La curación, en Agua Especiosa, de un romano endemoniado
Jesús está hoy con los nueve que se han quedado; los otros tres han salido para Jerusalén. Tomás, siempre alegre, tiene que multiplicarse para atender a sus verduras – y también a las otras incumbencias más espirituales -, mientras que Pedro, Felipe, Bartolomé y Mateo se encargan de los peregrinos; los demás van al río para el bautismo (¡verdaderamente de penitencia, con el frío que hace!). Jesús está todavía en su rincón, en la cocina. Tomás trajina, pero guarda silencio para dejar tranquilo al Maestro. En ese momento entra Andrés y dice: -Maestro, hay un enfermo que a mí me parece que convendría curarlo enseguida porque… dicen que está loco, porque no son israelitas; nosotros diríamos que está poseído. Chilla, vocea, se retuerce… Ven a ver. -Ahora mismo. ¿Dónde está? -Todavía en el campo. ¿Oyes esos aullidos? Es él. Parece un animal, pero es él. Debe ser un hombre rico porque el que lo acompaña va bien vestido, y al enfermo lo han bajado de un carro de mucho lujo muchos siervos. Debe ser pagano porque blasfema contra los dioses del Olimpo». -Vamos. -Voy también yo a ver – dice Tomás (su curiosidad por ver es mayor que su preocupación por las verduras). Salen y, en vez de torcer hacia el río, tuercen hacia los campos que separan esta granja (nosotros la llamaríamos así) de la casa del capataz. En medio de un prado, donde antes pastaban unas ovejas (que ahora, espantadas, se han diseminado en todas las direcciones, y que los pastores y un perro – el segundo que veo desde que veo – en vano las vuelven a agrupar), hay un hombre al que tienen atado fuertemente y que, a pesar de todo, pega unos botes de loco, gritando terriblemente, y cada vez más fuerte a medida que Jesús se acerca. Pedro, Felipe, Mateo y Natanael están allí cerca, perplejos. Hay también más gente, sólo hombres, porque las mujeres tienen miedo. -¿Has venido, Maestro? ¿Ves qué furia? – dice Pedro. -Ahora se le pasará. -Pero… es pagano, ¿sabes? -¿Y qué valor tiene eso? -¡Hombre!… ¡por el alma!… Jesús sonríe ligeramente y sigue; llega al grupo del loco, que cada vez se agita más. Se separa del grupo uno que por el indumento y por llevar el rostro rasurado se ve que es romano, y saluda diciendo: -¡Salve, Maestro! He oído hablar de ti. Eres más grande que Hipócrates en el arte de curar y que el simulacro de Esculapio en obrar milagros con las enfermedades. Porque sé esto, he venido. Mi hermano, ya lo ves, está loco a causa de un misterioso mal. Ningún médico sabe lo que le pasa. He ido con él al templo de Esculapio y ha salido aún más loco. En Tolemaida tengo un familiar, me envió un mensaje con una galera, decía que aquí había Uno que curaba a todos, y he venido. ¡Qué viaje más horroroso! -Merece premio. -Pero, mira, no somos ni siquiera prosélitos. Somos romanos, fieles a los dioses. Vosotros decís «paganos». Somos de Síbaris, pero ahora estamos en Chipre. -Es verdad. Paganos sois. -Entonces… ¿para nosotros nada? O tu Olimpo rechaza al nuestro o el nuestro al tuyo». -Mi Dios, único y Trino reina, único y solo. -He venido en vano -dice desilusionado el romano. -¿Por qué? -Porque yo soy de otro dios. -El alma es creada por Uno Solo. -¿El alma?… -El alma. Esa cosa divina que Dios crea para cada uno de los hombres: compañera en la existencia, superviviente más allá de la existencia. -¿Y dónde está? -En lo profundo del yo. Pero, a pesar de que esté, como cosa divina, en el interior del más sagrado templo, de ella se puede decir –y digo «ella», no ésta, porque no es una cosa, sino un ente verdadero y digno de todo respeto – que no está contenida, sino que contiene. -¡Por Júpiter! ¿Eres filósofo? -Soy la Razón unida a Dios. -Creía que lo eras, por lo que decías… -¿Y qué es la filosofía, cuando es verdadera y honesta, sino la elevación de la humana razón hacia la Sabiduría y la Potencia infinitas, o sea, hacia Dios?