Judas Iscariote es reprendido. Llegada de los campesinos de Jocanán
Víspera de la Pascua. Jesús – sólo con los apóstoles, pues las mujeres no están con el grupo – espera a que Pedro vuelva de llevar el cordero pascual para el sacrificio.
Está hablando de Salomón al niño. En esto, hele ahí a Judas: está cruzando el patio más grande. Va con un grupo de jóvenes. Habla con grandes, ampulosos gestos y poses enfervorizadas. Su manto se agita continuamente y él se lo coloca con ademán de sabio… Creo que Cicerón no era tan pomposo cuando pronunciaba sus discursos.
-¡Mira Judas, está allí! – dice Judas Tadeo.
-Va con un grupo de saforimes – observa Felipe.
Y Tomás dice:
-Voy a oír qué dice – y va sin esperar a que Jesús exprese su previsible negativa.
¡Y Jesús!… ¡Ay, el rostro de Jesús!… Su expresión es de hondo sufrimiento y severo juicio. Margziam, que lo estaba mirando ya desde antes, mientras, delicado y levemente triste, le hablaba del gran rey de Israel, ve este cambio, y casi se asusta; entonces, agita la mano de Jesús para volver a atraer su atención, diciendo:
-¡No mires! ¡No mi-res! ¡Mírame a mí, que te quiero mucho!…
Tomás logra llegar hasta donde Judas sin ser visto, y así lo sigue durante unos metros. No sé lo que estará oyendo, lo que sí sé es que suelta una inesperada exclamación retumbante que hace volverse a muchos, especialmente a Judas, que se pone lívido de rabia:
-¡Pero cuántos rabíes tiene Israel! ¡Te felicito, nueva lumbrera de sabiduría!
-No soy una piedra, sino una esponja, y, por tanto, absorbo; y, cuando el deseo de los hambrientos de sabiduría lo solicita, me exprimo para darme con todos mis humores vitales.
Judas se muestra ampuloso y despreciativo.
-Se diría que eres eco fiel. Pero el eco, para subsistir, debe estar cerca de la Voz; si no, muere, amigo. Y tú, me parece que te estás alejando de ella. Él está allí. ¿No vienes?
Judas se pone de todos los colores, con esa cara suya rencorosa y repugnante de sus momentos peores; pero se domina, y dice:
-Adiós, amigos. Aquí estoy, contigo, Tomás, querido amigo mío. Vamos inmediatamente con el Maestro. No sabía que estaba en el Templo. Si lo hubiera sabido, lo hubiera buscado – y pasa el brazo por los hombros a Tomás como si sintiera un gran afecto por él.
Pero Tomás, pacífico pero no estúpido, no se deja engatusar con estas declaraciones… y pregunta, con un poco de
sorna:
-¿Cómo? ¿No sabes que es Pascua? ¿Crees que el Maestro no es fiel a la Ley?
-¡No! ¡De ninguna manera! Pero el año pasado se mostraba, hablaba… Me acuerdo precisamente de este día. Me atrajo por su impetuosidad regia… Ahora… Me da la impresión de que haya perdido vigor. ¿No te parece?
-A mí no. Me da la impresión de una persona que haya perdido confianza.
-En su misión, eso es, tú lo has dicho.
-No. Entiendes mal. Ha perdido confianza en los hombres. Y tú eres uno de los que ha contribuido a ello. ¡Deberías avergonzarte!
Ya no ríe Tomás, tiene expresión sombría y su reprensión bate como un latigazo.
-¡Ten cuidado con lo que dices! – dice Judas con tono amenazador.
-¡Y tú ten cuidado con lo que haces! Aquí estamos dos judíos, sin testigos. Por eso hablo, y te vuelvo a decir que deberías avergonzarte. Y ahora guarda silencio. No te pongas trágico ni te pongas a lloriquear, porque, si no, hablo delante de todos. Ahí están el Maestro y los compañeros. Modérate.
-Paz a ti, Maestro…
-Paz a ti, Judas de Simón.
-¡Qué alivio encontrarte aquí!… Yo tendría necesidad de hablarte…
-Habla.
-Mira, es que… quería decirte… ¿No puedo decírtelo aparte?
-Estás entre tus compañeros.
-Querría hablar contigo a solas.
-En Betania estoy solo, con quien tiene interés en mí y me busca; pero tú no me buscas, sino que tratas de evitarme. -No, Maestro, no puedes decir eso.
-¿Por qué ayer has ofendido a Simón, y con él a mí, y con nosotros a José de Arimatea, y a los compañeros, y a mi Madre y a las otras mujeres?
-¿Yo? ¡Pero si no os vi!
-No quisiste vernos. ¿Por qué no viniste, como habíamos convenido, para bendecir al Señor por un inocente que iba a ser acogido en el seno de la Ley? ¡Responde! ¿No sentiste ni siquiera la necesidad de avisar de que no ibas a venir?
