Coloquio de Jesús con José y Simón de Alfeo, que van a la fiesta de los Tabernáculos.
Apenas despunta el sol sobre la naturaleza rociada de breve y reciente lluvia. Sin duda es así, porque el polvo del camino está todavía mojado pero no se ha transformado en barro; por eso digo que ha llovido poco antes y que la lluvia ha sido breve. Una primera agua de otoño, un anuncio de las lluvias de Noviembre, que transformarán los caminos palestinos en legamosas cintas de lodo. Pero ésta, ligera, propicia para los viandantes, sólo ha mojado el polvo -el otro flagelo de Palestina, reservado a los meses estivales, como el lodo a los invernales- y ha lavado el ambiente, las hojas y las hierbas, que brillan todas, tersas, con el primer rayo del Sol. Un vientecillo suave, puro, corre por los olivares que cubren los collados nazarenos, y el frufrú de las frondas tiene tanto rumor de grandes plumas agitadas al compás del vuelo, que parece que corriera por entre los árboles quietos un vuelo de ángeles; y brillan con su plata sembrada de brillantes, plegándose todas a un lado, como si al angélico vuelo le siguiera una estela de paradisíaca luz. Ya la ciudad ha quedado unos cuantos estadios atrás, cuando Jesús, que ha caminado por atajos entre las colinas, entra en el camino de primer orden que de Nazaret va hacia la llanura de Esdrelón, el camino de caravanas que de minuto en minuto se va animando de peregrinos. Recorre otros pocos estadios por este camino, cuando -llegado a una bifurcación, donde el camino se divide en dos junto a un poste que en sus dos lados opuestos tiene escrito: `Jafia Simonia – Belén Carmelo» al Oeste, y «Xalot – Naím Scitópolis – Engannim» al Este-, ve a sus primos José y Simón, parados en el borde del camino, los cuales, junto con Juan de Zebedeo, lo saludan inmediatamente. -¡Paz a vosotros! ¿Ya estáis aquí? Pensaba que sería el primero y que debería pararme aquí a esperaros… y ya os encuentro – y los besa, visiblemente contento de verlos. -No podías llegar antes. Por temor a que pasaras antes de que llegásemos nosotros, nos hemos puesto en camino a la luz de las estrellas, enseguida veladas por las nubes. -Os había dicho que me veríais. Entonces tú, Juan, no has dormido. -Poco, Maestro. Pero, en todo caso, más que Tú, sin duda – y el sereno rostro de Juan sonríe, verdadero espejo de su bondadoso carácter siempre contento de todo. -Entonces, hermano mío, ¿querías hablar conmigo? – dice Jesús a José. -Sí… Ven, vamos un poco dentro de esa viña. Estaremos más tranquilos – y José es el primero que se mete entre dos hileras de vides ya despojadas de su fruto. Sólo algún que otro pequeño racimo, para el hambre del pobre y del peregrino, según las prescripciones mosaicas, queda en los sarmientos, entre las hojas que, próximas a caer, ya amarillecen. Jesús lo sigue con Simón. Juan se queda en el camino. Pero Jesús lo llama diciendo: -Puedes venir, Juan. Tú eres mi testigo. -Pero… – dice el apóstol, mirando vacilante a los dos hijos de Alfeo. -No, no. Ven, sí. Es más, queremos que oigas nuestras palabras – dice José, y entonces Juan baja también a la viña, donde todos se adentran tanto, siguiendo la curva de las hileras, que ya no se los ve desde el camino. -Jesús, me siento alegre de ver que me quieres – dice José. -¿Y podías dudarlo? ¿No te he querido siempre? -Yo también te he querido siempre. Pero… en nuestro amor, desde hace un tiempo ya no nos comprendíamos. Yo… no podía aprobar lo que hacías, porque me parecía