Mensaje del 2 de febrero de 1980
Presentación del Niño Jesús en el Templo. Primer Sábado de mes
Ofrecidos a la gloria de Dios.
«Hijos predilectos, dejad que hoy vuestra Madre Celeste os presente a todos al Señor, en su Corazón Inmaculado. Cuanto más completa sea la oblación de vosotros mismos, que me hacéis con vuestra consagración, tanto mejor podré cumplir mi misión materna, que es la de ofreceros a la perfecta glorificación de la Santísima Trinidad. En el Templo de Jerusalén ofrecí, como primicia, a mi Niño Jesús, según las prescripciones de la Ley mosaica. Ahora debo ofreceros también a todos vosotros, mis hijitos, según el deseo de mi Hijo Jesús, quien, antes de morir sobre la Cruz os ha confiado a Mí. Al pie de la Cruz, y por voluntad de Jesús, me he convertido en verdadera Madre de cada uno de vosotros. Y ¿en qué consiste mi misión de Madre sino en ofreceros a la perfecta gloria de Dios? Os ofrezco a la gloria del Padre. Como en vuestra Madre Celeste, Él quiere ver resplandecer en vosotros, cada vez más, el gran designio que ha impreso en la obra maestra de la creación; así puede recibir hoy de vosotros, sus hijos pequeñitos, la perfecta alabanza. Os ofrezco a la gloria del Hijo. Él quiere ver en vosotros, sus hermanos, su imagen más lograda, para poder revivir a través de vosotros y amar, orar, sufrir y obrar, y para que el Padre sea siempre glorificado en vosotros. Y así el Hijo revive perfectamente en vosotros. Os ofrezco a la Gloria del Espíritu Santo. Él se comunica a vosotros para introduciros en lo íntimo de la vida divina, y transformaros en llamas ardientes de amor y de celo, para difundir por doquier su purísima Luz. Y viéndoos en los brazos maternales de su Esposa, que está reproduciendo en vosotros su imagen, se siente atraído a descender en plenitud sobre vosotros, y a comunicarse a vosotros como se comunicó a Ella. Así el Espíritu Santo se os da cada vez más por el Padre y el Hijo como don. En el templo de mi Corazón Inmaculado, os ofrezco hoy a todos a la mayor gloria de la Santísma Trinidad. Os ofrezco en señal de reparación, en señal de materna imploración, en señal de perfecta glorificación para que Dios acoja a esta pobre humanidad extraviada, y con la fuerza poderosa de su Amor misericordioso, socorra al mundo, purificado por vuestra oblación reparadora. Así por el Espíritu del Señor se renovará toda la faz de la Tierra.»