-¡Ahí viene mi padre! – grita Margziam, que ha visto a Pedro de regreso con su cordero degollado, vaciado de sus vísceras y envuelto de nuevo en su piel – Vienen también Miqueas y los otros! Voy, ¿puedo ir a su encuentro para oír lo que dicen de mi anciano padre?
-Ve, hijo – dice Jesús acariciándolo; y añade, tocando a Juan de Endor en un hombro: «Por favor, acompáñalo y… entretenlo un poco». Y vuelve al punto en que estaba con Judas:
-¡Estoy esperando tu respuesta!
-Maestro… me surgió improvisamente una incumbencia… inaplazable… Lo sentí… Pero…
-¿Y no había en toda Jerusalén una persona que pudiera comunicar esta justificación tuya?… ¡Admitiendo que la tuvieras!… Y ya de por sí era reprobable. Te recuerdo que hace poco un hombre ha prescindido de ir a enterrar a su padre por seguirme, y que mis hermanos han dejado entre anatemas la casa paterna por seguirme a mí, y que Simón y Tomás, y con ellos Andrés, Santiago, Juan, Felipe y Natanael han dejado la familia, y Simón Cananeo la riqueza para dármela a mí, y Mateo el pecado para seguirme a mí. Y podría continuar con otros cien nombres. Hay quien deja la vida, la misma vida para seguirme hasta el Reino de los Cielos. Pero, dado que estás tan privado de generosidad, al menos sé educado; dado que no tienes caridad, ten al menos elegancia; imita, puesto que te agradan, a esos fariseos falsos que me traicionan, que nos traicionan, pero que lo hacen mostrándose educados. Tu deber era reservarte para nosotros ayer, para no ofender a Pedro, que exijo sea respetado por todos. Pero, qué menos que mandar recado?
-He errado. Pero ahora venía expresamente a buscarte para decirte que – por el mismo motivo – mañana no puedo venir. Es que tengo amigos de mi padre y me…
-Basta. Puedes ir con ellos. Adiós.
-Maestro… ¿estás enfadado conmigo? Me dijiste que serías un padre para mí… Soy un muchacho incauto, pero un padre perdona…
-Te perdono, pero márchate; no hagas esperar más a los amigos de tu padre. Yo tampoco haré esperar más a los amigos del santo Jonás.
-¿Cuándo vas a dejar Betania?
-Al final de los Ázimos. Adiós.
Jesús se vuelve y va hacia los campesinos, que están extasiados ante el cambio que ven en Margziam. Camina unos pasos, pero se detiene al oír la observación que hace Tomás:
-Por Yeohvah! Quería ver tu impetuosidad regia… ¡Pues ha quedado servido!…
-Os ruego que olvidéis todos este incidente, de la misma forma que Yo me esfuerzo en olvidarlo. Y os ordeno que guardéis silencio ante Simón de Jonás, Juan de Endor y el pequeño. Por motivos que vuestra inteligencia puede comprender, no conviene causarles a ninguno de los tres ni dolor ni escándalo. Y silencio también en Betania ante las mujeres. Que está entre ellas mi Madre, recordadlo.
-Puedes estar tranquilo, Maestro», «haremos de todo para reparar esto», «y para consolarte» dicen todos.
-¡Gracias!… ¡Oh, paz a todos vosotros! Isaac os ha encontrado Me alegro. Gozad en paz vuestra Pascua. Cada uno de mis pastores será un buen hermano para vosotros. Isaac, antes de que se marchen tráemelos. Quiero bendecirlos otra vez. ¿Os habéis fijado, el niño?
-¡Maestro, qué bien está! ¡Ya está más lozano! Se lo diremos al anciano. ¡Qué contento se va a poner! Este justo nos ha dicho que ahora Yabés es su hijo… ¡Un hecho providencial! Lo vamos a contar todo, todo.
-También que soy hijo de la Ley, y que me siento feliz y que me acuerdo siempre de él. Que no llore ni por mí ni por mi mamá, que la tengo a mi lado, y también él como un ángel, y la tendrá siempre y en la hora de la muerte. Si Jesús ha abierto para entonces las puertas del Cielo, pues entonces mi mamá, más linda que un ángel, saldrá al encuentro del anciano padre y lo conducirá a Jesús. Lo ha dicho Él. ¿Se lo vais a decir? ¿Lo vais a saber decir bien?
-Sí, Yabés.
-No. Ahora soy Margziam. Me ha puesto este nombre la Madre del Señor. Es como si se dijera su nombre. Me quiere mucho. Me mete Ella en la cama todas las noches y me hace decir las mismas oraciones que hacía decir a su Hijo. Por las mañanas me despierta con un beso, luego me viste. Me enseña muchas cosas… ¡Él también, eh!… Entran dentro tan suavemente, que se aprenden sin trabajo. ¡Mi Maestro!
El niño se abraza a Jesús con tal adoración de acto y de expresión que uno se conmueve.
-Sí. Diréis todo esto, y también que no pierda la esperanza el anciano: este ángel pide por él y Yo lo bendigo. También os bendigo a vosotros. Idos. La paz sea con vosotros.
Los grupos se separan y van cada uno por su cuenta.