tu destrucción, la de tu Madre y la nuestra. Ya sabes… Todos los galileos de una cierta edad recordamos cómo fue castigado Judas el galileo y cómo fueron desbaratados sus parientes y seguidores, y confiscados sus bienes. A los que no mataron los mandaron a las galeras y les confiscaron los bienes. No quería esto para nosotros. Porque… Sí, no daba crédito a que precisamente de nosotros, que somos de la estirpe de David, sí, pero tan… Bueno, no nos falta el pan, y alabado sea el Altísimo por ello. Pero, ¿dónde está la grandeza regia que todas las profecías atribuyen al que será el Mesías? ¿Eres Tú la verga que golpea para dominar? No fuiste luz al nacer. ¡Ni siquiera naciste en tu casa!… ¡Yo conozco bien las profecías! Nosotros ya somos rama seca. Y nada hacía entender que el Señor la hubiera revestido de follaje. ¿Y Tú qué eres sino un justo? Por estos pensamientos te hacía frente, gimiendo por nuestra destrucción. Y en medio de esta compunción mía vinieron los tentadores, para avivar aún más el fuego de mis ideas de grandeza, de realeza… Jesús, tu hermano fue un necio. Creí en ellos y te causé pesar. Es duro confesarlo, pero lo debo decir. Y piensa que todo Israel estaba en mí: necio como yo; como yo, seguro de que la forma del Mesías no era la que Tú nos ofreces… Es duro decir: «Me he equivocado. Nos hemos equivocado y seguimos equivocándonos. Desde hace siglos». Pero tu Madre me ha explicado las palabras de los profetas. ¡Oh, sí! Tiene razón Santiago. Y tiene razón Judas. De labios de María -como ellos oyeron, de niños, esas palabras-, se ve que eres el Mesías. En fin, ya no soy un niño, y mis cabellos encanecen; ni lo era cuando María volvió del Templo esposa de José. Y recuerdo esos días. Y la desaprobación de mi padre, una desaprobación cargada de asombro, cuando vio que su hermano no cumplía las nupcias en breve plazo. Asombro suyo, asombro de Nazaret. Y también murmuración. Porque no es usual dejar pasar tantos meses antes de las nupcias, poniéndose en condiciones de pecar y de… Jesús, yo siento estima por María y honro la memoria de mi pariente. Pero el mundo… Para el mundo no fue un buen momento… Tú… ¡Oh, ahora sé! Tu Madre me ha explicado las profecías. Y Dios quiso que se retrasaran las nupcias para que tu nacimiento coincidiera con el gran Edicto y nacieras en Belén de Judá. Y… todo, sí, María me lo ha explicado todo, y ha sido como una luz para comprender lo que Ella por humildad ha callado. Y digo: eres el Mesías. Esto he dicho y esto diré. Pero decirlo no significa todavía cambiar de mente… porque mi mente piensa en el Mesías como rey. Las profecías hablan… y es difícil poder comprender otro carácter en el Mesías sino el de rey… ¿Sigues Mi razonamiento? ¿Estás cansado? -No, te escucho. -Bueno, pues, los que seducían mi corazón volvieron y querían que te coaccionara… Y, al no querer hacerlo, cayó de su rostro el velo y aparecieron como en realidad son: los falsos amigos, los verdaderos enemigos… Y vinieron otros, plañendo como pecadores. Escuché lo que me dijeron. Relataron tus palabras en casa de Cusa… Ahora sé que Tú reinarás sobre los espíritus, o sea, serás Aquel en quien toda la sabiduría de Israel se centrará para dar leyes nuevas y universales. En ti está la sabiduría de los patriarcas y la de los jueces, y la de los profetas, y la de nuestros antepasados David y Salomón; en ti la sabiduría que guió a los reyes, a Nehemías y a Esdras; en ti, la que sostuvo a los Macabeos. Toda la sabiduría de un pueblo, de nuestro pueblo, del Pueblo de Dios. Comprendo que darás al mundo, enteramente sujeto a tu poder, tus sapientísimas leyes. Y verdaderamente, pueblo de santos será tu pueblo. Pero, hermano mío, no puedes hacer esto solo. Moisés, para mucho menos, eligió ayudantes. ¡Y era sólo un pueblo! ¡Tú… todo el mundo! ¡Todo a tus pies!