En Ramot con el mercader Alejandro Misax. Lección a Síntica sobre el recuerdo de las almas
Después de una fértil llanura, seguida por un largo tramo allende el Jordán -y es hermoso caminar en esta estación serena y dulce de un morir de Octubre-, y de un alto en un pueblecillo acurrucado a los pies de las primeras pendientes de una respetable cadena montañosa -alguna de sus cimas puede tomar el verdadero nombre de montaña-, Jesús se pone de nuevo en camino, a la zaga de una larga caravana rica de cuadrúpedos y de hombres bien armados, con los que ha hablado antes, mientras daban de beber a sus animales en los pilones de la plaza. Son, en su mayor parte, hombres altos y muy morenos, ya de apariencia asiática. Montado en un fortísimo mulo, está el jefe de la caravana, armado hasta los dientes, más otras armas que penden de la silla. Y, no obstante, se ha mostrado muy deferente con Jesús.
Los apóstoles preguntan a Jesús:
-¿Quién es?
-Un rico mercader de allende el Eufrates. Le he preguntado a dónde iba, y ha sido amable. Pasa por la ciudad por la que tengo intención de pasar Yo. Es una cosa providencial por estos montes, llevando mujeres con nosotros.
-¿Temes algo?
-Como robos nada, porque no tenemos nada. Pero sería ya suficiente el miedo para las mujeres. Un puñado de ladrones no asalta jamás a una caravana tan fuerte; y podrá sernos útil también para conocer los pasos mejores y superar los difíciles. Me ha preguntado: «¿Eres el Mesías?», y, habiendo sabido que sí, ha dicho: «Estaba en el patio de los Paganos, hace días, y, más que verte, porque soy pequeño, te he escuchado. Bien, yo te protejo a ti y Tú me proteges a mí. Llevo una cargamento de mucho valor».
-¿Es prosélito?
-No creo. Pero quizás procede de nuestro pueblo.
La caravana se mueve despacio, como si no quisiera agotar las fuerzas de los cuadrúpedos marchando mucho. Por eso es fácil seguir su ritmo; es más, a menudo es necesario pararse, porque los acemileros hacen pasar a los animales cargados de uno en uno, llevándolos del cabestro en los puntos difíciles.
A pesar de que sea montaña propiamente dicha, la zona es muy fértil y está bien cultivada. Quizás los montes, los situados al nordeste, que van siendo más altos, protegen de las corrientes frías del norte o de las perjudiciales del este, y esto favorece los cultivos. La caravana sigue el curso de un torrente que ciertamente vierte en el Jordán, bien nutrido de aguas que descienden quién sabe de qué cima. La vista es bella, cada vez más bella a medida que se va subiendo: se extiende hacia occidente por la llanura del Jordán, y, más allá de la llanura, presenta los graciosos perfiles de los collados y montes-de la Judea del Norte; a oriente y a septentrión es una continua variación de panoramas, ora paisajes abiertos a lejanías, anchurosos ora paisajes que ofrecen a la mirada un encabalgarse de lomas y picos verdes, o rocosos, que parecen cerrar el camino cual improviso muro laberíntico.
Acercase el sol a su ocaso tras los montes de Judea, arrebolando intensamente el cielo y las pendientes, cuando el rico mercader, que se había detenido dejando pasar a la caravana, dice a Jesús:
-Hay que llegar al pueblo antes de que anochezca. Pero muchos de los tuyos parecen cansados. Este trayecto es duro. Diles que monten en los mulitos de reserva. Son animales tranquilos. Tendrán toda la noche para descansar, y además no es fatiga llevar el peso de una mujer.
Jesús acepta. El hombre da orden de pararse para que puedan montar en los animales las mujeres. Jesús dispone que también monte a caballo Juan de Endor. Los que van a pie -también Jesús – cogen los ramales para hacer más segura la marcha a las mujeres. Margziam quiere comportarse como un hombre y, aunque esté derrengado, no quiere de ninguna manera subir a la montura con nadie; antes al contrario, coge él también un ramal del mulito de María Santísima, que queda así entre Jesús y el niño, y camina con coraje.
