Discurso en Guerguesa. La respuesta sobre el ayuno a los discípulos de Juan el Bautista.
Jesús está hablando en una ciudad que no he visto nunca; al menos eso me parece (téngase en cuenta que en cuanto al estilo son todas más o menos iguales y, a primera vista, es difícil diferenciarlas). También aquí una calle bordea el lago, y hay barcas sacadas a la orilla. Del otro lado de la calle están, alineadas, las casas, más o menos grandes. Aquí las colinas están mucho más distantes, así que es una ciudad edificada en una riente llanura, que se prolonga por la orilla oriental del lago. La resguarda
del viento el baluarte de los montes. Bien templada, por tanto, por el sol, que aquí, más que en otros campos, aumenta la floración de los árboles.
Parece que ya ha empezado Jesús su discurso, porque oigo:
-…Es verdad. Decís: «No te abandonaremos nunca porque sería abandonar a Dios». ¡Oh, pueblo de Guerguesa, recuerda que nada hay más mutable que el pensamiento humano! Estoy convencido de que en este momento realmente pensáis así. Mi palabra y el milagro realizado os han exaltado en este sentido y ahora sois sinceros en lo que decís. Pero quisiera recordaros un episodio – mil podría citar, lejanos y cercanos -. Os cito éste sólo.
Josué, siervo del Señor, antes de morir, reunió en torno a sí a todas las tribus con sus ancianos, príncipes, jueces y magistrados, y les habló en presencia del Señor, recordándoles a todos los beneficios y los prodigios operados por el Señor a través de su siervo. Y, tras haber enumerado todas estas cosas, los invitó a repudiar a todos los dioses que no fueran el Señor, o, cuanto menos, a ser auténticos en la fe, eligiendo con sinceridad o al verdadero Dios o a los dioses de Mesopotamia y de los amorreos, de modo que hubiera una neta separación entre los hijos de Abraham y los paganizantes.
Es preferible siempre un error valiente a una hipócrita profesión y mezcla de fes: para Dios, infamia; para los espíritus, muerte. Nada más fácil y común que esas mezcolanzas. La apariencia es buena, pero por debajo está la sustancia, que no es buena. Aún hoy, hijos, aún hoy. Esos fieles que mezclan la observancia de la Ley con lo que la Ley prohíbe; esos desdichados que caminan dando tumbos, como los borrachos, entre la fidelidad a la Ley y las ganancias de los negocios, y viven comprometidos con quienes están al margen de la ley, de quienes esperan alguna ventaja; esos sacerdotes o escribas o fariseos que ya no tienen por finalidad de la propia vida el servicio a Dios, sino que éste se ha convertido en una astuta política para triunfar sobre los demás, se ha convertido en poder – y nada más contra sus semejantes – más honestos que ellos -, porque sirven no a Dios sino a un poder que se presenta ante sus ojos fuerte y precioso para sus fines… ésos son sólo hipócritas que mezclan a nuestro Dios con dioses extranjeros.
El pueblo respondió a Josué: «¡Jamás abandonaremos al Dios verdadero para servir a dioses extranjeros!». Y Josué les dijo lo que Yo a vosotros hace un momento acerca del santo celo del Padre, acerca de su voluntad de ser amado con exclusividad, con la totalidad de nosotros mismos, y acerca de su justicia cuando castiga a los embusteros.
-¡Castigar!… Sí, Dios, de la misma forma que puede favorecer, puede castigar. Antes de morir se puede recibir premio o castigo. ¡Mira, pueblo hebreo, mira cómo Dios – después de haberte dado tanto liberándote de los faraones, conduciéndote ileso a través del desierto y entre insidias de enemigos, permitiéndote que llegaras a ser una nación grande y temida y rica en glorias – te ha castigado por tus culpas: una, dos, diez veces! ¡Mira en qué estado te encuentras! Y Yo, que veo que te estás hundiendo en la más sacrílega de las idolatrías, veo también el abismo por el que te vas a despeñar por persistir en las mismas culpas. Y por esto te llamo, pueblo que eres dos veces mío (por ser el Redentor y por haber nacido de ti). Esta llamada mía, aunque sea severa, no es odio ni rencor ni intransigencia, es amor.