… ¡Ah, pero para hacer esto debes darte a conocer!… ¿Por qué sonríes con los labios teniendo cerrados los ojos? -Porque escucho y me pregunto: «¿Olvida mi hermano que, diciendo que iba a perjudicar a toda la familia, me dirigió un reproche por el hecho de darme a conocer?». Por esto sonrío. Y también pienso que desde hace dos años y seis meses no hago más que darme a conocer. -Es verdad. Pero… ¿Quién te conoce? Una serie de pobres, de campesinos, de pescadores, de pecadores, ¡y de mujeres! Bastan los dedos de la mano para contar, entre los que te conocen, a los de valor. Lo que yo digo es que debes darte a conocer a los grandes de Israel. A los sacerdotes, a los ancianos, a los escribas, a los grandes rabíes de Israel, a todos aquellos que aun siendo pocos valen por una multitud. ¡Ésos son los que te tienen que conocer! Ellos, los que no te aman, tienen entre sus acusaciones -las cuales, ahora lo comprendo, son falsas- una verdadera, justa: la de que los marginas. ¿Por qué no vas como lo que eres y los conquistas con tu sabiduría? Sube al Templo y asienta los reales en el Pórtico de Salomón -eres de la estirpe de David, y profeta; ese lugar te pertenece, a ninguno como a ti le pertenece, por derecho- y habla. -He hablado y por ello me han odiado. -Insiste. Habla como rey. ¿No recuerdas la potencia, la majestad de los actos de Salomón? Si (¡espléndido este «si»!) eres el anunciado por los profetas, como ilustran las profecías vistas con los ojos del espíritu, Tú eres más que Hombre. Él, Salomón, era sólo hombre. Muéstrate, pues, como lo que eres, y te adorarán. -¿Me adorarán los judíos, los príncipes, y los jefes de las familias y tribus de Israel? No todos, pero alguno que no me adora me adorará en espíritu y verdad. Pero no será ahora. Antes debo ceñir la corona y tomar el cetro y vestir de púrpura. -¡Ah, entonces eres rey, lo serás pronto! ¡Lo estás diciendo! ¡Es como pensaba yo! ¡Es como muchos piensan! -En verdad, no sabes cómo reinaré. Sólo Yo y el Altísimo, y pocas almas a las que el Espíritu del Señor ha querido revelárselo, ahora y en los tiempos pasados, sabemos cómo reinará el Rey de Israel, el Ungido de Dios. -Escúchame también a mí, hermano. José tiene razón. ¿Cómo quieres que te amen o que te teman, si siempre evitas maravillarlos? ¿No quieres llamar a Israel a las armas? ¿No quieres lanzar el viejo grito de guerra y de victoria? Bien. Pero, al menos -y no es la primera vez que se producen así las aclamaciones para el trono de Israel, al menos por aclamación popular, al menos por haber sabido arrancar esta aclamación con tu poder de Rabí y Profeta, hazte rey – dice Simón de Alfeo. -Ya lo soy. Desde siempre. -Sí. Nos lo ha dicho un jefe del Templo. Has nacido rey de los judíos. Pero Tú no amas a Judea. Eres un rey desertor, porque no vas a ella. Eres un rey no santo, si no amas el Templo donde la voluntad de un pueblo te ungirá rey. Sin la voluntad de un pueblo, si no quieres imponerte a él con violencia, no puedes reinar – replica Simón.