El hombre de los ojos ulcerosos. El alto en la «fuente del Camellero». Más sobre el recuerdo de las almas
La caravana sale del vasto patio de Alejandro. Ordenada como para un desfile militar. Cierran la marcha Jesús y todos los suyos. Los camellos caminan meciendo con su rítmico paso su pesada carga, y las cabezas, sobre los arqueados cuellos, a cada paso parecen preguntar: « ¿Por qué? ¿Por qué?», con un movimiento mudo pero típico, como el de las palomas, que a cada paso parecen decir: «Sí, sí» a todo lo que ven. Tiene que atravesar la ciudad la caravana; lo hace en un nítido ambiente matutino. Todos van arrebozados, porque hace fresco. Los cascabeles de los camellos, el crrr crrr de los camelleros, la voz estridente de un camello que prefiere el inactivo establo, advierten a los gerasenos de la marcha de Jesús.
La noticia se extiende rápida como el relámpago, y unos gerasenos vienen a despedirlo y a traerle ofrendas de fruta y otros alimentos. Corre también un hombre con un niñito enfermo.
-¡Bendícelo para que se cure! ¡Ten piedad!
Jesús bendice alzando la mano, y añade:
-Ve seguro. Ten fe.
El hombre responde un «sí» tan lleno de confianza, que una mujer pregunta:
-¿Curarías a mi marido, que está enfermo de úlceras en los ojos?
-Si sois capaces de creer, sí.
-Entonces voy por él. Espérame, Señor – y, más que echarse a correr, vuela como una golondrina.
¡Esperar¡ ¡Parece fácil¡ Los camellos siguen adelante. Alejandro, que va a la cabeza de la columna, no sabe de las exigencias de los que van atrás. La única solución es mandarle un aviso.
-Corre, Margziam. Ve a decir al mercader que se pare antes de salir de las murallas» -dice Jesús.
Y Margziam sale corriendo raudo para cumplir su misión. La caravana se detiene. El mercader retrocede hacia Jesús. -¿Qué pasa?
-Quédate aquí y verás.
Pronto regresa la mujer de Gerasa con su marido enfermo de los ojos. ¡Decía úlceras¡: son dos huras de podredumbre abiertas en medio de la cara. Los ojos se ven allí en el centro, enturbiados, enrojecidos, semiciegos, en medio de una resudación de repugnantes lágrimas. En cuanto el hombre levanta la venda oscura que protege de la luz, el lagrimeo aumenta porque la luz aumenta el dolor de los ojos enfermos.
El hombre gime:
-¡Piedad¡ ¡Sufro mucho¡
-También has pecado mucho. ¿De eso no te quejas? ¿Sólo te afliges de poder perder la pobre vista del mundo? ¿No sabes nada de Dios? ¿No te da miedo una oscuridad eterna? ¿Por qué has pecado?
El hombre se echa a llorar y agacha la cabeza, sin decir nada. Su mujer también llora y gime:
-Yo he perdonado…
-También Yo perdonaré si me jura aquí que no volverá a caer en su pecado.
-¡Sí, sí¡ Perdón. Ahora sé lo que el pecado trae consigo. Perdón. Como la mujer, perdóname. Tú eres el Bueno. -Te perdono. Ve a aquel riachuelo, lávate en el agua la cara y quedarás curado.
-El agua fría lo empeora, Señor – gime la mujer.
Pero el hombre no piensa sino en ir al riachuelo, y va… a ciegas hasta que el apóstol Juan, compasivo, lo toma de la mano y lo guía; Juan solo, hasta que la mujer sujeta al hombre de la otra mano, el cual desciende hasta el límite del agua gélida, que borbota entre las piedras, se agacha, toma el agua con los cuencos de las manos unidas y se lava una y otra vez la cara. No da señales de dolor. Es más, da la impresión de que lo que está haciendo le alivia.
Luego, con la cara todavía mojada, remonta el margen del riachuelo y vuelve donde Jesús, que le pregunta: -¿Y bien? ¿Estás curado?
-No, Señor. Por ahora no. Pero Tú lo has dicho y yo quedaré curado.
-Permanece, entonces, en tu esperanza. Adiós.
La mujer se derrumba llorando… Está desilusionada. Jesús hace una señal al mercader de que se puede continuar; y éste, también desilusionado, hace pasar la voz. Los camellos reanudan la marcha con ese movimiento suyo como de una barca que alzara y bajara la proa y el tajamar contra la ola, salen fuera de las murallas, toman el amplio y polvoriento camino de caravanas que se extiende en dirección sudoeste.