-¡Dios! ¡Dios!… Ahí tengo a ese desdichado que me perturba, pero casi me olvido de su estado por escucharte a ti, divino. -No lo soy como tú lo dices. Tú llamas divino a quien supera lo humano; Yo digo que tal nombre debe darse sólo a quien procede de Dios. -¿Qué es Dios? ¿Acaso alguien lo ha visto? -Está escrito: «¡A ti, que nos formaste, salve! Cuando describo la perfección humana, la armonía de nuestro cuerpo, celebro tu gloria». Alguien dijo: «Tu bondad refulge en que has distribuido tus dones a todos los que viven para que todo hombre tuviera aquello que necesita; y tu sabiduría queda testificada por tus dones, como tu poder al cumplirse tus deseos». ¿Reconoces estas palabras? -Si Minerva me ayuda… son de Galeno. ¿Cómo es que las sabes? ¡Me maravillo!… Jesús sonríe y responde: -Ven al Dios verdadero y su divino espíritu te hará docto en la «verdadera sabiduría y piedad, que es conocerte a ti mismo y dar culto de adoración a la Verdad» -¡Pero si sigue siendo Galeno! Ahora estoy seguro. No sólo eres médico y mago, sino también filósofo. ¿Por qué no vienes a Roma? (El nombre de Galeno citado aquí, si no es un error de escritura o de lectura, tiene que referirse a un Galeno distinto del que conocemos, médico y filósofo que vivió en el siglo segundo después de Cristo) -No soy ni médico ni mago ni filósofo, como tú dices, sino testimonio de Dios en la Tierra. ‘Traedme aquí al enfermo. Entre gritos y forcejeos lo arrastran hasta allí. -¿Ves? Dices que está loco; dices que ningún médico ha podido curarlo. Es cierto: ningún médico, porque no está loco; lo que sucede es que un ser infernal – así te hablo porque eres pagano – ha entrado en él. -Pero no tiene espíritu pitón. Es más, dice sólo cosas erróneas. -Nosotros lo llamamos «demonio», no pitón; está el que habla y el mudo, el que engaña con razones con color de verdad y el que sólo crea desorden mental. El primero de estos dos es el más completo y peligroso. Tu hermano tiene el segundo, pero ahora saldrá de él. -¿Cómo? -El mismo te lo dirá. Jesús ordena: -¡Deja a este hombre! Vuelve a tu abismo. -Me marcho. Contra ti, demasiado débil es mi poder. Me echas y me amordazas. ¿Por qué siempre nos vences?… El espíritu ha hablado por la boca del hombre, el cual, después de ello, se desploma como derrengado. -Está curado. Soltadlo sin miedo. -¿Curado? ¿Estás seguro? ¡Yo… yo te adoro! El romano hace ademán de postrarse. Jesús no quiere: -Alza el espíritu. En el Cielo está Dios. Adóralo a Él y ve hacia Él. Adiós. -No. Así no. A1 menos toma. Permíteme que haga como haría con los sacerdotes de Esculapio. Permíteme oírte hablar… Permíteme hablar de ti en mi patria… -Hazlo, y ven con tu hermano. El tal hermano mira a su alrededor asombrado y pregunta: -Pero, ¿dónde estoy? ¡Esto no es Cintium! ¿Dónde está el mar. -Sufrías… – Jesús hace un gesto para imponer silencio – sufrías a causa de una fuerte fiebre y te han traído a otro clima. Ahora estás mejor. Ven. Todos van a la estancia grande (pero no todos conmovidos de la misma forma: como hay quien admira, también hay quien critica la curación del pagano). Jesús va a su puesto. Tiene en la primera fila de la asamblea a los romanos. -No os moleste el que cite un pequeño párrafo de los Reyes. En él se lee que, estando el rey de Siria preparado para la guerra contra Israel, tenía en su corte un hombre que era grande y honrado, de nombre Naamán, leproso. Se lee igualmente que a este hombre una jovencita de Israel venida a ser esclava suya – de ella se habían apoderado los sirios – le dijo: «Si mi señor hubiera ido al profeta que está en Samaria, sin duda le habría curado de la lepra». Oído esto, Naamán, pedida licencia al rey, siguió el consejo de la joven. El rey de Israel, sin embargo, muy desasosegado, dijo: «¿Acaso soy Dios para que el rey de Siria me envíe a los enfermos? Esto es una trampa para provocar la