En Efraím el día de la llegada de la Madre de Jesús con Lázaro y las discípulas.
En la casa de María de Jacob ya están levantados, aunque apenas raya el alba. Yo diría que es sábado porque veo que están también los apóstoles, quienes normalmente están en misión. En la casa hay un intenso movimiento de preparación de fuegos y agua caliente. A María la ayudan a cribar harina y a amasarla para hacer pan.
La ancianita está muy inquieta-una inquietud de niña-y, mientras diligentemente trabaja, pregunta a éste o a aquél: -¿Es hoy, no? ¿Los otros lugares están preparados? ¿Estáis seguros de que no son más de siete?
Le responde por todos Pedro, que está desollando a un cordero para prepararlo para ser guisado:
-Debían estar aquí antes del sábado, pero quizás las mujeres no estaban preparadas todavía y por eso se han retrasado. Pero hoy seguro que llegan. ¡Ah, esto me pone contento! ¿El Maestro ha salido? A lo mejor ha ido a su encuentro…
-Sí. Ha salido con Juan y Samuel en dirección al camino de la Samaria central – responde Bartolomé, saliendo con un ánfora colmada de agua hirviendo.
-Entonces podemos estar seguros de que llegan. Él sabe siempre todas las cosas – profesa Andrés.
-Yo quisiera saber por qué te ríes así. ¿Qué tiene de gracioso el que hable mi hermano? – pregunta Pedro, que ha advertido la risita de Judas, ocioso en un rincón.
-No me río por tu hermano. Todos estáis contentos. Yo también puedo estarlo y reírme incluso sin motivo. Pedro lo mira con expresión clara, pero vuelve al trabajo que estaba haciendo.
-¡Mirad! He conseguido encontrar una rama de árbol en flor. No es almendro, como quería; pero Ella, ahora que ha terminado de florecer el almendro, tiene otras ramas, así que aceptará esta mía — dice Judas Tadeo, que regresa goteando rocío como si viniera de los bosques, y con un haz de ramas florecidas: un milagro de candor aljofarado de rocío que parece transmitir claridad y belleza a la cocina.
-¡Qué bonitas! ¿Dónde las has encontrado?
-En el huerto de Noemí. Sabía que era tardío por la orientación hacia tramontana, que lo tiene retrasado. Y he subido
allí.
-¡Por eso pareces tú también un árbol del bosque! Las gotas de rocío te brillan en el pelo y te han mojado la túnica.
-El sendero estaba húmedo como si hubiera llovido. Ya se dan los rocíos abundantes de los meses más bonitos. Judas Tadeo se marcha con sus flores y, al cabo de un rato, llama a su hermano para que le ayude a colocarlas.
-Voy yo, que entiendo de eso. Mujer, ¿no tienes alguna ánfora de cuello alto, si es posible de tierra roja? – dice Tomás. -Tengo lo que buscas y también otros recipientes… Los que usaba en los días de fiesta… para las bodas de mis hijos o
en otras ocasiones importantes. Si esperas un momento a que meta estas tortas en el horno, voy a abrirte el baúl donde están
guardadas las cosas buenas… ¡pocas ya, después de tantas desventuras! Pero he conservado algunas para… recordar… y sufrir
porque, aunque sean recuerdos de alegría, ahora hacen llorar porque recuerdan lo que ha terminado.
-Entonces hubiera sido mejor que no te las hubiera pedido nadie ¡Total! No quisiera que nos sucediera como en Nobe: tantos preparativos para nada… – dice Judas Iscariote.
-¿Si te digo que nos ha advertido un grupo de discípulos? ¿Qué crees?, ¿que lo han soñado? Han hablado con Lázaro. Los ha enviado por delante de propósito. Venían aquí a avisar que antes del sábado estaría aquí la Madre con el carro de Lázaro, y Lázaro y las discípulas…
-De momento no han venido…
-Vosotros que habéis visto a ese hombre: ¿no da miedo? – pregunta la ancianita mientras se seca las manos en el mandil tras haber confiado sus tortas a Santiago de Zebedeo y Andrés, que las llevan al horno.
-¿Miedo? ¿Por qué?
-¡Un hombre que vuelve de estar con los muertos!
Está toda nerviosa.
-Cálmate, madre. Es en todo como nosotros – la tranquiliza Santiago de Alfeo.
-Más bien estáte atenta al palique con las otras mujeres. No sea que vayamos a tener a toda Efraím aquí dentro dando la lata – dice imperiosamente Judas Iscariote.
-Desde que estáis aquí no he tenido conversaciones imprudentes. Ni con los de la ciudad ni con los peregrinos. He preferido pasar por necia antes que aparentar saber las cosas, para no crear dificultades al Maestro y perjudicarlo. Y sabré callar también hoy. Ven, Tomás… – y sale para ir a sacar sus tesoros escondidos.
-Esa mujer está asustada pensando que va a ver a un resucitado – dice Judas Iscariote, y se ríe irónicamente.
-No es la única. Me han dicho los discípulos que en Nazaret estaban todos inquietos, y lo mismo en Caná y en Tiberíades. Uno que vuelve de la muerte después de cuatro días de sepulcro no se encuentra tan fácilmente como las margaritas en primavera. ¡Bien pálidos estábamos nosotros también, cuando salió del sepulcro! Pero, en vez de estar ahí haciendo comentarios inútiles, ¿no podrías trabajar? Todos estamos trabajando, y hay todavía mucho que hacer… Hoy que se puede hacer, ve al mercado y compra lo que se necesite Lo que hemos traído nosotros no es suficiente ahora que vienen ellas, y no nos daba tiempo a volver a la ciudad para hacer compras; nos habría detenido en el sitio en que estábamos la puesta del Sol.
Judas llama a Mateo, que está volviendo a la cocina todo aseado, y los dos salen.
Vuelve a la cocina también el Zelote, también él ya en perfecto orden respecto al vestido. Dice:
-¡Este Tomás! Es verdaderamente un artista. Con nada ha decorado la habitación como para un banquete bodas. Id a
ver.
Todos menos Pedro, que está terminando su operación, van inmediatamente a ver. Pedro dice:
-Estoy suspirando por verlos aquí. Quizás venga también Margziam. Dentro de un mes estamos en Pascua. Ya habrá salido de Cafarnaúm o Betsaida.
-Estoy contento de que venga María. Por el Maestro. Lo confortará más que todos los demás. Y necesita ser confortado – le responde Zelote.
-Mucho. Pero ¿te has dado cuenta de lo triste que está también Juan? Le he preguntado, pero ha sido inútil; dentro de su dulzura, tiene más firmeza que todos nosotros y, si no quiere, nada le hace hablar. Pero estoy seguro de que sabe algo. Y parece la sombra del Maestro. Lo sigue siempre. Lo mira siempre. Y cuando no ve que alguno observa -porque, si lo ve, entonces responde a tu mirada con esa sonrisa suya que amansaría hasta a un tigre-, cuando no se ve observado, su cara se pone tristísima. Intenta preguntarle tú. Te quiere mucho. Y sabe que eres más prudente que yo…
-¡No, eso no! Tú te has hecho un ejemplo de prudencia para todos nosotros. Ya no se reconoce en ti al Simón de otros tiempos. Eres verdaderamente esa piedra que, dura y sólidamente escuadrada, nos sostiene a todos nosotros.