Ya la última pareja del grupo apostólico (o sea, Juan de Endor y Simón Zelote) ha sobrepasado en unos veinte metros los muros, cuando un grito corta el aire silencioso: parece llenar de sí el mundo, se repite, cada vez más alto, jubiloso, laudatorio:
-¡Veo¡ ¡Jesús¡ ¡Bendito mío¡ ¡Veo¡ ¡Veo¡ ¡He creído¡ ¡Veo¡ ¡Jesús, Jesús¡ ¡Bendito mío¡ – y el hombre, cuya cara ha recuperado completamente la salud y cuyos ojos han vuelto a ser bonitos -dos carbunclos llenos de luz y vida-, hiende las filas apostólicas para caer a los pies de Jesús, y acaba casi debajo de las patas del camello del mercader, que apenas si tiene tiempo de apartar al animal del hombre prosternado.
El hombre besa el manto de Jesús mientras repite:
-¡He creído¡ ¡He creído y veo¡ ¡Bendito mío¡
-Levántate y vive feliz, y, sobre todo, sé bueno. Di a tu mujer que sepa creer completamente. Adiós.
Jesús se libera de los brazos del curado y reanuda la marcha.
E1 mercader se acaricia la barba pensativo… Termina preguntando:
-¿Y si no hubiera sabido seguir creyendo después de la desilusión del lavado?
-Se hubiera quedado como estaba.
-¿Por qué exiges tanta fe para hacer un milagro?
-Porque la fe testifica la presencia de esperanza en Dios y amor a Dios.
-¿Y por qué has exigido antes el arrepentimiento?
-Porque el arrepentimiento hace a Dios amigo.
-Yo, que no tengo enfermedades, ¿qué tendría que hacer para testificar que tengo fe?
-Allegarte a la Verdad.
-¿Y podría ir a la Verdad sin la amistad de Dios?
-No podrías hacerlo sin la bondad de Dios. El Señor permite que quien -todavía sin arrepentimiento- lo busque, lo encuentre; porque el arrepentimiento generalmente llega cuando el hombre, conscientemente o con un mínimo atisbo de conciencia de lo que su alma quiere, conoce a Dios. Antes de esto es como un idiota guiado sólo por el instinto. ¿No has sentido nunca la necesidad de creer?
-Muchas veces. Lo que pasaba es que no me sentía satisfecho de lo que tenía. Sentía que había otra realidad, más fuerte que el dinero y que los hijos, mi esperanza… Pero a la hora de la verdad no me preocupaba de tratar de saber aquello mismo que buscaba sin saberlo.
-Tu alma buscaba a Dios. La bondad de Dios ha permitido que encontraras a Dios. El arrepentimiento de tu yerto pasado lejos de Dios te dará la amistad con Dios.
-Entonces, para… para obtener el milagro de ver con el alma la Verdad, ¿tendría que arrepentirme de mi pasado? -Ciertamente. Arrepentirte y decidirte a un completo cambio de vida…
El hombre vuelve a acariciarse la barba. Tanto fija su mirada, que parece como si estuviera estudiando y contando los pelos del cuello del camello. Sin querer, golpea con el talón al animal, que interpreta el golpe como una incitación a acelerar el paso, de forma que acelera y va adelante con el mercader, hacia la cabeza de la caravana. Jesús no lo detiene. A1 contrario, Él mismo se para, dejándose adelantar por las mujeres y los apóstoles, hasta que llegan Simón Zelote y Juan de Endor. Jesús se une a éstos.
-¿De qué habláis? – pregunta.
-Hablábamos del desconsuelo que debe sentir quien no cree en nada o quien pierde la fe que tenía. Ayer Síntica estaba verdaderamente angustiada, a pesar de haber pasado a una fe perfecta – responde el Zelote.
-Yo le decía a Simón que, si es penoso pasar del Bien al Mal, también es desconcertante pasar del Mal al Bien. En el primer caso, uno se siente torturado por la recriminación de su conciencia; en el segundo, uno se siente… acongojado… como debe sentirse quien se encuentra transportado a un país extranjero, absolutamente desconocido… O es la zozobra de quien, siendo un mísero y un inculto, se viera puesto en medio de una Corte regia, entre doctos y nobles. Es un sufrimiento… Yo lo conozco… Mucho sufrimiento… Uno no es capaz de creer que sea verdad, que pueda durar… que se pueda merecer… especialmente cuando se tiene manchada el alma… como estaba la mía…
-¿Y ahora, Juan? – pregunta Jesús.