guerra». Pero el profeta Eliseo, conocido el hecho, dijo: «Que venga a mí el leproso y yo lo curaré y sabrá que hay un profeta en Israel». Naamán fue entonces a donde Eliseo, pero Eliseo no lo recibió; simplemente le envió este mensaje: «Lávate siete veces en el Jordán y quedarás limpio». Esto enojó a Naamán, pareciéndole que en balde había hecho tanto camino, e, indignado, se preparó para volverse. Pero los siervos le dijeron: «No te ha pedido más que lavarte siete veces, y, aunque te hubiera ordenado mucho más, deberías hacerlo, porque él es el profeta». Entonces Naamán cedió. Fue, se lavó y recuperó la salud. Jubiloso, retornó a donde el siervo de Dios y le dijo: «Ahora sé la verdad: no hay otro Dios sobre toda la Tierra, sino solamente el Dios de Israel». Y, dado que Eliseo no quería dones, le pidió poder tomar al menos tanta tierra como para poder sacrificar, sobre tierra de Israel, al Dios verdadero. Sé que no todos vosotros aprobáis lo que he hecho. Sé también que no estoy obligado a justificarme ante vosotros. Pero, puesto que os amo con amor verdadero, quiero que comprendáis mi gesto y de él aprendáis, y que desaparezca de vuestro ánimo todo sentido de crítica o de escándalo.Aquí tenemos a dos súbditos de un estado pagano. Uno estaba enfermo. Se les dijo – ciertamente por medio de Israel – a través de un pariente: «Si fuerais al Mesías de Israel, Él sanaría al enfermo». Y ellos han venido a mí de muy lejos. Mayor aún su confianza que la de Naamán, porque nada sabían de Israel y del Mesías, mientras el sirio, por la cercanía de las naciones y por el continuo contacto con esclavos de Israel, ya sabía que en Israel estaba Dios, el verdadero Dios. ¿No conviene que ahora un hombre pagano pueda volver a su patria diciendo: «Verdaderamente en Israel hay un hombre de Dios, y en Israel adoran al verdadero Dios»? Yo no he dicho: «Lávate siete veces». He hablado de Dios y del alma, dos cosas que ellos ignoran, y que conllevan, como bocas de inexhausto manantial, los siete dones; porque donde existe el concepto de Dios y el de espíritu, y el deseo de llegar a ellos, nacen los árboles de la fe, esperanza, caridad, justicia, templanza, fortaleza, prudencia: virtudes que ignoran quienes de sus dioses no pueden copiar sino las comunes pasiones humanas, humanas pero más licenciosas, dado que las cumplen seres supuestamente excelsos. Ahora ellos vuelven a su patria. Y más que la alegría de haberles sido concedido lo que pedían está la de decir: «Sabemos que no somos bestias; que más allá de la vida hay todavía un futuro. Sabemos que el verdadero Dios es Bondad y que, por tanto, nos ama también a nosotros y nos socorre para persuadirnos a que vayamos a El». -¿Qué creéis, que son los únicos que ignoran la verdad? Hace un rato, un discípulo mío pensaba que yo no podía curar al enfermo por tener alma pagana. Pero, ¿el alma qué es?, ¿de quién viene? El alma es la esencia espiritual del hombre, es la que, creada de edad perfecta, reviste, acompaña, vivifica toda la vida de la carne y continúa viviendo una vez desaparecida la carne, siendo, como es, inmortal como Aquel que la crea: Dios. Habiendo un solo Dios, no existen almas de paganos o almas de no paganos creadas por distintos dioses. Hay una sola Fuerza que crea las almas: la del Creador, la del Dios nuestro, único, poderoso, santo, bueno que no tiene pasión alguna aparte del amor, caridad perfecta enteramente espiritual. Para que estos romanos me entiendan, del mismo modo que he dicho «caridad», digo también «caridad enteramente moral»; porque son párvulos y desconocen por completo las palabras santas, no comprenden el concepto «espíritu». ¿Que creéis?, ¿que he venido sólo para Israel? Yo soy quien reunirá a las estirpes bajo un solo báculo: el del Cielo. En verdad os digo que está cercano el tiempo en que muchos paganos dirán: «Dejadnos tomar lo necesario para poder celebrar