-¡Venga, hombre, no digas eso! Yo soy un pobre hombre. Bueno, claro… estando con Él tantos años uno se hace un poco como Él. Un poco… muy poco, pero ya muy distinto de como uno era antes. Todos nos hemos… no, no todos, por desgracia. Judas sigue siendo igual, lo mismo aquí que en Agua Especiosa…
-¡Dios lo quiera, que sea igual!
-¿Qué? ¿Qué quieres decir?
-Nada y todo, Simón de Jonás. Si el Maestro me oyera, me diría: “No juzgues». Pero esto no es juzgar, es temer. Temo que Judas sea peor que cuando estábamos en Agua Especiosa.
-Ya de por sí lo es, aún en el caso de que sea ahora como entonces. Lo es porque debía haber cambiado mucho, crecido en justicia, y, sin embargo, es siempre igual. Tiene, pues, en su corazón el pecado de acidia espiritual, que entonces no tenía. Porque al principio… loco sí, pero lleno de buena voluntad… Dime una cosa: ¿qué te dice el que e1 Maestro haya decidido mandar con nosotros a Samuel y reunir a todos los discípulos, todos los que puedan reunirse en Jericó, para la neomenia de Nisán? Antes había dicho que ese hombre se iba a quedar aquí… y antes también nos había prohibido decir dónde estaba Él. Yo tengo sospechas…
-No. Yo veo las cosas claras y lógicas. A estas alturas -sin saber ni por quién ni cómo ha sido divulgada- toda Palestina tiene noticia de que el Maestro está aquí. Ya ves que han venido peregrinos y discípulos de lugares tan separados como Quedes y Engadí, Joppe y Bosra. Por tanto, es inútil seguir conservando el secreto. Además, la Pascua se acerca y está claro que el Maestro quiere tener consigo a los discípulos para su regreso a Jerusalén. El Sanedrín dice, ya lo has oído, que está derrotado y ha perdido a todos los discípulos; y Él le responde entrando en la ciudad a la cabeza de ellos…
-¡Tengo miedo, Simón! Mucho miedo… ¿Ya has oído, no? Todos, incluso los herodianos, se han unido contra Él… -¡Ya! ¡Que Dios nos ayude!…
-¿Y por qué manda con nosotros a Samuel?
-Sin lugar a dudas, para prepararlo para su misión. No veo motivo de inquietud… ¡Llaman! ¡Tienen que ser las discípulas!…
Pedro se quita el ensangrentado mandil y, corriendo, sigue al Zelote, que presurosamente ha ido hacia la puerta de casa. Aparecen por las distintas puertas los otros que están en casa, y todos gritan:
-¡Ahí están! ¡Son ellas!
Pero, cuando se abre la puerta, se quedan tan claramente desencantados al ver a Elisa y a Nique, que las dos discípulas preguntan:
-¿Pero ha sucedido algo?
-¡No! ¡No! Es que… creíamos que fuera la Madre y las discípulas galileas… – dice Pedro.
-¡Ah!, y os habéis llevado un chasco. Nosotras, sin embargo, estamos muy contentas de veros y de saber que está para llegar María – dice Elisa.
-Un chasco, no… ¡Bueno, desilusionados! ¡Pero, venid! ¡Entrad’. Paz a las buenas hermanas – saluda por todos Judas
Tadeo.
-También a vosotros. ¿El Maestro no está?
-Ha salido con Juan al encuentro de María. Se sabe que viene por el camino de Siquem en el carro de Lázaro – explica el Zelote. Entran en casa mientras Andrés se ocupa del burrito de Elisa. Nique ha venido a pie. Hablan de lo que sucede en Jerusalén, preguntan por los amigos y discípulos… por Analía, María y Marta, el anciano Juan de Nobe, José, Nicodemo… por muchos otros. La ausencia de Judas Iscariote permite que hablen en paz y abiertamente. Es más, Elisa, mujer anciana y de experiencia, y que estuvo en los tiempos de Nobe en contacto con Judas y que ya lo conoce muy bien, y que «lo ama sólo por amor a Dios», como dice abiertamente, se informa de si no está en casa, no unido a los otros por algún capricho, y sólo cuando sabe que está fuera para las compras habla de lo que sabe. Dice:
-En Jerusalén parece todo calmado; es más, ya no se hacen preguntas a los discípulos conocidos. Se comenta que eso es así porque Pilato ha hablado enérgicamente a los del Sanedrín, recordándoles que la justicia en Palestina la ejercita sólo él, y que, por tanto, dejen ya ese asunto.
– Pero también – observa Nique – se dice -y es precisamente Manahén el que lo dice, y con él otros, o mejor dicho, otras, porque la otra voz es Valeria- que Pilato está verdaderamente tan cansado de estos disturbios que tienen agitado al país y que pueden causarle problemas, e incluso impresionado por la insistencia con que los judíos le insinúan que Jesús lo que quiere es proclamarse rey, que, si no fuera por los informes concordantes y favorables de los centuriones, y, sobre todo, por las presiones de su mujer, acabaría por castigar al Cristo, por ejemplo con el destierro, con tal de quitarse ya de encima estos problemas.
-¡Sólo faltaría eso! ¡Y es capaz de hacerlo! ¡Muy capaz! Es el más leve de los castigos romanos, y el más usado después de la flagelación. ¿Pero os lo imagináis? Jesús solo, ¿quién sabe en qué lugar? Y nosotros desperdigados… – dice el Zelote.
-¡Ya, ya! ¡Desperdigados! Eso lo dices tú. A mí no me desperdigan. Voy detrás de Él… – dice Pedro.
-¡Simón! ¡Simón! ¿Eres tan ingenuo como para pensar que te dejarían? Te atan como a un galeote y te llevan a donde quieran ellos; a lo mejor incluso a las galeras, o a una de sus prisiones, y no puedes seguir al Maestro – le dice Bartolomé.
Pedro se alborota el pelo, inseguro, descorazonado.
-Se lo diremos a Lázaro. Lázaro irá abiertamente donde Pilato, que, sin duda, lo recibirá con mucho gusto, porque a estos gentiles les gusta ver seres extraordinarios… – dice el Zelote.
-¡Habrá ido a verlo antes de salir y ya Pilato no tendrá deseos de recibirlo de nuevo! – dice Pedro abatido.
