El encuentro con el soldado Alejandro en la Puerta de los Peces
Otra aurora, otra vez las recuas de asnos amontonándose ante la puerta todavía cerrada, otra vez Jesús con Simón y Juan. Algunos vendedores lo reconocen y se le arremolinan alrededor. Un soldado que está de guardia, cuando abren la puerta y lo ve, acude también. Lo saluda: -Salve, galileo. Di a esta gente nerviosa que sean menos rebeldes. Se quejan de nosotros, pero no hacen más que maldecirnos y desobedecer. Y dicen que esto es culto para ellos. ¿Qué religión tienen, si está fundada sobre la desobediencia? -Sé compasivo con ellos, soldado. Son como quien tiene en casa a un huésped indeseado pero más fuerte; sólo pueden vengarse con la lengua y con el desdén. -Sí, pero nosotros tenemos que cumplir con nuestro deber, y tenemos que sancionarlos, con lo cual nos hacemos cada vez más esos huéspedes no deseados. -Tienes razón. Debes cumplir con tu deber, pero hazlo siempre con humanidad. Piensa siempre: «Si yo estuviera en su lugar, ¿qué haría?». Verás como entonces sientes mucha piedad por las personas sometidas. -Me gusta oírte hablar. No se ve en ti ni desprecio ni altivez. Los otros palestinos nos escupen por detrás, nos insultan, manifiestan asco hacia nosotros… menos en el caso en que haya posibilidad de desplumarnos, por una mujer o por compras. En ese caso el oro de Roma ya no produce asco. -El hombre es el hombre, soldado. -Sí, y es más falso que el mono. Pero no agrada estar entre gente que se comporta como serpientes al acecho… También nosotros tenemos casas y madres y esposas e hijos, y la vida también tiene importancia para nosotros. -Eso. Si cada uno recordase esto, desaparecerían los odios. Tú has dicho: «¿Qué religión tienen?». Te respondo: Una religión santa que, como primer mandamiento, tiene el amor hacia Dios y hacia el prójimo, una religión que enseña obediencia a las leyes, aunque provengan de Estados enemigos. Porque, escuchad, hermanos míos en Israel, nada sucede sin que Dios lo permita. Incluso las dominaciones, desventuras sin par para un pueblo, de las cuales casi siempre se puede decir – si el pueblo se examina con rectitud – que el propio pueblo las ha querido, con sus modos de vivir contrarios a Dios. Acordaos de los Profetas. ¡Cuántas veces hablaron de esto! ¡Cuántas mostraron con los hechos pasados, presentes y futuros, que el dominador es el castigo, la vara del castigo en la espalda del hijo ingrato! Y ¡cuántas veces enseñaron cómo dejar de padecerlo!: volviendo al Señor. No es ni la rebelión ni la guerra lo que sana heridas y lágrimas y rompe cadenas; es el vivir como justos. Entonces Dios interviene. Y ¿qué pueden hacer las armas y las formaciones de soldados contra los fulgores de las cohortes angélicas luchando en favor de los buenos? ¿Padecemos opresión? Merezcamos que esto termine, con una vida propia de hijos de Dios. No remachéis vuestras cadenas con nuevos pecados. No permitáis que los gentiles os crean sin religión, o más paganos que ellos por vuestro modo de vivir. Sois el pueblo que ha recibido de Dios mismo la Ley. Observadla. Haced que hasta los dominadores se inclinen ante vuestras cadenas diciendo: «Son personas sometidas, pero más grandes que nosotros; su grandeza no está en el número, en el dinero, en las armas, en el poder, sino que viene de su procedencia de Dios. Aquí brilla la divina paternidad de un Dios perfecto, santo, poderoso. Aquí se ve el signo de una verdadera Divinidad. Se trasluce en sus hijos». Haced que mediten en esto y accedan a la verdad del Dios verdadero abandonando el error. Todos, incluso el más pobre, incluso el más ignorante del pueblo de Dios, pueden ser maestros para un gentil, maestros con su manera de vivir, y predicar a Dios a los paganos con las acciones de una vida santa. Idos. La paz sea con vosotros. – Tarda Judas, y también los pastores – observa Simón. -¿Esperas a alguien, galileo? – pregunta el soldado que ha estado escuchando atentamente. -Amigos. -Entra al fresco del atrio. El sol quema ya desde las primeras horas. ¿Vas a la ciudad? -No, vuelvo a Galilea. -¿A pie? -Soy pobre. A pie. -¿Tienes mujer? -Tengo una Madre. -Yo también. Ven… si no sientes asco de nosotros como los demás. -Sólo la culpa me repugna. El soldado lo mira admirado y pensativo. -Contigo no tendremos que intervenir nunca. La espada no se alzará nunca sobre ti. Eres bueno. ¡Pero los demás!