-Sin la voluntad de Dios, quieres decir, Simón. ¿Qué es la voluntad del pueblo? ¿Qué es el pueblo? ¿Por quién es pueblo? ¿Quién lo mantiene como tal? Dios. No olvides esto, Simón. Y Yo seré lo que Dios quiere que sea. Por su voluntad seré lo que debo ser. Y nada podrá impedir que lo sea. No habré de lanzar Yo el grito de convocatoria, todo Israel estará presente en mi proclamación; no habré de subir Yo al Templo para ser aclamado, me llevarán. Un pueblo entero me llevará al Templo, para que suba a mi trono. Me acusáis de que no amo a Judea… En su corazón, en Jerusalén, seré proclamado “Rey de los Judíos». Saúl no fue proclamado rey en Jerusalén, y David tampoco, y tampoco Salomón. Pero Yo seré ungido Rey en Jerusalén. Pero ahora no iré públicamente al Templo, ni sentaré en él los reales porque no es mi hora. José toma de nuevo la palabra. -Te digo que estás dejando pasar tu hora. El pueblo está cansado de los opresores extranjeros y de nuestros jefes. Te digo que ésta es la hora. Toda Palestina, menos Judea, y no toda, te sigue como Rabí y más. Eres como un estandarte alzado sobre una cima. Todos te miran. Eres como un águila y todos siguen tu vuelo. Eres como un vengador y todos esperan que lances la flecha. Ve. Deja Galilea, la Decápolis, Perea, las otras regiones, y ve al corazón de Israel, a la ciudadela en que todo el mal está contenido y de donde todo el bien debe venir, y conquístala. Allí también tienes discípulos, aunque tibios, porque te conocen poco; pocos, porque no te quedas allí; vacilantes, porque no has hecho allí las obras que has hecho en otros lugares. Ve a Judea, para que también aquéllos vean, a través de tus obras, lo que eres. Reprochas a los judíos el que no te aman. Pero, ¿cómo puedes pretender que te amen, si te mantienes oculto a ellos? Nadie, si busca y desea ser aclamado en público, hace a hurtadillas sus obras; no, las hace de forma que el público las vea. Si Tú, pues, puedes hacer prodigios en los corazones, en los cuerpos y en las cosas, ve allá y date a conocer al mundo. -Os lo he dicho: no es mi hora. No ha llegado aún mi tiempo. A vosotros os parece siempre el momento adecuado, pero no es así. Yo debo asir mi momento. Ni antes ni después. Antes sería inútil. Provocaría mi desaparición del mundo y de los corazones antes de haber cumplido mi obra. Y el trabajo ya hecho no daría fruto, porque ni sería cabal ni gozaría de la ayuda de Dios, que quiere que Yo lo cumpla sin dejar pasar una palabra o acción. Yo debo obedecer a1 Padre mío. Y nunca haré lo que esperáis, porque ello perjudicaría al plan del Padre mío. Yo os comprendo y os disculpo. No os guardo resentimiento. No siento siquiera cansancio, tedio por vuestra ceguera… No sabéis. Pero Yo sí que sé. Vosotros no sabéis. Vosotros veis lo externo de la cara del mundo, Yo veo lo profundo. El mundo os muestra una cara todavía buena. No os odia, no porque os ame, sino porque no os habéis ganado su odio. Sois demasiado poco. Pero a mí me odia, porque soy un peligro para el mundo. Un peligro para la falsedad, la avaricia, la violencia que hay en el mundo. Yo soy la Luz, y la luz ilumina. El mundo no ama la luz, porque la luz pone al descubierto las acciones del mundo. El mundo no me ama, no me puede amar, porque sabe que he venido a vencerlo en el corazón de los hombres y en el rey tenebroso que lo domina y desvía. El mundo no se quiere convencer de que Yo soy su Médico y su Medicina, y, como un demente, querría derribarme para no ser curado. El mundo todavía no quiere convencerse de que soy el Maestro, porque lo que Yo digo es contrario a lo que él dice. Y entonces trata