-Entonces irá como hijo de Teófilo. O acompañará a su hermana María a ver a las damas. Eran amigas cuando… bueno, en fin, cuando María era pecadora…
-¿Sabéis que Valeria, después de que su marido se ha divorciado de ella, se ha hecho prosélita? Valeria ha tomado una decisión seria. Lleva una vida de mujer justa que es un ejemplo para muchos de nosotros. Ha emancipado a sus esclavos y los instruye a todos en orden al verdadero Dios. Había tomado una casa en Sión. Pero, ahora que Claudia ha venido, ha vuelto donde ella…
-¿Entonces?…
-No. A mí me ha dicho: «En cuanto venga Juana, voy con ella. Pero ahora quiero convencer a Claudia»… Parece que Claudia no logra superar el límite suyo en orden a creer en Cristo; para ella es un sabio, nada más… Incluso parece que, antes de ir a la ciudad, se hubiera intranquilizado bastante por las voces que corrían y que, escéptica, hubiera dicho: «Es un hombre como nuestros filósofos, y no de los mejores, porque su palabra no corresponde con su vida», y parece que ha tenido unos… unas… en definitiva que se haya permitido una serie de cosas que antes había abandonado – dice Nique.
-Era de esperar. ¡Almas paganas! ¡Mmm! Una buena puede haberla… ¡Pero las otras!… ¡Inmundicias! ¡Inmundicias! – sentencia Bartolomé.
-¿Y José? – pregunta Judas Tadeo.
-¿Quién? ¿El de Seforí? ¡Tiene un miedo! ¡Ah! Ha estado vuestro hermano José. Llegó y se marchó enseguida, pero pasando por Betania para decir a las hermanas que a toda costa le impidan al Maestro ir a la ciudad y quedarse allí. Yo estaba allí
y lo oí. Así supe también que José de Seforí ha tenido muchos problemas y ahora tiene mucho miedo. Vuestro hermano le ha encargado de que esté al corriente de los complots que se traman en el Templo. Ese hombre de Seforí lo puede saber por medio de ese pariente que es marido no se si de la hermana o de la hija de la hermana de su mujer, y que tiene unos cometidos en el Templo – dice Elisa.
-¡Cuántos miedos¡ Ahora, cuando vayamos a Jerusalén, quiero mandar a mi hermano a casa de Anás. Podría ir también yo porque también yo conozco bien a ese viejo zorro. Pero Juan sabe hacer mejor las cosas. Y Anás lo apreciaba mucho, entonces, cuando escuchábamos las palabras de ese viejo lobo… ¡creyendo que era un cordero’ Le mandaré a Juan, que sabrá soportar incluso improperios sin reaccionar. Yo… si me pronunciara maldiciones contra el Maestro, o sólo con que las pronunciara contra mí porque lo sigo, le saltaría al cuello, lo atraparía y apretaría ese viejo cuerpajo como si estuviera escurriendo una red. ¡Le haría vomitar esa alma torva que tiene dentro¡ ¡Aunque tuviera a su alrededor a todos los soldados del Templo y a los sacerdotes¡
-¡Si te oyera el Maestro hablar así¡ – dice escandalizado Andrés.
-¡Lo digo precisamente porque no está¡
-¡Tienes razón¡ No eres el único que tiene ciertos deseos. ¡Yo también los tengo¡ – dice Pedro.
-Y yo también, y no sólo respecto a Anás – dice Judas Tadeo.
-Si es por eso… a muchos les encendería yo el pelo. Tengo una lista larga… Esos tres carcamales de Cafarnaúm excluyo al fariseo Simón, porque parece pasablemente bueno-, esos dos lobos de Esdrelón y ese viejo montón de huesos de Cananías, y luego… bueno, una degollina, os digo que una degollina en Jerusalén, y el primero de todos Elquías. ¡Me tienen ya hasta la coronilla todas esas serpientes apostadas al acecho¡ – Pedro está furioso.
Judas Tadeo, diciéndolo con calma, pero aún más impresionante, con esa calma suya glacial, que si estuviera furioso como Pedro, dice:
-Y yo te ayudaría. Pero… quizás empezaría por eliminar las serpientes que están cercanas.
-¿Quién? ¿Samuel?
-¡No, no¡ No tenemos cerca sólo a Samuel. ¡Hay muchos que muestran una cara y tienen un alma distinta de la cara que muestran¡ Yo no los pierdo de vista. Nunca. Quiero estar seguro antes de actuar. ¡Pero cuando lo esté…¡ La sangre de David es caliente, y también la de Galilea. Las dos, por línea paterna y por línea materna, están en mí.
-¡Si llega el caso, me lo dices, eh¡ Que te ayudo… – dice Pedro.
-No. La venganza de la sangre corresponde a los parientes. A mí me corresponde.
-¡Pero hijos¡ ¡Hijos¡ ¡No habléis así¡ ¡No es eso lo que enseña el Maestro¡ ¡Parecéis cachorros de león furiosos, en vez de ser los corderos del Cordero¡ Abandonad tanto espíritu de venganza. ¡Han quedado muy atrás ya los tiempos de David¡ Cristo anula la ley de la sangre y del talión. Él deja los diez mandamientos inmutables, pero abroga las otras duras leyes mosaicas. De Moisés quedan las prescripciones de piedad, humanidad y justicia, compendiados y perfeccionados por nuestro Jesús en su mayor mandamiento: “Amar a Dios con todo el ser, amar al prójimo como a nosotros mismos, perdonar al que ofende, dar amor a quien nos odia». ¡Oh, perdonad si yo siendo mujer me he atrevido a enseñar a mis hermanos, y mayores que yo¡ Pero soy una madre anciana. Y una madre puede hablar siempre. ¡Creedlo, hijos míos¡ Si vosotros mismos convocáis a Satanás odiando a los enemigos, teniendo deseos de venganza, Satanás entrará en vosotros y os corromperá. Satanás no es una fuerza. Creedlo. Fuerza es Dios. Satanás es debilidad, es peso, es entumecimiento. No sabríais ya ni mover un dedo, no sólo contra los enemigos, sino tampoco para ofrecer una caricia a nuestro afligido Jesús, si el odio y la venganza os encadenaran. ¡Ánimo, hijos¡ Todos hijos, incluso vosotros, los que tenéis mis años, y quizás más. Todos hijos para una mujer que os quiere, para una madre que ha vuelto a encontrar la alegría de ser madre amándoos como a hijos a todos. No me hagáis de nuevo una mujer angustiada por haber perdido otra vez a mis hijos amados, y para siempre; porque, si morís con el odio o el delito, muertos estaréis para toda la eternidad y no podremos reunirnos arriba, jubilosos, en torno a nuestro común amor: Jesús. Prometedme aquí, enseguida, a mí, que os lo suplico, a una pobre mujer, a una pobre mamá, que no volveréis a tener nunca estos pensamientos. ¡Oh, hasta os afean la cara¡ ¡Me parecéis desconocidos, distintos¡ ¡Qué feos os pone el rencor¡ ¡Tan dulces como erais¡ ¿Qué está sucediendo? ¡Escuchadme¡ María os diría las mismas palabras. Con más fuerza porque Ella es María. Pero mejor es que Ella no conozca todo el dolor… ¡Oh pobre Madre¡ ¿Qué está sucediendo? ¿Tengo que pensar, entonces que ya surge la hora de las tinieblas, la hora que se tragará a todos, la hora en que Satanás será rey en todos, menos en el Santo, y descarriará incluso a los santos, incluso a vosotros, haciéndoos cobardes, perjuros, crueles como es él? ¡Oh, hasta ahora había tenido siempre esperanza¡ Siempre he dicho: «Los hombres no prevalecerán contra Cristo». ¡Pero ahora¡… ¡Ahora, por primera vez, temo y tiemblo¡ Sobre este cielo sereno de Adar veo alargarse invasora la gran Tiniebla que se llama Lucifer, y entenebreceros a todos y esparcir venenos que os enferman. ¡Oh, tengo miedo¡
Elisa, que ya desde hacía un rato lloraba aunque sin estremecimientos, se abandona ahora, apoyada la cabeza en la mesa junto a la cual está sentada, y solloza dolorosamente.