El rostro extenuado de Juan de Endor, extenuado y triste, se ilumina con una sonrisa que lo hace menos macilento.
Dice:
-Ahora no. Queda la gratitud; es más, aumenta la gratitud hacia el Señor, que ha querido esto. Queda el recuerdo del pasado para mantenerme humilde. Pero hay seguridad. Me siento aclimatado. Ya no me siento extranjero en este dulce mundo tuyo de perdón y de amor. Me he tranquilizado. Estoy sereno, feliz.
-¿Juzgas buena tu experiencia?
-Sí. Si no fuera porque me duele haber pecado, porque con mi pecado he entristecido a Dios, diría que siento que mi pasado ha estado bien; me puede servir mucho para sostener a almas que son voluntariosas pero se sienten desconcertadas en los primeros momentos de su nueva fe.
-Simón, ve a decir al muchacho que no salte tanto, que esta noche estará agotado.
Simón mira a Jesús, pero comprende la verdad de la orden. Sonríe inteligentemente y se marcha, dejando así solos a los
dos.
-Ahora que estamos solos, Juan, escucha este deseo mío. Tú, por muchas razones, tienes una amplitud de juicio y pensamiento que ningún otro de mis seguidores tiene, y tienes una cultura más vasta que la común entre los israelitas. Por eso, te ruego que me ayudes…
-¿Yo ayudarte a ti? ¿En qué?
-Para Síntica. ¡Tú eres un magnífico pedagogo! Margziam contigo aprende pronto y bien. Tanto es así, que tengo intención de dejaros juntos unos meses, porque quiero en Margziam un conocimiento más amplio que el del pequeño mundo de Israel. Para ti ocuparte de él es motivo de alegría; también a mí me da alegría el veros juntos, tú enseñando, él aprendiendo, tú rejuveneciéndote, él madurando mientras está ocupado. Pero tendrás que ocuparte también de Síntica, como de una hermana desorientada. Tú lo has dicho: es sentirse desconcertados… Ayúdala a aclimatarse en mi ambiente. ¿Me haces este favor?
-¡Pero, mi Señor, si para mí es gracia hacerlo! No me acercaba a ella porque tenía la impresión de ser yo una persona superflua. Pero, si Tú lo quieres… Ella lee mis volúmenes: los hay sagrados y solamente cultos: libros de Roma y de Atenas. Veo que consulta y medita. Pero nunca me había entrometido a ayudarla. Si Tú lo quieres…
-Sí, lo quiero. Quiero veros amigos. Ella también, como Margziam y tú, estará en Nazaret un tiempo. Será bonito. Mi Madre y tú maestros de dos almas que se abren a Dios. Mi Madre: la angélica Maestra de la Ciencia de Dios; tú: el experto maestro del humano saber, que ahora puedes explicar con referencias sobrenaturales. Será bonito y bueno.
-¡Sí, mi bendito Señor! ¡Demasiado bonito para el pobre Juan!… – y el hombre sonríe ante el pensamiento de estos próximos días de paz junto a María, en la casa de Jesús…
Y el camino serpentea bordeando las pequeñas elevaciones que hay inmediatamente después de Gerasa, bajo un calorcillo de sol que cada vez se siente más, en una lindura de campiña que acaba siendo toda llana. Un camino que está bien conservado y por el que se camina cómodamente. Y se reemprende el camino después del alto del mediodía.
Es casi de noche cuando por primera vez oigo reír con ganas a Síntica: Margziam le ha contado no se qué y ha hecho reír a todas las mujeres. Veo que la griega se inclina a acariciar al niño y a rozarle la frente con un beso, tras lo cual el niño empieza otra vez a saltar como si no sintiera cansancio.
Pero todos los demás sí que están cansados, de forma que la decisión de pernoctar en la fuente del Camellero es recibida con alegría. El mercader dice:
-Hago noche siempre ahí. La etapa de Gerasa a Bosrá es demasiado larga, para los hombres y para los animales. -Es humano este mercader – observan entre sí los apóstoles, comparándolo con Doras…
La «fuente del Camellero» no es sino un puñado de casas alrededor de numerosos pozos. Una especie de oasis no en la aridez del desierto, porque aquí no hay aridez. Es un oasis en la amplitud deshabitada de los campos y matas de árboles frutales
que se intercalan durante millas y que, en esta anochecida de Octubre, emanan la misma tristeza que el mar a la hora del crepúsculo. Así que ver casas, oír rumor de voces, llantos de niños, sentir el olor de las chimeneas humeantes, ver las primeras lamparillas encendidas, es dulce como volver al propio hogar.
