Judas Iscariote se siente descubierto durante el discurso de despedida en Béter.
No sé cómo voy a poder escribir porque estoy agotada a causa de los continuos ataques cardíacos diurnos y nocturnos… Pero veo, y debo escribir.
Veo a Jesús en la parte de delante del palacio de Juana en Béter. Ahí el jardín que precede a la casa se ensancha, formando como dos alas verdes en forma de tenaza, creando así una pequeña explanada semicircular, desnuda de árboles en el centro, pero limitada en los bordes por árboles muy altos y añosos, frondosos, que, con la brisa que corre por esta cima de colina, susurran levemente su frufrú y proyectan una propicia sombra para protección del sol cuando éste está en occidente. Debajo de los árboles, un seto de rosas pone un semicírculo de colores y fragancias como linde de la explanada.
La hora se acerca al ocaso, porque el sol, que – estando este castillo sobre un lugar elevado – se ve nítidamente descender por un buen arco de horizonte, está para ocultarse detrás de los montes que hay a occidente y que Andrés señala a Felipe recordando el miedo de los dos, allí, en Bet Yinna, por tener que anunciar al Señor. Se comprende que en estos montes está Bet Yinna, donde el Señor, hace un año, curó a la hija del posadero, al principio de su peregrinaje hacia las orillas mediterráneas, si recuerdo bien. Estoy sola y no puedo pedir que me den los fascículos de hace unos meses, para confrontar; y mi cabeza no es capaz de recordar.
Están presentes todos los apóstoles. No sé cómo ha tenido lugar el encuentro de Jesús con Judas. Aparentemente en el mejor de los modos, porque no noto caras serias ni alteradas, y Judas se muestra desenvuelto, alegre, como si no pasara nada; tanto que es todo amabilidad incluso con los subalternos más humildes, cosa que no es muy fácil en él y que desaparece del todo cuando está inquieto.
Está todavía Elisa, y también Anastática, que ha venido, sin duda, con los apóstoles y la doméstica de Elisa. Y está Cusa, respetuoso todo, con Matías de la mano; y Juana, junto a Elisa, con la pequeña María al lado. Y Jonatán está detrás de su ama.
Frente a Jesús – a quien protege del sol, que todavía cae sobre esta fachada occidental, un toldo tendido sobre unas cuerdas y unos postes, como un baldaquino – están todos los domésticos y jardineros de Béter, y no son sólo los habituales, sino también los adventicios, tomados del pueblo que depende del castillo. Están a la sombra fresca del frondoso semicírculo, protegidos del sol, silenciosos, alineados, esperando la bendición de Jesús, que parece ya próximo a la partida, en espera sólo de que el ocaso señale el final del sábado.
Jesús habla ahora con Cusa; están un poco retirados. No sé qué le dice, porque hablan en voz baja. Pero veo que Cusa se prodiga en reverencias y en declaraciones de garantías, poniéndose la mano derecha en el pecho como para decir: «Empeño mi palabra, estáte seguro de que por mi parte» etc. etc.
Los apóstoles, discretos, se han reunido en un ángulo. Pero ninguno les puede impedir observar, y si en el rostro de Pedro y Bartolomé se ve la sencilla mirada de quien sabe ya un poco de qué se trata, en el rostro de los otros, menos Judas, hay aprensión, una expresión triste, especialmente en los rostros de Santiago de Alfeo, Juan y Simón y Andrés, mientras que Judas de Alfeo parece casi inquieto y severo; el otro Judas, que quiere aparecer desenvuelto, mira más que todos, y parece querer descifrar, por los movimientos de las manos, de los labios, lo que Jesús y Cusa dicen.