Los apóstoles se miran unos a otros. Luego, afligidos, tratan de consolarla. Pero ella no quiere consuelos, y lo dice: -Uno, uno sólo me vale: vuestra promesa. ¡Por vuestro bien¡ Porque Jesús no tenga entre sus dolores éste, el mayor: el de veros condenados a vosotros, sus predilectos.
-¡Sí, Elisa, si esto es lo que quieres¡ ¡No llores, mujer¡ Te lo prometemos. Escucha. No vamos a alzar ni un dedo contra ninguno, no vamos ni siquiera a mirar, para no ver. ¡No llores¡ ¡No llores¡ Perdonaremos a quienes nos ofenden. ¡Amaremos a quienes nos odia¡ ¡Ánimo¡ No llores.
Elisa alza su rugoso rostro, brillante por el llanto, y dice:
-¡Recordad que me lo habéis prometido¡ ¡Repetidlo¡
-Te lo prometemos, mujer.
-¡Amados hijos míos! ¡Ahora sí me agradáis! Os reconozco como buenos. Ahora que se ha calmado mi angustia, ahora que habéis abandonado esa levadura amarga y habéis vuelto a ser puros como antes, vamos a preparar las cosas para recibir a María. ¿Qué hay que hacer? – dice mientras termina de secarse los ojos.
-La verdad es que… ya lo habíamos hecho nosotros. Como hombres. Pero María de Jacob nos ha ayudado. Es una samaritana, pero muy buena. Ahora la verás. Está en el horno cuidando del pan. Está sola. Los hijos muertos u olvidados de ella, los bienes esfumados, y, no obstante, no guarda rencores…
-¿Lo veis? ¿Veis como, incluso entre los paganos y samaritanos, hay quien sabe perdonar? ¡Y debe ser terrible, ¡eh?, ¿lo sabéis?, tener que perdonar a un hijo! ¡Ah! ¿Estáis seguros de que Judas no está?
-Si no se ha transformado en pájaro, no puede estar, porque las ventanas están abiertas pero, menos ésta, todas las puertas están cerradas.
-Entonces… Estuvo en Jerusalén María de Simón, con su pariente. Fue para ofrecer sacrificios en el Templo. Luego vino donde nosotras. Parece una mártir. ¡Qué afligida está! Me preguntó, a todas nos preguntó, si sabíamos algo de su hijo, si estaba con el Maestro, si había estado siempre con Él.
-¿Qué le sucede a esa mujer? – pregunta, asombrado, Andrés.
-Pues… su hijo. ¿No te parece suficiente? – pregunta Judas Tadeo.
-Yo la conforté. Quiso volver con nosotras al Templo. Fuimos todas juntas a orar… Luego se marchó, pero todavía con su pesar. Le dije: «Si te quedas con nosotras, dentro de poco vamos donde el Maestro. Allí está tu hijo». Ella sabía ya que Jesús estaba aquí. Se ha oído hasta en los confines de Palestina. Me dijo: «¡No, no! El Maestro me dijo que no estuviera en Jerusalén para la primavera. Yo obedezco. Pero he querido, antes del tiempo de su regreso, subir al Templo. Tengo mucha necesidad de Dios». Y dijo una extraña frase… Dijo: «Soy inculpable, pero, tanta es mi tortura, que el infierno está dentro de mí y yo dentro de él»… Mucho la preguntamos, pero no quiso expresarse más, ni sobre sus torturas ni sobre las razones de la prohibición de Jesús. Nos pidió que no dijéramos nada ni a Jesús ni a Judas.
-¡Pobre mujer! ¿Entonces para Pascua no estará? – pregunta Tomás.
-No estará.
-¡En fin… si Jesús se lo ha impuesto, sus motivos tendrá!… ¿Habéis oído, no? ¡En todas partes se sabe que Jesús está aquí! ¡Pero en todas! – dice Pedro.
-Sí. Y quienes lo decían convocaban en su nombre para una sublevación «contra los tiranos». Esto decían algunos; otros, que está aquí porque se ha visto desenmascarado…
-¡Siempre las mismas razones! ¡Deben haber gastado todo el oro del Templo para enviar a todas partes a esos… siervos suyos! – observa Andrés.
Unos golpes en la puerta.
-¡Están aquí! – dicen, y van rápidamente a abrir.
Sin embargo, es Judas con sus compras. Mateo lo sigue. Judas ve a Elisa y a Nique y las saluda. Pregunta: -¿Estáis solas?
-Solas. María no ha venido todavía.
-María no viene por las comarcas del sur, así que no puede estar con vosotras. Me refería a si no estaba Anastática. -No. Se ha quedado en Betsur.
-¡Por qué? También ella es discípula. ¿No sabes que de aquí se irá a Jerusalén para la Pascua? Debía estar. ¡Si no son perfectos laS discípulas y los fieles, quién lo va a ser? ¿Quién va a formar e1 acompañamiento del Maestro para demostrar la inconsistencia de la leyenda de que todos le han abandonado?
-¡Si es por eso!… No será una pobre mujer la que colme los vacíos. Las rosas están bien entre las espinas y en los huertos cerrados. Yo soy madre para ella y así lo he impuesto.
-¿Entonces para Pascua no estará?
-No estará.
-¡Ya son dos! – exclama Pedro.
-¿Qué dices? ¿Quiénes dos? – pregunta Judas, siempre receloso.
-¡Nada, nada! Un cálculo mío. Se pueden contar muchas cosas, ¿no? Incluso las… moscas, por ejemplo, que se posan en mi cordero desollado.
Vuelve María de Jacob seguida de Samuel y Juan, que traen los panes sacados del horno. Elisa saluda a la mujer y también lo hace Nique. Y Elisa expresa unas palabras para que la mujer, enseguida – se sienta a gusto.
-Estás entre hermanas en el dolor, María. Yo, habiendo perdido a mi esposo y a mis hijos, estoy sola; y ésta es viuda Por tanto nos querremos, porque sólo quien ha llorado sabe comprender.
Pero, en esto, Pedro dice a Juan:
-¿Cómo estás aquí? ¿El Maestro?
-En el carro. Con su Madre. ¿Y no lo decías?