de ahogar la Voz que habla al mundo para adoctrinarlo en orden a Dios, para mostrarle la verdadera naturaleza de sus malas acciones. Entre Yo y el mundo hay un abismo. Y no por mi culpa. He venido para dar al mundo la Luz, el Camino, la Verdad, la Vida. Pero el mundo no me quiere acoger, y mí luz para él se hace tinieblas, porque será la causa de la condena de aquellos que no me recibieron. En el Cristo está toda la Luz para aquellos de entre los hombres que quieren recibirlo; mas en el Cristo también están todas las tinieblas para aquellos que me odian y me rechazan. Por ello, al principio de mis días mortales, fui proféticamente señalado como «signo de contradicción». Porque según sea acogido habrá salvación o condena, muerte o vida, luz o tinieblas. Pero, en verdad en verdad os digo que los que me acogen vendrán a ser hijos de la Luz, o sea, de Dios, nacidos a Dios por haber acogido a Dios. Por ello, si he venido para hacer de los hombres hijos de Dios, ¿cómo puedo hacer de mí un rey, como, por amor o por odio, por ingenuidad o malicia, muchos en Israel queréis hacer? ¿No comprendéis que me destruiría a mí mismo, a mi verdadero Yo mismo, o sea al Mesías, no al Jesús de María y José de Nazaret? ¿No comprendéis que destruiría al Rey de los reyes, al Redentor, al Nacido de una Virgen y llamado Emmanuel, llamado el Admirable, el Consejero, el Fuerte, el Padre del siglo futuro, el Príncipe de la Paz, Dios, Aquel cuyo imperio y paz no tendrán confines, sentado en el trono de David por la descendencia humana, pero teniendo al mundo como escabel de sus pies, como escabel de sus pies a todos sus enemigos y al Padre a su lado, como está escrito en el libro de los Salmos, (Salmo 110, 1; Isaías 7, 14; 9, 5-6) por derecho sobrehumano de origen divino? ¿No comprendéis que Dios no puede ser Hombre sino por perfección de bondad, para salvar al hombre, pero que no puede, no debe, rebajarse a sí mismo a pobres cosas humanas? ¿No comprendéis que si aceptara la corona, este reino como vosotros lo concebís, confesaría que soy un falso Cristo, mentiría a Dios, renegaría de mí mismo y del Padre y sería peor que Lucifer, porque privaría a Dios de la alegría de teneros, sería peor que Caín vara vosotros, porque os condenaría a un perpetuo exilio de Dios en un Limbo sin esperanza de Paraíso? ¿Todo esto no comprendéis? ¿No comprendéis la trampa de los hombres para hacerme caer? ¿No comprendéis la trampa de Satanás vara agredir al Eterno en su Amado y en sus criaturas: los hombres? ¿No comprendéis que este signo, esta aspiración mía sólo a cosas espirituales para daros el Reino espiritual de Dios, es el signo de que Yo soy más que hombre, que soy el Hombre-Dios? ¿No comprendéis que la señal de que… -¡Las palabras de Gamaliel! – exclama Simón. ….de que no soy un rey, sino el Rey, es este odio de todo el infierno y de todo el mundo hacia mí? Debo enseñar, sufrir, salvaros. Esto es lo que debo hacer. Y Satanás no quiere esto, ni tampoco los diablos. Uno de vosotros ha dicho: «Las palabras de Gamaliel». Eso… él no es discípulo mío, ni lo será nunca mientras Yo esté en este mundo. Pero él es un justo. Bien, ¿y, acaso, entre los que me tientan y os tientan al pobre reino humano está Gamaliel?