Encuentro con Lázaro en el campo de los Galileos
El famoso campo de los Galileos -creo que es lo que significa la palabra usada por Jesús para designar el lugar de encuentro con los setenta y dos discípulos enviados delante de El- no es sino una parte del monte de los Olivos, más apartado hacia el camino de Betania (es más, el camino pasa por ahí). Es también el lugar exacto en que, en una visión ya lejana, vi que acampaban Joaquín y Ana con el entonces pequeño Alfeo, junto a otras chozas de ramas, en los Tabernáculos que precedieron a la concepción de la Virgen.
La cima del monte de los Olivos es suave: Todo es suave en ese monte: las subidas, los panoramas, la cima. Espira realmente paz, vestido como está de olivos y silencio. Ahora no, porque ahora es un verdadero hormigueo de gente aplicada a hacer las chozas. Pero generalmente es un lugar de gran quietud, de meditación. A su izquierda, respecto a un observador que mire orientándose hacia el norte, hay una leve depresión; luego una nueva cima (aún menos cerrada que la del monte de los Olivos):
Aquí, en esta explanada, acampan los galileos. No sé si es por costumbre religiosa ya secular o si es por orden de los romanos, con la finalidad de evitar choques con los judíos o con otros de otras regiones, poco corteses con los galileos. No lo sé. Sí sé que ya veo a muchos galileos, entre los cuales a Alfeo de Sara de Nazaret, a Judas, el anciano hacendado de la zona de Merón, al arquisinagogo Jairo, y a otros cuyo nombre desconozco y venidos de Betsaida, Cafarnaúm y otras ciudades galileas.
Jesús señala el lugar que deberán ocupar para sus cabañas: justo en las lindes orientales del campo de los Galileos. Se ponen a construir las cabañas los apóstoles y algunos discípulos, entre los cuales están el sacerdote Juan y el escriba Juan, el arquisinagogo Timoneo más Esteban, Hermasteo, José de Emaús, Abel de Belén de Galilea.
En esto -mientras construyen las cabañas y Jesús habla con unos niños de Cafarnaúm que se han ceñido en torno a Él y le están preguntando un sinfín de cosas y confiándole otras tantas-, por el camino que viene de Betania, aparece Lázaro, junto con el inseparable Maximino. Jesús está vuelto de espaldas y no lo ve venir. En cambio el Iscariote sí lo ve y avisa al Maestro, el cual deja automáticamente a los niños y, sonriendo, se dirige hacia su amigo. Maximino se detiene para dejar plena libertad a los dos en el primer momento de su encuentro. Lázaro recorre los últimos metros, caminando con más dificultad que nunca, rápidamente en la medida de sus posibilidades, con una sonrisa en la que tiemblan el sufrimiento en su boca y las lágrimas en sus ojos. Jesús abre los brazos y Lázaro cae sobre su corazón prorrumpiendo en un fuerte llanto.
-Pero hombre, amigo mío, ¿lloras todavía?… – le pregunta Jesús, y lo besa en la sien (es bastante más alto que Lázaro – toda la cabeza-, y parece todavía más alto, porque Lázaro está inclinado en su abrazo de amor y respeto).
Levanta por fin la cabeza Lázaro y dice:
-Lloro, sí. El año pasado te di las perlas de mi triste llanto, justo es que recibas las perlas de mi llanto de alegría. ¡Maestro, Maestro mío! Estimo que nada hay más humilde y santo que el llanto bueno… y es lo que te doy, para decirte «gracias» por mi María que ahora es enteramente una niña dichosa, serena, pura, buena… ¡mucho más buena todavía que cuando era pequeña! Yo, que en mi orgullo de israelita fiel a la Ley me sentía muy por encima de ella, ahora me siento muy pequeño, muy nada, respecto a ella, que ya no es una criatura sino una llama de fuego, una llama santificadora. Yo… no llego a entender dónde halla esa sabiduría, esas palabras, esas obras que encuentra y que edifican a toda la casa. La miro como se mira un misterio. ¿Cómo, tanto fuego y tantas gemas podían celarse en tranquila convivencia bajo tanta podredumbre? Ni yo ni Marta subimos hasta donde ella sube. ¿Cómo lo hace, si ha tenido rotas las alas por el vicio? No entiendo…
-Ni falta que hace que entiendas. Basta con que entienda Yo. Pero te digo que María tiene las energías de su ser orientadas hacia el Bien. Ha encauzado su temperamento hacia la perfección, y, dado que es un temperamento de poderoso absolutismo, se lanza sin reservas por este camino. Utiliza su experiencia del mal para ser potente en el bien como lo fue en el mal; usando los mismos sistemas de darse enteramente, que tenía en el pecado, se da toda a Dios. Ha comprendido la ley del «ama a Dios con todo tu ser, con tu cuerpo y con tu alma, con todas tus fuerzas». Si Israel estuviera hecho de Marías, si el mundo estuviera hecho de Marías, tendríamos en la tierra el Reino de Dios cual será en el altísimo Cielo.
-¡Oh! ¡Maestro, Maestro! ¡Y es María de Magdala la que merece estas palabras!…
-Es María de Lázaro, la gran amiga hermana del gran amigo mío. ¿Cómo habéis sabido que estaba aquí, si todavía mi Madre no ha ido a Betania?
-Ha venido, forzando el camino, el encargado de Agua Especiosa, y me ha dicho que venías. Todos los días he mandado aquí a uno de la servidumbre. Hace poco ha vuelto diciendo: «Ha llegado. Está en el campo galileo». Me he puesto en marcha inmediatamente…
-Pero si estás mal…
-¡Muy mal, Maestro! Estas piernas…
-¡Y has venido! Habría ido Yo pronto…
-Mi prisa por manifestarte mi alegría era demasiado angustiosa Hace meses que lo tengo dentro. ¡Una carta! ¡Qué es una carta para decirte una cosa como ésta! Ya no podía esperar más… ¿Vas a venir a Betania?
-Ciertamente. En cuanto termine la fiesta.
-Te esperan con gran impaciencia… La griega… ¡Qué mente! Converso mucho con ella, ávida de saber de Dios. Pero es muy culta… y yo, que no sé bien ciertas cosas, debo ceder; haces falta Tú.
-Iré. Ahora vamos con Maximino; luego, te ruego que te consideres mi invitado. Mi Madre se alegrará al verte. Y podrás descansar Dentro de poco vendrá con el niño.
Y Jesús llega donde Maximino, el cual se arrodilla para saludarlo…