de una risita disonante y cascada: -La lujuria se cumple siendo dos ¿La mente con quién la cumple? No es corpórea. ¡Cómo puede, entonces, pecar lujuriosamente? ¿A qué, siendo incorpórea, se une para pecar? – y ríe, estirando las palabras y la risita. -¿A quién? A Satanás. La mente del soberbio fornica con Satanás contra Dios y contra el amor. -¿Y Lucifer con quién fornicó para hacerse Satanás, si todavía no era Satanás? -Consigo mismo. Con su propio pensamiento inteligente y desordenado. ¿Qué es la lujuria, escriba? -¡Pero… te lo he dicho! ¿Y quién no sabe qué es la lujuria? Todos la hemos experimentado… -No eres un rabí sabio, porque no conoces la esencia verdadera de este pecado universal, trino fruto del Mal; así como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son la trina forma del Amor. La lujuria es desorden, escriba. Desorden guiado por una inteligencia libre y consciente, que sabe que su apetito está mal, pero de todas formas quiere saciarlo. La lujuria es desorden y violencia contra las leyes naturales, contra la justicia y el amor hacia Dios, hacia nosotros mismos, hacia nuestros hermanos. Toda lujuria. Tanto la carnal como la que tiende a las riquezas y poderes de la Tierra, como la de aquellos que quisieran impedirle al Cristo su misión, porque mantienen contubernio con la inmoderada ambición que teme ser quebrantada por mí. Un gran murmullo se extiende por la aglomeración de gente. Gamaliel, que se ha quedado solo en su alfombra, alza la cabeza y lanza una mirada penetrante a Jesús. -Pero ¡cuándo vendrá, entonces, el Reino de Dios? No has respondido… – insta de nuevo el fariseo de antes. -Cuando el Cristo esté en el trono que Israel le prepara, más alto que todos los demás tronos, más alto que este mismo Templo. -¿Pero, donde lo están aparejando, pues que no se ve aparato de nada? ¿Podrá ser verdad que Roma deje resurgir a Israel? ¿Es que las águilas se han quedado ciegas para no ver lo que se prepara? -El Reino de Dios no viene con aparato. Sólo el ojo de Dios lo ve formarse, porque el ojo de Dios lee dentro de los hombres. Por tanto, no vayáis buscando dónde está este Reino, dónde se prepara. Y no creáis a quien diga: «Se conjura en Batena, se conjura en las cavernas del desierto de Engadí, se conjura en las orillas del mar». El Reino de Dios está en vosotros, dentro de vosotros, en vuestro espíritu que acoge la Ley venida de los Cielos como ley de la verdadera Patria, ley que, practicándola, hace a uno ciudadano del Reino. Por esto, antes de mí ha venido Juan a preparar los caminos de los corazones, por los cuales debía penetrar en ellos mi Doctrina. Con la penitencia se han preparado los caminos, con el amor el Reino surgirá, y caerá la esclavitud del pecado que impide a los hombres el Reino de los Cielos. -¡Pero, verdaderamente este hombre es grande! ¿Y vosotros decís que es un artesano? – dice fuerte uno que escuchaba atentamente. Y otros, judíos por su vestimenta, y quizás instigados por los enemigos de Jesús, se miran confundidos, y miran a sus instigadores preguntando: -¿Pero qué nos habéis imbuido? ¿Quién puede decir que este hombre extravía al pueblo? – y otros: -Nos preguntamos y os preguntamos estas cosas: si es verdad que ninguno de vosotros lo ha instruido, ¿cómo tiene tantos conocimientos? ¿Dónde los ha aprendido, si no ha estudiado nunca con ningún maestro? – y dirigiéndose a Jesús: -Di, pues, ¿dónde has encontrado esta doctrina tuya? Jesús alza un rostro inspirado y dice: -En verdad, en verdad os digo que esta doctrina no es mía, sino que es de Aquél que me ha enviado a vosotros. En verdad, en verdad os digo que ningún maestro me la ha enseñado, ni la he encontrado en ningún libro viviente, o en ningún rollo o monumento de piedra. En verdad, en verdad os digo que me he preparado para esta hora oyendo al Viviente hablarle a mi espíritu. Ahora la hora ha llegado para que Yo dé al pueblo de Dios la Palabra venida de los Cielos. Y lo