E1 mercader se ha quedado al lado de Jesús y dice a María:
-¿Ves, Mujer, aquel pueblo? Es Ramot. Nos detendremos allí. Me conocen en la posada porque recorro este camino dos veces al año mientras que otras dos veces voy por la costa, para vender o comprar. Mi vida… dura vida. Pero tengo doce hijos, y muy pequeños Me he casado tarde. A uno lo he dejado con nueve días. Ahora me lo encontraré ya con los primeros dientes.
-Una bonita familia… – comenta María, y termina: «Que el Cielo te la conserve.
-Efectivamente, no me quejo de su ayuda, a pesar de que me la merezca muy poco.
Jesús pregunta:
-¿Eres al menos prosélito?
-Debería serlo… Mis antepasados eran verdaderos israelitas. Luego… nos aclimatamos allí…
-El alma se aclimata a un solo ambiente, el del Cielo.
-Tienes razón. Pero, ya sabes… Mi bisabuelo se casó con una que no era de Israel. Sus hijos fueron menos fieles… Los hijos de sus hijos se casaron a su vez con nuevas mujeres que no eran de Israel, y dieron hijos que sólo mantenían el respeto hacia el nombre judío; porque, como origen, somos judíos. Ahora yo, nieto de nietos… ya nada. Estando en contacto con todos, he cogido de todos, para terminar por no ser de ninguno.
-No es buena razón esto que me dices. Te lo voy a demostrar. Si tú, yendo por este camino, que sabes que es bueno, te encontraras con cinco o seis personas, las cuales te dijeran: «¡No, hombre, no, ve por allí!», «Vuelve para atrás», «Párate», «Ve hacia oriente», «Tuerce a occidente», ¿qué dirías?
-Diría: «Sé que éste es el camino más corto y atinado. No lo dejo».
-Otro ejemplo: si tuvieras que concluir un trato, y conocieras el método adecuado para llevarlo a cabo, ¿prestarías oídos a quienes, o por mera petulancia o por astucia calculada, te aconsejasen en otra línea?
-No. Seguiría aquello que mi experiencia me señala como mejor.
-Muy bien. Tú, originario de Israel, tienes a tus espaldas milenios de fe. No eres ni un estúpido ni un inculto. ¿Por qué, entonces, absorbes lo que te viene de los contactos con todos en materia de fe, mientras que sabes rechazarlo en materia de dinero o de seguridad de caminos? ¿No te parece esto deshonroso incluso humanamente? Postergar a Dios al dinero y al camino…
-No pospongo a Dios. Lo he perdido de vista…
-Porque tienes como dioses el comercio, el dinero, la vida. Y, sin embargo, es Dios, es Él, quien te permite tener estas cosas… ¿Por qué entraste, entonces, en el Templo?
-Por curiosidad. En la calle, saliendo de una casa en que había contratado unos productos, vi a un grupo de hombres en actitud de venerarte, y me volvió a la mente lo que oí en Ascalón a un fabricante de alfombras. Pregunté quién eras, porque me vino la sospecha de que fueras aquel de que hablaba la mujer. Habiendo sabido que eras Tú, te seguí. Había concluido mis tratos por ese día… Luego te perdí de vista. En Jericó te volví a ver, aunque sólo un momento. Ahora te encuentro otra vez… Mira…
-Mira, pues, cómo Dios une y cruza nuestros caminos. No tengo regalos que ofrecerte para agradecer tus gestos de bondad. Pero antes de dejarte espero poder darte un regalo, a menos que no me abandones antes.
