Mensaje del 19 de marzo de 1978
Domingo de Ramos, Fiesta de San José
La hora de las tinieblas.
«Hijos míos predilectos, permaneced en mi Corazón Inmaculado y vivid Conmigo los momentos de vuestra dolorosa pasión que ya han comenzado. Vividla también vosotros como mi Hijo Jesús. Estáis entrando en el tiempo que el Padre ha dispuesto para el cumplimiento de sus designios. Hoy, al iniciar la Semana Santa, decid también vuestro “sí” a la Voluntad del Padre. Decidlo con Jesús, Hijo Suyo y Hermano vuestro, que cada día sigue inmolándose por vosotros. Ésta es la hora de Satanás y de su gran poder. ¡Ésta es la hora de las tinieblas! Las tinieblas se han extendido por todo el mundo y los hombres, mientras se jactan de haber alcanzado la cima del progreso, caminan en la más densa oscuridad. Todo está entenebrecido por la sombra de la muerte que os quita la vida, del pecado que os aprisiona, del odio que os destruye. Las tinieblas han invadido también la Iglesia. Se extienden cada vez más y cada día cosechan víctimas entre sus mismos hijos predilectos. ¡Cuántos de ellos, seducidos por Satanás, han perdido la luz para caminar por el camino recto: el camino de la verdad, de la fidelidad, de la vida de la gracia, del amor, de la oración, del buen ejemplo, de la santidad! ¡Cuántos de estos pobres hijos míos abandonan todavía hoy la Iglesia, la critican, la contestan o, abiertamente, la traicionan y la entregan en manos de su Adversario! “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?” ¡También vosotros con un beso traicionáis hoy a la Iglesia, hija de vuestra Madre Celeste!… Formáis aún parte de ella y por ella vivís; ejercéis sus ministerios y, con frecuencia, hasta sois sus Pastores. Renováis cada día el Sacrificio Eucarístico, administráis los Sacramentos, difundís su anuncio de salvación… Y, no obstante, algunos de vosotros la venden a su Enemigo y la hieren en su mismo corazón porque corrompen la Verdad con el error, justifican el pecado y viven de acuerdo con el espíritu del mundo que, de esta forma penetra a través de vosotros en el interior de la Iglesia, poniendo en peligro su vida misma. Sí; con un beso, vosotros mismos, pobres hijos míos, traicionáis también hoy y entregáis a mi Iglesia en manos de sus enemigos. Así ella también pronto será arrastrada por vosotros mismos ante quien ha de hacer cuanto pueda por exterminarla. De nuevo será condenada y perseguida. Una vez más deberá derramar su sangre. Sacerdotes consagrados a mi Corazón Inmaculado, hijos predilectos a quienes estoy congregando de todo el mundo para formar con vosotros mi ejército: si esta es la hora de las tinieblas, ésta debe ser también vuestra hora. La hora de vuestra luz que deberá resplandecer cada vez más. La hora de mi gran Luz, esa Luz que os doy de manera extraordinaria para que todos podáis ir al encuentro de mi Hijo Jesús, Rey de Amor y de Paz, que está ya para llegar.»