Mientras los camelleros se detienen para que los camellos beban una primera vez, los apóstoles y las mujeres siguen a Jesús, y, con el mercader, entran en la… muy prehistórica posada que los hospedará durante la noche…
…En la mísera y fumosa, vasta habitación donde han cenado y donde van a dormir los hombres, y mientras los domésticos preparan las yacijas hechas con heno amontonado encima de unos cañizos, se reúnen todos, cerca de un amplio hogar que ocupa toda la pared estrecha de la habitación. El fuego está encendido porque la noche ha traído consigo humedad y frío.
-Mientras no se ponga de agua el tiempo…- suspira Pedro.
El mercader lo tranquiliza:
-Debe terminar todavía esta luna antes de que venga el mal tiempo. Aquí hace así por la noche, pero mañana tendremos sol.
-¡Es por las mujeres, eh! No por mí. Soy pescador. Vivo en el agua. Y te aseguro que prefiero el agua a las montañas y al
polvo.
Jesús habla con las mujeres y con sus dos primos. Lo están escuchando también Juan de Endor y el Zelote. Sin embargo, Timoneo, Hermasteo y Mateo están leyendo uno de los volúmenes de Juan; los dos israelitas le explican a Hermasteo los pasajes bíblicos de mayor oscuridad para él.
Margziam los escucha embelesado, pero con una carita que se vela de sueño. Lo ve María de Alfeo y dice:
-Ese niño está cansado. Ven, amor, que vamos a dormir. Ven, Elisa; ven, Salomé. Ancianos y niños están mejor en la cama. Y haríais bien todos en iros a la cama, que estáis cansados.
Pero, aparte de las ancianas, excepto Marcela y Juana de Cusa, ninguno se mueve.
En cuanto, recibida la bendición, se marchan, Mateo susurra:
-¿Quién les iba a haber dicho a estas mujeres, hace poco, que iban a tener que dormir en paja, muy lejos de casa? -Jamás he dormido tan bien – afirma categóricamente María de Magdala. Y Marta lo confirma.
Pero Pedro da la razón a su compañero:
-Mateo tiene razón. Me pregunto, y no lo entiendo, por qué os ha traído a vosotras aquí el Maestro
-Hombre, ¡pues porque somos las discípulas!
-¿Entonces, si fuera… a tierras de leones, iríais?
-¡Pues claro, Simón Pedro! ¡Como si fuera mucho caminar unos pasos! ¡Y, además, con Él al lado!…
-Hablando de pasos, la verdad es que son muchos. Y para mujeres que no están acostumbradas…
Pero las mujeres protestan tanto, que Pedro se encoge de hombros y calla.
Santiago de Alfeo, alzando la cabeza, ve una sonrisa tan luminosa en el rostro de Jesús, que le pregunta:
-¿Nos quieres decir la verdadera finalidad de este viaje, sólo con nosotros, con las mujeres, y… con poco fruto respecto al esfuerzo?
-¿Podrías pretender ver ahora el fruto de la semilla enterrada en los campos que hemos atravesado? -No. Lo veré en primavera.
-Yo también te digo: «Lo verás a su tiempo».
Los apóstoles no replican nada.
Se alza la voz argentina de María:
-Hijo mío, hoy veníamos hablando entre nosotras de lo que has dicho en Ramot. Cada una de nosotras tenía impresiones y reflexiones distintas. ¿Querrías manifestarnos tu pensamiento? Yo decía que lo mejor era llamarte en ese momento. Pero ibas hablando con Juan de Endor.
-La verdad es que he sido yo la que ha suscitado la cuestión. Porque soy una pobre pagana y no tengo las espléndidas luces de vuestra fe. Sed indulgentes conmigo.
-¡Quisiera yo tener tu alma, hermana mía! – dice impulsiva la Magdalena. Y, siempre exuberante, la abraza y la mantiene junta a sí con un brazo.