-¡No, eso no lo haré! ¡Alejandro Misax no se vuelve atrás cuando se ha ofrecido! Mira, pasado ese recodo empieza el pueblo. Me voy a adelantar. Nos veremos en la posada – e hinca las espuelas y se marcha casi al galope por el borde del camino. -Es un hombre honrado e infeliz, Hijo mío – dice María.
-Y querrías verlo feliz según la Sabiduría, ¿no?
Se sonríen dulcemente, envueltos ya por las primeras sombras de la noche.
En la larga noche de Octubre, reunidos todos en una vasta habitación de la posada, los peregrinos esperan a irse a dormir. En un ángulo, aislado, está el mercader, afanado en sus cuentas. En el ángulo opuesto, Jesús con todos los suyos. No hay más huéspedes. De los establos llegan rebuznos, relinchos y balidos, lo cual hace suponer que en la posada hay otras personas. Pero quizás ya están en la cama.
Margziam se ha quedado dormido en los brazos de la Virgen, olvidándose de golpe de que era «un hombre». Pedro hay momentos que cede al sueño; no es el único, también las mujeres ancianas, que bisbiseaban, se han quedado medio dormidas y ahora callan. Están bien despiertos Jesús, María, las hermanas de Lázaro, Síntica, Simón Zelote, Juan y Judas.
Síntica está hurgando en el saco de Juan de Endor, como buscando algo. Pero luego prefiere juntarse con los demás y escuchar a Judas de Alfeo, que está hablando de las consecuencias del exilio de Babilonia; Judas concluye:
-…Y quizás ese hombre es todavía una consecuencia de aquello. Cualquier exilio conlleva una destrucción… Síntica hace un gesto involuntario con la cabeza pero no dice nada, y Judas de Alfeo termina:
-De todas formas, es extraño que con tanta facilidad uno se pueda despojar de lo que constituye un tesoro secular para ser totalmente distinto, especialmente en estas cosas de religión, y de una religión como la nuestra…
Jesús responde:
-No deberías asombrarte, cuando dentro de Israel ves a Samaria.
Un momento de silencio… Los ojos oscuros de Síntica miran fijamente el perfil sereno de Jesús. Mira con intensidad, pero no habla. Jesús siente esa mirada y se vuelve a mirarla.
-¿No has encontrado nada de tu agrado?
-No, Señor. He llegado al punto de no poder ya conciliar el pasado con el presente, las ideas de antes con las de ahora. Y me parece casi una defección, porque las ideas de antes me han ayudado muchísimo a tener las de ahora. Tiene razón tu apóstol en lo que dice… Pero la mía es una destrucción dichosa.
-¿Qué se te ha destruido?
-Toda la fe en el Olimpo pagano, Señor. De todas formas, me siento un poco turbada, porque leyendo vuestra Escritura –
me la ha dado Juan, y la leo porque sin conocimiento no se posee- he encontrado que también en vuestra historia… desde los
albores, lo llamaré así, hay hechos que no se diferencian mucho de los nuestros. Pues bien, quisiera saber… -Ya te he dicho que preguntes, que te responderé.
-¿Todo es error en la religión de los dioses?
-Sí, mujer. Sólo hay un Dios, que no es engendrado por otros, que no subyace a las pasiones y necesidades humanas, un Dios único, eterno, perfecto, creador.