… Jesús está en la penumbra del atrio. Juan mira hacia la ciudad. Simón se ha sentado en un bloque de piedra que hace de banco. -¿Cómo te llamas? -Jesús. -¡Ah, ¿eres el que hace milagros incluso con los enfermos?! Yo creía que eras sólo un mago… También tenemos nosotros. Un mago bueno, de todas formas; porque, ¡hay algunos…! Pero los nuestros no saben curar a los enfermos. ¿Cómo lo haces? Jesús sonríe y calla. -¿Usas fórmulas mágicas? ¿Tienes ungüentos de médula de muertos, serpientes disecadas y pulverizadas, piedras mágicas cogidas en las cuevas de los pitones? -Nada de eso. Tengo sólo mi poder. -Entonces eres realmente santo. Nosotros tenemos a los arúspices y a las vestales… y algunos de ellos realizan prodigios… y dicen que son los más santos. ¿Pero, tú lo crees? Son peores que los demás. -Y entonces ¿por qué los veneráis? -Porque… porque es la religión de Roma. Y si un súbdito no respeta la religión de su Estado, ¿cómo puede respetar al César y a la patria, y así tantas otras cosas? Jesús mira fijamente al soldado. -En verdad estás adelantado en el camino de la justicia. Prosigue, soldado, y llegarás a conocer eso que tu alma siente que tiene dentro y no sabe darle un nombre. -¿El alma? ¿Qué es? -Cuando mueras, ¿a dónde irás? -¡Bueno!… no lo sé. Si muero como un héroe, a la pira de los héroes… si no paso de ser un pobre viejo, una nulidad, quizás me pudra en mi madriguera o en una cuneta. -Esto por lo que respecta al cuerpo, pero el alma ¿a dónde irá? -No sé si todos los hombres tienen alma o si la tienen sólo los destinados por Júpiter a los Campos Elíseos después de una vida portentosa, aunque no los lleve al Olimpo como sucedió con Rómulo. -Todos los hombres tienen un alma. Y ésta es lo que distingue al hombre del animal. ¿Quisieras ser semejante a un caballo o a un pájaro o a un pez, carne que, muerta, es sólo podredumbre? -¡Oh, no! Soy hombre y prefiero ser tal. -Pues bien, lo que te hace hombre es el alma; sin ella, no serías mas que un animal que habla. -¿Y dónde está? ¿Cómo es? -No tiene cuerpo, pero existe, está en ti; viene de Aquel que creó el mundo, y a Él vuelve después de la muerte del cuerpo. -Del Dios de Israel, según vosotros. -Del Dios solo, uno, eterno, supremo Señor y Creador del universo. -¿Y un pobre soldado como yo tiene también un alma?, ¿un alma que vuelve a Dios? —Sí, también un pobre soldado, y Dios será Amigo de su alma si esta fue siempre buena, o la castigará si fue malvada. -Maestro, mira Judas con los pastores y unas mujeres. Si no veo mal, está con ellos la niña de ayer – dice Juan. -Adiós, soldado. Sé bueno. -¿No te volveré a ver? Quisiera saber aún… -Voy a estar en Galilea hasta Septiembre; si puedes, ven. En Cafarnaúm o en Nazaret todos sabrán darte noticias acerca de mí. En Cafarnaúm, pregunta por Simón Pedro; en Nazaret, por María de José. Es mi Madre. Ven. Te hablaré del Dios verdadero. -Simón Pedro… María de José. Iré si puedo. Y Tú, si vuelves, acuérdate de Alejandro. Soy de la centuria de Jerusalén. Judas y los pastores están ya en el atrio. -Paz a todos vosotros – dice Jesús, que hubiera querido decir algo más… Pero una jovencita delgaducha, aunque risueña, ha abierto el grupo y se ha echado a sus pies: -¡Tu bendición una vez más sobre mí, Maestro y Salvador, y una vez más mi beso para ti! – (le besa las manos). -Ve. Sé alegre, buena; buena hija, luego buena esposa y luego buena madre. Enseña a tus futuros pequeños mi Nombre y mi doctrina. Paz a ti y a tu madre. Paz y bendición a todos los que son amigos de Dios. Paz a ti también, Alejandro. Jesús se aleja. -Nos hemos retrasado, pero es que nos han asediado esas mujeres – explica Judas – Estaban en Get-Sammí y querían verte. Nosotros habíamos ido allí, sin saber los unos de los otros, para venir contigo, pero Tú ya te habías ido y en vez de ti estaban ellas. Queríamos quitárnoslas de encima… pero eran más pesadas que las moscas; querían saber muchas cosas… ¿Has curado a la niña? -Sí. -¿Y le has hablado al romano? -Sí. Es un corazón honesto, y busca la Verdad… Judas suspira. -¿Por qué suspiras, Judas? – pregunta Jesús. -Suspiro porque… porque quisiera que fueran los nuestros los que buscasen la Verdad. Sin embargo, o huyen de ella o se burlan de ella o permanecen indiferentes. Me siento desanimado. Siento el deseo de no volver a poner pie aquí y de dedicarme sólo a escucharte. Total, como discípulo no logro hacer nada. -¿Y tú crees que Yo logro mucho? No te desanimes, Judas. Son las luchas del apostolado. Más derrotas que victorias: derrotas aquí, porque allá arriba son siempre victorias. El Padre ve tu buena voluntad y te bendice de todas formas, a pesar de que no cuaje en un fruto. -¡Tú eres bueno! (Judas le besa una mano). ¿Lograré llegar a ser bueno? -Sí, si lo quieres. -Creo haberlo sido durante estos días… He sufrido para serlo… porque tengo muchas tendencias… pero lo he sido pensando siempre en ti. -Persevera entonces. Me das mucha alegría. Y vosotros, ¿qué noticias me dais? – pregunta a los pastores. -Elías te manda saludos y un poco de comida, y dice que no lo olvides. -¡Oh, Yo tengo en mi corazón a mis amigos! Vamos hasta aquel pueblecito que se ve inmerso en el verdor. Luego, al atardecer, continuaremos el camino. Me siento contento de estar con vosotros, de ir a donde mi Madre, y de haber hablado de la Verdad a un hombre honesto. Sí, me siento feliz. Si supierais qué significa para mí llevar a cabo mi misión y ver que a ella se acercan los corazones, o sea, al Padre, ¡ah, entonces sí que me seguiríais cada vez más con el espíritu!… No veo más.