-No me has dado tiempo. Están todas. ¡Pero ya veréis qué desmejorada está María de Nazaret! Parece que han pasado por ella lustros. Dice Lázaro que se acongojó mucho cuando le dijo que Jesús estaba aquí refugiado.
-¿Por qué se lo ha dicho ese necio? Antes de morir era inteligente. Pero quizás en e1 sepulcro su cerebro se ha deshecho y no se ha rehecho luego. ¡Uno no está muerto sin quebranto!… – dice irónico y con desprecio Judas de Keriot.
-Nada de eso. Espera a saber para hablar. Lázaro de Betania se lo dijo a María ya de camino, al extrañarse Ella del camino que tomaba Lázaro – dice severo Samuel.
-Sí, cuando pasó la primera vez por Nazaret dijo sólo: «Te llevaré donde tu Hijo dentro de un mes». Y ni siquiera le dijo: «Vamos a Efraím» cuando estaban para partir, sino… – dice Juan.
-Todos saben que Jesús está aquí. ¿La única que no lo sabía era Ella? – pregunta – esto también groseramente- Judas, interrumpiendo a su compañero.
-María lo sabía, lo había oído decir. Pero, dado que por Palestina corre, fangoso, un río de diferentes embustes, Ella no recibía como verdadera ninguna noticia. Se consumía en el silencio, orando. Pero una vez en viaje y habiendo tomado Lázaro el camino que va a lo largo del río, para desorientar a los nazarenos y a todos los de Caná, Seforí, Belén de Galilea…
-¡Ah¡ ¿Está también Noemí con Mirta y Áurea? – pregunta Tomás.
-No. Jesús se lo ha prohibido. Esta orden la llevó Isaac cuando volvió a Galilea».
-Entonces… tampoco estas mujeres estarán con nosotros como el pasado año.
-No estarán con nosotros. ¡Y son tres¡
-Tampoco nuestras mujeres e hijas. El Maestro se lo dijo a ellas mismas antes de dejar Galilea. Es más, lo repitió. Porque mi hija Mariana me dijo que Jesús lo había dicho ya desde la pasada Pascua.
-¡Bueno… muy bien¡ ¿A1 menos está Juana? ¿Salomé? ¿María de Alfeo?
-Sí. Y Susana.
-Y también Margziam, claro… Pero ¿qué es ese ruido?
-¡Los carros¡ ¡Los carros¡ Y todos los nazarenos que no se han dado por vencidos y han seguido a Lázaro… y los de Caná… – responde Juan, echándose a la calle con los otros.
Abierta la puerta, un espectáculo tumultuoso se ha presentado ante la vista. Además de María, que está sentada junto a su Hijo y a las discípulas, además de Lázaro, además de Juana (que está en su carro junto con María y Matías, Ester y otros domésticos y el hombre de confianza, Jonatán), hay una multitud: caras conocidas, caras desconocidas: de Nazaret, Caná, Tiberíades, Naím, Endor. Y los samaritanos de todos los pueblos por que han pasado durante el viaje, y de otros cercanos. Y pasan inmediatamente delante de los carros, de forma que obstruyen el paso, tanto a quien quiere salir como a quien quiere entrar.
-¿Pero qué quieren éstos? ¿Por qué han venido? ¿Cómo lo han sabido?
-¡Hombre¡, los de Nazaret estaban alerta y, cuando llegó Lázaro al anochecer para salir por la mañana, durante la noche fueron sin demora a los centros habitados cercanos. Y lo mismo los de Caná, porque Lázaro había pasado para recoger a Susana y encontrarse con Juana. Y lo han seguido o precedido. Por ver a Jesús y por ver a Lázaro. Y también los de Samaria han tenido noticia y se han agregado. ¡Y aquí están todos¡… – explica Juan.
-Di, tú que temías que el Maestro no tuviera acompañamiento. ¿Te parece suficiente? – dice Felipe a Judas Iscariote. -Han venido por Lázaro…
-Dado que ya lo vieron se habrían podido marchar. Pero, sin embargo, han seguido hasta aquí. Señal de que hay también quien viene por el Maestro.
-Bueno. No digamos palabras inútiles. Más bien, vamos a tratar de abrir paso para que puedan entrar. ¡Ánimo, muchachos¡ ¡Para ponerse de nuevo en ejercicio¡ ¡Hace mucho que no damos codazos para abrir paso al Maestro¡ – y Pedro es el primero que se pone a abrir el surco entre la gente aclamadora o curiosa o devota o chismosa, según los casos. Y, conseguido, ayudado por los otros y por muchos discípulos que, diseminados entre la multitud, tratan de reunirse con los apóstoles, mantiene vacío un espacio para que las mujeres puedan refugiarse en casa, y lo mismo Jesús y Lázaro, y luego cierra la puerta. El último en retirarse es él, y tranca con cerrojos y barras y manda a otros a cerrar por la parte del huerto.
-¡Por fin¡ ¡La paz sea contigo, María bendita¡ ¡Por fin te veo de nuevo¡ ¡Ahora todo es hermoso porque estás con nosotros¡ – saluda Pedro, haciendo una profunda reverencia ante María, una María de cara triste, pálida y cansada, un rostro ya de María Dolorosa.
-Sí, ahora todo es menos doloroso porque estoy aquí con Él.
-¡Te había asegurado que te estaba diciendo estrictamente la verdad¡ – dice Lázaro.
-Tienes razón… Pero para mí el Sol se oscureció y toda paz cesa cuando supe que mi Hijo estaba aquí… Comprendí…
¡Oh¡
Otras lágrimas ruedan por las pálidas mejillas.
-¡No llores, Mamá mía¡ ¡No llores¡ Estaba aquí en medio de esta buena gente, y con otra María que es una madre… Jesús la guía hacía un cuarto que da al huerto tranquilo. Todos los siguen.
Lázaro se excusa:
-No he tenido más remedio que decirlo, porque Ella sabía el camino y no comprendía por qué tomaba ese otro. Creía que estaba conmigo en Betania… Y en Siquem también un hombre gritó: «¡También nosotros a Efraím a ver al Maestro¡». No me ha sido posible excusa alguna… Esperaba también poder distanciar a esa gente partiendo de noche por caminos insólitos. Pero ¡ya, ya¡ Estaban de guardia en todas partes, y mientras un grupo me seguía el otro iba por los alrededores a avisar.
María de Jacob trae leche, miel, mantequilla y pan reciente, y ofrece todo, empezando por María; mira de soslayo a Lázaro, de abajo arriba, mitad curiosa mitad asustada, y su mano se estremece cuando, al ofrecer la leche a Lázaro le roza la mano, y su boca no retiene un «¡oh ¡» cuando lo ve comer su torta como a todos.
Lázaro es el primero en reírse. Dice, afable, señorial y seguro, como todos los hombres de alta cuna:
-Sí, mujer. Como exactamente igual que tú, y me gusta tu pan y tu leche, y también tu lecho, porque como siento el hambre también siento el cansancio.