-Yo lo creo. Pero quiero poder responder -no con una forma que no acepta discusión, sino argumentando para convencer- a las preguntas que otros paganos me pudieran hacer. Yo, por virtud de este Dios paterno y benefactor, me he dado por mí misma respuestas carentes de forma, pero suficientes para infundir paz en mi espíritu. Y en mí había voluntad de alcanzar la Verdad. Otros habrá menos ansiosos que yo de la Verdad, a pesar de que todos deberían tener este afán. No tengo intención de quedarme parada y no hacer nada con las almas. Quisiera dar lo que he recibido. Para dar tengo que saber. Concédemelo y te serviré en nombre del amor. Hoy, por el camino, mientras observaba las montañas y algunos aspectos me traían vivas a la memoria las cadenas de Hélade y las historias de la Patria, por asociación de ideas se me ha representado el mito de Prometeo, el de Deucalión… Vosotros tenéis también una cosa semejante en la fulminación de Lucifer, en la infusión de la vida en la arcilla, en el diluvio de Noé. Son concomitancias pequeñas, pero que evocan… Ahora dime: ¿cómo es que las supimos, si no hubo ningún contacto entre nosotros y vosotros, y vosotros las poseíais ciertamente antes que nosotros, y nosotros las recibimos, pero no hay noticia acerca de su origen? Actualmente no nos conocemos en muchas cosas. ¿Cómo es que, hace milenios, ya tuvimos leyendas que recuerdan vuestras verdades?
-Mujer, eres la que menos me lo debería preguntar, porque has leído obras que podrían, por sí solas, responder a esta pregunta tuya. Hoy, por asociación de ideas, del recuerdo de tus montes natales has pasado al recuerdo de los mitos natales y a hacer comparaciones. ¿No es verdad? ¿Y, por qué?
-Porque mi pensamiento, despertado, recordó.
-Muy bien. Pues las almas de los más antiguos, que dieron una religión a tu tierra, también recordaron. Confusamente, hasta donde puede una persona imperfecta, que está al margen de la religión revelada. Pero se acordaron. En el mundo hay muchas religiones. Ahora bien, si tuviéramos aquí, en un cuadro claro, todos los detalles de ellas, veríamos que hay como un hilo áureo perdido entre abundante fango, un hilo con nudos; y, contenidos en estos nudos, retazos de la Verdad verdadera.
-¿Pero no venimos todos de un tronco común? Eso dices. Entonces por qué los antiguos de entre los antiguos, que descendían del tronco originario, no supieron conservar consigo la Verdad? ¿No es una injusticia haberlos privado de ella?
-¿Has leído el Génesis, no es verdad? ¿Qué has encontrado en él? En sus comienzos, un pecado complejo, un pecado que abraza los tres estados del hombre: materia, pensamiento y espíritu. Luego un fratricidio. Luego un dúplice homicidio como contrapeso de la obra de Enoc de mantener la luz en los corazones; luego corrupción, uniéndose, por sed carnal, los hijos de Dios con las hijas de la sangre. Y, a pesar de la purificación del Diluvio y la reconstrucción de la raza a partir de buen germen, no de piedras como se dice en vuestros mitos -de la misma forma que la primera arcilla modelada por Dios, a imagen suya y con forma de hombre, no se había animado debido a un robo de fuego vital por parte del hombre, sino por infusión de Fuego vital por parte de Dios-, a pesar de ello, volvió a aparecer el fermento soberbio, el ultraje a Dios: «Vamos a tocar el cielo», y también la maldición divina: «Dispérsense y no se comprendan»… Y el único tronco, como agua que al chocar contra la piedra se disgrega formando regueros y no se vuelve a unir, se dividió: la raza se separó en razas. La Humanidad, puesta en fuga por su pecado y el castigo divino, se dispersó y no se volvió a reunir, llevando consigo la confusión que la soberbia había creado. Pero las almas recuerdan, siempre queda algo en ellas; y las más virtuosas y sabias vislumbran una luz, aunque débil, en las tinieblas de los mitos: la luz de la Verdad. Es este recuerdo de la Luz, vista antes de la vida, lo que remueve en ellas verdades que contienen retazos de la Verdad revelada. ¿Me has comprendido?
-En parte. Pensaré en ello ahora. La noche es amiga del que piensa y dentro de sí se recoge.
-Entonces vamos a recogernos cada uno en sí mismo. Vamos, amigos. Paz a vosotras, mujeres, paz a vosotros discípulos míos. Paz a ti, Alejandro Misax.
-Adiós, Señor. Dios esté contigo – responde el mercader inclinándose…