Aparición a los pastores.
También ellos van a buen paso bajo los olivos. Y están tan seguros de su Resurrección, que hablan con la alegría propia de los niños felices. Van directamente hacia la ciudad. -Le decimos a Pedro que lo mire bien y que nos hable luego de la hermosura de su Rostro – dice Elías. -Yo, por muy hermoso que esté ahora, no podré olvidar nunca su imagen de torturado – susurra Isaac. -¿Y lo tienes presente en tu mente cuando lo han alzado en la Cruz? – pregunta Leví. -¿Y vosotros? -Yo perfectamente. Todavía había buena luz. Después, con mis envejecidos ojos, vi bien poco – dice Daniel. -Yo, sin embargo, lo vi hasta que murió. Pero hubiera querido ser ciego para no ver» dice José. -¡Bueno, ahora ha resucitado! Esto nos debe hacer felices – lo consuela Juan. -Y el pensamiento de que no lo hemos dejado sino por cumplir un acto de caridad – añade Jonatán. -Pero el corazón se ha quedado allí arriba. Para siempre – susurra Matías. -Para siempre. Sí. Tú, que lo viste en el Sudario, di: ¿cómo es?¿Semejarte? – pregunta Benjamín. -Como si hablara – responde Isaac. -¿Vamos a ver ese velo? – preguntan muchos. -La Madre se lo muestra a todos. Claro que lo veréis. Pero es una triste visión. Mejor sería ver… ¡Oh, Señor! -Siervos fieles. Aquí me tenéis. Seguid el camino. Os espero dentro de unos días en Galilea. Una vez más deseo deciros que os quiero. Jonás vive dichoso, con los otros, en el Cielo. -¡Señor! ¡Oh, Señor! -Paz a vosotros, de buena voluntad. El Resucitado se funde con el rayo del vivo sol de mediodía. Cuando alzan la cabeza, ya no está; pero tienen la alegría de haberlo visto en su actual figura: glorioso. Se ponen en pie, transfigurados de alegría. En su humildad, no encuentran razón de haber merecido verlo, y dicen: -¡A nosotros! ¡A nosotros! ¡Qué bueno es nuestro Señor! ¡Desde el nacimiento hasta su triunfo, siempre ha sido humilde y bueno para con sus pobres siervos! -¡Y qué hermoso estaba! -¡Nunca ha estado tan hermoso! ¡Qué majestuosidad! -¡Parece todavía más alto y más maduro en años! -¡Es verdaderamente el Rey! -Lo llamaban Rey pacífico, pero también es el Rey tremendo para los que deben temer su juicio. -¿Has visto qué rayos emanaban de su Rostro? -¡Y qué fulgores en sus miradas! -No me atrevía a mirarlo. Y hubiera querido hacerlo, porque quizás sólo en el Cielo me será concedido verlo así. Y quiero conocerlo para no tener miedo entonces. -No debemos tener miedo si permanecemos como ahora, como siervos fieles suyos. Ya lo has oído: «Deseo deciros una vez más que os quiero. Paz a vosotros, de buena voluntad». ¡Oh, ni una palabra sobrante! Pero en ese poco está, entero, el consenso respecto a lo que hemos hecho hasta ahora y, entera, la más alta promesa para la vida futura. ¡Entonemos el canto de la alegría, de nuestra alegría!: «Gloria a Dios en lo alto del Cielo y paz en la Tierra a los hombres, de buena voluntad.Verdaderamente el Señor ha resucitado, como había dicho por boca de los profetas y con su palabra sin defecto. Ha dejado con la Sangre todo aquello que, de corrupción, el beso de un hombre había estampado en Él; y, purificado ya el altar, su Cuerpo ha asumido la inefable belleza de Dios. Antes de subir al Cielo se ha mostrado a sus siervos, ¡aleluya! ¡Vayamos cantando, aleluya! ¡La eterna juventud de Dios! ¡Vayamos anunciando a las gentes que ha resucitado. ¡Aleluya! El Justo, el Santo ha resucitado, ¡aleluya, aleluya! Del Sepulcro ha salido inmortal. Y el hombre justo con Él ha resucitado. En el pecado, como en una gruta, encerrado estaba el corazón del hombre. Él ha muerto para decir: “¡Alzaos!”. Y los que estaban dispersos se han alzado, ¡aleluya! Abiertas las puertas de los Cielos a los elegidos, ha dicho: “Venid”. Nos conceda, por su santa Sangre, a nosotros subir también. ¡Aleluya!». Matías, el anciano ex discípulo de Juan Bautista, va a la cabeza cantando, como quizás en el pasado David cantaba a la cabeza de su pueblo por los caminos de Judea. Los otros lo siguen, haciendo coro a cada «aleluya» con júbilo santo. Jonatán, que forma parte del grupo, dice, cuando ya Jerusalén aparece a los pies de ellos desde el pequeño collado que están bajando con paso veloz: -Por su nacimiento perdí patria y casa, y con su muerte he perdido la otra casa, en que durante treinta años había trabajado honradamente. Pero, aunque me hubieran quitado la vida por Él, habría muerto jubiloso, pues por Él la hubiera perdido. No le tengo rencor a quien conmigo se muestra injusto. Mi Señor me ha enseñado con su muerte la perfecta mansedumbre. Y no tengo preocupaciones por el mañana. Mi morada no está aquí. Está en el Cielo. Viviré en la pobreza, en esa pobreza que tanto place a Él, y le serviré hasta la hora en que me llame… y… sí… le ofreceré también la renuncia… a mi ama… Ésta es la espina más dura… Pero, ahora que he visto el dolor de Cristo y su gloria, no debe dolerme mi dolor, sino que sólo debo esperar la celeste gloria. Vamos a decir a los apóstoles que Jonatán es el siervo de los siervos de Cristo.