Con los doce hacia Samaria
Jesús está con sus doce apóstoles. El paraje sigue siendo montuoso; no obstante, siendo suficientemente cómodo el camino, van todos en grupo hablando entre sí.
-Ahora que estamos solos podemos decirlo: ¿por qué tanta rivalidad entre dos grupos? – dice Felipe.
-¿Rivalidad? ¡No es sino soberbia! – rebate Judas de Alfeo.
-No. Yo digo que es sólo un pretexto para justificar de algún modo su conducta injusta con el Maestro. Bajo el velo de celo por el Bautista, logran alejarlo sin disgustar demasiado al pueblo – dice Simón.
-Yo los desenmascararía.
-Nosotros, Pedro, haríamos muchas cosas que Él no hace.
-¿Por qué no las hace?
-Porque sabe que lo correcto es no hacerlas. Nosotros sólo debemos seguirlo, no nos corresponde guiarlo. Y debemos estar contentos de ello. Es gran descanso el tener sólo que obedecer…
-Has hablado bien, Simón – dice Jesús, que iba delante, pensativo – Es así, como has dicho; obedecer es más fácil que mandar. No lo parece, pero es así. Bueno, claro, es fácil cuando el espíritu es bueno, como también es difícil mandar para un espíritu recto; porque, si no es recto, ordena cosas descabelladas, o peor que descabelladas. En ese caso es fácil mandar y mucho más difícil obedecer. Cuando uno tiene la responsabilidad de ser el primero en un lugar o en un conjunto de personas, debe tener siempre presentes la caridad y la justicia, la prudencia y humildad, la templanza y la paciencia, la firmeza – pero sin testarudez -. Es difícil, sí. Vosotros, por el momento, sólo tenéis que obedecer: a Dios y a vuestro Maestro.
Tú, y no sólo tú, te preguntas por qué hago o no ciertas cosas; te preguntas por qué Dios permite o no tales cosas. Mira, Pedro, y todos vosotros, amigos míos. Uno de los secretos del perfecto fiel consiste en no autoelevarse nunca a interpelar a Dios. «¿Por qué haces esto?»: pregunta uno poco formado a su Dios, y parece como si se pusiera a representar el papel de un adulto experimentado ante un escolar para decir: «Esto no se hace, es una necedad, un error». ¿Quién puede superar a Dios?
Como podéis ver, ahora me rechazan so pretexto de celo por Juan. Esto os escandaliza, y quisierais que rectificase el error y me pusiera en actitud polémica contra quienes expresan esta razón. No. No. Jamás. Ya habéis oído lo que el Bautista, por boca de sus discípulos, ha dicho: «Es necesario que Él crezca y yo merme». Es decir, no hay nostalgias, no hay un aferrarse a la propia posición. El santo no se apega a estas cosas, no trabaja con vistas al número de fieles «propios»; no tiene fieles propios; trabaja para aumentarle a Dios el número de fieles. Sólo Dios tiene derecho a tener fieles. Por tanto, de la misma forma que Yo no me duelo de que, de buena o mala fe, algunos permanezcan con el Bautista, él tampoco se aflige – ya le habéis oído – por el hecho de que discípulos suyos vengan a mí; está desapegado de estas pequeñeces numéricas. Pone su mirada en el Cielo, como Yo. No estéis, entonces, litigando entre vosotros sobre si es justo o no que los judíos me acusen de arrebatarle discípulos al Bautista, o sobre si es justo o no que estas cosas se dejen decir. Disputas de este tipo son propias de mujeres charlatanas en torno a una fuente. Los santos se ayudan, se dan y se intercambian los espíritus con jovial facilidad, sonrientes por la idea de trabajar para el Señor.
Yo he bautizado, es más, os he puesto a bautizar, porque tan pesado es, ahora, el espíritu, que es necesario presentarle formas materiales de piedad, de milagro y de enseñanza. Por causa de esta pesantez espiritual tendré que recurrir a la ayuda de cosas materiales cuando quiera que obréis milagros. Pero, creedlo, no estará en el aceite, ni en el agua, ni en ceremonias, la prueba de la santidad. Se acerca el momento en que una impalpable cosa, invisible, inconcebible para los materialistas, será reina, la «restablecida» reina, pudiente en todo lo santo, santa en toda cosa santa. Por ella el hombre quedará restablecido como «hijo de Dios» y obrará lo que Dios obra, porque tendrá a Dios consigo.
La Gracia: ésta es la reina que está volviendo. Entonces el bautismo será sacramento. Entonces el hombre hablará y comprenderá el lenguaje de Dios, y la Gracia dará vida y Vida, dará poder de ciencia y de potencia; entonces… ¡oh! ¡entonces!…
Pero todavía no tenéis la madurez suficiente para comprender lo que os va a conceder la Gracia. Os ruego que ayudéis su venida con una continua obra de formación de vosotros mismos, y que abandonéis las cosas inútiles propias de hombres mezquinos… Allá se ve el límite de Samaria. ¿Creéis acertado que me acerque a hablar?
-¡Oh!!
Todos, quién más, quién menos, se muestran escandalizados.
-En verdad os digo que por todas partes hay samaritanos. Si no tuviera que hablar donde hubiera un samaritano, no debería hacerlo en ningún lugar. Venid, pues. No voy a intentar hablar, pero no rechazaré hablar de Dios si me lo piden. Un año ha terminado, empieza el segundo; está a caballo entre el principio y el final. A1 principio predominaba el Maestro, ahora, fijaos, se revela el Salvador; el final tendrá el rostro del Redentor. Vamos. El río aumenta de caudal a medida que se acerca a la desembocadura; como Yo, que aumento la obra de misericordia porque la desembocadura está ya cerca».
-¿Después de la Galilea vamos a ir a algún río caudaloso? ¿A1 Nilo? ¿A1 Éufrates?- comentan algunos en voz baja. -Quizás es que vamos a tierra de gentiles… – responden otros.
-No cuchicheéis. Nos dirigimos a mi desembocadura, o sea, hacia el cumplimiento de mi misión. Prestadme mucha atención, porque después os dejaré, y debéis continuar en mi nombre.