Mensaje del 31 de diciembre de 1988 en Dongo (Italia)
Ultima noche del año
Madre de la intercesión y de la reparación.
«Recogeos en oración Conmigo, hijos predilectos, al terminar este año que me ha sido particularmente dedicado. Soy vuestra Madre Celestial. Soy la Madre de la intercesión y de la reparación. —Mi misión materna es la de interceder cada día por vosotros ante mi Hijo Jesús. Como Madre atenta y preocupada, pido para todos vosotros las gracias que os son necesarias para caminar por el camino del bien, del amor y de la santidad. A mis hijos pecadores les obtengo la gracia del arrepentimiento, del cambio del corazón, del retorno al Señor. A mis hijos enfermos les concedo el don de comprender el significado de cada sufrimiento, de aceptarlo con docilidad, de ofrecerlo con amor, de llevar su propia cruz con confianza y filial obediencia al Querer del Señor. A mis hijos buenos, les alcanzo el don de la perseverancia en el bien. Por mis hijos Sacerdotes, Yo intercedo para que sean ministros santos y fieles a Jesús y a su Evangelio. Cada nuevo día que comienza, corresponde a un nuevo gesto de oración de vuestra Madre Celestial, para ayudaros a caminar en el desierto de vuestro tiempo, por el camino del amor y del fiel cumplimiento de la Voluntad de Dios, que debe ser cumplida por vosotros con filial docilidad. —Mi misión materna es también la de reparar por tanto mal que, también hoy, se comete en el mundo. Dongo (Como), 31 de diciembre de 1988 U ltim a noche d e l año Me uno a cada Santa Misa que se celebra, para ofrecer al Padre Celestial la Preciosa Sangre de su Hijo Jesús, que por vosotros se sigue inmolando y sacrificando sobre todos los Altares de la tierra. Solamente su Divina Sangre, derramada por vosotros, puede lavar todo el mal, el pecado, el odio, la impureza, la iniquidad, que recubren el mundo. Así, en espíritu de maternal reparación, uno a la Sangre de Cristo todos los sufrimientos que, todos los días, recojo en vuestro camino. Uno a la Sangre de Jesús, la sangre derramada por millones de niños asesinados, cuando se encuentran todavía en el seno de sus madres, y la de todas las víctimas del odio, de la violencia y de las guerras. Uno a la Sangre de Jesús, todos los dolores de los enfermos, especialmente de aquellos que están atacados por enfermedades graves, humillantes e incurables. Uno a la Sangre de Jesús, los espasmos de los moribundos, los sufrimientos de los pobres, de los marginados, de los pequeños, de los explotados, de los perseguidos. Uno a la Sangre de Jesús, cada sufrimiento de los buenos, de los consagrados, de los Sacerdotes. Uno a la Sangre de Jesús la Gran Cruz que la Iglesia debe llevar hoy por la salvación de toda la humanidad. Al terminar este año, que me ha sido particularmente confiado, quiero asociaros, también a vosotros, a mi misión materna de interceder y de reparar por todos mis hijos. No obstante, la oscuridad y el hielo que envuelven todavía al mundo, Yo os invito a vivir en la esperanza y en una gran confianza, porque Yo siempre rezo y reparo para obtener para todos nuevos días de paz y de salvación.»