hago, y lo haré hasta el último respiro, y, tras haberlo exhalado, las piedras que me oyeron y no ablandecieron, conocerán un temor a Dios más fuerte que el que experimentó Moisés en el Sinaí; y en el temor, con voz de verdad, para bendecir o maldecir, las palabras de mi doctrina rechazada se grabarán en las piedras. Y esas palabras ya no se borrarán nunca. El signo permanecerá. Luz para quien lo acoja, al menos entonces, con amor; absolutas tinieblas para quien ni siquiera entonces comprenda que ha sido la voluntad de Dios la que me ha enviado para fundar su Reino. A1 principio de la creación fue dicho: «Hágase la luz». Y la luz apareció en el caos. A1 principio de mi vida fue dicho: «Paz a los hombres de buena voluntad». La buena voluntad es aquella que hace la voluntad de Dios y no combate contra ella. Ahora bien, aquel que hace la voluntad de Dios y no combate contra ella siente que no puede combatir contra mí, porque siente que mi doctrina viene de Dios y no de mí mismo. ¿Acaso busco Yo mi gloria? ¿Digo, acaso, que soy el Autor de la Ley de gracia y de la era de perdón? No. Yo no tomo la gloria que no es mía, sino que doy gloria a la gloria de Dios, Autor de todo lo que es bueno. Ahora bien, mi gloria es hacer lo que el Padre quiere que haga, porque esto le da gloria a Él. El que habla a favor propio para recibir alabanza busca su propia gloria. Mas aquel que pudiendo -incluso sin buscarla- recibir gloria de los hombres por lo que hace o dice y la rechaza diciendo: «No es mía, creada por mí sino que procede de la del Padre, de la misma manera que Yo de Él procedo» está en la verdad y en él no hay injusticia, pues da a cada uno lo suyo sin quedarse con nada de lo que no le pertenece. Yo soy porque Él ha querido que fuera». (El contexto presenta a Cristo en su humanidad («Aquel que me ha enviado entre vosotros», «me ha preparado para esta hora», «hasta el último respiro», «A1 principio de mi vida»…), por tanto hay que entender esta frase en el sentido de la Encarnación por voluntad del Padre). Jesús se detiene un momento. Recorre con sus ojos la aglomeración de gente. Escudriña las conciencias. Las lee. Las sopesa. Abre de nuevo sus labios: -Vosotros calláis: la mitad admirados, la otra mitad pensativos, pensando en cómo podéis hacerme callar. ¿De quién son los diez mandamientos? ¿De dónde vienen? ¿Quién os los ha dado? -¡Moisés! – grita la gente. -No. El Altísimo. Moisés, su siervo, os los trajo. Pero son de Dios. Vosotros los que tenéis las fórmulas pero no tenéis la fe, en vuestro corazón decís: «Nosotros a Dios no lo hemos visto. Y tampoco lo vieron los hebreos que estaban al pie del Sinaí». ¡Oh!, no os son suficientes para creer que Dios estaba presente ni siquiera los rayos, que incendiaban el monte mientras Dios resplandecía tronando delante de Moisés. No os valen ni siquiera los rayos y los terremotos para creer que Dios está sobre vosotros para escribir el Pacto eterno de salvación y de condena. Una epifanía nueva, tremenda veréis, y pronto, entre estos muros. Y las mansiones sagradas ya no estarán en tinieblas, porque habrá comenzado el Reino de la Luz, y el Santo de los Santos, no celado ya tras la ternaria cortina, será elevado ante la presencia de todos. Y todavía no creeréis. Entonces, ¿qué se necesitará para haceros creer? ¿Que los rayos de la Justicia incidan en vuestras carnes? Pero entonces la Justicia estará apaciguada, y descenderán los rayos del Amor. Y, a pesar de todo, ni siquiera éstos escribirán en vuestros corazones, en todos vuestros corazones, la Verdad y suscitarán el arrepentimiento y luego el amor… Los ojos de Gamaliel, en un rostro tenso, están ahora fijos en el rostro de Jesús… -Pero, Moisés sabéis que era hombre entre los hombres; de él os han dejado descripción los cronistas de su tiempo. Y, a pesar de todo, sabiendo incluso quién era, de Quién y cómo recibió la Ley, ¿observáis, acaso, esta Ley? No. Ninguno de vosotros la observa. Un