Se vuelve a todos y dice:
-Hay muchos que buscan alguna disculpa para tocarme, para sentir si soy carne y huesos, si tengo calor y respiro. Es una lata llevadera. Terminada mi misión, me clausuraré en Betania. A tu lado, Maestro, crearía demasiadas distracciones. He brillado, he testimoniado tu poder hasta en Siria. Ahora me oculto. Sólo Tú debes resplandecer en el cielo del milagro, en el cielo de Dios y en la presencia de los hombres.
María, mientras tanto, dice a la ancianita:
-Has sido buena con mi Hijo. Él me ha dicho cuánto. Deja que te bese para expresarte mi agradecimiento. No tengo nada con que pagarte, aparte de mi amor. Yo también soy pobre… y yo también puedo decir que ya no tengo hijo porque Él es de Dios y de su misión… Y así sea siempre porque santo y justo es todo lo que Dios quiere.
María se muestra dulce, pero ¡cuán quebrantada está ya!… Todos los apóstoles la miran con compasión, tanto que se olvidan de los que afuera se agitan, y también de preguntar por los parientes lejanos. Pero Jesús dice:
-Subo a la terraza para despedir y bendecir a la gente. ‘
Entonces Pedro reacciona y dice:
-¿Pero dónde está Margziam? He visto a todos los discípulos menos a él.
-No está Margziam – responde Salomé (la madre de Santiago y Juan).
-¿No está Margziam? ¿Por qué? ¿Está enfermo?
-No. Está bien. Y también tu mujer. Pero no está Margziam. Porque no lo ha dejado venir.
-¡Qué mujer más insensata! ¡Dentro de un mes es Pascua y Margziam tiene que venir, claro, para la Pascua! Hubiera
podido ya ahora dejarlo venir y dar una alegría al hijo y a mí. Pero es más corta que una oveja para entender las cosas y…
-Juan y Simón de Jonás, y tú, Lázaro, con Simón Zelote, venid conmigo. Todos los demás quedaos aquí hasta que haya
despedido a la gente separando de ella a los discípulos – ordena Jesús, y sale con los cuatro, cerrando tras sí la puerta.
Cruza el pasillo, la cocina, sale al huerto seguido por Pedro, que refunfuña, y por los otros. Pero antes de poner pie en la
terraza se detiene en la pequeña escalera, se vuelve, pone una mano en el hombro de Pedro, que levanta su cara descontenta:
-Escúchame bien, Simón Pedro y deja de acusar y censurar a Porfiria. Ella es inocente. Obedece a una orden mía. Soy Yo el que mandé, antes de los Tabernáculos, que no dejara venir a Margziam a Judea…
-¡Pero la Pascua, Señor!
-Soy el Señor. Tú lo dices. Y, como Señor, puedo ordenar cualquier cosa, porque toda orden mía es justa. Por tanto, no te turbes con los escrúpulos. ¿Recuerdas lo que está escrito en los Números? “Si alguno de vuestra nación está contaminado por un muerto o realizando un viaje lejano, que celebre la Pascua del Señor el día catorce del segundo mes, al atardecer» (Números 9, 10-11).
-Pero Margziam no está impuro. Espero, al menos, que Porfiria no se vaya a morir precisamente ahora; y no está en viaje… – objeta Pedro.
-No importa. Yo quiero que sea así. Hay cosas que contaminan más que un cadáver. Margziam… no quiero que se contamine. Déjame actuar, Pedro. Yo sé las cosas. Sé capaz de obedecer como lo es tu mujer y el mismo Margziam. Celebraremos con él la segunda Pascua, el catorce del segundo mes. Y así nos sentiremos felices entonces. Te lo prometo.
Pedro hace un gesto como para decir: «Resignémonos», pero no objeta nada.
El Zelote observa:
-¡Hace mucho que no sigues haciendo cuenta de los que no estarán para Pascua en la ciudad!
-Ya no tengo ganas de contar. Todo esto me da una cierta impresión… que me hiela… ¿Se puede decir a los otros? -No. Intencionadamente os he llamado aparte.
-Entonces… yo también tengo algo que decir aparte a Lázaro.
-Dilo. Si puedo, te responderé – dice Lázaro.
-Bueno, aunque no me respondas a mí, no importa. Me basta con que vayas donde Pilato -la idea es de tu amigo Simón- y que, así, entre una y otra palabra, le saques qué es lo que piensa hacer respecto a Jesús, en bien o en mal…. Ya sabes… con arte… ¡Porque corren todo tipo de voces!…
-Lo haré. En cuanto llegue a Jerusalén. Pasaré por Betel y Ramá en vez de por Jericó, para ir a Betania. Me quedaré en el palacio de Sión e iré donde Pilato. Estáte tranquilo, Pedro, que seré hábil y sincero.
-Y perderás tiempo para nada, amigo. Porque Pilato -tú lo sabes como hombre; Yo, como Dios- no es sino una caña que se pliega por la parte opuesta al huracán, tratando de evitarlo. No es nunca insincero, porque siempre está convencido que querer hacer -y hace- lo que dice en ese momento. Pero al momento siguiente, a causa de un silbo de borrasca que llega de otra parte, olvida -¡no es que falte a sus promesas y a su voluntad!-, olvida, sólo eso, olvida todo lo que quería antes. Lo olvida porque el silbo de una voluntad más fuerte que la suya le hace perder la memoria; soplando, le arrebata todos los pensamientos que otro silbo le había metido y le mete dentro los nuevos. Y luego, por encima de todas las borrascas que con mil voces, desde 1a de su mujer, que le amenaza con separarse si no hace lo que ella quiere -y una vez separado de ella, adiós toda su fuerza, toda su protección ante el «divo» César, como ellos dicen aunque estén convencidos de que este César es más abyecto que ellos… Pero ellos saben ver la Idea en el hombre, es más, la Idea anula al hombre que la representa, y la Idea no se puede decir que sea abyecta porque todo ciudadano ama, es justo que ame a la Patria, que quiera su triunfo… y César es la Patria… así que… incluso un miserable es… un grande por lo que representa… Pero no quería hablar de César, sino de Pilato-; decía, pues, que por encima de todas las voces, desde la de su mujer a la de las muchedumbres, está la voz – ¡y qué voz!- de su yo. De ese yo pequeño del hombre pequeño, de ese yo ávido del hombre ávido, de ese yo orgulloso del hombre orgulloso. Y esta pequeñez, esta avidez, este orgullo quieren reinar para hacerse grandes, para llenarse de dinero, para poder dominar a un montón de súbditos reverentes en actitud rendida. El odio, por debajo, incuba, pero no lo ve el pequeño César llamado Pilato, nuestro pequeño César… Él ve sólo las espaldas curvas que fingen rendimiento y temor ante él, o sienten realmente una y otra cosa. Y por esta voz procelosa del yo él está dispuesto a todo. Digo: a todo. Con tal de seguir siendo Poncio Pilato, el Procónsul, el servidor de César, el Dominador de una de las tantas regiones del Imperio. Y, por todo esto, aunque ahora sea mi defensor, mañana será mi juez, y, además, inexorable. Siempre inestable es el pensamiento del hombre, y muy inestable cuando ese hombre se llama Poncio Pilato. Pero tú, Lázaro da esta satisfacción a Pedro si quieres… Si eso lo va a consolar…
-Consolar no, pero… hacer que esté más tranquilo, sí…
-Pues complace a nuestro buen Pedro y ve donde Pilato.