Las discípulas, calladas, respetuosas, también observan, y Juana sonríe involuntariamente, con un poco de ironía en medio de su tristeza, y parece compadecer a su esposo cuando Cusa, alzando la voz al final del coloquio, proclama:
-Mi deuda de gratitud es tal, que de ninguna manera podré jamás quedar desobligado. Por tanto, te concedo lo que más amo: mi Juana… Pero debes comprender mi prudente amor por ella… El enojo de Herodes… su legítima defensa… se habrían descargado en forma de represalias contra nuestros bienes, contra… contra nuestro poder… y Juana está habituada a estas cosas, está delicada… necesita estas cosas… Yo tutelo sus intereses. Pero te juro que ahora que estoy seguro de que Herodes no se va a enojar conmigo, como contra un siervo suyo cómplice de un enemigo, te voy a servir con absoluta alegría y nada más, y concederé a Juana toda libertad…
-Está bien. Pero recuerda que trocar los bienes eternos por un breve honor humano es como trocar la primogenitura por un plato de lentejas. Y mucho peor todavía…
Las discípulas han oído estas palabras. Pero también los apóstoles. Y, mientras que a la mayor parte les sabe a discurso académico, Judas de Keriot percibe en ellas un sabor especial: cambia de color y de expresión, y echa una mirada entre asustada e irritada a Juana. Intuyo que hasta este momento Jesús no ha hablado de cuanto ha sucedido, y que sólo ahora Judas tiene la primera sospecha de que su juego ha sido descubierto.
Jesús se vuelve a Juana y le dice:
-Bueno, pues ahora vamos complacer a la buena discípula. Voy a hablar, como has deseado, a tus dependientes antes de partir.
Da unos pasos hacia delante, hasta el límite de sombra que se va alargando cada vez más, debido a que el sol va descendiendo, va descendiendo lentamente (parece ya una naranja cortada por la base, y cada vez más se va ensanchando el corte, a medida que el astro va bajando por detrás de los montes de Bet – Yinna, dejando un enrojecimiento de fuego en el cielo terso).
-Amados amigos Cusa y Juana, y vosotros, servidores buenos de ella, que ya conocéis al Señor por boca de mi discípulo Jonatán, desde hace muchos años, y por boca de Juana desde cuando es fiel discípula mía, escuchad.
Me he despedido de todos los lugares judíos donde tengo mayor número de discípulos, por obra de mis primeros discípulos, los pastores, y también por la respuesta coherente al Verbo, que ha pasado instruyendo para salvar. Ahora me despido de vosotros, porque no volveré nunca más a este Edén, bellísimo (no tanto por los rosales y la paz que reinan en él, y no sólo por la buena ama que en él es reina, cuanto porque aquí se cree en el Señor y se vive según su Palabra). ¡Un paraíso! Sí. ¿Qué era el paraíso de Adán y Eva? Un espléndido jardín donde se vivía sin pecado y donde resonaba la voz de Dios, amada, acogida con alegría por sus primeros dos hijos…
Ahora bien, Yo os exhorto a vigilar para que no os suceda lo que sucedió en el Edén: no suceda que se introduzca la serpiente de la mentira, de la calumnia, del pecado, y os muerda en el corazón y separe de Dios. Vigilad y manteneos firmes en la Fe… No os turbéis. No hagáis actos de incredulidad, lo cual podría suceder porque el Maldito entrará, tratará de entrar, por todas partes, como ya ha entrado en muchos lugares, para destruir la obra de Dios. Y mientras que entre en los lugares, el
Perspicaz, el Astuto, el Incansable, y escudriñe y se ponga a la escucha y tienda asechanzas y desbabe y trate de seducir, poco mal será todavía. Nada ni nadie pueden impedirle que lo haga. Lo hizo en el Paraíso Terrenal… Pero un mal mayor es dejarlo estar y no echarlo. El enemigo que no se expulsa acaba haciéndose amo del lugar, porque se instala en él y en él construye sus defensas y sus ofensas. Id a la caza de él enseguida, ponedlo en fuga usando el arma de la fe, de la caridad, de la esperanza en el Señor. Pero es sumo mal cuando no sólo se le deja vivir tranquilamente entre los hombres, sino que se le deja penetrar desde el exterior hasta el interior, y se le deja hacer un nido en el corazón del hombre. ¡¡Ah, entonces!!