Josué dijo entonces: «Sois testigos de que habéis elegido al Señor», y todos respondieron: «Sí». Y Josué, que era sabio además de valeroso, sabiendo cuán lábil es la voluntad del hombre, escribió en el libro todas las palabras de la Ley y de la alianza y las puso en el templo; y puso también, en este santuario del Señor, en Siquem, que contenía a la sazón el Tabernáculo, una voluminosa piedra como testimonio; luego dijo: «Esta piedra, que ha oído las palabras que habéis dirigido al Señor, quedará aquí como testimonio, para que no podáis retractaros y mentir al Señor Dios vuestro».
El hombre, el rayo o la erosión de las aguas y del tiempo pueden siempre pulverizar una piedra por grande y dura que sea. Pero Yo soy la Piedra angular y eterna y no puedo ser destruido. No le mintáis a esta Piedra viva, no la améis por el sólo hecho de que realice prodigios; amadla porque por ella tocaréis el Cielo. Yo os quisiera más espirituales, más fieles al Señor. No digo a mí. Mi única razón, aquí, es que soy la Voz del Padre. Ultrajándome, herís a aquel que me ha enviado. Yo soy el medio; Él, el Todo. Recoged de mí y conservad en vosotros lo santo para alcanzar a este Dios. No améis sólo al Hombre, amad al Mesías del Señor no por los milagros que hace, sino porque desea obrar en vosotros el milagro íntimo y sublime de vuestra santificación.
Jesús imparte su bendición y se encamina hacia una casa.
Ya casi en el umbral de la puerta, un grupo de ancianos lo detiene; lo saludan respetuosamente y dicen:
-¿Podemos preguntarte una cosa, Señor? Somos discípulos de Juan. Siempre habla de ti. Ha llegado a nuestros oídos la fama de tus prodigios. Así que hemos querido conocerte. Ahora bien, oyéndote, se nos ha planteado una pregunta que desearíamos proponerte.
-Exponedla. Si sois discípulos de Juan estaréis ya en el camino de la justicia.
-Has dicho, hablando de las idolatrías comunes en los fieles, que en medio de nosotros hay personas que trafican entre la Ley y los que no siguen la Ley. Ahora bien, Tú también eres amigo de éstos últimos – sabemos, en efecto, que no rechazas a los romanos -. ¿Entonces?
-No lo niego, pero ¿acaso podéis afirmar que lo haga para obtener de ellos algún provecho? Ni siquiera busco su protección. ¿O podéis, acaso, afirmar lo contrario, porque los trate con benignidad?
-No, Maestro, estamos de ello más que seguros, pero el mundo no está hecho sólo de nosotros, que queremos creer solamente en el mal que vemos y no en el de que se nos habla. Explícanos las razones que pueden fundar este acercamiento a los gentiles; hazlo para instrucción nuestra y para que te podamos defender, si alguien te calumnia en nuestra presencia.
-Estos contactos son malos cuando la finalidad es humana, no lo son cuando la intención es llevarlos al Señor Dios nuestro. Así actúo Yo. Si fuerais gentiles, podría detenerme a explicaros cómo todo hombre procede de un único Dios; pero sois hebreos, y además discípulos de Juan; sois, por tanto, la flor de los hebreos, y no es necesario que os lo explique. Estáis, pues, ya en condiciones de entender y creer que, siendo el Verbo de Dios, es mi deber llevar su Verbo a todos los hombres, hijos del Padre universal.
-Pero no son hijos, porque son paganos…
-Por lo que se refiere a la Gracia no lo son; por su errada fe no lo son: esto es verdad; pero, hasta que no os haya redimido, el hombre – incluyo al hebreo – ha perdido la Gracia, está privado de ella, porque la Mancha de origen es obstáculo para que el rayo inefable de la Gracia descienda a los corazones. De todas formas, por la creación el hombre es siempre hijo. De Adán, cabeza de toda la humanidad, proceden tanto los hebreos como los romanos; y Adán es hijo del Padre, que le dio su semejanza espiritual.