-Iré, Maestro. Pero has descrito al Procónsul como ningún historiador o filósofo habría podido hacer. ¡Es una descripción perfecta!
-De la misma manera, podría describir a cada hombre con su verdadera efigie: su carácter. Pero vamos donde éstos que están alborotados.
Sube los últimos escalones y se presenta. Alza los brazos y dice fuerte:
-Hombres de Galilea y de Samaria, discípulos y seguidores. Vuestro amor, vuestro deseo de honrarme y de honrar a mi Madre y a mi amigo escoltando el carro de ellos me dice cuál es vuestro pensamiento. Por él no puedo sino bendeciros. Pero ahora volved a vuestras casas, a vuestros asuntos. Vosotros, los de Galilea, id y decid a los que se han quedado allí que Jesús de Nazaret los bendice. Hombres de Galilea, nos veremos para la Pascua en Jerusalén, donde entraré el día siguiente del sábado que precede a la Pascua. Hombres de Samaria, idos también vosotros, y sabed no limitar vuestro amor por mí a seguirme y buscarme por los caminos de la Tierra, sino también por los del espíritu. Id y que la Luz brille en vosotros. Discípulos del Maestro, separaos de los fieles y quedaos en Efraím para recibir mis instrucciones. Idos. Obedeced.
-¡Tiene razón! Lo estamos incomodando. ¡Quiere estar con su Madre! – gritan los discípulos y los nazarenos.
-Nos marchamos. Pero antes queremos su promesa de que va a venir a Siquem antes de la Pascua. ¡A Siquem! ¡A
Siquem!
-Iré. Marchaos. Iré antes de subir para la Pascua a Jerusalén.
-¡No vayas! ¡No vayas! ¡Quédate con nosotros! ¡Con nosotros! ¡Te defenderemos! ¡Te haremos Rey y Pontífice! ¡Ellos te odian! ¡Nosotros te queremos! ¡Abajo los judíos! ¡Viva Jesús!
-¡Silencio! ¡No creéis alboroto! A mi Madre le hacen sufrir estos gritos que me pueden perjudicar más que una voz de maldición. No es todavía mi hora. Marchaos. Pasaré por Siquem. Pero suprimid de vuestro corazón el pensamiento de que pueda, por una baja cobardía humana, no cumplir mi deber de israelita adorando al verdadero Dios en el único Templo en que puede ser adorado, y por una sacrílega rebelión contra la voluntad del Padre mío, no cumplir mi deber de Mesías, asumiendo una corona en otro lugar que no sea Jerusalén-donde seré ungido Rey universal según la palabra y la verdad vista por los grandes profetas.
-¡Abajo! ¡No hay otro profeta después de Moisés! Eres un iluso.
-Y vosotros también. ¿Sois acaso libres? No. ¿Cómo se llama Siquem? ¿Cuál es su nuevo nombre? Y como para ella, para muchas otras ciudades de Samaria, Judea, Galilea. Porque la catapulta romana nos nivela a todos. ¿Se llama, acaso, Siquem? No. Neapoli se llama. Lo mismo que Bet-San se llama Escitópolis, y muchas otras ciudades que, o por voluntad de los romanos o de los vasallos aduladores, han tomado el nombre que el dominio o la adulación les han puesto. Y vosotros, individualmente, ¿pretendéis ser más que una ciudad, más que nuestros dominadores, más que Dios? No. Nada puede cambiar aquello que está destinado para salvación de todos. Yo sigo el camino derecho. Seguidme, si queréis entrar conmigo en el Reino eterno.
Hace ademán de retirarse. Pero los samaritanos se alborotan tanto, que los galileos reaccionan. Y contemporánea y presurosamente salen de la casa, al huerto y luego escaleras arriba hasta la terraza, los que estaban en la casa. Aparece en primer lugar, de detrás de Jesús, el rostro pálido y triste, angustiado de María. Y la Madre lo abraza, y lo estrecha entre sus brazos, como queriendo defenderlo de las injurias que suben de abajo:
-¡Nos has traicionado! ¡Te has refugiado entre nosotros haciéndonos creer que nos apreciabas y luego nos desprecias! ¡Seremos más despreciados todavía, por tu culpa!- y otras cosas similares.
Se acercan a Jesús también las discípulas, los apóstoles y, la última, asustada, María de Jacob. Los gritos que llegan de abajo explican los orígenes del alboroto, orígenes lejanos pero seguros:
-¿Por qué nos has mandado, entonces, a tus discípulos para decirnos que te estaban persiguiendo?
-No he enviado a nadie. Ahí están los de Siquem. Que den la cara, ¿qué les dije a ellos un día en la montaña?
-Es verdad. Nos dijo que, hasta que se instaure el tiempo nuevo para todos, sólo puede haber adoradores en el Templo. Maestro, créenos, nosotros no somos culpables, sino éstos, engañados por los falsos enviados tuyos.
-Lo sé. Pero ahora marchaos. A Siquem iré de todas formas. No tengo miedo de ninguno. Ahora marchaos para no perjudicar ni a los de vuestra sangre ni a vosotros mismos. ¿Veis allí que, bajando por camino, brillan al sol las corazas de los legionarios? Está claro que os han seguido a distancia, al ver tanta gente, y se han quedado en el bosque esperando. Vuestros gritos ahora los atraen hacia aquí. Marchaos, por vuestro bien.
Efectivamente, lejos, en el camino principal que se ve subir hacia los montes, el camino en que Jesús encontró al hambriento, se ve un brillo de luces que se mueven y avanzan. La gente se dispersa lentamente. Se quedan los de Efraím, los galileos, los discípulos.
-Marchaos también vosotros a vuestras casas, efraimitas. Y vosotros, los galileos, poneos en camino. ¡Obedeced a quien
os ama!
También éstos se marchan. Se quedan sólo los discípulos. Y Jesús indica que los dejen pasar a la casa y al huerto. Pedro y los otros bajan a abrir.
Judas de Keriot no baja. ¡Se ríe! Se ríe mientras dice:
-¡Ahora verás cómo te van a odiar los «buenos samaritanos»! Para construir el Reino desparramas las piedras. Y las piedras de una construcción desparramadas se transforman en armas agresivas. ¡Los has despreciado! No olvidarán.
-Pues que me odien. No por miedo a su odio dejaré de cumplir mi deber. Ven, Madre. Vamos a decir a los discípulos antes de despedirlos lo que deben hacer – y, entre María y Lázaro, baja por la escalera y entra en la casa, donde están apiñados los discípulos que han concurrido en Efraím, y a éstos les imparte la orden de que se dispersen por todas partes para avisar a
todos los compañeros de que estén en Jericó para la neomenia de Nisán y de que lo esperen hasta su llegada; y a los habitantes de los lugares por donde pasen, de que Él deja Efraím y de que lo busquen en Jerusalén para la Pascua.
