Mensaje del 28 de noviembre de 1979
El desierto florecerá.
«Estás en la vigilia de tu partida para África, gran continente que amo con particularísimo amor porque muchos hijos míos viven en grave necesidad y por esto necesitan de mis ternuras de Madre. Ve, y lleva a todos la luz que sale de mi Corazón Inmaculado. Adelante Conmigo en la oración, en el amor, en la confianza. Todos los días vuestra Madre hace brotar del Corazón del Hijo torrentes de gracia y misericordia, que riegan la tierra y purifican las almas. Hijos predilectos, os he llamado para ser hoy los que obréis este divino prodigio. Quiero obrar a través de vosotros. Quiero manifestarme al mundo a través de vosotros. Por medio de vosotros quiero dar mi Luz a las almas. Por esta razón os he llamado de todas las partes a consagraros a mi Corazón Inmaculado: Para concederos la gracia de vivir habitualmente en Mí, y así llenar vuestro pequeño corazón con mi misma plenitud de amor. Amad con mi Corazón a todos vuestros hermanos, en particular a aquellos que hoy se han descarriado y se hallan en grandísimo peligro de perderse eternamente. Amad, sobre todo, a los más alejados, a los pecadores, a los ateos, a los que todos rechazan; amad también a los perseguidores y a los verdugos. Decid con vuestro amor: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Por el que odia, mata, practica la violencia, obra el mal, blasfema, da escándalo… amad siempre y decid: “¡Padre, perdona!” ¡A cuántos de estos hermanos vuestros los encontraréis un día en el Paraíso, atraídos al camino de la salvación por la irresistible fuerza de vuestro amor! Vuestra oración sacerdotal, hecha Conmigo y unida a vuestro sufrimiento, tiene un incalculable poder. Tiene, en efecto, la capacidad de suscitar una larga reacción en cadena en el bien, cuyos benéficos efectos se difunden y se multiplican por doquier en las almas. Con la oración podéis siempre restablecer el equilibrio y colmar la balanza de la Justicia de Dios. Vuestra preciosa vida de oración: la Liturgia de las Horas, la meditación, el santo Rosario, pero, sobre todo, la Celebración vivida de la Santa Misa, que renueva verdaderamente el Sacrificio de la Cruz. ¡Oh, qué peso tiene la Santa Misa para compensar y destruir el mal que cada día se comete, debido a tantos pecados y a un rechazo tan grande de Dios! Por eso os he llamado a tener confianza. Ahora que las tinieblas lo cubren todo y que las fuerzas del Mal se desencadenan con una furia espantosa, debéis crecer, sobre todo, en la confianza. Dios sólo ha sido siempre; y lo sigue siendo en toda circunstancia, el Vencedor. Dios vence, sobre todo, cuando aparece como derrotado. Por esto hoy debéis imitar a vuestra Madre celestial cuando exulta en Dios y canta su inmensa misericordia. Debéis creer que la Luz brillará siempre, incluso en los momentos en que las tinieblas se hagan más profundas. Y la luz es Cristo, que debe difundirse a través de vosotros, sus fieles discípulos, preparados y formados en mi Corazón materno. Un gran prodigio se va a realizar en vuestro tiempo, aunque ahora se realiza en el silencio y en el misterio. En la lucha, entre el Dragón rojo y la Mujer vestida del Sol, en la que participan Cielo y tierra, las potencias celestes y las infernales, vuestra Madre y Reina, cada día da un paso importante en la ejecución de su plan victorioso. Por esto os digo: dentro de poco el desierto florecerá y toda la creación volverá a ser aquel jardín maravilloso que fue creado para el hombre, para reflejar de manera perfecta la mayor gloria de Dios.»