-Es verdad. Otra pregunta, Maestro. ¿Por qué los discípulos de Juan hacen grandes ayunos y los tuyos no? No decimos que Tú no tengas que comer – también el profeta Daniel, aun siendo grande en la corte de Babilonia, fue santo a los ojos de Dios, y Tú eres superior a él -, pero ellos…
-La cordialidad obtiene muchas veces lo que no se consigue con el rigorismo. Algunos no se acercarían jamás al Maestro, debe ser el Maestro quien vaya a ellos; otros sí se acercarían, pero se avergüenzan de hacerlo en público: también a ellos debe ir el Maestro. Y, puesto que me dicen: «Sé huésped mío para poderte conocer», acepto, teniendo presente no el placer de una mesa opulenta o el placer de los discursos – que a veces me resultan muy penosos – sino una vez más y siempre el interés de Dios. Esto por lo que respecta a mí. Frecuentemente al menos una de las almas con las que tengo contacto de esta manera se convierte – toda conversión significa una fiesta nupcial para mi alma, una gran fiesta en la que participan todos los ángeles del Cielo, bendecida por el eterno Dios -, y mis discípulos, o sea, los amigos del Esposo, exultan con el Esposo y Amigo. ¿Os parecería lógico que mis amigos hicieran duelo mientras Yo exulto de gozo y estoy con ellos? Día llegará en que no me tendrán. Entonces ayunarán, y mucho. A nuevos tiempos, nuevos métodos. Hasta ayer, hasta Juan el Bautista, era el tiempo de la ceniza de la Penitencia; hoy – en mi hoy – se hace presente el dulce maná de la Redención, de la Misericordia, del Amor. Los métodos anteriores no podrían vivir injertados en el mío, como tampoco se habría podido usar el mío entonces – sólo ayer – porque la Misericordia todavía no estaba en la Tierra. Ahora sí que está. Ya no es el Profeta el que está en el mundo, sino el Mesías, en quien Dios ha delegado todo. A cada tiempo las cosas que le son útiles. Nadie cose un pedazo de paño nuevo en un vestido viejo, porque si lo hace – sobre todo al lavarlo – la tela nueva encoge y rompe la tela vieja, con lo cual el roto se hace todavía mayor. De la misma forma, nadie mete vino nuevo en odres viejos, porque el vino rompe los odres, que no son capaces de soportar la efervescencia del vino nuevo, los desgarra y se derrama. Por el contrario, el vino viejo, que ya ha sufrido todas las mutaciones, hay que meterlo en odres viejos, y el nuevo en nuevos, para que a una fuerza se oponga otra igual. Esto es lo que sucede ahora: la fuerza de la nueva doctrina aconseja métodos nuevos para difundirla, y Yo, conocedor como soy, los uso.
-Gracias, Señor. Ahora estamos satisfechos. Ruega por nosotros. Somos odres viejos. ¿Seremos capaces de contener tu
fuerza?
-Sí, porque habéis sido curtidos por Juan el Bautista, y porque sus oraciones, unidas a las mías, os darán la necesaria capacidad. Marchaos con mi paz y decidle a Juan que lo bendigo.
-Pero Tú ¿qué piensas, que es mejor permanecer con Juan o ir contigo?
-Mientras haya vino viejo, bebedlo, si ya a vuestro paladar le gusta su sabor; después… el agua putrefacta que en todas partes se encuentra os dará asco y entonces desearéis el vino nuevo.
-¿Crees que volverán a prender al Bautista?
-Sí. Sin duda. De todas formas ya le he enviado una misiva. Marchaos, marchaos, gozad de vuestro Juan mientras podáis, y hacedlo feliz; luego me amaréis a mí, aunque os resultará trabajoso, porque nadie que haya gustado el vino viejo desea de repente el vino nuevo, sino que dice: «El viejo era mejor». Efectivamente, Yo tendré sabores especiales, que os parecerán ásperos. No obstante, vuestro paladar, de día en día, irá apreciando su sabor vital. Adiós, amigos. Que Dios esté con vosotros.