Mensaje del 2 de febrero de 1978
Presentación del Niño Jesús en el Templo
Seréis inmolados en el Templo.
«Os llevo en mis brazos, hijos predilectos; y vosotros sólo debéis dejaros llevar por Mí. Por ello os pido que os hagáis como niños. Sois mis niños más pequeños. He aquí la medida de vuestra pequeñez: la de Jesús que, a los cuarenta días de su nacimiento, es llevado al Templo en los brazos de su Madre. Sus ojos están fijos en los míos y se siente tranquilo. No ve otra cosa y duerme arrullado en mi Corazón, mientras que mi alegría se acrecienta al dar al Niño paz, reposo, amor. Hijos predilectos, dejaos llevar también en mis brazos. Así seréis mi perfecta alegría. Sólo así, además, podéis sentiros seguros. Entonces, en el hielo que cada vez más lo congela todo; sentid el calor de mi afecto materno; en la inseguridad que, se apodera ya de todo, sentid la seguridad que os ofrecen mis brazos; en medio de la oscuridad que se hace cada vez más profunda, he aquí mi Luz para vosotros. Fijad vuestra mirada en mis ojos. Dios os da la luz por medio de vuestra Madre. Os llevo en mis brazos al Templo de Dios; a vosotros, ministros del Señor y guardianes de su Templo. Es un Templo que hoy está profanado y que da la impresión de estar a punto de derrumbarse. Las columnas de la Verdad parecen estar resquebrajadas, y ¡cuántos Pastores son víctimas de los más graves errores! Todo está contaminado por el pecado que querría recubrir también el Altar. Los sacrilegios van en aumento y la copa de la Justicia divina está ya colmada. Seréis inmolados en el Templo. La sangre puede limpiar aún toda mancha; y con ella se purificará mi Iglesia. Por esto vuestra Madre está a vuestro lado. Dejaos llevar por Mí con total abandono. No miréis en tomo a vosotros, no busquéis otros refugios ni otras defensas. Todo está a punto de cumplirse para cada uno de vosotros en mi Corazón Inmaculado.»