grito de protesta entre la gente. Jesús impone silencio: -¿Decís que no es verdad? ¿Que la observáis? ¿Y entonces por qué tratáis de matarme? ¿No prohíbe el quinto mandamiento matar al hombre? ¿Vosotros no admitís en mí al Cristo? Pero no podéis negar que Yo sea hombre. Entonces ¿por qué tratáis de matarme? -¡Pero Tú estás loco! ¡Eres un endemoniado! ¡Un demonio habla en ti y te hace delirar y decir embustes! ¡Ninguno de nosotros piensa en matarte! ¡Quién quiere matarte? – gritan, precisamente aquellos que lo quieren hacer. -¿Que quién? Vosotros. Y buscáis las disculpas para hacerlo. Y me echáis en cara culpas no verdaderas. Me echáis en cara -y no es la primera vez- el que haya curado a un hombre en sábado. ¿Y no dice Moisés (Deuteronomio 22, 4) que tengamos piedad incluso del asno y del buey caídos, porque representan un bien para el hermano? ¿Y Yo no debería tener compasión del cuerpo enfermo de un hermano, para el cual la salud recuperada es un bien material y un medio espiritual para bendecir a Dios y amarlo por su bondad? ¿Y la circuncisión que Moisés os dio, por haberla recibido de los patriarcas, acaso no la practicáis también en día de sábado? Si circuncidando a un hombre en día de sábado no se viola la Ley mosaica del sábado, porque la circuncisión sirve para hacer de un varón un hijo de la Ley, ¿por qué os enojáis contra mí si en día de sábado he curado a un hombre enteramente, en el cuerpo y en el espíritu, y he hecho de él un hijo de Dios? No juzguéis según la apariencia y la letra, sino juzgad con recto juicio y con el espíritu, porque la letra, las fórmulas, las apariencias, son cosas muertas, escenarios pintados, pero no verdadera vida, mientras que el espíritu de las palabras y apariencias es vida real y fuente de eternidad. Pero vosotros no entendéis estas cosas porque no las queréis entender. Vamos. Y vuelve las espaldas a todos y se dirige hacia la salida, seguido y circundado por sus apóstoles y discípulos, que lo miran: con pena por Él, con enojo contra los enemigos. Él, pálido, les sonríe y les dice: -No estéis tristes. Vosotros sois amigos míos. Y hacéis bien siéndolo, porque mi tiempo se acerca a su fin. Pronto llegará el tiempo en que desearéis ver uno de estos días del Hijo del hombre, mas no podréis ya verlo. Entonces hallaréis confortación en deciros: «Nosotros lo amamos y le fuimos fieles mientras estuvo entre nosotros». Y para burlarse de vosotros y haceros aparecer como locos os dirán: «Cristo ha vuelto. ¡Está aquí! ¡Está allá!». No creáis en esas voces. No vayáis, no os pongáis a seguir a estos falaces burladores. El Hijo del hombre, una vez que se haya marchado, no volverá sino cuando llegue su Día. Y entonces su manifestación será semejante al relámpago, que resplandeciendo surca el cielo de una parte a otra, tan rápidamente, que el ojo apenas puede seguirlo. Vosotros, y no sólo vosotros, sino ningún hombre, podría seguirme en mi aparición final para recoger a todos aquellos que fueron, son y serán. Pero antes de que esto suceda es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho. Sufra todo. Todo el dolor de la Humanidad, y, además, sea repudiado por esta generación. -Pero entonces, mi Señor, sufrirás todo el mal que será capaz de descargar sobre ti esta generación – observa el pastor Matías. -No. He dicho: «Todo el dolor de la Humanidad». Ella existía antes de esta generación, y existirá, por generaciones y generaciones, después de ésta. Y siempre pecará. Y el Hijo del hombre gustará toda la amargura de los pecados pasados, presentes y futuros, hasta el último pecado, en su espíritu, antes de ser el Redentor. Y, ya en su gloria, todavía sufrirá, en su espíritu de amor, al ver que la Humanidad pisotea su amor. Vosotros no podéis entender por ahora… Vamos ahora a esta casa que me es amiga. Y llama a una puerta, que se abre y lo deja entrar, sin que el custodio muestre estupor por el número de personas que entran detrás de Jesús.