Y, a pesar de todo, ya muchos hombres lo han acogido en su corazón, contra Cristo. Han acogido a Satanás con sus malas pasiones, arrojando fuera a Cristo. Y si no hubieran conocido todavía a Cristo en su verdad; si su conocimiento hubiera sido superficial, como se conocen unos viandantes que se ven por casualidad en un camino, muchas veces sólo mirándose un momento, desconocidos que se ven por primera y última vez, otras veces intercambiando solamente algunas palabras para preguntar el camino procedente, para pedir un poco de sal, o yesca para encender el fuego, o el cuchillo para preparar la carne; si así hubieran conocido a Cristo estos corazones que ahora, y más mañana, cada vez más, arrojan a Cristo para dejar espacio a Satanás… aún podrían ser compadecidos y tratados con misericordia, por ser ignorantes respecto a Cristo. Pero, ¡ay de aquellos que me conocen como lo que soy, realmente, que se han nutrido de mi palabra y de mi amor, y ahora me arrojan afuera, acogiendo a Satanás, que los seduce con falaces promesas de triunfos humanos cuya realidad será la eterna condenación!
Vosotros, vosotros que sois humildes y no soñáis tronos ni coronas, vosotros que no buscáis las glorias humanas, sino la paz y el triunfo de Dios, su Reino, su amor, la vida eterna, y sólo esto, no los imitéis jamás. ¡Vigilad! ¡Vigilad! Conservaos limpios de corrupciones, fuertes contra las acusaciones malignas, contra las amenazas, contra todo.
Judas, que ha comprendido que Jesús sabe algo, ha tomado el aspecto de una máscara térrea de hiel. Sus ojos lanzan fulgores malignos contra el Maestro y contra Juana… Se retira, detrás de sus compañeros, como para apoyarse en la pared. En realidad lo hace para que no se vea su contrariedad.
Jesús prosigue después de una breve interrupción, colocada como para separar la primera parte del discurso de la segunda. Dice:
-Hubo un tiempo en que el yizraelita Nabot tenía una viña junto al palacio de Ajab, rey de Samaria. Una viña de sus padres, muy apreciada, por tanto, por su corazón, casi sagrada para él porque era la herencia que su padre le había dejado tras haberla heredado a su vez de su padre, y éste del suyo, y así sucesivamente. Generaciones de parientes habían sudado en aquella viña para que fuera cada vez más pujante y hermosa. Nabot la apreciaba mucho. Ajab le dijo: «Cédeme tu viña, que está pegando a mi casa y me servirá para hacerme una huerta para mí y los que viven conmigo. Yo en cambio te daré una viña mejor, o dinero si lo prefieres». Pero Nabot respondió «Siento no complacerte, oh rey. No puedo complacerte. Esta viña me viene en herencia de mis padres y me es sagrada. Dios me guarde de darte la herencia de mis padres». (1 Reyes 21)
Vamos a meditar esta respuesta. Se medita en ella demasiado poco, y demasiados pocos en Israel meditan en ella. Los otros, la mayoría, los que he mencionado antes, que con facilidad arrojan afuera a Cristo para acoger a Satanás, no tienen mucho respeto hacia la herencia de sus padres, y, con tal de tener mucho dinero o mucho terreno, o sea, los honores y la seguridad de que no los suplanten fácilmente, aceptan ceder la herencia de sus padres, a sea, la idea mesiánica en lo que ella es verdaderamente, como ha sido revelada a los santos de Israel, y que debía ser sagrada en todos sus detalles sin manipular en ella, sin alterarla, sin rebajarla con limitaciones humanas. ¡Cuántos, cuántos, cuántos truecan la luminosa idea mesiánica, enteramente santa y espiritual, por un títere de regiedumbre humana, agitado como un espantajo para perjuicio de la autoridad o blasfemo contra la verdad!
Yo, Misericordia, no llego a maldecirlos con las tremendas maldiciones de Moisés contra los transgresores de la Ley. Pero detrás de la Misericordia está la Justicia. ¡Deben recordarlo todos! Yo, por mi parte, les recuerdo a éstos – y, si entre los presentes hay alguno de éstos, que reciba la corrección con corazón bueno -, les recuerdo otras palabras de Moisés, dichas para los que querían ser más de lo que Dios había establecido para ellos.
