Despidiéndose de los pocos fieles de Corazín.
No ha llegado todavía la aurora, cuando Jesús se encuentra con los once, que tienen en medio al pequeño carpintero José, el cual, en cuanto ve a Jesús, sale como una flecha, y se abraza a sus rodillas con la sencillez de quien es todavía niño. Jesús se agacha para besarlo en la frente, y luego, llevándolo de 1a mano, va a donde están Pedro y los demás.-La paz a vosotros. No creía encontraros tan pronto aquí. -El niño se ha despertado todavía de noche y ha querido venir por miedo a llegar con retraso – explica Pedro. -La madre estará aquí dentro de poco con los otros hijos. Quiere saludarte – añade Judas de Alfeo. -Y lo mismo la mujer que estuvo tullida, y la hija de Isaac y la madre de Elías y otros que has curado. Nos han hospedado… -¿Y los otros? -Señor… -Corazín conserva su espíritu duro. Comprendo. No importa. La buena semilla está echada y un día germinará… por mérito de éstos… – y mira al niño. -¿Será discípulo y convertirá? -Discípulo es, ¿no es verdad, José? -Sí. Pero no sé hablar, y por lo que yo sé no me escuchan. -No importa. Hablarás con tu bondad. Jesús toma entre sus largas manos la carita del niño y le habla estando un poco inclinado hacia la carita levantada. -Yo me marcho, José. Sé bueno. Sé trabajador. Perdona a quien no os quiere. Sé agradecido con quien te favorece. Piensa siempre esto que en quien te favorece está presente Dios. Por tanto, recibe con respeto cualquier beneficio, pero sin pretenderlo, sin decir: «Voy a estar ocioso, porque hay quien se preocupa de mí», y sin malgastar la ayuda recibida. Trabaja, porque el trabajo es santo, y tú, niño, eres el único hombre de la familia. Recuerda que ayudar a la madre es honrarla. Recuerda que dar buen ejemplo a los hermanitos y velar por el honor de las hermanas es un deber. Desea tener lo que es justo y trabaja para tenerlo, pero no envidies al rico, ni tengas deseos de riquezas para poder gozar mucho. Recuerda que tu Maestro te enseñó no sólo la palabra de Dios, sino también el amor al trabajo, la humildad y el perdón. Sé siempre bueno, José, y un día volveremos a estar juntos. -¿Pero es que no vas a volver? ¿A dónde vas, Señor? -Voy a donde quiere la voluntad del Padre de los Cielos. Su voluntad debe siempre ser más fuerte que la nuestra, y debemos amarla más que a la nuestra, porque es siempre voluntad perfecta. Y tú tampoco, en la vida, pongas tu voluntad delante de la de Dios. Todos los obedientes se reunirán en el Cielo, y habrá entonces gran fiesta. Dame un beso, niño. ¿Un beso? Muchos besos y lágrimas le da el niño, y así, enroscado al cuello de Jesús, lo encuentra su madre cuando aparece acompañada por la nidada de sus hijos y por los otros, poquísimos, siete en total, de Corazín. -¿Por qué llora mi hijo? – pregunta la mujer, tras haber saludado al Maestro. -Porque todo adiós significa dolor. Pero, aunque estemos separados, siempre estaremos unidos si vuestro corazón sigue queriéndome. Vosotros sabéis cómo es el amor a mí y en qué consiste. En hacer lo que os he enseñado, porque el que hace lo que uno le ha enseñado demuestra que tiene estima -y estima es siempre amor- por esa persona. Haced, pues, lo que os he enseñado con la palabra y el ejemplo, y haced lo que os enseñen mis discípulos en mi Nombre. No lloréis. El tiempo es breve, y pronto estaremos unidos de nuevo y en un modo mejor. Y no lloréis tampoco por egoísmo. Pensad en los que todavía me esperan, en los que habrán de morir sin haberme visto, en cuantos habrán de amarme sin haberme conocido nunca. Vosotros me habéis tenido más de una vez, y podéis ver facilitada vuestra fe y la esperanza por la caridad que hay entre vosotros. Ellos, sin embargo, tendrán que tener una grande, una ciega fe para poder llegar a decir: «Él es verdaderamente el Hijo de Dios, el Salvador, y su palabra es veraz». Una gran fe para poder tener la gran esperanza de la vida eterna y de la inmediata posesión de Dios después de una vida de justicia. Deberán amar a quien no han conocido, a quien no han oído, a quien no han visto obrar prodigios. Y, no obstante, sólo si aman así, tendrán la vida eterna. Vosotros bendecid al Señor, que os ha favorecido dándoos el conocimiento de mí. Ahora marchad. Sed fieles a la Ley del Sinaí y a mi mandamiento nuevo de amaros todos como hermanos, porque en el amor está Dios. Amar también a quien os odie, porque Dios, primero, os ha dado el ejemplo de amar a los hombres que con el pecado muestran odio a Dios. Perdonad siempre, como Dios ha perdonado a los hombres mandando a su Verbo Redentor a borrar la Culpa, motivo de resentimiento y separación. Adiós. Mi paz esté en vosotros. Recordad mis obras, en vuestros corazones, para fortificarlos contra las palabras de aquellos que quieran persuadiros de que Yo no soy vuestro Salvador. Conservad mi bendición para fuerza vuestra en las pruebas del tiempo futuro. Jesús extiende las manos mientras recita la bendición mosaica sobre el pequeño rebaño postrado a sus pies. Luego da media vuelta y se marcha…