Luego los distribuye en grupos de a tres y confía el nuevo discípulo Samuel a Isaac, Hermas y Esteban. Éste último lo saluda así:
-La alegría de verte en la luz atenúa mi angustia de ver que todas las cosas se transforman en piedras contra el Maestro. Hermas, sin embargo, lo saluda así: «
-Has dejado a un hombre por un Dios. Y Dios ahora está verdaderamente contigo.
Isaac, humilde y reservado, dice sólo:
-La paz sea contigo, hermano.
Ofrecidos pan y leche -los efraimitas han tenido el buen pensamiento de ofrecerlo-, también los discípulos parten. Por fin, hay paz
Pero, mientras se prepara el cordero, Jesús tiene todavía cosas que hacer: se acerca a Lázaro y le dice: -Ven conmigo. Vamos por la orilla del torrente.
Lázaro obedece con su habitual prontitud.
Se alejan unos doscientos metros de la casa. Lázaro calla en espera de que Jesús hable. Y Jesús dice:
-Quería decirte esto: mi Madre está muy postrada. Ya lo ves tú mismo. Manda aquí a tus hermanas. Yo realmente voy a ir hasta Siquem con todos los apóstoles y las discípulas. Pero luego les voy a indicar que se adelanten hasta Betania mientras Yo me detengo un tiempo en Jericó. En Samaria… puedo tener la osadía de llevar conmigo algunas mujeres, pero no en otra parte…
-¡Maestro! ¿Verdaderamente temes que…? Si es así, ¿por qué me has resucitado?
-Para tener un amigo.
-¡¡Pues eso!! ¡Entonces aquí me tienes! Cualquier pena, para mí no es nada, si te puedo confortar con mi amistad. -Lo sé. Por eso echo mano de ti como del más perfecto de los amigos, y seguiré haciéndolo.
-¿Tengo que ir verdaderamente donde Pilato?
-Si lo consideras oportuno. Pero por Pedro, no por mí.
-Maestro, te tendré informado… ¿Cuándo vas a dejar este lugar?
-Dentro de ocho días. Apenas queda tiempo para ir a donde quiero y estar luego en tu casa antes de la Pascua. Cobrar nuevas fuerzas en Betania, el oasis de paz, antes de sumirme en el tumulto de Jerusalén.
-¿Ya sabes, Maestro, que el Sanedrín está bien decidido a crear las acusaciones, puesto que no las hay, para obligarte a marcharte para siempre? Esto lo he sabido por el Anciano Juan, al que encontré por casualidad en Tolemaida, contento por el nuevo hijo que le va a nacer de un momento a otro. Me dijo: «Me apena el que haya decidido esto el Sanedrín porque hubiera querido que el Maestro estuviera presente en la circuncisión de mi hijo, que espero que sea varón. Nacerá para primeros de Tammuz. Pero, para entonces, ¿estará todavía con nosotros el Maestro? Yo quisiera… para que bendijera al pequeño Emmanuel -y el nombre ya te puede decir cómo pienso- en e1 momento de su primer acto en el mundo. Porque mi hijo, ¡dichoso él!, no tendrá que luchar para creer, como hemos tenido que hacer nosotros. Crecerá en el tiempo mesiánico y le será fácil aceptar la idea». Juan ha alcanzado a creer que eres el Prometido.
-Y este uno sobre muchos me compensa de lo que los otros no hacen. Lázaro, vamos a despedirnos aquí, en paz. Y gracias por todo, amigo mío. Eres verdaderamente un amigo. Con diez como tú, hubiera sido incluso hasta dulce la vida entre tanto odio…
-Ahora tienes a tu Madre, mi Señor. Ella vale por diez y por cien Lázaros. Pero recuerda siempre que cualquier cosa que puedas necesitar -basta con que pueda- te la procuraré. Ordéname y yo seré tu siervo en todo. No seré sabio ni santo, como otros que te aman, pero otro más fiel que yo, si excluyes a Juan, no podrás encontrarlo. No creo ser soberbio diciendo esto. Y ahora que hemos hablado de ti, te voy a hablar de Síntica. La vi. Y la vi activa y sabia como sólo una griega que se ha hecho seguidora tuya puede serlo. Sufre por estar lejos. Pero dice que goza preparando tus caminos. Espera verte antes de morir.
-Ciertamente me verá. No defraudo las esperanzas de los justos.
-Tiene una pequeña escuela, a la que van muchas jóvenes procedentes de los más variados lugares. Y, al atardecer, está con alguna pobre niña de raza mixta y, por tanto, de ninguna religión; y las instruye sobre ti. Le dije: «¿Por qué no te haces prosélita? Te ayudaría mucho». Me respondió: «Porque no quiero dedicarme a los de Israel sino a los altares vacíos que esperan a un Dios. Los preparo para que reciban a mi Señor. Luego, establecido ya su Reino, iré a mi patria y, bajo el cielo de la Hélade, consumiré mi vida preparando los corazones de los maestros. Esto es lo que sueño. Pero sí muero antes por enfermedad o persecución, me iré igualmente feliz, porque será signo de que he cumplido mi trabajo y que Él llama a su presencia a su sierva que lo amó desde el primer encuentro»
-Es verdad. Síntica me ha amado realmente desde el primer encuentro.
-Quería mantenerle oculto lo apurado que te encuentras. Pero Antioquía resuena como una valva y en ella se oyen todas las voces del vasto imperio de Roma y, por tanto, también todo lo que aquí sucede. Síntica no ignora tus penas. Y aún más le duele el estar lejos. Quería darme dinero, que no acepté. Le dije que lo usara para sus niñas. Pero sí tomé un gorro tejido por ella con lino cendalí de dos cuerpos. Lo tiene tu Madre. Síntica ha querido escribir con el hilo tu historia y la suya y la de Juan de Endor. ¿Y sabes cómo? Tejiendo todo alrededor del cuadrado una guarnición en que está representado un cordero que está defendiendo de una manada de hienas a dos palomas, de las cuales una tiene las alas rotas y la otra tiene rota la cadena que la tenía atada. Y la historia se desarrolla, alternándose hasta que la paloma de las alas rotas emprende el vuelo, y la otra se hace cautiva, a los pies del cordero, voluntariamente. Parece una de esas historias que con el mármol hacen los escultores griegos en las cenefas de los templos o en las estelas de sus muertos, o que también los pintores pintan en las vasijas. Quería mandártelo con dependientes míos. Lo he cogido yo.
-Lo llevaré porque viene de una buena discípula. Vamos hacia la casa. ¿Cuándo tienes pensado salir?
-Mañana al alba. Para dejar descansar a los caballos. Luego no voy a hacer ningún alto en el camino hasta llegar a Jerusalén, e iré a ver a Pilato. Si puedo hablar con él, te mandaré sus respuestas con María.
Lentamente, entran de nuevo en casa hablando de cosas menores.