en nuestro suelo pagano sacrificios al Dios verdadero, al Dios Uno y Trino», cuya Palabra soy Yo. Ahora ellos se marchan, y van más convencidos que si Yo, por el contrario, los hubiera humillado con mi desdén. Ellos, tanto en el milagro como en mis palabras, sienten a Dios, y esto es lo que dirán en su tierra. Además os digo: ¿No era justo premiar tanta fe? Desorientados por los dictámenes de los médicos, desilusionados por los viajes inútiles a los templos, han sabido, no obstante, seguir teniendo fe para venir al desconocido, al gran Desconocido del mundo, al escarnecido, al gran Escarnecido y Calumniado de Israel, y decirle: «Creo que podrás». El primer crisma de su nueva mentalidad les viene de este haber sabido creer. Yo los he sanado no tanto de la enfermedad cuanto de su errada fe, porque he acercado sus labios a un cáliz que, cuanto más se bebe de él, hace sentir más sed: la sed de conocer al Dios verdadero. He terminado. A vosotros de Israel os digo: sabed tener fe como han sabido éstos. E1 romano se acerca con el hombre que ha sido curado: -Ya no oso decir «por Júpiter». Digo, esto sí, que, por mi honor de ciudadano romano, te juro que tendré esta sed. Ahora debo irme. Pero en adelante ¿quién me dará de beber? -Tu espíritu, el alma que ahora sabes que tienes, hasta cuando un enviado mío vaya a visitarte. -¿Y Tú no? -Yo… Yo no. Pero no estaré ausente, aun no estando presente. Y dentro de poco más de dos años, te haré un regalo mayor que la curación de este que tú amabas. Adiós a los dos. Sabed perseverar en este sentimiento de fe. -Salve, Maestro; que el Dios verdadero te salve. Los dos romanos se van y se oye que llaman a los siervos que están con el carro. -¡Y ni siquiera sabían que tenían un alma! – dice en voz baja un anciano. -Sí, padre, y han sabido aceptar mi palabra mejor que muchos en Israel. Ahora, dado que han ofrecido tanta limosna, favorezcamos a los pobres de Dios con doble y triple medida. Y que los pobres rueguen por estos benefactores, más pobres que ellos mismos, para que lleguen a la verdadera, única riqueza: conocer a Dios. La velada llora bajo su velo, que impide ver sus lágrimas, pero no oír sus sollozos. -Esa mujer está llorando – dice Pedro – Quizás es que no tiene ya dinero – ¿Se lo damos? -No llora por eso. Pero, ve y dile esto: -Las patrias pasan, pero el Cielo permanece y es de quien sabe tener fe. Dios es Bondad y, por eso, ama también a los pecadores, y te otorga favores para persuadirte de que vayas a Él». Ve, dile esto, y luego déjala llorar: es veneno que sale. Pedro se acerca a la mujer, que ya se había encaminado hacia los campos. Le habla y vuelve. -Se ha echado a llorar más fuerte – dice – Yo creía que la iba a consolar…- y mira a Jesús. -Y efectivamente está consolada. También la alegría provoca llanto. -¡Mmm!… ¡Bueno!… Mira, yo me quedaré contento cuando le vea el rostro. ¿La veré?». -El día del Juicio. -¡Oh, divina Misericordia! ¡Pero para entonces habré muerto!, y ¿qué voy a hacer con saberlo? ¡Para entonces estaré ocupado miran-do al Eterno! -Hazlo desde este momento; es la única cosa útil. -Sí… pero… Maestro, ¿quién es? Se echan todos a reír. -Si lo vuelves a preguntar, nos vamos de aquí inmediatamente; así te olvidas de ella. -No. Maestro. Pero… basta con que Tú te quedes… Jesús sonríe. -Esa mujer – dice – es una sobra y una primicia. -¿Qué quieres decir? No entiendo. Pero Jesús lo deja plantado y se marcha hacia el pueblo. -Va a ver a Zacarías. Tiene a su mujer agonizando – explica Andrés – Me ha encargado a mí que se lo diga al Maestro. -¡Tú me sacas de quicio! Sabes todo, haces todo, y no me dices nunca nada. Peor que un pez, eres. Pedro descarga sobre su hermano el chasco que se ha llevado. -Hermano, no te lo tomes a mal. Tú hablas también por mí. Vamos a recoger nuestras redes. Ven. Unos van hacia la derecha, otros hacia la izquierda, y todo termina.