Con su espléndida belleza parece iluminar ella sola la mísera barraca y transferir aquí la opulencia de su casa suntuosa. La griega, estrechada a ella, completamente distinta pero también de un físico singular, coloca una nota de pensamiento junto al grito de amor que parece emanar siempre de la pasional María; mientras que, sentada, su dulce rostro alzado hacia su Hijo, las manos entrecruzadas casi como si estuviera orando, recortado en el fondo de la negra pared su perfil purísimo, la Virgen es la perpetua Adoradora. Susana está en la penumbra del rincón, adormilada. Marta, activa a pesar del cansancio y de las insistencias de los demás, aprovecha la luz del hogar para asegurar unas hebillas en el vestidito de Margziam.
Jesús dice a Síntica:
-Pero no era un pensamiento penoso porque te he oído reír.
-Sí, por el niño, que resolvía la cuestión con soltura diciendo: “Yo sólo quiero volver si vuelve Jesús. Pero si quieres saber todo, ve, y luego vuelve y nos dices si te acuerdas».
Se echan a reír todas otra vez y dicen que Síntica había pedido a María explicación sobre el recuerdo que las almas conservan y que da razón de cierta posibilidad en los paganos de tener vagos recuerdos de la Verdad.
-Yo decía: «¿Será que esto confirma la teoría de la reencarnación en que creen muchos paganos?» y tu Madre, Maestro, me explicaba que lo que Tú dices es distinto. Ahora te pido que me expliques también esto, mi Señor.
-Escucha. No debes creer que, porque los espíritus tengan espontáneos recuerdos de Verdad, esté demostrado que vivimos varias vidas. Ya conoces suficiente para saber cómo fue creado el hombre, cómo pecó, cómo fue castigado. Te ha sido
explicado cómo Dios incorpora en el animal-hombre un alma individual. Es creada cada vez una y jamás un alma es usada para posteriores encarnaciones. Esta certeza debería anular mi aserción acerca del recuerdo de las almas. Debería… para cualquier otro ser aparte del hombre, dotado de un alma hecha por Dios. El animal no puede recordar nada, naciendo una sola vez; el hombre puede recordar, a pesar de nacer una sola vez. Recordar con su parte mejor: el alma. ¿De dónde viene el alma, toda alma de hombre? De Dios. ¿Quién es Dios? El Espíritu inteligentísimo, potentísimo, perfecto. Esta cosa admirable que es el alma, cosa creada por Dios para darle al hombre su imagen y semejanza como signo indiscutible de su Paternidad santísima, presenta dotes propias de Aquel que la creó: es, pues, inteligente, espiritual, libre, inmortal, como el Padre que la creó. Sale perfecta del Pensamiento divino y en el instante de su creación es igual, durante una milésima de instante, que la del primer hombre: una perfección que entiende la Verdad por don dado gratis. Una milésima de instante. Luego, una vez formada, es lesionada por la culpa original. Para que entiendas mejor, te diré que es como si Dios estuviera grávido del alma que crea, y el creado, al nacer, fuera herido por una señal incancelable. ¿Me comprendes?
-Sí. Mientras es pensada es perfecta. Una milésima de instante, este pensamiento creador. Luego, el pensamiento traducido a hecho, el hecho queda sujeto a la ley provocada por la Culpa.
-Bien has respondido. El alma se encarna, por tanto, así en el cuerpo humano, llevando consigo, cual gema celada en el misterio de su ser espiritual, el recuerdo del Ser Creador, o sea, de la Verdad. El niño nace. Puede ser bueno, puede ser magnífico o pérfido; puede serlo todo porque en su querer es libre. El ministerio de los ángeles con sus luces ilumina sus «recuerdos»; el artero los cubre de tinieblas. Según que el hombre desee las luces y aspire, por tanto, también a una virtud cada vez mayor, haciendo al alma señora de su ser, he aquí que aumenta en ella la facultad de recordar, como si la virtud fuera haciendo cada vez más sutil la pared que se interpone entre el alma y Dios. Así se comprende por qué los hombres virtuosos de todos los pueblos sienten la Verdad (no perfectamente, por estar embotados por doctrinas contrarias o por letal ignorancia, pero sí suficientemente como para ofrecer páginas de formación moral a los pueblos a que pertenecen). ¿Has comprendido? ¿Estás convencida?
-Sí. Concluyendo: la religión de las virtudes practicadas heroicamente predispone al alma a la Religión verdadera y al conocimiento de Dios».
-Exacto. Y ahora ve a descansar con mi bendición. Y tú también, Mamá, y vosotras hermanas y discípulas. La paz de Dios descienda sobre vuestro descanso.