Mensaje del 22 de marzo de 1988 en San Marcos (Udine)
La gloria de María.
«¡Con qué alegría he acogido el acto de consagración a mi Corazón Inmaculado, que has renovado en este día de tu cumpleaños! He tomado tu corazón y lo he introducido aún más adentro de mi materno jardín y lo he depositado en el homo ardiente de amor del Corazón divino de mi Hijo Jesús. Ya tu corazón nos pertenece enteramente y queremos hacer de él un instrumento perfecto de nuestro purísimo amor. Te pido que ames cada vez más. Ama cada día en cada momento de tu vida. Nada turbe la pureza e intensidad de tu amor. Ama a la Santísima y Divina Trinidad, glorificando al Padre, imitando al Hijo, acogiendo el Don del Espíritu Santo. Ama, con el Corazón divino de Jesús, a todos tus hermanos, especialmente a los más pequeños, a los más pobres, a los últimos, a los desesperados, a los marginados, a los pecadores. Sé tú el rayo luminoso de mi amor materno y misericordioso. Ama a tus hermanos Sacerdotes, especialmente a los más débiles, a los más frágiles, a los que caen, a los aprisionados por las cadenas de las pasiones, en particular por las del orgullo y la impureza. Inmólate por ellos cada día en el silencio, en el escondimiento, en la humildad, en la docilidad. Conviértete en la dulce y mansa víctima, inmolada por Mí, por el bien y la salvación de todos los Sacerdotes. Ama siempre, sin detenerte jamás. Hazlo todo por amor, sólo por amor. El camino que debes recorrer por Mí, por amor. La Cruz que debes llevar, por amor. El pesado trabajo que te toca realizar, por amor. Los Cenáculos que llevas adelante, por amor. Los Países que atraviesas, por amor. Los lejanos Continentes a los que llegas, por amor. La oración intensa que te pido, por amor. Los sufrimientos que cada día te pido, por amor. El cansancio que se apodera de ti, por amor. La extenuación que te postra, por amor. Tus limitaciones que te mortifican, por amor. Los defectos que te acompañan, por amor. Toda tu vida que me entregas, por amor. Solamente entonces podrás realizar la misión que te he confiado y harás florecer en tu persona, en tu vida, y en tu obra, el jardín de mis mayores y extraordinarias maravillas. Con mi Papa, con todos los Sacerdotes, mis predilectos, con los hijos consagrados a Mí, te bendigo con amor y con gozo.»