-¡No! Esteban ha dicho que el rabí, cuando supo lo que sucedió en casa de Cusa, exclamó: «Mi espíritu vibra preguntándose si será verdaderamente lo que dice. Pero cualquier pregunta quedaría muerta antes de formarse en la mente, y para siempre, si Él hubiera consentido a esto. El Niño al que escuché dijo que tanto la esclavitud como la realeza no serán como, comprendiendo mal a los profetas, las creíamos, o sea, materiales, sino del espíritu, por obra del Cristo, Redentor de la culpa y fundador del Reino de Dios en los espíritus. Recuerdo estas palabras. Y por ellas lo mido al Rabí. Si, midiéndolo, Él fuera inferior a esa altura, lo rechazaría como a pecador y embustero. Y he temido ver esfumarse la esperanza que aquel Niño puso» – dice Simón. -Sí, pero… él no lo llama Mesías – rebate José. -Espera un signo, dice – responde Simón. -¡Pues entonces dáselo! Y potente. -Le daré lo que le prometí. Pero no ahora. Vosotros id a esta fiesta. Yo no voy públicamente, como rabí, como profeta, para imponerme, porque todavía no ha llegado mi tiempo. -¿Pero, al menos, irás a Judea? ¿Vas a darles a los judíos pruebas que los convenzan? Para que no puedan decir… -Sí. ¡Pero tú crees que contribuirán a mi paz? Hermano, cuanto más haga, más me odiarán. Pero te daré esta satisfacción. Les daré pruebas como no podrá haberlas mayores… y les diré palabras capaces de transformar en corderos los lobos, las piedras en blanda cera. Pero no servirán… Jesús está triste. -¿Te he afligido? Hablaba por tu bien. -No me afliges tú… Pero quisiera que me comprendieras. Hermano mío, quisiera que me vieras como lo que soy… Quisiera irme con la alegría de saber que eres amigo mío. El amigo comprende y tutela los intereses del amigo… -Y yo te digo que lo haré. Sé que te odian. Ahora ya lo sé. Por ese motivo he venido. Pero Tú sabes que velaré por ti. Soy el mayor. Repeleré las calumnias. Y me preocuparé de tu Madre – promete José. -Gracias, José. Grande es mi peso. Tú lo aligeras. El dolor, un mar, avanza con sus olas para sumergirme, y con él el odio… Pero, si tengo vuestro amor, nada es. Porque el Hijo del hombre tiene un corazón… y este corazón tiene necesidad de amor… -Yo te doy amor. Sí. Por el ojo de Dios que me ve, te digo que te lo doy. Ve en paz, Jesús, a tu trabajo. Yo te ayudaré. Nos queríamos Luego… Pero ahora volvemos a lo que éramos en el pasado. Uno para el otro. Tú: el Santo, yo: el hombre; pero unidos para la gloria de Dios. Adiós, hermano. -Adiós, José. Se besan. Luego es el turno de Simón, que solicita: -Bendícenos para que se abran nuestros corazones a toda la luz. Jesús los bendice y antes de dejarlos, dice: -Os confío mi Madre… -Ve en paz. Tendrá dos hijos en nosotros. Se dejan. Jesús vuelve al camino, y se pone a andar muy raudo con Juan a1 lado. Pasado bastante rato, Juan rompe el silencio para preguntar: -Pero José de Alfeo está o no está convencido ya? -Todavía no. -¿Y entonces qué eres para él? ¿Mesías? ¿Hombre? ¿Rey? ¡Dios? No he comprendido bien. Me parece que él… -José está como en uno de esos sueños de la mañana en que la mente ya se acerca a la realidad aligerándose del sueño pesado, que producía irreales sueños, a veces pesadillas. Los fantasmas de la noche retroceden, pero todavía la mente fluctúa en un sueño que, por ser hermoso, no se querría que tuviera fin… Lo mismo él. Se acerca al despertar. Pero, por ahora, sigue acariciando el sueño; casi lo detiene, porque para él es hermoso… Mas hay que saber tomar lo que el hombre puede dar. Y alabar al Altísimo por la transformación que se ha producido hasta ahora. ¡Bienaventurados los niños! ¡Es tan fácil para ellos creer! – y Jesús pasa un brazo por la cintura de Juan -que sabe ser niño y creer- para hacerle sentir su amor.