Mensaje del 17 de abril de 1981
Viernes Santo
Hoy se repite su Pasión
«Hijos predilectos, vivid hoy Conmigo la Pasión de mi Hijo Jesús. Todos los días se repite esta dolorosa Pasión. Entrad Conmigo en lo profundo de su Corazón divino para saborear toda la amargura de su Cáliz: el abandono de los suyos, la traición de Judas, todo el pecado del mundo, que le aplasta bajo un peso insoportable y mortal. Triturado en este lagar, brotan las gotas de sangre, que bañan su cuerpo y caen regando la tierra. ¡Cómo pesa, aún hoy, sobre su Corazón la facilidad con que muchos le vuelven la espalda para seguir las ideas del mundo, o el camino de los que le rechazan y reniegan! ¡Cuántos, entre los discípulos, duermen cada día el sueño de la indiferencia, de la interior mediocridad, de la duda, de la falta de fe! Se repite la bofetada que el siervo le dio en su rostro, y la otra, más dolorosa que su alma recibió del Sumo Sacerdote, cuando le acusó y condenó diciendo: “Habéis escuchado la blasfemia. Puesto que se ha proclamado hijo de Dios, reo es de muerte”. Hay otro Sanedrín escondido que, cada día, le juzga y le condena, formado con frecuencia por aquellos que, en su pueblo, están revestidos de poder. Continúa el intento de reconocerlo sólo como hombre; la tendencia por parte de muchos a negar su divinidad; a reducir a interpretaciones humanas sus divinas palabras; a explicar en términos naturales todos sus milagros y hasta se llega a negar el hecho histórico de su resurrección. Es el mismo proceso que continúa; es la misma innoble e injusta condena que se repite. Vedle ahí ante Pilato, que le juzga y tiene la inmensa responsabilidad de decidir sobre Él, y le quisiera salvar… mas, por vileza, le somete a crueles violencias: la horrible flagelación, que lacera la cándida piel y transforma su Cuerpo en una pura llaga de sangre; la corona de espinas, la condena y la imposible subida al Calvario… Luego el patíbulo de la Cruz, la agonía y su muerte junto a la Madre, llamada con Él a morir en el alma. Hijos predilectos, vivid Conmigo en el silencio, en la oración y en el sufrimiento estas preciosas horas de la Pasión. Ésta se repite en la Iglesia, que es su Cuerpo místico, se renueva en todos vosotros, llamados a ser ministros de su amor y de su dolor. Soportad Conmigo el juicio del mundo, el rechazóla persecución y la condena de una sociedad que sigue renegando de su Dios, y camina en las tinieblas de la perversión, del odio y de la inmoralidad. Llevad Conmigo vuestra pesada cruz de cada día. Derramad con amor vuestra sangre. Dejaos depositar sobre el altar de su mismo patíbulo. Mansos como corderinos, permitid que vuestras manos y pies sean traspasados por los clavos: amad, perdonad, sufrid y ofreceros al Padre, con amor, para la salvación de todos. Dejad, luego, que vuestra Madre os deposite en el sepulcro nuevo de su Corazón Inmaculado, en el momento en que a toda la Iglesia se la llama a vivir místicamente esta pasión de condena y muerte en espera de la hora de la resurrección (…).»