Dijo Moisés a Coré, Datán y Abirón, que se consideraban santos al igual que Moisés y Aarón y se oponían a ser sólo hijos de Leví en el pueblo de Israel: «Mañana el Señor dará a conocer quién le pertenece y dejará que se acerquen a El los santos; aquellos a quienes haya elegido se acercarán a Él. Meted fuego en vuestro incensario y, en el fuego, incienso delante del Señor, y venid vosotros y los vuestros con Aarón. Y veremos a quién elige el Señor. ¡Os ensalzáis un poco demasiado, hijos de Leví!». (Números 16)
Vosotros, buenos israelitas, conocéis cuál fue la respuesta de Dios a los que se querían ensalzar un poco demasiado, olvidándose de que el único que destina los puestos de sus hijos y elige es Dios, y elige con justicia, y elige hasta el punto exacto. Yo también tengo que decir: «Hay algunos que se quieren ensalzar un poco demasiado, y serán castigados de forma que los buenos comprendan que aquellos han blasfemado contra el Señor».
Los que truecan la idea mesiánica, tal y como la ha revelado el Altísimo, por la pobre idea suya, humana, onerosa, limitada, vindicativa, ¿no son, acaso, semejantes a aquellos que querían juzgar la santidad de Moisés y Aarón? ¿No os parece que los que, con tal de alcanzar su objetivo, la realización de su pobre idea, quieren tomar propias iniciativas motu proprio, considerándolas soberbiamente más justas que las de Dios, no os parece que quieren ensalzarse un poco demasiado y que quieren pasar ilegalmente de estirpe de Leví a estirpe de Aarón? Aquellos que sueñan con un pobre rey de Israel y lo prefieren al Rey de reyes espiritual, aquellos que tienen por pupilas, enfermas, la soberbia y la ambición – por lo cual ven deformadas las verdades eternas que están escritas en los libros santos – y a los cuales la fiebre de una humanidad concupiscente les hace incomprensibles las palabras clarísimas de la Verdad revelada, ¿no son, acaso, los que truecan por una insignificancia sin valor la herencia de toda la estirpe, la más sagrada herencia?
Pero, aunque ellos lo hagan, Yo no trocaré la herencia del Padre y de los padres, y moriré fiel a esta promesa, que vive desde cuando la redención fue necesaria, fiel a esta obediencia que existe desde siempre, porque Yo no he defraudado nunca a mi Padre y nunca lo defraudaré por temor a la muerte, por horrenda que sea. Se procuren los enemigos los falsos testigos, finjan
celo y práctica perfectas. No cambiará esto ni su delito ni mi santidad. Mas aquel y aquellos que – cómplices suyos después de haber sido sus corruptores – crean poder extender la mano sobre lo que es mío, hallarán en la Tierra a perros y buitres para ingerir su cuerpo y su sangre, y en el Infierno a demonios para ingerir su sacrílego espíritu, sacrílego y deicida.
Os he dicho esto para vuestro conocimiento. Para que todos tengáis conocimiento, y quien sea malvado pueda arrepentirse mientras pueda hacerlo, imitando a Ajab, y quien es bueno no sea turbado en la hora de las tinieblas.
¡Oh, hijos de Béter, adiós! Que el Dios de Israel esté siempre con vosotros y la Redención haga descender su rocío sobre un campo limpio, para que en él se abran todas las semillas que el Maestro, que os ha amado hasta la muerte, ha esparcido en vuestros corazones.
Jesús los bendice y los mira mientras ellos se marchan lentamente. Ya se ha puesto el sol, del cual, como recuerdo, queda sólo un color rojo, que se va apagando lentamente, pasando a violáceo. El reposo sabático ha terminado.
Jesús puede partir. Besa a los pequeños, saluda a las discípulas, saluda a Cusa. Y en el umbral de la cancilla se vuelve y dice fuerte, para que todos oigan:
-Hablaré, cuando pueda, a esas criaturas. Pero tú, Juana, preocúpate de hacerles saber que en mí sólo se halla e», enemigo del pecado y el rey del espíritu. Y recuérdalo tú también. Cusa. Y no temas. Ninguno debe tener miedo de mí. Ni siquiera los pecadores, porque soy la Salud. Sólo los impenitentes hasta la muerte deben tener miedo de Cristo, Juez después de haber sido el Todo Amor… La paz sea con vosotros.
Y es el primero en salir, y empieza a bajar…